Capítulo 17

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Venus estaba completamente muda. No sabía qué decir y mucho menos cómo comenzar a hablar. Había estado tan inmersa en sus propios asuntos, en su enfado, en su caos, que había olvidado que ella no era la única con una vida. Que cada cuál tenía sus propios asuntos que entender y que, en muchas ocasiones, eran más serios e importantes de lo que nos podíamos llegar a imaginar.

—¿Por qué no me lo dijiste?

Eso fue lo único capaz de articular con la voz completamente rota. 

—No tienes porque saberlo siempre todo —respondió él a la defensiva mientras agarraba los papeles con fuerza.

Se notaba que estaba enfadado. Muy enfadado. No le gustaba esa situación. 

—Yo... —No sabía cómo continuar—. Podías confiar en mí...

—No es cuestión de confiar o no confiar —dijo en un tono algo más alto del habitual—. Es cuestión de que tengo derecho a tener mis propios secretos. A guardarme para mí lo que yo quiera.

—Pero esto...

—No voy a hablar contigo de ello —advirtió él en tono serio—. Es mi vida, no la tuya. Y no puedes manejarla como la del resto —Arrugó los papeles entre sus manos—. Esta vez no se trata de ti, ¿lo entiendes?

—Damián...

—No, joder, Venus. ¡Que no! —Chilló fuera de sí—. Que no voy a hacer esto. ¡Que no! —Continuó—. ¿Por qué te jode tanto que tenga algo solo mío?, ¿tanto te jode que todo no gire en torno a ti?

Esas palabras hirieron profundamente a Venus, pero no por el contenido, si no por ver cómo salían de la boca de Damián matándolo a él. Se notaba que estaba roto, que necesitaba ayuda, pero que era incapaz de pedirla o aceptarla. ¿Cuánto tiempo llevaría así?

—Damián, no voy a dejarte. Chíllame, dime lo que quieras, pero no me voy a ir —anunció ella con voz paciente mientras avanzaba hacia él.

—¿Pero qué coño es lo que quieres de mí? ¿Qué es lo que tengo que hacer para sacarte de mi vida?, ¿es que aún no tienes claro que no quiero que estés aquí conmigo? ¿Lo del aeropuerto no fue suficiente?

Venus cerró los ojos asimilando el golpe. Eso había sido cruel. Muy cruel. Demasiado. Y él lo sabía. Estaba claro que hablaba a la desesperada para lograr que ella se fuese. Había sacado la artillería pesada y eso solo significaba que él estaba más hundido de lo que podía darse cuenta.

—Puedes echarme toda la mierda que quieras. Yo soy la experta en hacer eso cuando estoy mal y ambos lo sabemos —dijo recordando las veces que ella había actuado así con Damián cuando estaba tan mal que solo quería hundirse en su propio dolor—. Pero tú siempre has estado ahí para sostenerme y para levantarme cuando estuviese lista. Así que no pienses ni por un segundo que va a ser tan fácil echarme de aquí. No te voy a dejar —anunció con voz seria.

Él apretó los puños desesperado. Quería sacarla de todo ese caos. No podía involucrarla en todo eso. Ella era la única luz que tenía y no podía apagarla con sus problemas, pero no sabía qué más decirle para que se fuese. Había tratado de hacerle tanto daño como para que ella no quisiese volver a saber de él nunca, pero parecía que ni eso había surtido efecto.

Entonces ella alargó su mano y agarró la de él con ternura.

—¿Desde cuándo los buscas?

—Venus... —pidió él roto de dolor.

—Damián, son tus padres. Es normal que quieras saber de ellos.

—¡No son mis padres! —explotó él soltándola—. Mis padres son Elena y Jorge. Ellos me han criado y me han convertido en quien soy —Dio unos pasos hacia atrás—. Esta gente solo me abandonó y nunca se ha preocupado por quién soy o dónde estoy —finalizó dejando caer los papeles.

Venus quiso abrazarle, besarle, hacerle sentir bien como él lo había hecho tantas veces con ella, pero no pudo. No sabía qué hacer. Esa situación era nueva para ella. Jamás había visto a Damián tan roto de dolor. Tan sumido en la oscuridad. Tan desesperado. Tan perdido, en verdad.

Él siempre parecía estar seguro de todo. Siempre era él quién sabía qué hacer, cómo actuar... pero los papeles se habían invertido y ahora era ella quien debía ser la fuerte. ¿Pero cómo hacerlo si verlo así la destruía?

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