22° Planta

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Camila
El tiempo pasó a un ritmo lento y agonizante. Esperaba que volviera. Que se disculpara. Que me dijera que no lo había dicho en serio.
El agujero de mi pecho se hacía más grande con cada hora que pasaba. Me acurrucaba cada vez más y más entre las mantas con la esperanza de que todo fuera un mal sueño del que iba a acabar despertando.
Pasaron el sábado y el domingo sin que Lauren diera señales de vida. Esperaba que volviera, que intentara arreglar las cosas, que se disculpara, pero ni siquiera me envió un mensaje.
Por mi parte, le escribí un mensaje para ver si se había calmado, para ver si estaba dispuesta a hablar, pero no obtuve respuesta. Cuando la llamé, me saltó el buzón de voz. El domingo por la noche, cuando vi que seguía sin contestarme, tuve clara su respuesta: habíamos terminado.
En solo cinco minutos había puesto fin a nuestra relación, con suma frialdad.
Cuando me di cuenta, me envolvió la agonía. Me sentía confundida, dolida. No sabía por qué mi amada novia se había vuelto loca.
Dondequiera que mirara, había pruebas de ella, lo que hacía que el dolor fuera insoportable. Su ropa seguía esparcida por mi dormitorio, en el cesto de la ropa sucia, sobre la mesa. El baño estaba lleno de sus artículos de aseo.
Pero se había ido.
Ni siquiera podía comprender por qué las cosas habían cambiado tan de repente.
La llama que arde más fuerte y brillante es la que más rápido se apaga, ¿verdad?
De alguna manera, conseguí levantarme para ir a trabajar el lunes, pero cuando volví al apartamento esa noche no podía recordar nada de lo que había pasado. Lo único que sabía era que no lo había visto en absoluto.
Al entrar me di cuenta de que alguien había estado allí, pero las únicas cosas que habían desaparecido eran las de Lauren. Todo, No estaba ninguna de sus pertenencias.
El peso en mi estómago se hizo más hondo. Me rodeé la cintura con los brazos, se me doblaron las rodillas y me deslicé hacia el suelo. Los sollozos me inundaban de pies a cabeza, las lágrimas rebotaban en el suelo de madera.
Se había ido de verdad. Ni siquiera quería verme, así que se había asegurado de venir cuando yo no estaba en casa. Se había acabado. Nuestra salvaje travesía había terminado con un naufragio y un regalito de despedida.
No nos quería.
Lo que no podía soportar era su dolor. El dolor desgarrador que había visto en sus ojos por debajo de la ira y la rabia.
Eso me confundía.
Mis sueños se habían roto de golpe cuando la puerta se cerró tras ella.
Se había ido.
No quería tener un hijo, un hijo nuestro, y nosotros no lo necesitábamos. Lo había hecho todo por mi cuenta hasta ahora. Podía criar a nuestro… A mi hijo sin ella.
En realidad, para Lauren yo no había sido más que un capricho pasajero. Solo había sido un juguete, y había pasado a ser historia. Mi corazón se fracturó una última vez antes de estallar en millones de pedazos cuando murió el último rastro de esperanza.
Tenían razón. Todos tenían razón.
Tardé dos horas en levantarme del suelo. Otras dos en decidir que tenía que averiguar qué necesitaba para prepararme para darle la bienvenida a un bebé.
Con o sin Lauren, dentro de unos ocho meses iba a tener otra vida de la que ocuparme. Necesitaba un plan detallado para saber cómo iba a lograrlo.
El martes tenía la mente más clara, como siempre que tenía una tarea que realizar. El corazón me martilleaba en el pecho mientras jugueteaba con el dobladillo de la manga. Mi seguro médico no entraba en vigor hasta treinta días después de comenzar a trabajar, y aún me faltaban unos cuantos.
Llegué temprano, rezando para que Dinah estuviera en su despacho y así poder hablar con ella antes de que todo el mundo entrara. Por suerte, la luz estaba encendida y vi su figura sentada en su escritorio cuando me acerqué a la puerta abierta. Di unos golpecitos en el marco y levantó la rubia cabeza para mirarme con una sonrisa.
—¿Tratando de sumar puntos llegando temprano? —preguntó.
—¿Puedo hablar contigo un momento?
Su sonrisa vaciló y me hizo un gesto para que entrara.
—Entra y cierra la puerta.
Entré y me senté en la silla de enfrente.
—¿Qué puedo hacer por ti?
—Bueno, quería informarme sobre los permisos de corta duración —dije, sentándome en la silla frente a su escritorio.
—¿Va todo bien? —preguntó, y noté genuina preocupación en su voz—. Ayer no tenías muy buen aspecto, ¿y ahora esto? Me preocupas.
No sabía si eran las hormonas, el estrés, mi depresión o una combinación de todo, pero sus amables palabras abrieron una compuerta y todo empezó a salir.
—El viernes me enteré de que estaba embarazada, y cuando se lo dije a mi novia, se puso como una loca. La eché de casa y no he vuelto a saber de ella.
—Dios… ¿Qué coño…?
—Lo siento —sollocé—. No puedo parar.
Vi a través de las lágrimas que Dinah se ponía de pie y venía hacia mí. Se sentó a mi lado y me rodeó con sus brazos.
—Lo sé, tranquila.
Por fin, después de unos minutos, pude serenarme.
—Lo siento mucho. No suelo portarme así.
—Probablemente yo habría reaccionado de la misma manera si mi esposa hubiera sido así de gilipollas… Justo antes de darle una patada en el trasero, claro.
—Es la mayor gilipollas que he conocido, pero conmigo fue dulce, cariñosa y maravillosa. No puedo creerme todavía las cosas que me dijo. Creí que solo necesitaba despejarse, pero no ha vuelto. —La amaba con toda mi alma y jamás habría esperado esa reacción.
—Es una idiota  —dijo con firmeza—. Respondiendo a la pregunta original, lamentablemente no podrás cobrar mientras estés de baja por maternidad, ya que para entonces no llevarás aquí un año.
Asentí en señal de comprensión e inspiré hondo.
—Entonces, si es posible, me gustaría hacer todas las horas extras que pueda.
—¿Ya has ido ya al médico? Negué con la cabeza.
—No tengo ninguno de mano y aún no he tenido tiempo de buscar. Además, mi seguro no entra en vigor hasta dentro de una semana.
Se puso en pie y volvió a acercarse a su lado del escritorio.
—Te voy a dar el nombre de mi ginecóloga, que es maravillosa. Quiero que la llames y conciertes una cita para el día en que entre en vigor el seguro. Si no pueden atenderte porque eres una paciente nueva, avísame y te pediré la cita personalmente.
—¿Por qué eres tan amable conmigo?
—Ah, deduzco que mi reputación ha llegado a tus oídos —dijo con una sonrisa—. En resumen, me caes bien. Por lo que he visto, eres trabajadora y tienes una gran personalidad. Creo que tienes mucho potencial y no quiero perderte.
Cuando salí de su oficina me sentía mejor, más segura de cómo iba a manejarlo todo. Dinah dijo que iba a estudiar lo de las horas extras, pero no creía que fuera a ser un problema. El trabajo siempre se acumulaba y la empresa estaba en buena situación económica.
Cuando volví a mi mesa, ya habían llegado la mayoría de mis compañeros. Tenía mucho trabajo del que ocuparme y me puse a ello. Era bienvenido todo lo que me distrajera del dolor.
Justo antes del almuerzo, llegó un correo. Era un comunicado de prensa para toda la empresa, en el que se hablaba de cómo iba la compañía, y al final había una foto de Alex Cates y Lauren Jauregui. Estaba sonriendo y muy guapa, y la echaba mucho de menos.
Noté una opresión en el pecho y dejé escapar un sollozo antes de poder detenerme.
—Oye, ¿estás bien? —preguntó Josh desde el cubículo de al lado.
—Sí, estoy bien. —Asentí mientras intentaba hacer desaparecer las lágrimas parpadeando.
—¿Quieres ir a comer y hablar de ello?
Me limpié una lágrima.
—¿Quieres escuchar mis problemas?
Se encogió de hombros.
—Si mi esposa supiera que he dejado a una mujer sufriendo sola, me desollaría vivo.
—No estoy exactamente sola. —Y menos en el sentido literal. Ya no.
—¿No? —No. Hay gente a mi alrededor. —Señalé, sonriendo lo mejor que pude.
—Muy graciosa, Camila. Vamos, conozco un lugar estupendo cerca.
Con un suspiro, cedí y cerré la sesión. Cada vez que se abrían las puertas del ascensor, contenía la respiración. El miedo, la esperanza y el anhelo se apoderaban de mí. Solo quería verla, hablar con ella.
—Espero que te guste la comida mexicana —dijo Josh mientras salía con él del edificio y nos dirigíamos calle abajo.
Me lo pensé, lo consulté con mi sensible estómago y decidí que merecía la pena ir. El local estaba repleto, con la afluencia habitual a la hora de comer, y nos costó encontrar una mesa.
—Dime, ¿quién es ella? —preguntó después de que pidiéramos.
—ella es… —Me quedé sin palabras, suspiré y me recliné en la silla—. ¿Me das tu palabra de que no se lo dirás a nadie?
—Ya sé que solo compartimos pared de cubículo desde hace unas semanas, pero mis labios están sellados.
Inspiré hondo y le conté todo sobre mi embarazo, quién era la otra madre y lo que había pasado. Una vez que terminé, me puse a llorar y me encontré con el silencio. —Lauren Jauregui. ¿La vicepresidenta de Cates es la madre biológica de tu bebé? —preguntó con incredulidad.
Puse los ojos en blanco.
—Odio ese término.
—Pero tienes que admitir que es el apropiado en esta situación.
—Más bien «donante de esperma involuntario». —Sumergí una patata frita en la salsa, mojándola bien. Goteó de camino a mi boca.
—Oh, apuesto a que estaba muy dispuesta —me corrigió, entregándome una servilleta.
—Gracias —dije mientras limpiaba el desastre—. Todavía me resulta difícil creer no solo que estoy embarazada, sino que Lauren no nos quiere. Ella es quien tenía muchos planes para nosotros.
—¿No se habrá quedado en estado de shock? —sugirió.
Solté un suspiro.
—No lo creo. Han pasado días y no se ha puesto en contacto conmigo. No me devuelve las llamadas e incluso se llevó todas sus cosas cuando yo estaba en el trabajo.
Josh apretó los labios.
—¿Por qué no te vienes a cenar esta noche? Ava va a hacer su famosa pasta al horno.
Lo miré, dubitativa. ¿Cenar con una pareja de enamorados y su bebé, o pasar la noche a solas con el olor de Lauren aún persistente en mi casa?
Asentí.
—Acepto el plan.
Terminamos de comer y fuimos a la oficina. Josh me dio su dirección, y resultó que vivía a solo un par de kilómetros de donde estaba mi apartamento. Podía pasar a cambiarme de ropa antes de ir a su casa.
Mientras subía las escaleras hasta su apartamento, empecé a preguntarme si contarle a Josh y a su mujer todos mis problemas era buena idea.
Todo eso se esfumó cuando una morena bajita, con un estiloso corte de pelo, abrió la puerta.
—¡Camila! —Ava se adelantó y me rodeó con sus brazos—. ¡Cuánto me alegro de conocerte!
Me sentí bien cuando me abrazó, incluso aunque fuera una extraña. En ese momento necesitaba cariño de verdad, y Ava era una persona muy cálida. No pude evitar que los ojos se me llenaran de lágrimas. —Y yo.
—Ah, sí, Camila, esta es mi esposa, Ava —dijo Josh moviendo la cabeza—. Y ese pequeño monito es April.
No pude evitar reírme un poco. «Amigable» era una palabra que se quedaba corta para describir a Ava.
—Hola, April —le dije al bebé que estaba tumbado en una alfombra de actividades. Movía los piececitos con furia y alzaba las manos lanzando chillidos de alegría.
—Bueno, ¿cómo te encuentras? —preguntó Ava. Me giré para mirarla y luego miré a Josh—. Oh, lo siento, Josh me lo ha contado.
—No pasa nada. Estoy bien, pero tengo muchas náuseas.
Asintió.
—Oh, recuerdo esa etapa. ¿Has ido ya al médico?
Negué con la cabeza.
—No, tengo una cita la próxima semana.
—Todavía recuerdo mi primera cita. Pude ver a April cuando no era más que una pequeña pepita. Josh se quedó totalmente enamorado.
Mi sonrisa se desvaneció al darme cuenta de que Lauren no estaría sentada allí a mi lado. De hecho, iba a ir sola y, cuando terminara, no iba a tener a nadie con quien hablar de ello.
—¿Camila?
Sorbí por la nariz.
—Lo siento.
Ava apretó los labios y se volvió hacia su marido.
—Josh, ¿puedes vigilar a April mientras Camila me ayuda en la cocina?
—¡Llegan los momentos especiales entre padre e hija! —le dijo a April con los ojos muy abiertos, lo que le hizo ganarse una sonrisa desdentada.
En cuanto entramos en la cocina, Ava sacó un taburete de debajo de la barra y me indicó que me sentara.
—¿Estás bien? ¿Bien de verdad?
Negué con la cabeza.
—No, no lo estoy.
—Josh me ha dicho que se ha largado
Asentí, y entonces se rompió el dique.
—Apenas ha pasado una semana y me siento como si estuviera en el fondo de un pozo. Estoy embarazada, sola, sin dinero, sin apoyo —confesé—. Mis padres viven a miles de kilómetros, ¿y cómo voy a decirles lo fracasada que me siento?
Me dio un pañuelo de papel para secarme las lágrimas. Ava era la primera persona con la que podía sincerarme sobre lo que sentía.
—Mira, sé que nos acabamos de conocer, pero no eres un fracaso. —-Me tendió la mano y me la apretó.
—Si no lo soy, entonces ¿cómo coño me he jodido así la vida? Hace solo unos días era muy feliz, y lo digo literalmente. —Sentí como si mi pecho se abriera de nuevo y la agonía se derramara por cada poro.
—¿Qué ha pasado?
Resoplé y me encogí de hombros.
—Ojalá tuviera una historia fantástica. Así podría entenderlo, tal vez incluso explicarlo. Era un día normal, no me sentía bien y, cuando me di cuenta de que tenía un retraso, me hice una prueba de embarazo, se la enseñé y  se volvió loca; insinuó que me había quedado embarazada a propósito por su dinero. Para atraparla o algo así. Entonces la eché.
La expresión de Ava cambió.
—¿Se ha puesto en contacto contigo?
Negué con la cabeza mientras me limpiaba otra lágrima.
—No la he visto ni nada desde entonces.
—Menuda cabrona… Solté una risita desconsolada.
—Es bien conocida por ser una idiota, pero no conmigo. Me siento muy confundida. Se volvió loca y luego se llevó todas sus cosas mientras yo estaba en el trabajo. No he planeado esto, no lo he engañado. Esto solo demuestra de forma espectacular cómo falla la marcha atrás y la incapacidad para controlarse.
—Los hombres pueden ser unos bastardos egoístas —apuntó—. Pero espero por tu bien que esto haya sido un error de comunicación, o algo así, y que entre en razón.
La desesperación intentó meter esa idea en mi cabeza, pero la rechacé. Si lo hacía, iba a tener que luchar otra vez para echarla.
—Eso estaría bien, pero no cuento con ello. He concentrado toda mi atención en prepararme para un bebé.
Sonó el temporizador del horno y ella se levantó para apagarlo.
—Bueno, que sepas que no estás sola, ¿vale? Soy madre; estoy aquí para ayudarte en lo que necesites. Todo va a salir bien.
El vapor llenó la habitación cuando abrió el horno y sacó una gran fuente de cristal.
—Gracias —dije. Era bueno tener a alguien con quien hablar de todo.
—Y me encantaría acompañarte al médico.
Le sonreí, sintiéndome muy feliz de haber decidido ir a cenar.
—Me encantaría no ir sola.
Con una sonrisa, se dio la vuelta y sacó los platos de los armarios y los cubiertos de los cajones. Puso la mesa con rapidez y llamó a Josh.
Cuando entró con April en brazos, ella sonreía mientras él ponía caras divertidas. Era una estampa tan adorable y tierna que me hizo sentir envidia, pero me negué a que se notara.
Me centré en el plato que tenía delante y en la capa de queso. Por suerte, a mi estómago parecía apetecerle lo que estaba oliendo: pasta penne y salsa de tomate con trozos de pollo cubiertos de mozzarella.
—¿Trabaja cerca? —preguntó Ava mientras servía un poco de pasta en su plato.
Miré a Josh, que negó con la cabeza.
—Eso no se lo he dicho.
Ava parecía muy confundida, así que la puse al corriente.
—Es la vicepresidenta de Cates.
Sus ojos y su boca dibujaron unos círculos perfectos.
—Oh, guau…
Asentí.
—Eso lo hace todo más difícil.
—Pero, si trabajas en el mismo edificio, ¿por qué no subes a verlo?
—Porque tengo miedo —admití. De alguna manera, ella tenía el poder de hacer que le contara mis secretos más profundos. Por otra parte, era una excusa para que otra persona conociera mi situación.
—¿De qué? —preguntó ella.
—De que me eche, de que no me escuche, de que me despida…
—¿Por qué te va a despedir? —preguntó Josh antes de tomar un bocado.
—No sabes cómo es Lauren —dije, removiendo la pasta en mi plato—. Las semanas que tuve que lidiar con ella en el hotel fueron una pesadilla. Pero cuando descubrí por qué era tan horrible, empecé a enamorarme, y fue entonces cuando vi lo maravillosa y generosa que era. Pero no es una persona con la que puedas enfadarte, porque te destruirá.
—¿Tienes miedo de que te eche, o algo así? Porque eso es lo que parece —dijo Ava, con el ceño fruncido por la preocupación.
—destruyó mis planes, y luego me destruyó a mí. Necesito este trabajo para mantener al bebé. No puedo perderlo también.
—Para eso está la manutención —intervino Josh—. Gana mucho dinero. Puedes denunciarla.
—No quiero hacerlo. —A menos que no me quedara otro remedio, pero con el alquiler como estaba y el nuevo gasto de la guardería, probablemente no iba a tener otra opción.
—Bueno, ¿y qué quieres? —preguntó Ava.
—La quiero a ella.Quiero que me rodee con sus brazos. Quiero que me diga que me quiere. —Las lágrimas fluyeron libremente—. Solo la quiero a ella.

¿Negocios o Placer? {Camren Gp}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora