27° Planta

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Camila

El domingo por la noche me sentía mejor, pero Lauren me sugirió que me tomara unos días más de descanso. En ese momento, los síntomas de la anemia empezaban a disiparse lentamente. Fue entonces cuando empecé a darme cuenta de lo mal que había llegado a estar.
Cuando llegó el lunes de por la mañana, Lauren tuvo que volver al trabajo y me dejó sola por primera vez desde que había ido a buscar su ropa unos días antes.
—Tómatelo con calma —dijo, dándome un beso en la frente—. Llámame si necesitas algo.
Me quedé en el apartamento, acurrucada y somnolienta. Después de que se fuera, tomé unas galletas y puse Netflix. No hacía más que sudar; abrir las ventanas no lograba aliviar las altas temperaturas y la fuerte humedad. Dirigí el ventilador hacia mí, tratando de refrescarme, pero lo único que hizo fue secarme el sudor. Me quedé dormida mientras terminaba de ver un episodio de Supernatural.
Un rato después, me despertó un llamada a la puerta. El corazón me brincó en el pecho; parpadeé, miré el reloj y me levanté del sofá.
—¿Hola? —dije a través de la puerta. Era casi mediodía y no esperaba a nadie.
—Hola, una entrega de la señora Jauregui.
Abrí con el ceño fruncido y vi un repartidor con una bolsa en la mano.
—Mmm, espera que voy a darte una propina.
—Oh, ya me la han dado. —Me tendió la bolsa.
La cogí, le di las gracias y cerré lentamente.
Cuando llegué a la cocina, dejé la bolsa en la encimera y saqué los recipientes. Enseguida me llegó el olor a vinagre y especias, y empecé a salivar.
Dips con salsa Buffalo.
Lauren se había encargado que me trajeran un pedido con salsa Buffalo, acompañado de una ensalada.

Gracias.

Era un detalle de su parte, aunque pronto iba a tener que volver a consumir alimentos más saludables. Estaba dejando el teléfono cuando recibí su respuesta.

De nada. ¿Cómo te encuentras?

«Como si viviera en un horno», pensé.

Con calor. Sudando como una loca. Acabo de despertar de una siesta.

Come, relájate. Llegaré dentro de un rato.

Sí, señora Jauregui.

No pude evitar sonreír ante mi respuesta. Había sido instintiva y natural. Muy propia de nuestra relación. Estaba derribando mis defensas y tenía que admitir que eso me asustaba.
Necesitaba ayuda, orientación. Solo había dos personas a las que podía llamar y, por suerte, vivían juntas. Me acomodé en el sofá, busqué el contacto en la agenda del móvil y llamé a Ava.
—¿Hola?
—Hola, Ava.
—¡Oh, Dios mío! ¡Camila! ¿Estás bien? ¿Va todo bien? ¿Cómo te encuentras? ¿Qué te ha dicho el médico? Josh me ha comentado que todavía seguías de baja y quería llamar, pero también añadió que Lauren fue a buscarte y no quise entrometerme.
Sonreí al oírla parlotear.
—Voy mejor.
—¿Y cómo está el cacahuete? —preguntó.
Sonreí y miré hacia abajo, donde me acariciaba el abdomen con la mano.
—Parece que bien.
—¡Uf! Estaba muy preocupada. —Gracias por estar pendiente de mí —dije, con los ojos llenos de lágrimas—. Lauren se presentó en el hospital y dijo que era mi esposa para que la dejaran entrar.
—¿En serio?
—Ava… —Solté un suspiro—. Me siento confusa. En un maremágnum emocional.
—¿Qué te está pasando?
—Se quedó conmigo toda la noche en el hospital y luego me trajo a casa, donde siguió cuidando de mí. Mientras estábamos en el hospital, me explicó por qué se había vuelto loca y se disculpó; de hecho, sigue pidiéndome perdón sin parar.
—Me encanta que haya tenido que esperar hasta que estuvieras en el hospital para decírtelo por fin —dijo, con la voz llena de sarcasmo.
—Ya. Resulta que su ex la engañó y se enteró en la sala de partos de que el niño no era suyo. —Todavía no podía ni imaginar el horror. Pasar todo un embarazo deseando sostener a tu hijo en brazos para descubrir que todo lo que habías pensado era mentira.
Se oyó un grito ahogado al otro lado de la línea.
—Ah, joder. Pensó que vivía lo mismo otra vez, ¿no? —Ava lo había pillado con rapidez.
—Sí. Fue una reacción instintiva. Lo entiendo —dije con un suspiro—. Aunque eso no significa que duela menos, al menos entiendo lo que le pasó.
—Tener una explicación es un alivio.
—Y ahora llega la parte con la que estoy teniendo problemas… Desde el momento en que me vio en el hospital, no ha hecho más que mimarme sin parar. Me abraza durante toda la noche, aunque sé que está muerto de calor. Me da todo lo que deseo y necesito. Incluso se ha encargado hoy de que me trajeran el almuerzo.
—Está tratando de cuidar de ti. Está tratando de reconciliarse contigo, de demostrarte lo mucho que te quiere.
—Sí, y me encanta, pero ¿cómo puedo superar todo lo que ha pasado? —pregunté. Quizá había llegado al punto en que mi corazón estaba lo suficientemente fuerte como para darle otra oportunidad.
—Si quieres estar con ella, si crees que se ha arrepentido lo suficiente y que está a tu lado, tienes que darle una segunda oportunidad. En una relación se cometen errores. Se dicen palabras duras cuando te envuelven la rabia y las frustraciones. No siempre se trata de situaciones intencionadas, pero duelen profundamente. Las palabras no se pueden retirar, pero se pueden perdonar. ¿La amas lo suficiente como para perdonarla?
¿Podía hacerlo? ¿Podía pensar en todo lo que estaba haciendo para cuidarme, en todo el afecto, y borrar con eso el dolor?
Sí, había una posibilidad.
—Gracias, Ava.
—¿Vas a darle una oportunidad? —preguntó, con tono esperanzado.
—Sí, creo que sí.
—Entonces, buena suerte. Y llámame cuando lo necesites. Estoy aquí para lo que quieras y tengo respuestas a todas las preguntas embarazosas que te hagas… También sobre el embarazo.
Tenía la sensación de que su número iba a estar en mis favoritos.
—No sé cómo agradecerte todo lo que has hecho.
—Yo sí —dijo con naturalidad.
—Ah, ¿sí?
—Con una cena de parejas.
Se me escapó una risita mientras negaba con la cabeza.
—Creo que eso podemos arreglarlo.
—Genial. Dime una fecha y yo me encargo de todo.
—¡Vale! Que tengas un buen día.
—¡Igualmente! —exclamó justo antes de que pulsara el botón para colgar.
Todos cometíamos errores y decíamos palabras inadecuadas. Si no era capaz de darle a Lauren una segunda oportunidad, iba a renunciar a lo que sabía que era el amor de mi vida.
Hacia las tres llamaron de nuevo a la puerta. Cuando la abrí, había un hombre en el rellano con una gran caja.
—¿Qué es esto? —pregunté, apartándome para dejar pasar al repartidor.
—Un aparato de aire acondicionado. La señora Jauregui ha dispuesto que instale uno en el dormitorio y otro en el salón —informó; cogió la caja y entró.
—¿En serio?
—Sí, señora.
Asentí y fui en busca de mi móvil.

¿Negocios o Placer? {Camren Gp}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora