O•N•C•E

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Oliver

En mi caída al suelo, mi mente me jugó otra broma presentando unos ojos profundos y verdes en el cielo. Recordé su mano tomando la mía en la primera vez.

Luego sentí el pasto y en mi cabeza un dolor fuerte.

No me desmayé, por suerte, pero Manuel se preocupó y llamó al maestro.

Habían pasado dos años desde que había pasado el último ataque. Entonces me di cuenta de que mi situación era grave; muy grave, pues hacía tiempo que estaba bien y eso me estaba perturbando mucho.

En el pasado, lloré horas y horas por Violetta, tengo que decirlo. Luego mi papá me convenció de que ella no valía la pena y que las mujeres no debían ser superiores, que no tenía porque ser débil.

Los abrazos de mi mamá eran distintos cuando tenía un problema...

Pero ya no estaba.

Bueno, si estaba. Estaba feliz y normal con su novia. Y si se ocupaba de mí, pero no volvió a poner atención a mis problemas como antes.

Y me quedé con papá, quien no vi que perdiera ni una lágrima por ella. Se volvió mi terror diario.

Desde esos momentos mi alma se volvió de hierro. O al menos una capa de ese material me ocultaba el dolor.

Y así había pasado todos esos años, sin sentir nada por nadie, viéndome obligado a intentar sentir algo por Chelsea en un intento por no quedarme atrás.

Pero el problema empezó cuando volvimos al colegio y sentí algo por Violetta de nuevo, algo que me molesté en ocultar, pero finalmente me había salido.

Manuel y el maestro volvieron con una camilla, y decidí que la mejor opción era hacerme el desmayado mientras me pasaban por todo el parque. Escuché a Manuel contarle al maestro todo. Abrí el ojo derecho y vi a Violetta justo cuando volteaba a verme.

Mierda.

Corrió hacia nosotros.

- Manuel, ¿qué está pasando? - su voz estaba rota, y seguramente su cerebro estaba encajando piezas.
- Este... está... enfermo...
- ¡Ya sé, idiota! Pero...

Algo hizo clic en su expresión, y luego ésta se tornó de dolor. Respiraba pesadamente al tiempo que se movía con nosotros, y Elena, Tamara y Alan la perseguían.

- Esto... fue... lo qué pasó ese día.

Manuel no dijo nada, y entre tanto llegamos al centro y el maestro me llevó lejos de ambos.

Cerré los ojos por completo, hasta que oí pasos apresurados.

Era Violetta, y atrás de ella, intentando detenerla, Manuel.

- Lo siento - susurró ella con voz ahogada mientras me acostaban y llamaban a mis papás.

Al siguiente segundo dejé de respirar.

Mi mano reposaba sobre la suya.

Lejos del romanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora