Capítulo 9

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Venus entró en la cafetería del colegio acompañada de Lisi. Nada más poner un pie en ese lugar se hizo el silencio. Todos dejaron de cuchichear para centrar su mirada y su atención en ella. Querían saber qué iba a hacer y Venus sabía que su actuación en ese momento definiría cómo sería el resto del curso.

La reina había abandonado su trono el año pasado y una nueva tirana no había desaprovechado la ocasión para hacerse con él.

Ahora que había vuelto, ¿cambiarían las cosas? ¿Venus trataría de recuperar su trono o por el contrario ya era tarde para ella?

Todos se morían por descubrir qué era lo que iba a pasar. Estaba claro que una guerra entre monarquías con sus respectivos séquitos siempre era un espectáculo digno de ver. Nunca defraudaba a las masas sedientas. Todos amaban ver los daños en las altas esferas. 

La joven de cabello castaño notó cómo todos contenían la respiración mientras albergaban a su decisión. Sonrió para sus adentros. No los defraudaría. Si Milán y Paula querían guerra, pues a la guerra irían.

Caminó hacia su mesa de siempre en el centro de la cafetería y tomó asiento.

Todos comenzaron a dedicarse miradas entre ellos y a observar la puerta por si aparecían los nuevos regentes.

—Venus —pidió Lisi en un leve susurro.

La rubia quería que su mejor amiga se levantase y se sentasen en otra mesa para no tener que hacer un enfrentamiento abierto contra su exnovio y la nueva novia de este. Pero, a la vez, no quería decirlo demasiado alto para que el resto les escuchase. 

Venus y ella debían ser un frente unido, pero la verdad era que su forma de actuar era muy diferente. Mientras que la primera era impulsiva y se dejaba llevar por cómo se sentía; Lisi tendía a ser más paciente y meticulosa. 

—No voy a moverme, Lisi —advirtió seria.

La rubia cogió aire y se sentó a su lado a sabiendas de que no iba a convencerla, pero aún así creía que era un error.

Si perdían esa batalla ese día, habrían perdido la guerra. Todos en aquel colegio sabrían que ellas ya no gobernaban ni lo harían, y Paula y Milán se saldrían con la suya. Era demasiado arriesgado.

De pronto, todos volvieron a enmudecer y fijaron su vista en las dos figuran que entraban en el establecimiento y se dirigían a su mesa habitual.

—Creo que os habéis equivocado de sitio —señaló Paula de forma venenosa.

El primer paso era la diplomacia. Si podía derrotarlas solo con recordarles que allí ya no eran nadie, Paula sabía que no mancharía su imagen. Sin embargo, Venus no estaba dispuesta a ello.

—Fíjate, lleva aquí dos telediarios y se cree que puede dar órdenes como si fuese su casa —le dijo Venus a Lisi en tono burlón.

—Venus, no lo hagas más difícil. Tu tiempo de reinado ha terminado.

La joven se giró hacia Milán y volvió a mirar a su mejor amiga.

—Pobre —Suspiró—. Se cree que porque venía con nosotros era uno de nosotros —Rio y miró al chico—. Cariño, para esto hace falta algo más que dinero —Después se giró hacia Paula divertida—. Y bueno, a ti qué te voy a decir si no tienes ni eso...

Ambos fueron a responder alterados, cuando Mateo y Damián se sentaron junto a Lisi y Venus. Esa era claramente una demostración de fuerza. Volvía la vieja monarquía.

Durante todo ese tiempo, y después de la humillación pública de Milán a Lisi, era cierto que esta había perdido todo su poder. En cambio, el de Mateo y Damián seguía intacto. Paula y Milán ni siquiera se habían atrevido a hacer un movimiento en contra de estos dos, sobre todo del último.

—Me tapáis las vistas —anunció Mateo aburrido indicándoles que se marchasen.

Paula soltó un bufido y Milán le cogió rápido la mano para que se calmase. Perder los nervios solo les haría quedar en desventaja.

Demostraría que iban perdiendo.

—Es una mesa, no merece la pena ponerse a su nivel por esta mierda. Total, esta insignificante silla es todo lo que le queda del recuerdo dorado de quien un día fue —indicó el chico mientras Venus le lanzaba una sonrisa victoriosa.

Por mucho que Milán hubiese dicho eso, todo el mundo sabía que eso era mucho más que una mesa. Era una demostración de fuerza. Era un símbolo que podía hacer que su reciente gobernanza se hiciese pedazos.

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