Tres semanas después…
CamilaCuando volví al trabajo, Lauren hizo lo que había amenazado con hacer el día que me contrataron en Cates: envió un anuncio a toda la empresa. Por supuesto, no se trataba de decirle a todo el mundo que estábamos saliendo, sino de un anuncio de compromiso que incluía la foto que nos habían hecho en el evento benéfico.
—¿Qué traerán hoy? —preguntó Lauren mientras abría una caja con menaje de cocina.
El fin de semana después de formalizar nuestro compromiso, fuimos a comprar muebles para poder mudarnos al loft. Lauren también se había encargado de que trasladaran todas las pertenencias que tenía en el apartamento de Nueva York. —Voy a ver —respondí, sacando el móvil del bolsillo trasero. Abrí el correo—. Hoy recibiremos los sofás para el salón, los sillones a juego, un par de mesas auxiliares y los cabeceros de dos camas.
Me encantaba el espacio. Quizá estuviera vacío, pero era nuestro. No era un hotel ni un apartamento minúsculo, sino un hogar que habíamos elegido como pareja. Un sitio en el que vivir y en el que formar una familia.
Después de casi dos semanas, alcancé por fin un nivel normal de hierro y todos los síntomas desaparecieron. Lo único que seguía sintiendo eran las náuseas matutinas, que sí eran consecuencia de el pequeño cacahuete que crecía en mi interior.
Sonó el timbre y me levanté de un salto.
—Deben de ser ellos. —Corrí hacia la puerta y abrí la cerradura.
Pero lo que había al otro lado no eran los trabajadores de una tienda de muebles, sino un hombre de cincuenta y dos años con el pelo castaño y bastante escaso. —¿Papá?
Él sonrió y abrió los brazos.
—¡Mi pequeña Camí!
Al instante, lo rodeé con los brazos y lo estreché con fuerza. Mi padre. Era mi padre.
—¡Ay! —Se reía, y, por la manera en que tensaba los brazos, supe que me había echado de menos tanto como yo a él.
Habían pasado años, y poder abrazarlo era una pasada.
—¿Camila?
Me giré y me encontré a mi madre detrás de él.
Se me llenaron los ojos de lágrimas.
—Mamá. —Me lancé hacia ella—. ¿Qué estáis haciendo aquí?
—¿No te lo ha dicho Lauren? —preguntó mi padre.
¿Lauren? ¿Qué había estado organizando mi prometido a mis espaldas?
Negué con la cabeza y sorbí por la nariz.
—No.
—Vamos a mudarnos a Boston —explicó mi madre, mirándome—. Y nos ha invitado a quedarnos con vosotros mientras nos instalamos.
—Pasad —los invité, haciéndoles un gesto para que entraran.
—Oh, Camila… —Mi madre se quedó sin palabras mientras miraba a su alrededor.
—Todavía no tenemos muchos muebles, y todo parece más grande con las estancias vacías.
—Es mejor que los cincuenta metros cuadrados que teníamos en tu apartamento —comentó Lauren con una carcajada, desde atrás.
—Mamá, papá, esa es mi prometida, Lauren. —Hice un gesto con los brazos para presentarlo.
—Es un placer conocerte por fin —dijo mi padre, estrechándole la mano con demasiada fuerza.
—¿Qué está pasando aquí? —pregunté. Era evidente que me estaba perdiendo algo, porque mi padre sabía lo que había pasado en julio, y me sorprendía que fuera tan amable.
—Resulta que en un departamento de Cates faltaba un elemento clave —explicó Lauren—. El director del departamento y yo estuvimos estudiando el puesto con los candidatos que venían del cazatalentos que utilizamos, y tu padre encajaba a la perfección. —Me sonrió, y lo miré con los ojos entornados.
—Lauren, ¿qué has hecho? —susurré.
Me colocó el pelo detrás de la oreja.
—Como siempre, todo lo posible para hacerte feliz.
Me puse de puntillas y le di un beso en los labios.
—Gracias.
Tener a mis padres cerca era un sueño, y lo sería mucho más cuando llegara el bebé. Una noticia que aún no había compartido con ellos. Habían pasado tantas cosas que no me había dado tiempo.
—¿Qué tal si nos lo enseñáis todo? —preguntó mi padre, señalando la puerta que llevaba al salón.
—Claro. —Les hicimos un recorrido por toda la casa, describiendo cómo pensábamos decorarla.
Cuando llegamos a los dormitorios, me detuve en el más grande, aunque no era el principal. Parecía más bien una sala de estar con chimenea y armarios empotrados.
—Esta habitación es ideal para vosotros —dije cuando entramos—. Hay una cama de matrimonio en otra habitación y podemos traerla aquí. Hoy nos entregan dos cabeceros.
—Perfecto —dijo mi madre con una sonrisa.
Seguimos el recorrido, y les enseñamos un cuarto de baño antes de llegar a un dormitorio más pequeño.
—Este espacio lo utilizaremos para el bebé —comentó Lauren.
La miré con la boca abierta. No me podía creer que lo hubiera soltado así, aunque era una buena forma de decírselo.
—¿Para el bebé? —Mi madre bajó la vista hacia mi estómago—. Cariño, ¿estás embarazada? —preguntó con los ojos muy abiertos.
No había forma de ocultarlo con la ropa que llevaba puesta. Ya tenía un pequeño bulto en el abdomen. Pequeño, pero perceptible en comparación con el vientre plano que había lucido hasta apenas unas semanas antes.
—Hoy cumplo once semanas —expliqué, pasándome la mano por el vientre—. Como nos hemos llevado algún susto, estábamos esperando un poco más para decíroslo.
—¿Algún susto? ¡Camila Cabello! —Mi madre me miraba con los ojos muy abiertos, completamente horrorizada. Siempre se preocupaba mucho por todo, y esa era la otra razón por la que no le había hablado tampoco de mi paso por el hospital.
—Tengo anemia. Me causó problemas al principio, pero ahora estoy bien. Tomo suplementos y ya he recuperado los niveles apropiados de hierro.
Mi padre permaneció en silencio, quieto como una estatua mientras contemplaba aquella pequeña estancia. Miró Lauren, luego a mí, y de nuevo a Lauren.
—Vale. La respuesta es sí.
¿La respuesta?
Miré con el ceño fruncido a Lauren, que le tendía la mano a mi padre.
Este se dio cuenta de mi confusión.
—Lauren me ha pedido mi bendición para casarse contigo. Le dije que no iba a darle una respuesta hasta que nos encontráramos cara a cara y la viera con mi hija.
Lauren me rodeó la cintura con el brazo y me acercó a ella.
—¿Eres feliz, cariño?
Sonreí con los labios apretados mientras las emociones amenazaban con estallar en forma de lágrimas.
—Muy feliz.
Lauren seguía ofreciéndome y ofreciéndome. Conseguir que mis padres regresaran a Boston era uno de los mejores regalos que podía recibir. Valía más que el anillo, el colgante y la pulsera juntos.
Me había dado a mi familia, tanto la que tenía cuando nací como la que llevaba su apellido.
Las palabras no podían describir lo mucho que quería al peor huésped con el que había tenido que tratar.
Un año y medio después…
Lauren
Sonó un llanto y abrí los ojos. Al echar un vistazo al monitor para comprobarlo, vi que el bebé estaba de pie en la cuna. Camila tenía el sueño más profundo que el mío y no se había dado cuenta del pequeño gorjeo de nuestro hijo.
Me levanté de la cama, dejando que mi mujer durmiera.
—¿Qué pasa, Liam? —pregunté al acercarme a la cuna.
—Dadada, ba-ba. —Se aferraba al borde con sus dedos regordetes. Hacía poco que había empezado a ponerse de pie. Estaba a punto de andar, y no nos quedaría otra que perseguirlo sin parar.
Lo levanté y me lo apoyé en la cadera.
—Venga, vamos a hacerte un biberón.
Bajamos a la cocina, y las luces automáticas iluminaron nuestro camino. Después de llenar un biberón y calentarlo, hicimos el mismo recorrido de regreso por los dos tramos de escaleras.
Me senté en la mecedora y acomodé a Liam en un brazo, sosteniendo el biberón en la mano contraria. A través de la ventana, capté el destello de las luces de colores que aún parpadeaban en los árboles de la mediana. Al terminar las vacaciones, mi familia había regresado a Ohio y nuestro hogar había recuperado la calma. Sin embargo, tenía la esperanza de pasar algún tiempo en Ohio durante el verano. Quería que Liam conociera algo más que la congestionada ciudad.
Camila siempre decía que había sido yo quien puso su vida patas arriba, pero lo mismo podía decirse de ella. Habíamos cambiado la vida del otro, y para mejor. Liam era la prueba.
Estaba embarazada de cinco meses cuando nos casamos ante una pequeña reunión de amigos y familiares. Fue una ceremonia sencilla e íntima, con la que demostramos nuestro amor mutuo.
Se le cerraban los ojos mientras mamaba lentamente. Lo cambié de posición tras dejar el biberón en el suelo. Seguí meciéndonos ligeramente mientras lo arrullaba para que volviera a dormirse. Cada vez que lo miraba, seguía asombrándome de que fuera mi hijo. Seguía sin aceptar que, aunque fuera por una fracción de segundo, hubiera dudado de que lo fuera. El día que nació, el miedo seguía ahí, agazapado en el fondo. Estaba allí de antes, de cuando me había convertido en un hombre retraído y amargado.
William Alexander Jauregui llegó al mundo el seis de marzo, y en cuanto abrió los ojos y me miró, todos mis miedos se desvanecieron. Me había quedado totalmente prendado de él.
A medida que crecía, el color de sus ojos empezó a cambiar. Se le estaba poniendo un ojo azul y otro verde, como a mí. Y no era el único rasgo que había heredado de mí. A veces, mi hijo era bastante exigente.
Me encantaban los momentos como ese, en mitad de la noche, cuando estábamos solos los dos. Los días eran siempre una carrera alocada, pero en la tranquilidad de la noche, estábamos los dos.
Alexander estaba preparando su jubilación para dentro de dos años y ya me había anunciado oficialmente como su sucesor. Era un ascenso comunicado de manera informal, pero la gente ya estaba al tanto. Habíamos iniciado el proceso de transición, pero la responsabilidad que recaía sobre mis hombros era, de repente, mucho más pesada. Había trabajado en Cates Corporation más de una década. Ya lo hacía cuando se había convertido en una empresa millonaria, y seguía creciendo. Iba a ser difícil mantener el avance y el crecimiento de la empresa y equilibrarlo con la vida hogareña.
Quería pasar todo el tiempo posible con mi familia. Era feliz y no quería que Cates fuera mi único foco de atención, como antes.
Ese era uno de mis miedos: que me absorbiera el trabajo y perdiera a Camila.
Iba a esforzarme para que eso no ocurriera.
—Cariño, despierta —dijo Camila, moviéndome.
Inspiré hondo al abrir los ojos. Me había quedado dormido en la mecedora, con Liam en brazos. Camila cogió a Liam y lo puso en la cuna antes de invitarme a levantarme.
—Vamos, señora Jauregui. Hora de la ducha. Mi erección se agitó dentro de los pantalones del pijama, excitada ante la idea.
—Aplaudo esa idea, señora Jauregui.
Volvió a mirarme, con una sonrisa pícara en los labios.
Cuarenta y cinco minutos más tarde, fui a la cocina para ayudar con Liam y que Camila pudiera terminar de organizarse. Mi suegra estaba de pie junto a la cafetera, y Camila se sentó a la mesa con Liam en la trona.
—Buenos días, Sinu —la saludé al entrar en la cocina.
—Buenos días. ¿Un café? —preguntó, tendiéndome una taza.
La acepté, asintiendo.
—Gracias. —Me acerqué a Camila y dejé la chaqueta en una silla.
Si bien se suponía que los padres de Camila iban a vivir con nosotros de forma temporal, ya llevábamos casi dos años conviviendo con ellos. Nuestra casa era lo suficientemente grande, y estábamos agradecidos de que nos ayudaran con Liam, pero al mismo tiempo echábamos de menos la privacidad perdida. Follar con mi mujer en cada lugar disponible de la casa estaba llevándonos más tiempo del que debía.
Camila estaba dando de comer a Liam mientras se tomaba un yogur, y yo me hice cargo para que ella pudiera terminar de desayunar y prepararse. Enseguida se levantó y me dio un beso rápido antes de subir las escaleras.
Volvió a bajar quince minutos después, cuando yo limpiaba el plátano de la boca de Liam.
—¿Preparado?
Asentí, dándole un último beso en la boca antes de coger a mi hijo en brazos.
—Vamos.
—¡Adiós, mamá! —dijo Camila, despidiéndose de Sinu —. Que pases un buen día.
—Tú también. Adiós, Lauren. Adiós, Liam.
Hice un gesto con el brazo de Liam para que se despidiera abuela antes de seguir a Camila a la salida. Tom, el padre de Camila, ya se había marchado.
Subimos al coche, con Liam en su silla de seguridad, y nos dirigimos a la oficina. Me encantaba que fuéramos en coche los tres juntos, aunque fueran trayectos cortos, porque eran de los pocos minutos del día en los que estábamos solos.
—¿No hace un poco de frío para llevar falda? —pregunté, poniendo la mano en la pierna de Camila. Normalmente llevaba pantalones en invierno.
—Ya, pero tenía mucho calor cuando hemos salido de la ducha.
—Es que ha sido una ducha caliente.
—Mmm…
Me encantaba cuando se ponía faldas porque sabía lo que llevaba debajo. Nada me excitaba tanto como sus muslos. Le subí el borde de la falda, deslizando la mano por encima de las medias de seda hasta llegar a la suave piel del muslo.
—¿Adónde lleva esa mano, señora? —preguntó.
Le lancé una sonrisa de medio lado.
—Adonde me da la gana.
—¿Es que esta mañana no has tenido suficiente?
—Nunca tengo suficiente de ti.
Se mordió el labio e intentó no sonreír. —Será mejor que mi esposa no te oiga decir eso.
Se me escapó una risita y le apreté el muslo.
—Lo tendré en cuenta cuando te posea hoy sobre mi escritorio.
—No sé si a mi jefa le gustaría que desapareciera tanto tiempo.
—Nena, soy la jefa de tu jefa. Tendrá que tragar. —Fui hacia mi plaza y estacioné el coche—. Si quieres conservar el trabajo, pásate por mi despacho a mediodía.
Jadeó a mi lado, con los ojos muy abiertos.
—Pero, señora Jauregui, no puede pedirme eso.
Joder, me encantaba nuestro jueguecito.
—Oh, puedo, Camila. En mi despacho. Al mediodía.
Asintió lentamente y bajó la mirada.
—Sí, señora.
Le cogí la barbilla y la acerqué.
—Qué buena chica eres. —Mi boca cubrió la de ella, separamos los labios y enredamos la lengua. Algo para conformarme hasta que la viera de nuevo.
Me costó separarme de ella, pero lo conseguí. Aunque tuve que recolocarme el paquete antes de salir del coche. Desenganché el portabebés de Liam mientras Camila, cogía la bolsa de pañales. Entramos juntos y dejamos a Liam en el décimo piso antes de volver al ascensor.
—Que tengas un buen día, cariño. Te quiero —dijo Camila cuando llegamos a la decimoséptima planta.
—Te quiero —dije. Le di un beso antes de que se apartara, con su mano aún en la mía. Nuestras miradas se mantuvieron conectadas hasta que se cerraron las puertas. Joder, sí que quería a mi mujer.
Había sido idea de Camila montar una guardería en la empresa. Al principio me resistí, pero cuando me expuso algunas de las ventajas, como faltar menos al trabajo, tener a los trabajadores contentos y a mi esposa feliz, no pude negarme. En especial, cuando nació Liam y Emma volvió al trabajo; en ese momento reconocí que era muy conveniente tenerlo cerca. El primer mes después de inaugurarla, las faltas de asistencia se redujeron en un cincuenta por ciento en la filial de Boston. Al ver los beneficios, aprobé el programa en las demás oficinas del país.
Cobrábamos una cuota por niño, pero era una fracción del coste de la guardería y ayudaba a conseguir personal de calidad. Ni una sola persona se había quejado, y casi todos los que tenían niños pequeños los habían inscrito. También estábamos a punto de lanzar una versión para niños mayores para cuando llegaran las vacaciones de verano.
—Estás haciendo grandes cambios, Lauren—comentó Alexander una hora después mientras estábamos sentados en su despacho discutiendo los informes financieros.
—Gracias, Alexander.
—La guardería va viento en popa.
Asentí.
—Tengo que admitir que si no fuera porque Camila me señaló la necesidad, quizá no se me habría ocurrido.
Sonrió. —La moral ha subido, la asistencia ha aumentado y los empleados parecen más felices, lo que es bueno.
—Mucho. La productividad también ha mejorado.
—Desde que la conocí supe que esa chica era especial, pero es increíble lo que ha hecho contigo.
—¿Conmigo? —pregunté, arqueando una ceja.
—Ya no consideras esto como un simple trabajo. Es el sustento de tu familia, y todos los que trabajan para ti son parte de esa familia.
Tenía razón. El éxito de Cates Corporation era la seguridad financiera de muchas familias, no solo de la mía. La responsabilidad era tremenda, pero lo importante era el equilibrio, y yo estaba decidido a no perder de vista ninguno de mis dos objetivos: una empresa próspera y una familia feliz.
Una hora más tarde, una llamada familiar en la puerta me hizo olvidarme del correo que estaba escribiendo. No pude reprimir la sonrisa; era un sonido que reconocería en cualquier lugar.
—Adelante. —¿Quería verme, señora Jauregui?
Joder. Adoraba a mi esposa.
Mi ayudante debía de haberse ido a almorzar, si no, Camila no habría empezado nuestro pícaro juego.
—Sí, Camila, entra.
Entró, pero, al acercarse, se le borró la sonrisa y se agachó, cerrando los ojos con un suspiro.
Me levanté al instante de la silla y me apresuré a llegar hasta ella.
—¿Estás bien? —pregunté; le acaricié los brazos y la llevé hasta una silla.
Frunció el ceño, asintiendo.
—Sí. Creo que he pillado algo.
—Pide una cita con el médico.
—Creo que es lo mejor. Mamá tiene hoy el día libre y puede llevarnos a Liam y a mí.
—No te preocupes por Liam. Yo lo recogeré a las cinco.
Sonrió.
—Gracias. —Su expresión cambió y se quedó petrificada.
—¿Qué te pasa?
—Bueno, se me ha ocurrido que… Ya me he sentido así una vez.
—¿Qué tenías entonces? —pregunté.
—Un bebé.
La miré con intensidad, paralizado.
—¿Crees que…? —Me quedé sin palabras, apretando la mano contra su abdomen. Había estado sola cuando se hizo la prueba con nuestro primer hijo, pero no iba a permitir que eso ocurriera de nuevo—. Vamos—. La cogí de la mano y la arrastré hacia la puerta.
—¿Adónde?
—A la farmacia. —Me detuve y me volví hacia ella—. No, espera. Quédate aquí, iré yo. Espérame aquí.
—Lauren, tengo trabajo que hacer.
—Por favor, cariño.
Ella asintió y se sentó. Le di un beso en la frente antes de salir corriendo hacia la farmacia más cercana.
Solo tardé quince minutos en estar de regreso en mi despacho.
—Estás acaparando a mi empleada —protestó Julianne cuando entré.
—Técnicamente, también es mi empleada.
Dinah frunció el ceño.
—Que sea tu esposa no significa que tenga privilegios especiales. Camila soltó una carcajada, pero apretó los labios para reprimirse.
Levanté la bolsa que contenía las pruebas.
—Dame otros quince minutos y será toda tuya.
Dinah entrecerró los ojos.
—¿Es un test de embarazo?
Cogí a Camila de la mano.
—Solo serán quince minutos.
—Vale… —resopló Dinah.
Arrastré a Camila al cuarto de baño de mujeres, lo que provocó un grito de sorpresa en una mujer que estaba lavándose las manos.
—Estás abusando de tu poder —aseguró Camila al entrar en uno de los cubículos del cuarto de baño con las pruebas en la mano.
—Créeme, Dinah se ha aprovechado muchas veces de ser la hija de Alexander.
Después de que Camila se recuperara del parto de Liam, no habíamos perdido el tiempo y mi mujer y yo follábamos siempre que podíamos. Al ser mi esposa, ya no había ninguna razón para que me retirara. Me aseguraba de que nunca se quedara a medias, y me ponía dura saber que cada vez que me corría dentro de ella podía dejarla embarazada de nuevo.
La verdad era que me había sorprendido que tardara tanto. No faltaba mucho para que Liam cumpliera un año. El sonido de la cisterna resonó en las paredes de azulejos, y ella salió y dejó las pruebas sobre el lavabo.
Las miraba fijamente, con el labio atrapado entre los dientes. No tardaron en aparecer las marcas. Miré la caja para cotejar los resultados y luego las pruebas.
Una sonrisa se extendió por mi cara al ver las dos pequeñas líneas.
—Estás embarazada. —Miré a Camila y descubrí que se había puesto pálida y miraba hacia abajo—. Nena…
Parpadeó y movió la cabeza.
—Lo siento. Estaba teniendo un pequeño flashback.
Le levanté la barbilla y clavé mis ojos en los suyos.
—Vamos a tener otro bebé, y estoy muy emocionada —dije, sabiendo que necesitaba oírlo. Necesitaba compensar la última vez que supimos que había un bebé en camino—. Te quiero. Te quiero con toda mi alma, y me siento feliz de que vayamos a aumentar la familia.
—¿De verdad? —Tenía el ceño fruncido.
La acerqué a mi pecho, la rodeé con los brazos y la besé en la coronilla. Se aferró a mi chaqueta.
—Estoy muy emocionada. —Y era cierto—. Aunque, por lo que veo, tus padres nunca podrán mudarse.
Se rio.
—No digas eso. —Suspiró y se acercó más a mí—. Supongo que no es tan malo. Tenemos un loft muy grande.
—Espero que sea una niña—dije—. Tan hermosa y fuerte como tú.
—Ojalá sea una niña.
—Luego podemos tener otro niño. Hacer un patrón alterno.
Se apartó y me miró.
—En cuanto nazca el bebé tomaré anticonceptivos —aseguró.
—¿Por qué? —pregunté.
Me miró con los ojos muy abiertos. —Cariño, puede que te guste que esté embarazada…
—Es así —la interrumpí.
Puso los ojos en blanco.
—No quiero ser solo una fábrica de bebés. Dos hijos son suficientes.
—Siempre he imaginado que tendríamos tres o cuatro.
Negó con la cabeza y sonrió.
—Déjame descansar un par de años, luego retomaremos el tema. Hay tiempo de sobra más adelante.
Pasé la mano por su vientre, cubriendo el bebé que crecía en su interior.
—Tienes razón. Es que… Me encanta que estés embarazada.
Una sonrisa se extendió por su rostro.
—¿Porque me has reclamado?
Asentí.
—Exacto.
Meses después vino al mundo nuestra hija. La llamamos Amelia.
La vida siempre tiene altibajos, pero juntos podíamos manejarlos. Camila y nuestros bebés siempre iban a ser mi mundo. Los amaba con todo mi corazón, con mis cicatrices, ya curadas hacía tiempo, porque Camila me había mostrado que existía el verdadero amor.~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Fin.
Ahora a continuación voy a subir unas sinopsis de varios libros que quiero adaptar a Camren y ustedes me dirán cuál les gusta más y quieren que empiece a subir primero. 😘
Atentamente RiverMinoru24 💜✨
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¿Negocios o Placer? {Camren Gp}
FanfictionCamila Cabello ha luchado mucho toda su vida para lograr sus metas. Trabaja como supervisora en un hotel de lujo de Boston para poder pagar su máster en la universidad y no ha tenido mucho tiempo para el amor pero cuando una altísima directiva de un...