Capítulo 2

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Venus miraba la puerta exterior de su casa como si tratase de descifrar cuál era el complejo mecanismo que permitiría su apertura.

Era de noche, aunque no demasiado tarde. Normalmente, cuando volvía de Estados Unidos, solía llegar casi de madrugada para así no tener que escuchar los comentarios de su madre. Era mejor saludar, dado que Elena siempre la esperaba despierta; irse a la cama; y hablar al día siguiente. Así su madre olvidaba el enfado y se centraba en la ilusión que le hacía volver a tener a su hija en casa.

Sin embargo, esa vez fue diferente. Alejo tenía razón. Debía enfrentarse a su familia.

Cerró los ojos y se imaginó a su madre, Damián, Lucía y Jorge cenando en el comedor. Era el momento de afrontar la realidad.

Las maletas habían llegado un rato antes que ella, así que toda su familia sabría que Venus estaba al caer.

Suspiró, abrió la puerta de casa y entró en busca de su madre, quien estaba en la cocina hablando por teléfono.

Nada más ver a Venus, Elena se excusó y colgó, pero no pronunció palabra alguna a su hija.

Venus deseó, como de costumbre, que la hubiese abrazado y gritado a la vez, pero sabía que en esa ocasión se había pasado. Sabía que su madre sentía como una traición personal que ella se hubiese marchado a casa de su padre durante casi un año.

—Mamá, he estado hablando con papá...

—No —cortó—. Venus, no puedo hacer esto más. ¿Es que no eres feliz aquí?

No había enfado en su voz. Elena llevaba todo el día dándole vueltas a esa idea. Se aferraba a su hija, pero ¿y si acaso ella era sumamente infeliz ahí con ellos?

—No —se apresuró a responder y pudo ver alivio en la cara de su madre.

—¿Entonces?

—Yo... no lo sé. Supongo que había partes de mi vida que no funcionaban y que necesitaba conectar —confesó.

Elena no entendió lo que su hija le quería decir con eso, pero aceptó su respuesta. Por una vez sentía que Venus estaba siendo completamente sincera y se abría a ella.

—Mamá, lo siento. Quiero que sepas que nada de esto tiene que ver contigo. Te quiero. Lo del año pasado no fue una elección entre papá y tú —explicó avanzando hacia ella—. Tan solo necesitaba elegirme a mí misma.

Elena la abrazó con fuerza. Le dolía que se hubiese ido, pero en ese instante parecía estar bien. Veía a su hija radiante. Con fuerza. Con una luz que no le había visto en años.

—Ya está, aprovechemos el tiempo que estés aquí.

Venus tomó algo de distancia para poder mirarla a los ojos.

—He estado hablando con papá del tema y este año me quedaré aquí —Sonrió—. Incluido el verano.

Pudo ver cómo su madre trataba de esconder una enorme sonrisa y Venus no se atrevió a decirle que eso sería todo. Que el año que viene, en octubre, se marcharía de forma definitiva a Nueva York.

Siempre había tenido claro que asistiría allí a la universidad, pero durante ese año había comprendido que también quería hacer su vida allí de forma permanente.

Abrazó de nuevo a su madre. No era el momento de comentárselo. Tenía todo un año para hacerlo.

—¿Y los demás? —preguntó Venus mirando hacia los pasillos.

—Jorge está fuera por negocios y tus hermanos han ido al cine —Miró la hora—. Deberían volver enseguida.

Venus sintió como se creaba un nudo en el estómago y no supo si era porque esos dos hiciesen planes juntos sin ella o porque en breve debería hacer frente a Damián.

A ver, que te dejasen tirada en un aeropuerto dolía. Y más si lo hacían por segundo año consecutivo. ¿O quizá por eso mismo ya debería haber cogido práctica y debería haberlo llevado mejor?

La verdad era que en la primera ocasión que eso había sucedido, Venus lo había sobrellevado bien. En el fondo siempre había sabido que él no iba a irse con ella, pero la segunda vez había sido completamente diferente.

Venus estaba completamente segura de que él volaría con ella. Lo había esperado durante horas en esa cafetería. Había observado la puerta como un cachorrito abandonado ante las miradas de lástima que le dedicaban los allí presentes.

Habían llamado a su vuelo y aún así ella había seguido convencida de que él aparecería. Aún cuando estaba montada en el avión había seguido manteniendo la esperanza y la vista fija en las puertas de embarque.

Los primeros días en Nueva York habían sido duros. Realmente duros. Había confiado en que él cogería un vuelo para estar con ella y que se disculparía por no haber aparecido el día que ella se lo había pedido. Que tendría un buen motivo para llegar tarde. Pero eso nunca había ocurrido.

Una vez que lo hubo comprendido el dolor se volvió devastador. Sentía cómo la desgarraba por dentro y la consumía vorazmente. Pero con el tiempo había pasado.

El dolor persistía, pero era más bien como un recuerdo que ya apenas podía dañarle.

En Estados Unidos había comprendido, o más bien le habían enseñado, que la felicidad no puede estar en los otros. Que solo depende de uno mismo. Nadie te hará feliz o infeliz. Solo tú puedes lograr eso.

Y en el momento en el que Venus había interiorizado esas palabras había comenzado a experimentar ese poderoso elixir y a disfrutar de la vida como nunca antes había imaginado posible.

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