50 - Epílogo: ¡Seokjin lava mis cosas!

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El amor se encuentra en los lugares menos esperados.

Puedes simplemente ir caminando por la calle sin saber que ese día encontrarás a tu otra mitad.

Para Namjoon el amor se sintió como el invierno convirtiéndose en primavera, dónde cada bello pétalo de flor eran cada una de las miradas que el hombre del que se fué enamorando, le daba. Los pétalos marchitos cada mirada de tristeza de su parte, cada mirada que no expresara amor sino algo que lo hiriera a alguno de los dos.

Los tallos se construyeron por los besos que Jin le daba. Los besos a su alma, los besos a su piel, a sus labios, a sus sonrisas, a sus momentos más preciosos e incluso a los menos agradables.

Por último, las raíces eran los comienzos de su amor. Una larga y fina raíz simbolizaba la primera sonrisa que Seokjin le dedicó, otra la primera vez que le dijo que lo quería, una tercera las lágrimas que lloró en su hombro, y otra quizá esa vez que se atrevió a tomar su mano mientras caminaban por la calle.

Y así, Namjoon pudo construir a lo largo de los años un prado repleto de flores que tenían reflejado en todo su esplendor a Kim Seokjin, el único dueño de su corazón hacía décadas, el único hombre que había amado más que a sí mismo, aquél que hacía estragos en su corazón y sólo él tenía la cura.

Jin era un sueño, y estar a su lado siempre se sintió como la más espontánea y sana de las adicciones, como mirar el cielo atardecido en naranjas y rosas en una tarde tibia un sábado, como tocar las flores frescas en un prado sin fin, y preciosamente como viajar sin rumbo pero con un objetivo claro y arriesgado llamado enamorarse.

Miraba embelesadamente cómo el amor de su vida dormía a su lado, pensando lo afortunado que era, lo mucho que le recompensó la vida dándole un hombre como él para pasar el resto de sus días.

No podía explicar cuánto amaba a ése chico, lo amaba tanto que podía explotar de amor de verlo, que se sentía capaz de todo solamente tomando su mano, o con sólo una sonrisa de su parte.

Rogaba y agradecía todos los días despertar a su lado, mirar su rostro a la luz del sol despierto colándose por la ventana entre rayos, admirar cada facción de su rostro tan etéreo y divino y despertarlo a besos o ser él despertado a besos y risitas.

Jin se removió un poco, se apegó a su cuerpo algo despierto, abrazando su torso y enterrando su cara en el pecho latiente del moreno quién lo abrazó sonriente.

—Ya es hora de levantarse amor.– le susurró dulcemente, dejando besos por su cabeza, por su frente y queriendo dejar más de no ser por lo enterrado que estaba Jin en su camiseta.

—Mmh, un rato más. Hueles rico.

—Todas las mañanas dices lo mismo.– sonrió, volviendo a besar su cabello, acariciándolo.

—Suenas muy dulce, ¿ya desayunaste el cereal de miel que compré ayer?– preguntó más despierto, con esa voz ronca que erizaba los bellos de Namjoon.

—No, yo sólo... amanecí un poco más enamorado de tí hoy, si es que eso es posible.

El corazón del mayor se alborotó enseguida, y chilló en su pecho bajito, negando.

—Dios mío.

Namjoon rió, y siguió acariciando su cabello, intentando alzar su cabeza para besarlo.

—Quiero darte el beso de buenos días, enséñame tu hermoso rostro, amor.

Jin se acurrucó más contra él y negó. Si, él era el mayor, pero Namjoon con su ronca voz de las mañanas, riéndose y diciéndole cosas bonitas, lograba sacar su lado más nervioso y tímido pareciendo todo un niño.

¡namjoon, yo no lavo tus cosas! © namjinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora