14° Planta

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Maratón 5/6

Camila

Dos días después, Lauren apareció en mi puerta, con unas bolsas de plástico en una mano y una botella de vino en la otra.
—¿De qué va todo esto? —pregunté.
Me dedicó una sonrisa enorme.
—Tenemos casa.
La sonrisa que se dibujó en mi cara fue casi dolorosa. Me levanté de un salto y le rodeé el cuello con los brazos, lo que la hizo reír.
—¡Tenemos casa! —Todavía no podía creerlo. Era un lugar enorme y precioso, mucho más maravilloso de lo que jamás pensé que iba a tener.
Se rio, cerró la puerta de una patada y entramos abrazados, besándonos. Cuando llegamos a la cocina, me agaché e inspeccioné las bolsas.
—¿Qué has traído esta noche?
—Me apetecía comida italiana —dijo mientras sacaba los recipientes.
Yo pensaba en espaguetis con albóndigas, pero Lauren sacó de la bolsa pollo piccata y tortellini. Algo que seguramente combinaba mejor con el vino que lo que yo había pensado. También había pan, aceite y una ensalada enorme. Lauren abrió el vino y sirvió dos copas mientras yo cogía los platos y los cubiertos.
Nos sentamos a la mesa del comedor, que, quizás por primera vez, no estaba cubierta de trabajos de la universidad y papeles. Habían pasado meses desde la última ocasión en la que estuvo tan vacía.
—Llevo tiempo deseando preguntarte cuándo es la ceremonia de graduación —dijo, sirviéndose un poco de ensalada.
—Mañana.
—¿Y no vas a ir?
Negué con la cabeza.
—Ya fui a la de la licenciatura, y fue más que suficiente. Además, voy a estar sola.
—Yo iría…
Dejé de servir los tortellini y la miré.
—¿En serio? —Lauren conseguía que se me derritiera el corazón con el más simple de los gestos.
Asintió.
—Por supuesto. Al menos, ¿puedo darte tu regalo de graduación?
—¿Otro? —pregunté, señalando el collar que llevaba al cuello. Solo me lo había quitado para dormir.
—Este era el que quería hacerte.
Cogí un trozo de pan.
—No necesito otro.
—Vale, ¿cuándo es tu cumpleaños?
—El nueve de julio.
—Perfecto, entonces será tu regalo de cumpleaños. —Pinchó un trozo de pollo con uno de los tortellini—. Es dentro de cuarenta y cinco días, no falta tanto. Me ha costado un montón de dinero.
Negué con la cabeza.
—¿Por qué será que no me sorprende? —Estaba bastante segura de que la cantidad de dinero que se había gastado en los pocos regalos que me había hecho era más de lo que yo había ganado en meses. Solo la cena había costado varios cientos de dólares.
—Cuatrocientos millones de centavos.
Parpadeé, y comprendí por fin que se refería a la casa.
—¿Solo?
—Bueno, técnicamente trescientos noventa y un millones.
—¡Diane ha hecho un buen trabajo! —Levanté la mano para chocar los cinco. Se rio mientras le daba una palmada.
—Viene en un pack con una mujer dispuesta a satisfacer todos tus caprichos. —Hizo un gesto con las cejas.
Aplaudí, animada.
—¿Mi propia stripper?
—Tienes libertad para usarla sexualmente cuando lo necesites. —Me guiñó un ojo.
—Oh, pienso hacerlo.
Era el regalo de cumpleaños perfecto. Mi contrato de alquiler finalizaba en agosto y, con suerte, alguna de las próximas entrevistas se podía traducir en una oferta de trabajo. Cuanto antes me fuera del hotel, mejor. En especial, dados los progresos que estaba haciendo nuestra relación.
Que me fuera a vivir con Lauren después de mantener unos meses de relación secreta era un poco precipitado, pero no veía ninguna razón para no hacerlo. Me había enamorado de ella con todas mis fuerzas.
—¿El imbécil de la señora Jauregui va a desaparecer cuando vivamos juntas? —pregunté. Sabía lo exigente que era. ¿Esperaba ese nivel de perfección conmigo en nuestra casa?
Negó con la cabeza. —Seguirá en el trabajo porque ahí tengo que estar pendiente de todo. Lo utilicé como una forma de acercarme a ti, pero no seré así en nuestro hogar. En el lugar que usaremos para relajarnos y ser nosotros mismos.
—Me parece genial.
—Guay.
Terminamos de cenar y nos sentamos en el sofá para ver una película. Lauren estaba haciendo zapping en Netflix y yo me acurruqué a su lado.
—¿Has vivido antes con alguien? —pregunté, mirándolo.
Su expresión cambió y la calidez desapareció de su cuerpo; me arrepentí al instante de haber preguntado.
—Una vez.
—¿La que no terminó bien? —Lo había mencionado en el pasado, y tenía la sensación de que esa mujer era la razón por la que se ponía a la defensiva cuando mirábamos casas.
Asintió.
—Supongo que es mejor que te diga que he estado casada.
La noticia me dejó atónita, y la miré con intensidad.
—¿Oh? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Qué pasó?
—Dos años y, básicamente, lo dejamos porque era una cazafortunas.

