Capítulo 29

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Había sido una simple frase. Palabras, tan solo eran eso. Pero Venus la había sentido como una fuerte y seca bofetada que removía todo su ser. Una bofetada que le había pegado tal sacudida que provocaba que todo su interior se tambalease y comenzase a romperse. Sin duda, hubiese preferido un golpe de verdad a ese dolor que la consumía desde dentro y no saldría fuera.

Que Damián ya lo había superado. Que le había superado a ella. A ese amor eterno que algún día, que ya parecía muy lejano, se habían jurado.

Vale, eso debía ser bueno, eso era lo que ella quería, pero joder, ¿tan rápido? 

¿Cómo había sido capaz? Ella apenas sabía como mantener sus sentimientos a raya cuando él estaba cerca. Y él parecía que ya había pasado página. Lo había hecho como si nada. Sin esfuerzo. Como si ella no mereciese la pena. Como si no le costase ningún tipo de sacrificio el renunciar a su amor.

Esa idea, aunque fuese lo que ella le había pedido, comenzó a enfurecerla y del dolor pasó al enfado.

¡Hasta se había permitido el lujo de ir a donde Alejo y fardar de ello! A Hacerse el chulito y decir que ya no la quería, que se retiraba. Como si ella fuese algún tipo de premio al que ambos optaban y Damián hubiese decidido echarse a un lado y dejarle ganar. ¿Por qué?

No estaba segura si se sentía más ofendida o dolida. Sabía que enfadarse con él era una forma de no renunciar a ese amor. Y, en cierto sentido, Venus no estaba del todo preparada para dejarlo marchar. Sabía que no podía estar con él, pero renunciar a ese amor era otra cosa.

—¿Afrodita? —llamó Alejo algo duditativo observando la cara de la chica.

No se le había pasado inadvertido cómo la cara de la chica había ido ensombreciéndose y llenándose de dolor conforme él iba pronunciando cada palabra de la frase. Y eso, aunque no quisiese admitirlo, le había dolido.

Había creído sus palabras cuando ella le había dicho en el aeropuerto que lo de Damián había acabado. ¡Hasta lo había llamado "hermano"! Pero estaba claro que nada había acabado. Que aunque ella quisiese dejarlo atrás no era cierto que lo hubiese hecho. Su cara la delataba. Y eso a él lo destrozaba porque, aunque se suponía que él también había pasado página, estaba claro que no. Que él también había mentido y que tenerla cerca hacía que todo lo que había construido se tambalease sin remedio.

—Venus —insistió.

Y esa vez lo hizo por el nombre de la chica porque, aunque no pudiese reconocerlo en voz alta, estaba hastiado de esa situación. Le jodía profundamente ver como ella seguía ahí cuando estaba claro que Damián no le merecía y nunca lo haría. ¡Pero si hasta le había dicho que renunciaba a ella! ¿Cómo podía hacer eso? Afrodita no era alguien a quien uno renunciase.

—Perdón, es solo que...

No supo cómo terminar la frase. Y tampoco es que hiciese falta. La cara de los dos era clara. Y Venus lo supo. Supo que había enfadado en cierto modo a Alejo y le entendía, pero no podía hacer nada por remediarlo.

—Olvídalo, tengo que irme.

—Alejo, por favor —pidió ella a sabiendas de que no conseguiría retenerlo.

Y, en cierto sentido, tampoco quería hacerlo. Le gustaba estar con Alejo, claro que sí. Incluso sentía algo por él. Pero no podía ser egoísta, él no se lo merecía. No podía tenerle a su lado cuando no podía ofrecerle lo que él necesitaba. Alejo se merecía ser libre y buscar fuera aquello que ella no podría darle.

—Ey, ¿qué haces aquí tan solita?

La voz de Madoc la trajo de nuevo a la realidad y sin pensarlo dos veces lo abrazó con fuerza y se sintió segura. Volvió a esos días en Estados Unidos en los que él era su roca.

—¿Está todo bien, pequeña? —susurró él con tono de preocupación.

Ella asintió con la cabeza sin despegarse de él. Sin importarle que estaba empapado y frío.

Pasaron así apenas unos segundos hasta que ella se despego. Entonces sacudió la cabeza, parpadeó varias veces y esbozó su mejor sonrisa como si nada hubiese pasado.

—Son muchas emociones de golpe —se excusó.

—Claro —respondió él fingiendo que la creía mientras le agarraba de la cintura y la atraía hacia él—. Vayamos con el resto.

—Madoc, gracias.

Él sonrió restándole importancia.

—No hay que darlas.

—Claro que sí —respondió ella frenando en seco—. Desde que estás aquí me he comportado como una gilipollas. Como si me molestase que estuvieses en Madrid y no es así. ¡Joder! Lo siento, no quería...

—Ey, ya está ¿vale? —interrumpió él—. Te conozco y sé que no es eso. Además, no es que yo nunca haya actuado como un gilipollas en más de una ocasión —Se rió—. Aunque eso negaré habértelo reconocido en voz alta —añadió haciéndose el digno.

Venus le miró con una gran sonrisa de agradecimiento. Madoc había sido su tabla de salvación en Estados Unidos. Y eso era algo que nunca lo olvidaría.

—¿Sabes? Eres un capullo, eso está más que claro, pero eres mi capullo —dijo de forma tierna mientras besaba de forma cariñosa su mejilla.

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