Capítulo 3

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Lucía y Damián entraron en casa entre risas y avanzaron hasta la cocina donde Elena y Venus les esperaban.

Nada más encontrarse Venus y Damián sintieron como el tiempo se paraba, cómo volvían a ese último día en el que se habían visto.

La respiración se dificultaba. Cada vez costaba más que el aire llegase hasta sus pulmones. Y el corazón se aceleraba tanto que parecía que querían salirse del pecho para encontrarse el uno con el otro.

Damián se frotó las manos en sus pantalones chinos color marrón. Se sentía nervioso y no sabía qué decir. Había estado pensando en ese instante desde que supo que Venus volvía, pero ¿qué debía decirle? ¿Que lo sentía? Un poco tarde para eso.

Lucía se giró hacia su hermano. Le sorprendía que este no saltase a abrazarla, era lo que siempre hacía. Además, ella era testigo de lo mucho que le había echado de menos. De vez en cuando, cuando pensaba que nadie le veía Damián se pasaba por el cuarto de Venus y perdía su tiempo ahí sin hacer nada. Tan solo mirando la habitación o pasando sus dedos por alguno de los objetos y muebles.

La primera vez que lo vio, a Lucía le había parecido algo rarito. Al tiempo había comprendido que, aunque no quisiese decirlo en voz alta, lo estaba pasando muy mal con la ausencia de Venus.

—¡Pero si estás aquí de verdad! Los profesores no van a dar crédito de que llegues para el primer día —se burló Lucía rompiendo el hielo.

Años atrás, Venus le hubiese dedicado una falsa sonrisa, pero en esa ocasión no. Tan solo se rio. Esa era la forma de su hermanastra de decirle "bienvenida".

Después miró a Damián y sintió como un cúmulo de sensaciones le invadían. Levaba casi un año sin verlo o hablar con él. Su mente había tratado de convertirlo en una especie de fantasma del pasado y en Estados Unidos casi lo había logrado, pero al tenerlo en frente todo se volvía muy real. Demasiado real.

Sonrió y trató de dejar atrás esos sentimientos.

Damián le había destrozado el corazón al no aparecer en el aeropuerto. Él había tomado su decisión y ahora a ella le tocaba lo mismo. No volvería a sufrir de ese modo. Damián debía ser pasado. Sin embargo la sola idea de no volver a estar con él dolía. Dolía más de lo que quería o podía admitir.

—Te he traído una cosa —anunció Venus.

Lucía la miró confusa al ver que se refería a ella.

—¿A mí?

—Sí, a ti. No recuerdo que nadie más me haya dado el coñazo para que se lo compre —respondió burlona.

—¡No! —chilló Lucía eufórica.

Damián y Elena se miraron sin entender nada.

—¡Sí! —dijo Venus imitando el tono de la chica.

—¿Dónde? 

En su voz se notaba la ilusión que salía por cada poro.

—En la maleta pequeña.

La reacción no se hizo esperar. Lucía se lanzó a por las maletas y comenzó a abrirlas desordenando todo.

Venus la miró divertida. Parecía una niña pequeña desenvolviendo los regalos el día de Navidad.

De pronto Lucía encontró su preciada caja. La sacó, la dejó encima de la mesa y corrió a abrazar a Venus con todas sus fuerzas.

Fue la primera vez que las chicas se abrazaban de verdad.

Elena miró conmovida la escena y Damián no pudo reprimir una pequeña sonrisa.

—¿No vas a abrirla? —preguntó divertida.

—No. No quiero compartir —respondió en tono infantiloide.

—Yo no voy a comer y mamá dudo que quiera —Se giró hacia Damián—. Solo te queda él.

"Él". Qué frío había sonado. Pero sentía que si se acercaba demasiado podría perder todo lo ganado. Sabía que llegaría el día de hacer frente a la situación, pero esperaba tener algo más de tiempo.

Lucía miró nada convencida a su hermano y aceptó a regañadientes.

Abrió la caja con sumo cuidado y sacó dos Twinkies. Después ofreció uno a Damián a la vez que comprobaba que la caja estaba completamente llena.

—Lo mejor es que congeles gran cantidad —le aconsejó Venus.

—Gracias —respondió la chica de cabello cobrizo mientras le daba un bocado al pequeño dulce de mantequilla relleno de nata.

Cerró los ojos y disfrutó de cómo el esponjoso bollo se deshacía en su boca.

—No me las des. Ha sido más cosa de Madoc.

Lucía apenas escuchó lo que había dicho, pero Damián sí que sintió una especie de punzada. Deseaba saber a quién pertenecía ese nombre, pero sabía que no tenía derecho a ello.

Por suerte, su madre también deseaba saberlo.

—¿Quién es ese Madoc?

—El vecino —respondió sin darle demasiadas vueltas—. Comparte la obsesión de Lucía por los Twinkies —explicó.

Damián notó cómo su nudo se iba deshaciendo. Al menos no se trataba de alguien especial para ella.

Ahora que la tenía en frente quería explicarle todo lo sucedido, pero no se sentía capaz. No viéndola así de feliz. 

Desde que había entrado, Venus conservaba una preciosa sonrisa constante. Irradiaba luz. ¿Cómo iba a ser él quien se la quitase? Venus se merecía pasar página y ser quien ella desease ser. Pero dolía. Dolía demasiado. Más de lo que jamás se hubiese imaginado.

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