Bingo.

Muchas cosas empezaron a cobrar sentido.
—No querías sentirte atraída por mí, ¿verdad?
Sus ojos no se alejaron de los míos.
—No. —Me hizo sentarme en su regazo—. Estaba muy enfadada contigo y conmigo misma durante esos primeros días, pero cada vez que te veía se me caía una pequeña astilla del muro que rodeaba mi corazón…, hasta que no quedó ninguna.
—Creo que todavía tienes ese muro —dije. Me había topado con él más de una vez.
—Pero no para ti.
Alargó la mano para tocarme la cara. Era otro de esos gestos tiernos que tenía. Detuvo la mano un momento antes de hablar.
—Tengo que ir a una fiesta benéfica de disfraces, ¿me acompañas? Es temática. Iré disfrazado de una versión femenina de Zeus. Tú podrías ser mi Juno.
Lo miré con el ceño fruncido.
—Zeus engañó a Juno. Muchas veces.
—Es cierto —corroboró con una sonrisa.
—Sería mejor ir como Hades y Perséfone.
—¿Ahora soy el diablo? —preguntó, indignada.
Asentí.
—Eres más creíble como diablo que como la jefa de los dioses. Solo hay que preguntar a la gente con la que trabajo.
—Pero soy jefa, y me siento como una diosa muy a menudo. Además, Perséfone no estaba precisamente contenta con Hades. Creo que te va más Afrodita.
—¿Afrodita? ¿Yo? ¿Eso te convertiría en Ares o en Hefesto? Si es Hefesto, ella lo engañó, y sobre todo con Ares. Aunque compartes similitudes con el dios de la guerra. —Sonreí.
—Eso sí —canturreó, posando los dedos en mi cadera—. ¿Y qué hay de Atenea? Era muy sabia, como tú.
—Y virgen. Creo que ya sabes que no soy virgen.
—No, me he asegurado de que no te queden agujeros vírgenes —respondió con una sonrisa de satisfacción—. Mmm, esto se está volviendo más complicado. No sabía que estabas tan versada en mitología griega y romana.
Me señalé a mí misma.
—Soy un poco más inteligente que el empleado medio de un hotel.
Frunció los labios, descontenta con mi comentario.
—Nunca te olvidarás de eso, ¿verdad?
Me acerqué a ella, hasta que nuestros labios estuvieron a apenas a un centímetro.
—Puedes compensarme. —Me agarró las caderas y me acercó más a él para frotarse contra mí.
—¿Sí?
Una sonrisa juguetona se dibujó en mis labios mientras le rodeaba los hombros con los brazos.
—Si te apetece…
—Contigo eso nunca es un problema —aseguró, movió otra vez las caderas y posó sus labios en los míos.
Dentro de poco no estaríamos hacinados en mi pequeño apartamento, sino en nuestra propia casa.
Al salir de la cuarta entrevista en dos semanas, lo hice con paso más ligero. Cada entrevista me daba más experiencia, y cada vez las hacía mejor. Cada una era un peldaño, una progresión hacia mi objetivo. Estaba preparada para ser libre y vivir con Lauren sin andar escondiéndome, como nos habíamos visto obligados a hacer. Quedaba poco tiempo para la fiesta benéfica, y yo aún no tenía un disfraz. Lauren me había dicho que no me preocupara, pero apenas faltaban unos días. El miércoles, uno de los primeros días que tuve libres, busqué por internet cualquier cosa que pudiera utilizar en caso de necesidad.
Ese día teníamos planes para una velada un poco más informal, pero, conociéndola, eso solo significaba que no tenía que ir de gala.
El zumbido del teléfono en la mano me hizo pegar un brinco, y tuve que tocar la pantalla un par de veces para contestar. No pude evitar que la sonrisa se apoderara de mi rostro al ver aparecer su nombre, o más bien sus iniciales, en el teléfono.
—Hola, cariño.
—Nos vemos abajo —dijo, y luego colgó.
Me levanté del sofá y me puse unas chanclas para ir a la puerta y bajar las escaleras. No había mucho sitio donde aparcar cerca de mi apartamento, y esperaba que hubiera podido encontrar un hueco.
Por suerte, había uno unas cuantas plazas más abajo, y me acerqué mientras ella aparcaba y se bajaba del coche. —Hola, cariño —me saludó, agachándose para besarme.
—Dime, ¿de qué va todo esto? —pregunté, sin saber por qué me había llamado.
Sacó una caja enorme del asiento trasero y me la entregó.
—¿Mi disfraz?
—Tu disfraz, Afrodita —confirmó, con una sonrisa de oreja a oreja.
Puse los ojos en blanco.
—Me parece una caja demasiado elegante para ser el envoltorio de un disfraz.
Después de coger su bolsa del asiento del copiloto, subimos. En mi apartamento estaba libre la mesa para poner la caja, algo que todavía me sorprendía. Levanté la tapa y me quedé boquiabierta al ver lo que había dentro.
Lo que lquy había comprado no podía asociarse con lo que yo tenía en mente con respecto a los disfraces: de baja calidad, demasiado caros para lo que eran y de tela fina.
Esa tela era de buena calidad y tenía un corpiño bordado con impresionantes cristales. Se sujetaba en un solo hombro, donde la tela se entrelazaba con los cristales.
—Lauren… —Me quedé sin palabras, mirando la prenda con asombro.
Se acercó a mí por detrás y me rodeó la cintura con los brazos.
—¿Te gusta?
—Me encanta —respondí—. Pero es demasiado.
—No, no lo es.
—Sí, lo es —insistí, girándome en sus brazos.
—Nada es demasiado para mi diosa —afirmó, con los ojos clavados en los míos.
Le rodeé la cintura con los brazos y dejé escapar un gemido.
—Me mimas demasiado, y no estoy acostumbrada a eso. He trabajado muy duro para conseguir lo que necesito y lo que quiero.
Se agachó y me besó la punta de la nariz.
—Oh, ya sé lo autosuficiente que eres —confirmó con una risita—. Sin embargo, me gusta mimarte. Quiero hacerlo porque te mereces tener el mundo a tus pies.
—¿Y qué he hecho yo para merecer eso?
Movió la mano para acariciarme la mejilla; su tierna mirada hizo que me doliera el pecho.
—Conquistaste mi corazón, y eso no es nada fácil.
Toqué el colgante que llevaba al cuello, y luego pasé las manos por su pecho y por su pelo. Cerró los ojos y se le escapó un gemido cuando me rodeó con sus brazos.
Sus palabras reforzaban la certeza de que éramos la una para la otra.
La quería, y esperaba poder decírselo pronto.

¿Negocios o Placer? {Camren Gp}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora