Capítulo 25

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—¡Joder Evans, ponte los pantalones!— el grito proveniente del cuarto de Eric sonó por toda la casa

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—¡Joder Evans, ponte los pantalones!— el grito proveniente del cuarto de Eric sonó por toda la casa.

Suspiré agotado, Evans a veces podía ser de lo más cabezota cuando se le metía algo entre ceja y ceja, y pues claramente hoy tocaba ir en calzoncillos de spiderman por toda la casa. Mi madre, aun habiendo manejando operativos de alto riesgo, había caído ante la impertinencia y cabezonería de mi hermano pequeño en la tarea de vestirle. Apenas había pasado más de una hora cuando Evans solo llevaba puesto el polo blanco y mostraba una mueca de evidente enfado en su rostro.

Por si fuera poco, además de ir ya tarde mi hermano Eric había sido el que se había comido el marrón de la tarea: terminar de vestirle.

Sinceramente, convivir con cuatro hermanos en una casa era de lo más intenso, por no hablar cuando el más pequeño acababa de cumplir ocho años y se había prometido a sí mismo dar la lata desde que abría un ojo por la mañana.

—¡Ethan!— volvió a bramar Eric con la paciencia a rebosar— ¡También es tu hermano, así que mueve tu culo aquí!

—¡Yo le vestí ayer, hoy te tocaba a ti y lo sabes!— respondió su mellizo desde la otra punta de la casa.

—¡Serás capu…!— comenzó a decir el otro.

—¡Eric esa boca!— intervine alzando la voz a modo de advertencia desde mi habitación.

Mis padres odiaban el hecho de que nosotros dijéramos palabrotas delante del pequeño de la familia y todo fue a raíz de que le llamara “Hija de puta” con una sonriente e inocente mueca en su rostro a su profesora de hace tres años.

En cuanto nuestros padres lo supieron nos castigaron durante dos días sin salir, por culpa del renacuajo bocachancla de mi hermano me perdí la salida con los chicos y la posterior fiesta en casa de Owen.

Cansado de sus constantes comentarios entre ellos dos e incapacitado por encontrar un minuto de silencio en mis propios pensamientos, bufé sonoramente frente al espejo mientras me terminaba de abrochar los primeros botones de la camisa.

—¡No quiero!— gritaba el pequeño

—¡Evans que te pongas los pantalones!— decía el otro.

¡Se acabó, hasta aquí hemos llegado! A regañadientes detuve mis dedos en el tercer botón y salí con paso apresurado en dirección a la habitación del pequeño de los Hunter.

Darkness: El Cisne Blanco © | #pgp2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora