D•I•E•C•I•S•I•E•T•E

9 1 0
                                    

Manuel

Ya habían pasado dos semanas volando, y estábamos de nuevo en la casa de nuestras madres.

Ava y yo nos habíamos abierto mucho más. Antes era tipo "somos novios porque si" pero ahora yo me sentía mejor y creo que Ava también.

¿Oliver y Violetta? Por los cielos. Bueno, no daban muchas muestras de afecto en público pero a ambos los sentía explotar de felicidad.

Noveno había cambiado por completo, y el maestro estaba asombrado al vernos a todos reunidos en el recreo como un grupo normal.

Estaba claro que seguíamos con nuestros grupos de amigos predilectos pero, simplemente sin peleas todo había cambiado.

La única que no estaba feliz con todo el cambio era Chelsea. Ava iba mucho tiempo a su casa ya que en el colegio se negaba a hablar si no era de clases. Y las miradas que le lanzaba a Violetta no eran lo que se dice lindas.

Okey, eran horribles.

Supongo que la comprendía.

Violetta entró a mi cuarto.

- Manu, se cancela la pijamada de hoy.
- ¿Qué? ¿Por qué? - alcé los brazos en protesta.
- Tamara y yo vamos al cine-café.
- ¿A las 9:50 p. m.? Amaranta no te dejaría.

Ella me lanzó una sonrisa traviesa.

- Exacto. Pero la cosa es que ni se va a enterar. Tiene cosas... - volteó los ojos y supe que estaba pensando en el novio de su mamá - más interesantes que hacer que preocuparse por su "amada" hija.
- Okey.

Hice un puchero para molestarla y me crucé de brazos. Ella avanzó hacia mí y me puso una mano en el hombro.

- Ey, puedes llamar a Ava, o a Oliver. Además, que a Tam la dejen salir es un milagro que no se puede desaprovechar.
- Qué divertido es cuando me das explicaciones - me burlé de ella y me pegó un codazo.
- Tonto. Bueno, ¡bye! - dijo con voz melosa antes de coger su bolso azul marino y calzarse unos zapatos elegantes.

Tamara se despidió y me di cuenta de que iban con vestidos largos como damas antiguas.

Llamé a Oliver.

- ¿Repuesto?
- Bro, tú sabes que siempre estaré para ti - dijo con voz "tierna" Oliver, y noté su sarcasmo.
- Menos charla y más acción, bebé.
- Argh, ya dejemos este juego de parecer gays.

Reí y colgué.

***

La luz del sol me pegó en la cara y gruñí como un vampiro. A mi lado, Oliver dibujaba.

- Buenos días cariño - me dijo él en juego.
- Luego te quejas de mí - rebatí y fui al baño.

Oliver me siguió y dejó el cuaderno para cepillarse los dientes.

- Come algo - indiqué. Él casi no tenía hambre.
- Luego.
- ¿Le has dicho a Violetta?
- Sí. Me llenó de helado de frambuesa la última vez.

Reí, si que podía imaginarme esa escena. Nos quedamos un momento en silencio y luego volvimos a mi cuarto y nos vestimos.

- Manuel...
- ¿Mh?
- ¿Crees que dure?

Tragué saliva, era una de mis preguntas más frecuentes. Pero Oliver aún estaba sensible.

- Seh. Mira lo bien que estamos todos.
- Exacto. Es demasiado bueno y temo que en algún momento llegue lo malo.
- Siempre debe llegar algo malo. Pero si te concentras en pensar en eso te morirás amargado e infeliz.

Intenté decirlo con tono aburrido para que él no siguiera el tema. Porque si él lo seguía yo lo seguía y nos amargábamos el día.

- Pero, digo yo...
- ¡BUENOS DÍAS! - Violetta entró por el pasillo estrecho gritando.
- Holis - saludó Tamara.

Ambas lucían arregladas y vestidas, excepto por las grandes ojeras bajo sus ojos.

- Man. Parecen momias despertando después de cien años - comentó Tamara evaluándonos con la mirada.
- ¿No es eso lo que son? - preguntó en sarcasmo Violetta.
- Qué graciosa - exclamó Oliver mientras se cogía una coleta en el pelo.
- Frambueso.

Oliver se puso rojo y si parecía una frambuesa.

- Loca - alcanzó a decir intentando no rendirse.
- Ay, mira. Por estar de torpe mira como te peinaste, Frambuesito.

Le soltó la moña y volvió a hacérselo.

- Péinate bien, Manuel. Se supone que algo debe cambiar en ti, o no serás una serpiente - me regañaba antes de que saliera a presentar.

Me había agarrado todo el pelo, cuando tenía mucho, y me había apretado la cabeza terriblemente.

- ¡Ayyyy!
- Calla, quejetas.

Apretó hasta que todo mi cabello castaño quedó dentro.

- Qué pelo tan suave tienes... - había comentado - lastima que no lo peines, te ves re lindo así.

Iba a contestar algo, cuando me llamaron.

- Wuena suerte, Manolete.

- Ya está - indicó Violetta y observó a Oliver para ver si había quedado bien.
- Gracias, loca.
- Bueno, ¿vamos a desayunar? - intervino Tamara.
- ¿Hay siquiera algo para comer? - pregunté desconcertado y me dirigí a la cocina - nada. Hay una papa y ensalada de ayer. No voy a desayunar eso.
- Ni yo.

Tamara empezó a rebuscar entre todos los cajones.

-¡Eh, aquí hay gomitas! - dijo lanzándome tres paquetes.
- Son las reservas que guardan nuestras madres, está prohibido...
- ¿Y luego nos dicen a las chicas sumisas e inocentes? - un tono de burla acompañó la voz de Tamara.

Violetta llegó y abrió un paquete. Comió un aro de goma y luego sacó leche de la nevera.

- ¿Leche sola? - preguntó Oliver confundido.
- Campamento - dijimos en coro V y yo.

Y así fue como tuvimos la magnífica historia de cuando nuestros padres habían llevado solo leche, agua y pan en un campamento familiar. De boca de Violetta, o sea, exageración y actuaciones graciosas.

¿Duraría esto? Ni idea, no era un adivino. Pero si estábamos bien, prefería concentrarme en risas y besos y no en lágrimas y cachetadas.

Lejos del romanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora