23° Planta

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Esto va a ser un maratón hasta que la historia termine para lo que por cierto falta poquito 🥺 los quiero
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Camila

Después de esa noche, los días se descontrolaron. Seguí adelante, pero cada uno suponía una lucha.
En algún lugar de mi mente siempre me había puesto nerviosa no ser suficiente para Lauren de alguna manera. Solo que nunca había imaginado que el problema sería un bebé. Tal vez, para él solo había sido una salida fácil. Tal vez no estaba tan comprometido con nuestra relación como me había hecho creer.
Cada día que pasaba mi depresión era mayor, y se agravaba con las náuseas matutinas y la falta de energía. Mi pálido reflejo mostraba la representación física de cómo me sentía por dentro. Incluso tenía los labios pálidos.
Mi corazón estaba roto, mis sueños destrozados. Me había costado mucho salir de la cama y vestirme. Apenas habían pasado dos semanas, pero parecían meses. No había sabido nada de ella. No me había enviado un solo mensaje, ni hecho una llamada telefónica, ni siquiera me había echado una segunda mirada cuando me había visto en la oficina.
Me sentía cómo si hubiera hecho algo malo y tuviera que pedir perdón, pero no era así. De lo único que se me podía culpar era de no insistir en que usara siempre un condón.
Me desperté sudando en medio de la noche y no pude volver a dormir. El calor del verano era insoportable, y el pequeño aparato de aire acondicionado que tenía en la ventana no daba abasto. Así que me quedé mirando al techo sin otra cosa que dolor de corazón.
La echaba de menos.
No la odiaba, incluso después de lo que había pasado. Claro que estaba enfadada con ella, pero seguía queriendo a Lauren. Eso tampoco significaba que si apareciera en mi puerta como si no hubiera pasado nada le dejara volver a mi lado, pero al menos la escucharía.
A pesar del agotamiento, no podía conciliar el sueño. El cansancio era mucho, pero no lo suficiente como para enviarme al país de los sueños. No ayudaba el que me sintiera como si tuviera un principio de bronquitis o algo así. Estaba segura de que había pillado un resfriado de verano.
Dinah accedió a darme más horas extras para que pudiera tener algo de dinero ahorrado cuando estuviera de baja por maternidad. Al fin y al cabo, tenía que hacer planes, aunque todavía no hubiera ido al médico. Tenía la primera cita el jueves por la tarde.
—Me gustaría que estuvieras aquí —le dije a la oscuridad, dibujando círculos sobre mi abdomen con las puntas de los dedos.
Las lágrimas me resbalaron por las sienes y por el pelo.
Tuve que prorrogar el contrato de alquiler, lo que supuso un nuevo aumento de precio. Por suerte, el propietario aún no lo había alquilado. Mi realidad presupuestaria era deprimente, sobre todo si tenía en cuenta que después de la llegada del bebé no iba a tener ingresos durante, como mínimo, un mes, y luego tendría que pagar la guardería.
Para mi desgracia, quedarme donde estaba era la mejor opción. Incluso aunque estuviera dispuesta a pagar más alquiler, solo iba a encontrar gente que buscaba compañeros de piso o apartamentos que me iban a quedar demasiado lejos; en conclusión, no había nada mejor que lo que tenía. Lo que me dejaba justo donde estaba: atormentada en un lugar lleno de recuerdos. De tiempos felices.
La tentación de vender las joyas que me había regalado era fuerte, porque necesitaba el dinero y, de todos modos, iba a ser para su bebé. Pero cada vez que abría el joyero y miraba las piezas, algo me impedía deshacerme de ellas. Sin embargo, tampoco podía ponérmelas.
Mis padres no lo sabían. Todo lo que les había contado era que mi novia y yo habíamos roto. No podía decírselo.
No podía decírselo a nadie, no podía hablar con nadie. Ya no tenía nadie con quien hablar.
Aunque eso no era cierto. Estaban Josh y su esposa, Ava, a pesar de que tenían un bebé y una vida propia. Tampoco quería molestarlos demasiado con mis problemas; ellos tenían los suyos. Además, estaban siendo amables y simpáticos, pero era una amistad nueva de la que no quería abusar, aunque Ava me iba a acompañar a la cita con el médico. A pesar de lo extraño que era que me acompañara prácticamente una desconocida, me hacía muy feliz no ir sola.
Tras pasarme otra hora tumbada, conseguí reunir las fuerzas suficientes para levantarme y darme una ducha. El agua fría me refrescó la piel.
Cuando estuve vestida y lista para salir solo eran las seis, por lo que todavía faltaban dos horas para entrar en el trabajo, aunque podía estar allí desde las siete. Eso me parecía mejor que mirar al techo durante otra hora más. Al menos me pagaban.
Apenas había coches en el aparcamiento y pude conseguir una de las mejores plazas, justo al lado de los ascensores. Por suerte, la pequeña cafetería del vestíbulo abría a las seis y servían desayunos, así que pude tomar cereales con fruta y un café descafeinado.
Cuando dieron las siete, fui a mi escritorio y me aseguré de que me llenaran el vaso antes de salir. Ya estaba sentada, guardando el bolso en un cajón, cuando una voz ronca y profunda llegó a mis oídos; me quedé petrificada.
Se me aceleró el pulso y el corazón me latió con fuerza en el pecho.

Era su voz.

Estaba andando, porque su voz se acercaba. Me quedé quieta, y permanecí agachada para que no me vieran.
—¿Podría tener esos informes para el mediodía?
—¿Para el mediodía? Estás pidiendo mucho —dijo Dinah.
—Al mediodía —subrayó.
Hubo una pausa antes de que Dinah dejara escapar un suspiro.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Eso no importa.
—Sí, claro que importa. ¿Has dormido aquí? Juraría que ayer llevabas esa corbata. Además, has estado muy malhumorada últimamente.
—Joder —susurró con un suspiro—. Es un tema personal.
La dicotomía que sentía de mi interior me estaba destrozando. Por un lado, mi cuerpo se alegraba al sentirlo tan cerca, pero, por otro, me destrozaba saber que no, yo no le importaba.
Lo único que quería era que me rodeara con sus brazos; claro que antes la abofetearía por su comportamiento.
—¿Tu novia? —Otra pausa—. ¿Qué te pasa? Tienes un aspecto horrible.
—Lo sé, pero estoy intentando solucionarlo.
¿Solucionar? No estaba intentando solucionar nada. Se había negado a hablar conmigo y se había mudado. Para mí estaba muy claro.
Dejé escapar un suspiro mientras las lágrimas me resbalaban por las mejillas. Por mucho que lo deseara, si no nos quería, no iba a obligarla a nada. Lo único que quería era saber por qué para poder decírselo a nuestro hijo cuando preguntara dónde estaba su mamá.
Porque todavía no tenía ni idea de lo que había pasado.
—Muchas gracias por venir conmigo, Ava —dije.
No podía ir a mi primera cita sola, y Ava se había ofrecido a acompañarme. No había palabras suficientes para transmitirle lo mucho que necesitaba que una amiga me llevara de la mano. Se encontró conmigo en la consulta del médico y se sentó a mi lado mientras rellenaba todos los formularios.
—De nada, y no digas tonterías. No me imagino aguantando todo esto sola, así que avísame y estaré aquí cuando me necesites. Asentí.
—Gracias.
El papeleo en la consulta del médico era tedioso. Necesitaban mucha información sobre mi salud y la de mi familia, y eso me daba dolor de cabeza.
—¿Hoy es tu cumpleaños? —preguntó Ava, mirando la fecha en el formulario.
Parpadeé y miré hacia ella y luego hacia la fecha actual. En efecto, era mi cumpleaños. Probablemente por eso había llamado mi madre. Tenía que acordarme de contactar con ella más tarde, pero no estaba de humor para hablar y menos si me interrogaba sobre mi novia, porque eso me iba a llevar a decirle que estaba embarazada, y no estaba preparada para hacerlo. Sobre todo, porque no tenía respuestas a por qué Lauren y yo habíamos roto.
—Supongo que sí.
—Deberíamos salir a cenar para celebrarlo —dijo.
Negué con la cabeza.
—No hay nada que celebrar.
—Mírame, Camila.
Levanté la cabeza y nuestros ojos se encontraron. Con todo lo que estaba pasando, mi cumpleaños no era una prioridad.
—Esto no es el fin del mundo —dijo—. Sé que estás sufriendo algo horrible, pero tienes que seguir adelante.
—¿Camila? —Una voz me llamó desde la puerta, poniendo fin a la conversación, por suerte para mí.
—Sí —dije, poniéndome de pie, con Ava justo detrás de mí.
La enfermera nos llevó a una sala de exploración y se dispuso inmediatamente a sacarme sangre.
—¿Por qué hay que sacar tanta?
—Haremos una prueba de embarazo aquí y, además, pediremos un montón de pruebas al laboratorio para comprobar multitud de cosas —dijo la enfermera, poniéndome la goma alrededor de la parte superior del brazo.
Mis ojos se abrieron de par en par.
—¿Qué cosas?
—Todo irá bien —dijo Ava, apretándome la otra mano.
No me daban miedo las agujas, pero tampoco me gustaban demasiado. Me distraje mirando a Ava, deseando con desesperación que fuera Lauren.
Tenía que haber sido Lauren quien estuviera a mi lado. Me resbaló una lágrima por la mejilla y Ava me acarició la mano y me ofreció una pequeña sonrisa.
La enfermera se fue, llevándose la mitad de mi sangre, con la promesa de que la médica iba a llegar en breve.
—Lo estás haciendo muy bien —aseguró Ava.
Solo unos segundos después, se abrió la puerta de nuevo.
—¿Camila? Soy la doctora Carmichael —se presentó una mujer al entrar. Tenía una sonrisa suave y amistosa que, de alguna manera, me tranquilizó.
—Hola. Esta es mi amiga, Ava. —La señalé.
La doctora sonrió.
—Hola.
—Hola.
—Empecemos por lo básico, ¿vale?
Asentí y ella se puso a repasar una lista estándar de preguntas, la más importante de las cuales era cuándo había sido mi última menstruación.
—¿Cómo te encuentras?
Solté un suspiro.
—Siento náuseas. Estoy cansada y nerviosa.
Ella asintió. —Es normal en este momento del embarazo. Tu cuerpo está sufriendo un gran cambio. —Miró su ordenador—. Parece que la fecha de concepción fue probablemente el ocho de junio.
Cuando dijo la fecha, me quedé helada. Era una que iba a recordar siempre: el día en que me habían despedido. La mañana en la que Lauren me había metido en la ducha.
—¿Camila? —susurró Ava.
—No es nada. Solo estaba recordando. —Me acordé del frío de las baldosas, de la energía caliente y crepitante que siempre había entre nosotros, de la forma en que me había llenado. También recordé que se había retirado, pero solo después de que hubiera empezado a derramarse dentro de mí.
—Eso hace que la fecha de parto sea el dos de marzo.
Marzo. Me quedaban casi ocho meses para tenerlo todo listo.
Se apartó del ordenador, se puso de pie y me entregó lo que parecía una hoja de papel.
—Voy a buscar a una enfermera para que me ayude. Mientras tanto, quítate todo lo que tengas por debajo de la cintura, ponte esto y siéntate en la camilla, ¿vale?
—De acuerdo.
Se fue y Ava se dio la vuelta para dejarme un poco de intimidad. No fue hasta que me desabroché los pantalones cuando me di cuenta de que la cintura me apretaba, cuando no lo había hecho unas semanas antes, lo que me llevó a darme cuenta de que iba a necesitar más ropa. Por ahora no me quedaba muy ceñida, pero sí lo suficiente como para que el botón interior hubiera dejado una huella en mi piel.
Una vez hecho eso, solo transcurrió un minuto antes de que la doctora volviera con una enfermera que empujaba una pantalla con ruedas y otros artilugios.
—Adelante, recuéstate —dijo mientras la enfermera colocaba los estribos.
Eran raros, pero hice lo que me había pedido. Me daba la impresión de que me quedaba el trasero expuesto. Y, técnicamente, así era, junto con todo lo demás. No me sentía muy cómoda, pero iba a tener que acostumbrarme.
La doctora levantó una larga vara con una cuerda y yo la miré, confundida, mientras la bajaba.
—Espera, ¿eso dónde va? Pensaba que solo lo pasaban por la barriga. Me sonrió.
—En etapas tan tempranas hacemos una ecografía transvaginal. De ese modo podemos obtener una imagen mejor.
Esa cosa era enorme.
—Al menos lleva un condón.
Ava soltó una risita, y capté la sonrisa en la cara de la doctora y de la enfermera.
Me quedé mirando al techo mientras lo introducía. Me resultaba muy raro tener a alguien moviendo eso en mi interior, y luego sentí algo extraño. No era exactamente molesto, sino más bien como una gran presión.
—Ahí está tu bebé —señaló la doctora Carmichael.
Giré la cabeza para mirar la pantalla. Allí, en medio de una mancha negra y oscura, había algo con la forma de un pequeño cacahuete blanco. Las lágrimas resbalaron de mis ojos cuando me embargó la emoción. Un bebé. Nuestro bebé, y Lauren no lo estaba viendo.
—¿Por qué no hay latido? —pregunté, abrumada por un pánico repentino.
—El corazón acaba de desarrollarse y las ondas sonoras no son lo suficientemente fuertes, pero no te preocupes, dale una o dos semanas más y lo oirás alto y claro. Miré a Ava, que sonrió.
—Es increíble, ¿verdad?
Asentí y volví a mirar la pantalla. No había palabras para describir lo que había sentido al mirar al bebé. Mi bebé. El momento y la situación no eran los ideales, pero eso no importaba. Me enamoré al instante y por completo.
—Estás evolucionando bien, pero quiero que empieces de inmediato las medidas prenatales —dijo la doctora Carmichael mientras sacaba el sensor.
Después de vestirme, me llenó de información y me arrancó la promesa de tomar unas vitaminas. Debía volver al cabo de un mes, y ella esperaba que el padre me acompañara.
Al menos tenía una foto de nuestro pequeño cacahuete, por si lo volvía a ver.
Los días siguientes a la visita médica fueron duros. Hice lo que me aconsejó la doctora y tomé algunas vitaminas, pero tenía la sensación de que el embarazo no era el único culpable de mi fatiga.
Había colgado la foto de la ecografía en la pared de mi cubículo. Un recordatorio de por qué estaba trabajando tanto: mi cacahuete. —¿Cómo está el cacahuete hoy? —preguntó Josh cuando entró.
A pesar de que había llegado temprano a diario desde hacía semanas, ese día había entrado más tarde, justo cuando el reloj marcaba las ocho. Apenas tenía fuerzas para salir de la cama.
—Otro día más.
Me miró con el ceño fruncido.
—¿Estás segura?
—¿Intentas decir que no tengo buen aspecto?
Asintió.
—Deberías ir a ver al médico.
No me gustaba que me dijera lo que ya sabía, pero no quería admitirlo.
—Me cuesta más respirar.
—Camila, si estás enferma, tienes que ir a ver al médico. Los problemas respiratorios no son buenos.
Asentí.
—Pediré una cita.
No pensaba llamar en ese momento, así que decidí esperar hasta el descanso para almorzar. El problema era que cuanto más tiempo pasaba allí, peor parecían ir las cosas.
Mi cuerpo parecía más pesado con cada hora que pasaba. No me sentía mucho peor que por la mañana, solo lo notaba más.
Hasta que se me nubló la vista. Por mucho que lo intentara, no podía enfocarla. A eso se sumaban la falta de aire y el constante martilleo del corazón en mi pecho.
Algo iba mal, cada vez peor.
—Camila, ¿estás bien? —preguntó Josh.
La cabeza me dio vueltas cuando me puse de pie. Un poco de agua. Eso tenía que ayudar.
Justo cuando me giré para mirar a Josh, todo cambió. Sentí que me caía, y, antes de tocar el suelo, todo se volvió negro.
Una última cosa sonó en mi mente. La única cosa que necesitaba.
Lauren.

¿Negocios o Placer? {Camren Gp}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora