5° Planta

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Camila

Que Valeria hubiera mencionado la cinta adhesiva me mantuvo despierta por la noche, pues mi mente se llenó con fantasías con la señora Jauregui. La imaginaba atada a una silla, con el ceño fruncido, las fosas nasales dilatadas mientras la montaba. Esa era exactamente la imagen en la que intentaba no pensar, pero después del incidente de la hamburguesa con queso, no podía parar de hacerlo.
No podía dejar de pensar en ella.
La noche apenas había empezado cuando sonó el teléfono. Aquel estúpido revoloteo en mi estómago se activó al ver el número.
-Buenas noches, señora Jauregui -dije.
-El suelo del cuarto de baño está lleno de agua -dijo en voz baja y claramente irritada.
¿Agua? ¿Suelo? -¿Me ha oído, Camila?
Parpadeé, intentando que mi cerebro funcionara.
-¿Hay una fuga?
-No lo sé, ¿por qué no sube aquí con alguien de mantenimiento? -La ira era muy notable en su tono, probablemente debido a lo que estaba tardando en darle una respuesta.
-Sí, claro, lo siento, señora. -¿Desde cuándo me había convertido en una idiota delante de ella? Debía de ser la sorpresa de que se quejara de algo verdaderamente malo y que no fuera una de sus ridículas exigencias. Cogí el teléfono y llamé a mantenimiento para que se encontraran conmigo en su habitación, y luego esperé a que Troye volviera del Starbucks.
Ya desde nueve metros de distancia, Troye supo que había recibido una llamada.
-¿Qué le pasa hoy? -preguntó mientras me tendía un café con leche recién hecho.
-Gracias. -Se lo arrebaté de la mano-. Puede que hoy sea un problema de verdad.
-¿Sí? Buena suerte.
Tomé un rápido sorbo del café con leche.
-Espero regresar pronto.
Cuando llegué a la planta catorce vi acercarse a Joe, el supervisor de mantenimiento, desde el ascensor de servicio.
-Hola, Camila -me saludó con una sonrisa.
-Hola.
-¿Qué ha pasado?
Solté un suspiro antes de extender la mano y llamar a la puerta.
-Ahora lo sabremos.
La puerta se abrió de golpe y casi me caí por el impacto de verla. Cada vez era más difícil soportarlo, no más fácil. El poder y la fuerza emanaban de ella con una intensidad casi palpable.
Por desgracia, también lo hacía su sex appeal.
-Ya era hora -refunfuñó.
Sujetó la puerta mientras Joe y yo entrábamos, y mi compañero se dirigió directamente al cuarto de baño. La seguí, y abrí mucho los ojos al ver el agua que cubría el suelo.
-Vaya. -Me alejé para que Joe encontrara el problema, y me volví para enfrentarme a la señora Jauregui.
-Eso mismo -dijo. Mostraba un nivel de irritación diferente al que estaba acostumbrada. Esa vez estaba enfadada de verdad. -Le pido disculpas por este inconveniente.
-¿Es que en este hotel no saben hacer nada bien? -preguntó, quitándose los gemelos. Nos llegó el tintineo del operario de mantenimiento, que trasteaba en el baño.
-Una vez más, mis disculpas... -empecé, pero me interrumpió.
-Estoy harta de tantas disculpas. Más de dos putas semanas de disculpas, y no hacen nada a derechas -se mofó-. Si mi empresa estuviera dirigida como este hotel, no tendría trabajo. Son unos malditas idiotas incompetentes.
-Por favor, señora, su lenguaje es inapropiado. Estamos tratando de rectificar la situación. -Ya me había cansado de sus insultos. No había necesidad de usar ese lenguaje, dado que estaba haciendo todo lo posible para resolver el problema y que se trataba de un accidente. La cuestión era que nada parecía hacerla feliz, salvo echarme la bronca.
-No debería haber ninguna situación -exclamó, mirándome fijamente mientras se arrancaba la corbata del cuello.
Me mantuve firme, frente a ella, con la columna vertebral muy derecha. -Estoy de acuerdo, pero desgraciadamente la hay. Para compensar las molestias, nos gustaría ofrecerle una habitación mejor.
-No.
-Lo siento... ¿No? -Noté que me palpitaba una vena en la frente, y mi sonrisa siempre presente vaciló. A ese paso me iba a conducir al suicidio. Tal vez la idea de la cinta adhesiva no era tan mala.
-¿También es sorda, Camila? -Se acercó a mí y se detuvo justo delante, invadiendo mi espacio personal; se echó hacia delante, apoyando la mano en la pared junto a mi cabeza. A esa distancia, percibía su olor, y la muy capulla olía divinamente-. Ya me ha oído, y salvo la inundación del baño, me gusta bastante esta habitación. -Sus ojos me recorrieron de arriba abajo, y luego se humedeció los labios con la lengua-. Tendrá que encontrar otra forma de compensarme.
La sangre me subió a las mejillas mientras jugueteaba con el dobladillo de la chaqueta. Estábamos a unos centímetros de distancia y lo único que quería era echarme hacia delante y besarla. El calor que emanaba de ella encendía todos los nervios de mi cuerpo. Tenía que estar malinterpretándolo. No era posible otra opción. La extraña aceleración de mi pulso cuando lo veía, las mariposas en el estómago... Esa era solo otra reacción exagerada de mi cuerpo, que escuchaba y veía lo que quería y lo convertía en algo seductor.
-Estoy a su servicio, señora Jauregui -dije, nerviosa.
Estaba lo suficientemente cerca como para jurar que la había oído gemir, algo que casi me hizo gemir a su vez por la oleada de calor que me recorrió.
Se apartó de la pared y continuó desabrochándose la camisa.
-Fuera de aquí.
Era la segunda noche que me despedía de la misma manera. Una chispa eléctrica parecía circular entre nosotros, hasta que, de repente, se volvía fría y calculadora.
-Menuda capulla exigente -refunfuñé mientras volvía por el pasillo, maldiciendo su nombre al tiempo que me abanicaba la cara.
Mis pasos se hicieron más lentos al llegar al ascensor y los latidos de mi corazón se fueron regulando. No me gustaba lo que me estaba haciendo, las dudas que me estaba provocando. Cada encuentro con ella estaba destruyendo todo lo que creía saber y querer.
Tratar con el señora Jauregui me había llevado al punto de perder el sueño, a pesar de que necesitaba dormir. Entre su ira y su gran atractivo sexual, no podía aguantar más.
Su estancia se prolongó una semana más, mientras yo rezaba desesperadamente para que se marchara y me dejara volver a la normalidad. Estaba cansada de lidiar con ella, cansada de recibir sus broncas y cansada de sueños llenos de lujuria en los que era la máxima protagonista.
-Oye, ¿estás bien? -preguntó Shawn.
-¿Mmm? Oh, estoy bien.
-¿Estás segura? Pareces... desubicada.
Intenté regalarle una sonrisa, pero la extraña pesadez en el pecho me lo impidió.
-Sí, solo estoy cansada.
Parecía haber un muro invisible entre nosotros, pero eso no detuvo a Shawn. Tal vez él no lo sintiera como yo. Era casi como si la barrera de mi espacio personal hubiera vuelto a la vida con él.
Me pasó la mano por el brazo y se agachó para mirarme a los ojos.
-Tienes libre mañana. Descansa un poco.
Solté un suspiro.
-Tengo clase a las nueve.
-Joder, qué mala suerte. Vale, entonces vete a casa y duerme, y mañana relájate bien por la noche. El sábado trabajas, así que descansa. Toda la ciudad estará intransitable por la carrera.
-Mierda, me había olvidado.
-Es durante el día -señaló-. Usa el metro y todo irá bien. Sé que no te gusta cogerlo de noche, pero aún será de día cuando salgas.
Asentí.
-Es cierto. -Coger el metro ese día no era mala idea.
-¿Cómo te está tratando Jauregui últimamente? -preguntó tras un minuto de silencio.
-¿Jauregui? Igual que siempre, nada grave.
-No me gusta nada que siempre te esté llamando -confesó Shawn. Su habitual sonrisa se vio reemplazada por algo que no pude identificar, pero si la tensión de su mandíbula era una pista, no era bueno.
-También lo hace cuando no estoy -le recordé.
-Sí, pero no todas las noches. -¿Qué? -Parpadeé. Todas las noches que estaba de turno había una llamada suya.
-Alguna queja, pero no son como las que te tragas tú.
Me encogí de hombros y traté de disimular, pero me comía la curiosidad. ¿A la señora Jauregui le gustaba meterse conmigo?
-Tal vez solo soy su saco de boxeo favorito.
Apretó los labios.
-Tal vez, pero no creo que sea eso.
Fruncí el ceño y esperé a que se explayara, cosa que no lo hizo.
-Bueno, me voy. Diviértete esta noche -deseó, y se despidió con un gesto mientras se dirigía a la puerta.
-¿Oye, Shawn? -dije, deteniéndolo. Se giró y me sonrió, y por primera vez mi cuerpo no respondió-. Que tengas una buena noche.
-Y tú también.
Una lágrima resbaló por mi mejilla cuando se alejó. Notaba un peso en el corazón, un peso que no había estado allí unas semanas antes. No había hecho nada malo, pero ya no me sentía conectada a él. ¿Qué me estaba pasando? Durante el descanso para el almuerzo fui al Starbucks del vestíbulo, para tomarme un café con leche y un sándwich mientras leía en el periódico las secciones de economía y estadística empresarial. Estaba muy concentrada, pensando en mi próximo proyecto, cuando me interrumpieron bruscamente.
-No sabía que los supervisores de hotel tuvieran un nivel académico tan alto -dijo una voz familiar y sarcástica, que me arrancó de mi nube y me aceleró el pulso-. Basándome en mi experiencia de estas últimas semanas, pensaba que bastaba con tener el título de educación secundaria, y alguien que solo tenga la educación secundaria no sería capaz de entender ese artículo.
Suspiré para contenerme y no enfrentarme a ella.
-Ya que desea saberlo, señora Jauregui, terminaré un máster en Administración y Dirección de Empresas dentro de unas semanas. No, esta no es una lectura estándar para una humilde empleada de hotel. Trabajo aquí para poder pagarme la comida y un lugar en el que vivir. Estoy cursando las últimas asignaturas además de trabajar cuarenta horas en el hotel cada semana. Por no hablar de todos los trabajos académicos que debo hacer, y aun así me las apaño para cocinar, limpiar y mantener una media alta.
Me senté, me crucé de brazos y la miré con los labios apretados. Parecía... sorprendida.
-Bien hecho, Camila. Sabía que era algo más inteligente que los demás, pero esto supera mis expectativas -comentó con su característico ceño fruncido.
Eso solo me irritó más. ¿Se estaba burlando de mí? Una vena palpitó en mi sien y la miré con intensidad.
-¿Perdón? -Tenía suerte de que no la mordiera.
Movió la silla del otro lado de la mesa, e invadió mi espacio personal. No me gustó nada la forma en que se me calentó la piel cuando su rodilla rozó la mía. Me parecía demasiado contradictorio con lo que mi mente sentía por ella.
-Lo que trato de decir, Camila, es que lo que ha logrado es impresionante.
-Ha conseguido insultarme, señora Jauregui, al insinuar que me consideraba inteligente, pero solo un poco.
-La he molestado. Interesante...
-Por supuesto que me ha molestado. He trabajado mucho para acceder al máster y poder ganarme la vida. No dispongo de dinero que malgastar viviendo en un hotel de lujo durante semanas. La noche en su habitación cuesta casi como un mes de alquiler de mi apartamento.
-No he dicho que no trabaje duro, Camila. Sé que lo hace, estoy convencida de ello, es solo que... -Se interrumpió y movió la mano en señal de agitación y esta tropezó con mi café con leche.
La taza cayó en la mesa, saltó la tapa y se produjo una explosión de café.
Por todo mi libro.
Por toda mi ropa.
-¡Mierda! -Me levanté de un salto de la silla y saqué el libro del lago que se lo estaba tragando.
-Joder -maldijo, y se giró para coger unas servilletas.
Se las quité de la mano y empecé a pasar las páginas.
-Genial. Simplemente genial -murmuré. El libro me había costado más de cien dólares de segunda mano.
-No te preocupes, Camila, yo me encargo de esto. Ve a asearte -dijo Ally, la camarera, desde detrás del mostrador.
-¡Gracias! -respondí; le dediqué una sonrisa tensa y salí corriendo.
-¡Camila! -oí gritar mientras cruzaba furiosa el vestíbulo, con mi libro aún goteando café-. ¿Por qué no me deja disculparme?
-No. -Mis tacones repiquetearon en el suelo de baldosas mientras me alejaba de ella.
-¿Por qué?
Me giré hacia ella.
-¿De verdad quiere saberlo, señora Jauregui? ¿Mmm...? Porque puedo asegurarle que tengo munición más que suficiente para responderle.
Me di la vuelta y fui hacia la puerta que daba a uno de los pasillos de servicio, avanzando a la mayor velocidad posible. El estrés me inundó hasta ahogarme. Sin embargo, oí sus pasos a mi espalda.
-Camila, ¿puede detenerse? Por favor.
-¡Váyase! -grité. Tenía los ojos llenos de lágrimas, lo último que quería que viera. ¿Por qué no podía dejarme en paz? ¿Por qué tenía que seguir metiéndose conmigo?
Me agarró del brazo y las chispas erizaron mi piel cuando tiró de mí hacia ella. Me desequilibré y me estrellé contra su pecho. El libro cayó al suelo, y sus brazos me rodearon cuando el impulso nos hizo girar a ambos contra la pared. Me quedé sin aliento cuando mi espalda chocó contra los bloques de hormigón y ella se aplastó contra mí.
Cuando nos detuvimos y se alejó de mí, las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos y a resbalar por mis mejillas. Noté una opresión en el pecho e intenté reprimirme para no sollozar, pero fue inútil. Sus rasgos se vieron inundados por una expresión de pánico: abrió los ojos y la boca de par en par.
-¿Por qué no me deja en paz? -pregunté. Me había estado torturando en más de un sentido desde que había entrado en mi vida, cambiando todo lo que creía que quería.
-Por favor, no llores -me suplicó, tuteándome. Encerró mi cara entre sus manos y me secó las lágrimas con los pulgares.
-¿Qué te he hecho? -pregunté; necesitaba saber la respuesta-. ¿Por qué sigues tratándome así?
-Me gustas -respondió claramente, y pude leer la verdad en sus ojos. Mis sollozos se convirtieron en lágrimas que corrían por mi cara, y lo miré fijamente como si estuviera loco-. He actuado de forma muy infantil, lo reconozco.
-¿Perdón?
Curvó las comisuras de la boca.
-¿Cuando somos pequeños no nos metemos más con quienes nos gustan?
Lo miré boquiabierta.
-Eres adulta, ¿sabes? Si te gusta alguien, no la tomas con esa persona haciéndola sentirse inferior. Se coquetea. Tengo un diccionario, puedes mirarlo tú misma.
Me sonrió, limpiando el resto de mis lágrimas, y no pude evitar buscar su contacto. Era mucho más de lo que podría haber previsto. Se trataba de un gesto mínimo y, sin embargo, todas mis células se habían encendido y pedían más. Quería sentir más sus manos sobre mí, sus labios. Quería más de ella. Hacía demasiado tiempo que nadie me tocaba así, o quizá fuera la atracción que sentía por ella, no estaba segura.
-Tengo que ir a cambiarme -dije, obligándome a alejarme de su calor.
Asintió y dio un paso atrás al tiempo que me soltaba.
-Déjame pagarte un libro nuevo.
Miré a la mujer que había sacudido el hotel hasta los cimientos durante semanas, y vi sus ojos maravillosos y distintos. No había en ellos malicia ni ira, ni ninguna de las emociones a las que estaba acostumbrada con ella.
-Vale -dije, sin saber qué más responder.
-Que pases una buena noche, Camila -dijo en voz baja.
El corazón me latía con fuerza en el pecho.
-Igualmente, señora Jauregui.

¿Negocios o Placer? {Camren Gp}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora