18° Planta

2.1K 127 0
                                    

Camila

Me mantuve entera de camino a casa. Tuve que hacerlo porque conducía. Lauren iba en su propio coche. Cuando aparcamos, le abrí la puerta de mi edificio, ya que no me dejó ayudarla a llevar nada.
Una vez que entramos, rompí a llorar.
Los sollozos se apoderaron de mí y ríos de lágrimas corrieron por mi cara. Todo mi cuerpo se estaba rompiendo en miles de pedazos. No recordaba haber tenido nunca una reacción así. Era una experiencia emocional abrumadora y necesitaba una vía de escape.
—Venga, venga… —Lauren me llevó al sofá, se sentó y me puso en su regazo.
Lloré contra su hombro mientras me acariciaba la espalda y las piernas. No podía hacer otra cosa que llorar contra su traje, aferrándome a ella.
—No pasa nada, cariño —susurró.
¿En serio? El director del hotel acababa de despedirme delante de todo el mundo, y, antes de que llegara Lauren, todos me habían mirado sin hacer nada mientras me acompañaban a la salida. Después, Phillip nos había seguido a la habitación. No quería recordar las cosas que había dicho sobre mí… Menos mal que Lauren estaba allí, o le habría borrado esa expresión de la cara de una bofetada.
Al menos, sabía que a Luis no le había hecho ninguna gracia decirme que me fuera, pero ese era su deber. Además, una vez que Phillip se enteró de todo, no habría podido detener la rueda de ninguna manera.
Pero ¿qué había hecho, o dicho, cuando había vuelto al vestíbulo? ¿Qué susurraba la gente sobre mí? ¿Qué cosas horribles estaban diciendo?
Tardé en dejar de sollozar y me llevó casi una hora calmarme.
Lauren me secó las lágrimas con el ceño fruncido, preocupada por mí.
—Odio verte así —dijo—. Me siento impotente.
—No puedo creer que me hayan despedido. Quiero decir, sí puedo. Lo que hice estuvo mal. En el pecho de Lauren vibró un gruñido y, de repente, me encontré de espaldas en el sofá y ella me deslizaba los brazos por los hombros.
—¿Necesitas que te lo repita? —preguntó; se cernió sobre mí y enredó los dedos en mi pelo.
Asentí.
—No has hecho absolutamente nada malo. ¿Sabes por qué lo sé?
—¿Por qué?
—Porque amarme no es malo. Sí, va en contra de su política, pero que se jodan. No soy una aprovechada que solo quería usarte. Te deseaba, y fui a por ti.
Asentí.
—Lo sé, pero aun así no es una fácil de digerir. Nunca me habían despedido.
—No pasa nada, y acabarás dándote cuenta de que ha sido lo mejor.
—Sí, pero no me va a ayudar a encontrar un trabajo. —Estaba segura de que ser despedida no era un buen apunte en un currículum.
—Puedes explicarlo.
—¿Decir que follaba con una clienta?
—No con esa crudeza. —Suspiró. Sabía que mi actitud estaba dificultando la conversación—. He vivido allí tres meses, Camila. Básicamente era una residente.
Tenía razón, en cierto modo, y, si me preguntaran, encontraría la manera de explicarlo.
Una vez que me acomodé, Lauren se puso otro traje; las lágrimas y el maquillaje habían manchado el que llevaba.
—No me gusta dejarte así —dijo, poniéndose la chaqueta.
Tampoco a mí me gustaba que se fuera, pero sabía por qué lo hacía. Era viernes por la mañana y tenía trabajo.
—No pasa nada.
—No, no es cierto. Pero solo voy a ir unas horas para dejar cerradas algunas cosas antes del fin de semana. Le diré a mi asistente que cancele todas citas de la tarde. —Se agachó y me besó, estrechándome entre sus brazos—. Vamos a cenar fuera esta noche. Tú eliges dónde.
—Hay un Ninety Nine cerca de aquí, en Waltham.
—¿Un qué?
—Es un restaurante. Tiene una carta enorme y es un sitio tranquilo.
Me dio un beso rápido y se alejó de mala gana.
—Perfecto.
Se fue con la promesa de volver pronto. Tardé un poco en poder levantarme del sofá e ir a cambiarme de ropa.
Todo parecía surrealista, pero era verdad. Me habían despedido por primera vez en mi vida.
Eso sí, había sido en nombre del amor, y era un sacrificio que estaba dispuesta a hacer una y otra vez.
Me senté en el sofá con unos pantalones y un jersey de punto, y me recogí el pelo en un moño desordenado, nada elaborado.
En los últimos tres días había visto casi tres temporadas completas de The Walking Dead. La gente me había hablado maravillas de ella durante años, pero no había tenido ocasión de verla.
El cuarto día sin trabajo me sobraba el tiempo. Las primeras jornadas habían sido una mezcla de recriminaciones y relajación. En cierto modo, casi unas minivacaciones. Durante el día veía Netflix y buscaba trabajo, y pasaba las noches con Lauren.
Estaba haciendo una pausa para ir al cuarto de baño cuando se abrió la puerta y entró Lauren.
—Bienvenida a casa. —Me encantaba decirle eso, aunque nuestro hogar actual fuera mi diminuto apartamento. Me acerqué y lo besé—. ¿Qué tal te ha ido el día?
Su mirada se dirigió hacia abajo y luego hacia arriba.
—Bien. ¿Y el tuyo?
Me encogí de hombros y me dirigí de nuevo a mi nido.
—Bah… —Volví a sentarme en mi sitio, me puse el portátil en el regazo y cogí el mando a distancia.
—Como no tengas cuidado, la cuenta de Netflix va a tuitear sobre tu obsesión —bromeó Lauren.
Me encogí de hombros. ¿Qué importaba? Era algo que no me hacía pensar en que había perdido mi trabajo, aunque la depresión seguía ahí, esperando para atacar.
Lauren suspiró y, de repente, la televisión se apagó.
—¿Qué coño…? —Levanté la vista hacia ella.
A continuación, me desapareció el portátil del regazo, Lauren se cernió sobre mí y apoyó las manos a ambos lados de mi cabeza, con el ceño fruncido.
—Ya está bien. Han pasado tres días, y revolcarse en la pena no va a servir para nada —dijo.
Eso me puso histérica. Tuve que apartar la mirada porque se me llenaron los ojos de lágrimas.
Se enderezó, se sentó a mi lado y me apoyó la mano en la rodilla.
—Sé que estás deprimida, pero esto no ayuda nada.
—¿Qué otra cosa puedo hacer? No tengo dinero ni nada que hacer. No tengo entrevistas ni llamadas. Solo puedo hacer esto.
—Entonces, tengo una idea. Algo que te hará salir un rato todos los días.
—¿Mmm? ¿Qué es? —pregunté.
—¿Por qué no eliges los muebles para el loft?
Fruncí el ceño.
—¿No es algo que deberíamos hacer juntos? Estaba deseando ir de compras contigo.
Asintió.
—Y lo haremos, pero puedes hacer una avanzadilla y ya iremos juntos los fines de semana. El dinero no es un problema, pero hay cuatro dormitorios y casi cinco habitaciones más.
Abrí los ojos de par en par.
—Oh, Dios mío. Me he olvidado por completo de que tenemos que amueblar nuestro hogar.
Se rio y asintió.
—Hay muchas habitaciones. Mira las fotos en internet, y piensa en los colores de pintura que quieres cambiar. Puedes hacer muestras de los tonos que te gusten.
—Creo que solo estás tratando de mantenerme ocupada.
—Haré cualquier cosa para que te sientas animada y positiva —dijo; cogió mi mano entre las suyas y entrelazó nuestros dedos—. Mira lo que tenemos, no lo que has perdido.
Tenía razón, y no era mala idea, sobre todo cuando había tanto que comprar. No solo necesitábamos muebles, sino que había que vestir una casa que iba a ser nuestra. Iba a vivir en ella con el hombre que amaba. Quizás por una vez estaba bien no tener que hacerlo todo por mi cuenta. Después de todo, éramos una pareja, una sociedad.
—Una cosa… En esa maleta no pueden estar todas tus cosas.
Se rio.
—No. El resto está en un trastero, esperando a que tenga casa.
—Entonces, ¿tienes muebles? Asintió.
—Mi asistente en Nueva York hizo fotos de todos antes de que los guardaran. Te las enviaré. No siento apego por nada. Si alguno te gusta, nos lo quedamos. Si no, me desharé de él.
Le dediqué una pequeña sonrisa. Me sentía invadida por una amalgama de emociones, dividida entre la depresión y la felicidad que me producía pensar en nuestro hogar.
—¿Vas a querer llevarte alguno de estos muebles? —preguntó, dando una palmada al sofá.
Paseé la mirada por la habitación. Todo eran de segunda mano, y lo había comprado por Facebook Marketplace y Craigslist. La estantería era barata y los estantes se doblaban por el peso de los libros. El sofá tenía una funda y ni siquiera recordaba cuál era el estampado que había debajo.
El juego de comedor estaba formado por una sencilla mesa rectangular y cuatro sillas. En el dormitorio, como cama había puesto un colchón barato con un canapé para que fuera más cómodo.
El apartamento era solo un lugar para estudiar y dormir. No hacía mucha más vida más allí.
—Tal vez un par de lámparas, eso es todo —dije—. Ah, y la televisión. —Ese había sido mi único derroche a lo largo de los años, además del portátil. Me la había agenciado un Black Friday hacía algunos años.
—Entonces, vas a tener que comprar muchas cosas. Haz muchas fotos y envíame todo lo que te guste y dónde está.
Asentí y empecé a hacer una lista mental.
—Hay tanto… —Me dejé llevar por la ilusión y una sonrisa genuina brotó en mi rostro—. Hagamos la lista laa dos juntos.
—Me parece una gran idea.
Cogí un cuaderno y un bolígrafo e hice que Lauren enumerara sus necesidades. Acabamos pidiendo algo para comer mientras recorríamos cada habitación mentalmente, hablando de los muebles que necesitábamos.
Al final, consiguió arrancarme de la depresión. Lauren tenía razón. Mirar al futuro era mucho mejor que revolcarse en el pasado.

¿Negocios o Placer? {Camren Gp}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora