Lauren
El documento que tenía en la mano había dejado de tener sentido quince minutos antes. De hecho, me había quedado allí sentada, mirándolo fijamente. Mi mente estaba en otra parte, como cada vez que me detenía.
En ella.
En la mujer por la que sentía más de lo que creía posible.
—¿Señora? —me llamó mi asistente, Amanda.
Parpadeé.
—¿Sí?
—¿Está bien?
¿Lo estaba? Era una pregunta que tenía una respuesta complicada.
No, no estaba bien, pero me estaba enterrando en el trabajo para no darme cuenta.
Me aclaré la garganta y recogí el montón de papeles que había estado leyendo.
—Claro.
—Me voy —me dijo con una sonrisa.
Miré el reloj y vi que eran las seis. Debía haberse ido hacía tiempo.
—Que pase una buena noche.
—Usted también, señora.
No iba a ser una buena noche. Ninguna lo había sido desde hacía semanas.
Cuando Amanda se marchó, decidí salir yo también. El aparcamiento estaba casi vacío, pero a pocos metros del ascensor me detuve en seco. En la primera plaza estaba el Camry de Camila. Miré hacia el edificio.
¿Por qué seguía trabajando? Era tarde. ¿Estaba sola allí arriba? ¿O con alguien?
—Basta —refunfuñé, y continué hacia el coche.
Quería darme la vuelta y subir en el ascensor para ir con ella. Porque la había cagado. La absoluta devastación que había mostrado al mirarme me lo había dicho todo.
La había perdido y no sabía cómo arreglar la situación, así que ignoraba el problema. Sabía que no me había traicionado, que no buscaba dinero. Lo sabía, pero aun así me había vuelto contra ella, me había puesto como loca y había provocado un lío horrible.
El hotel Arnold era bastante bueno. No tan bonito como el Cameo, pero tenía un buen bar. No me molesté en subir a mi habitación ni en comer. En su lugar, llevé a cabo mi rutina nocturna y pedí una copa.
—¿Bourbon solo? —preguntó Barry, el camarero, cuando me senté.
Le hice un gesto con la cabeza.
Puso un vaso en la barra, lo llenó y lo dejó delante de mí. Me lo bebí en unos segundos, sintiendo un intenso ardor en la garganta.
Barry esperó, pues sabía lo que venía a continuación después de haberme servido durante las últimas semanas. Volvió a llenar mi vaso y se alejó, dejándome a solas con mis pensamientos.
La echaba de menos. La echaba tanto de menos que sentía que el pecho me ardía, y no por el alcohol.
—Hola —dijo una voz suave a mi lado. Me resultaba familiar, pero de un modo inquietante.
La miré de reojo, pero decidí ignorarla. No estaba de humor para entablar una conversación trivial.
—Hace calor esta noche —dijo con un suspiro, agitando la mano delante de ella—. ¿Estás aquí por negocios? Yo acabo de salir de ocho horas de conferencias y formación. Es hora de relajarse.
Seguí mirando al frente, ignorándola.
—Soy yo, Lexie. —Sostuvo la mano frente a mi línea de visión.
Mis ojos se entrecerraron mientras me volvía hacia ella.
—¿Parece que me importa, joder? —Todo se detuvo cuando la miré fijamente. Pelo negro, ojos azules, sonrisa falsa. En otro tiempo había estado enamorada de ella—. ¿Qué coño estás haciendo aquí, Alexa?
—Oh, relájate, Lauren—sonrió. Intentaba ser seductora, pero no iba a funcionar conmigo—. Estoy en Boston, alojada en este encantador hotel y, mientras estaba hablando con una amiga, he aquí que mi exesposa pasa por delante.
—¿Y has tenido que acercarte?
—¡Justo! Han pasado años, Laur.
—No estaba anticipando lo que ibas a decir. Estaba preguntando por qué has tenido que venir.
Se encogió de hombros, con esa sonrisa que tanto me jodía.
—Pensé que podíamos tomar una copa por los viejos tiempos.
—¿No deberías volver con tu hijo? Me hizo un gesto.
—Pasa los veranos con su padre.
—Ya veo que ha funcionado bien. —Mi tono era mordaz.
—Oh, bueno. —Se encogió de hombros, indiferente a mi comportamiento—. Entonces, ¿qué ha sido de tu vida?
—No —dije con los dientes apretados.
—¿No?
Saqué la cartera, arrojé un par de billetes de veinte y le hice un gesto con la cabeza a Barry.
—No quiero jugar a ponerme al día contigo.
—Vaya, qué grosera.
—Que tengas una buena vida —dije, poniéndome de pie; ya la había soportado demasiado tiempo, a ella y a sus gilipolleces. Ella era la razón por la que estaba en esa jodida situación.
—Laur… Espera, Lauren.
Seguí caminando, sin prestarle atención, pero me alcanzó.
—Lauren.
—Déjame en paz, Alexa. Lo digo en serio. Acércate a mí otra vez y…
—¿Y qué? ¿Me arrepentiré? —Su voz resonó en el vestíbulo y atrajo varias miradas. —Baja la puta voz —siseé.
—De lo que me arrepiento, Lauren, es de haber dejado que te fueras. —Su tono tenía un toque de amargura.
Me reí, con fuerza, sin ganas y lleno de todo el sarcasmo y el veneno que pude reunir. No tenía derecho a estar amargada.
—¿Dejar que me fuera? Acababas de tener un bebé que no era mío. No podías hacer nada para impedírmelo.
—No tenías que irte de casa, mudarte, cambiar las cerraduras y pedir el divorcio. Eso fue un poco exagerado.
—Ya sabes que soy una imbécil vengativa. Lo sabías cuando nos conocimos.
—Mira, Laur…
—No, mira tú —la interrumpí—. No quiero volver a verte. Si por casualidad me ves en algún sitio, mira para otro lado.
Entré en el ascensor y pulsé el botón de mi planta mientras me situaba en el centro, desafiándola a que intentara acercarse a mí de nuevo. Me miró con intensidad, con la nariz en alto.
Ya en la habitación me moví de un lado a otro, sacudiéndome la ropa. Mi pecho se dilataba con profundas inhalaciones. Hacía cinco años que no la veía, y aún no era suficiente. Sus mentiras, los hombres con los que había estado a mis espaldas. Todo había sido un puto juego para ella, y yo me negaba a seguir participando.
—¡Solo es una cazafortunas! —grité.
La comprensión me arrolló como un camión y me detuve en seco. Era lo mismo que había pensado de Camila cuando me contó que estaba embarazada. Estaba tan consumida por el miedo que solo había podido recordar lo que Alexa había hecho.
En aquel momento se había abierto un túnel del tiempo, y me había perdido en él. Alexa me había dicho que el bebé era mío, y ahí estaba Camila diciéndome que estaba embarazada.
Joder.
Mi Camz estaba embarazada.
De mi hijo.
El mundo se hizo pedazos a mi alrededor. Le pertenecía en cuerpo y alma y lo había jodido todo.
¿Cómo diablos iba a arreglarlo?
Firmé donde me dijeron que firmara, pero mi mente estaba en otro lugar. Habrían podido sacarme todo lo que tenía, y no me habría importado lo más mínimo. Aunque eso era casi lo que había ocurrido, solo que, a cambio, tenía las llaves de un loft. Un hogar que había elegido con Camila. El cierre de la operación se había retrasado algunas semanas por culpa del propietario, y no me había importado.
—¿Qué coño estoy haciendo? —me pregunté mientras miraba las llaves que tenía en la mano. ¿Cómo podía vivir allí sin ella?
No podía.
De vuelta a la oficina, intenté concentrarme y no pensar en la enorme casa de la que era el nuevo propietario.
—Oye, ¿qué has comprado para comer? —me preguntó Dinah mientras nos dirigíamos al ascensor que subía al vestíbulo.
—Un loft.
—¡Oh! Qué bien… ¿El que elegiste con tu novia?
Ignoré el comentario.
—¿Qué has hecho tú?
—He comido en casa con Normani.
—¿En casa?
Se encogió de hombros.
—Jeremy está enfermo, así que he comido ahí con ellos.
—¿Es Normani quien está siempre con los niños? —pregunté.
—No, nos vamos intercambiando Yo estuve en casa con Jenna hace dos semanas.
Atravesamos el vestíbulo y nos dirigimos a los ascensores que llevaban a las plantas superiores. Mis ojos escudriñaron el vestíbulo, como hacían siempre, en busca de ella. Normalmente no la veía, pero allí estaba, sentada en una mesa en el restaurante que ocupaba el vestíbulo, picoteando un trozo de pan. Era la primera vez que la veía desde que me había echado, y me ardía el pecho.
—¿Qué tal la nueva? —pregunté, señalando hacia donde estaba sentada. Tal vez Dinah podría darme alguna información.
—¿Camila? Es fantástica —dijo Dinah, con una expresión ligera y una sonrisa en los labios—. Es maravilloso tener a alguien como ella en mi equipo. Lo absorbe todo. —Suspiró cuando nos detuvimos en los ascensores—. Espero que no esté enferma.
Me volví hacia ella, tratando de evaluarla.
—¿Crees que está enferma? —pregunté con una gran presión en el pecho.
Dinah asintió.
—Está embarazada, y eso le pasa factura a la pobre chica. Se lo toma con serenidad e intenta que no se note, pero tengo miedo de que se esté excediendo. Y me da más miedo aún que algo esté mal en el embarazo y no lo diga o no lo sepa.
—¿Por qué piensas eso?
Dinah me miró fijamente, y supe que sentía curiosidad por mi repentino interés hacia una de sus empleadas.
—Te juro que cada día está más pálida. Tengo dos hijos y nunca he tenido tan mal aspecto como ella. Está preocupada y sola. —Salimos del ascensor y nos dirigimos hacia mi despacho, aunque estaba convencido de que había pensado ir al de Alexander—. Su ex no quiere saber nada de ella ni del bebé, por lo que he oído. No puedo ni imaginarme lo que debe de ser estar embarazada y tener el corazón roto al mismo tiempo, y aún así conseguir salir de la cama cada mañana.
Me detuve en seco, hecho pedazos. Yo le había hecho eso. Estaba sola porque yo era una maldita idiota. Porque era egoísta, estaba asustada y no pensaba antes de hablar.
—Es una chica dura —continuó Dinah, sin darse cuenta del cuchillo que me estaba clavando en el pecho—. En realidad, ella esperaba que acabara reaccionando o algo así, pero no ha sabido nada. Han pasado semanas, pero no ha ido a verla ni se ha puesto en contacto con ella.
¿Semanas? Me quedé mirándola, petrificada. ¿De verdad había pasado tanto tiempo desde que me había echado? Todavía recordaba haberme quedado atónita ante su orden. Y había reaccionado, pero para entonces ya era demasiado tarde. Me había largado para despejarme y me había registrado en otro hotel. Durante todo el fin de semana me había quedado allí, preguntándome cómo podía haberse jodido todo en el lapso de unos pocos minutos.
Desde entonces me había movido en piloto automático, trabajando doce, catorce, dieciséis horas diarias. Cuando paraba, el dolor en el pecho se acrecentaba y sentía que me ahogaba.
—Que tengas un buen día —dijo antes de dirigirse al pasillo.
Me despedí con la mano porque me faltaban las palabras.
—¿Amanda?
—¿Sí, señora? —dijo mi asistente levantando la cabeza del ordenador.
¿Qué iba a pedirle? ¿Que llamara a Camila? No me parecía bien.
—Nada… —Pasé junto a ella y entré en mi despacho; mi mente estaba librando una dura batalla.
Me senté detrás del escritorio, abrí el segundo cajón de abajo y saqué la caja de satén azul que había escondido allí. En su interior había un anillo de diamantes de tres quilates, el que había comprado apenas tres días antes de que rompiéramos.
¿Habíamos roto? ¿O solo nos habíamos peleado? Por lo que había dicho Dinah, que Camila pensaba que habíamos terminado.
Dios, hasta las mismas palabras parecían absurdas.
Sus últimas palabras volvieron a perseguirme, y supe que ese día había sido el final. Ella quería que me fuera. No había luchado por ella, sino contra ella. La alejé. La-dejé-sola.
Ella no lo sabía. ¿Cómo iba a saberlo? Le había dicho que había estado casada, pero nunca le había contado lo que me había hecho Alexa. Me importaba un carajo cómo estaban mi exesposa o su hijo bastardo.
Alexa era la típica cazafortunas, no mi Camila. Lo sabía, lo sabía, pero la situación me había tocado fibra sensible, y había reaccionado sin pensar. Me había resultado demasiado familiar. Había confiado en que mi mujer decía la verdad. Nuestra relación no estaba atravesando su mejor momento, pero al decirme que estaba embarazada, como su esposa, había creído que era mío.
Alexa solo estaba conmigo por el dinero. Una niña pija tratando de ascender gracias a su apariencia y su coño.
Y allí estaba yo, la víspera de proponerle matrimonio a Camila —algo que ella no sabía— cuando me soltó la bomba.
Estaba embarazada.
No podía creerlo. Todavía no tomaba la píldora, así que me había asegurado de usar un preservativo, pero no siempre tenía uno a mano. En las raras ocasiones en que no era así, me retiraba. Aunque no era un método infalible, y lo sabía.
Si era sincera conmigo misma, debía reconocer que esas «raras ocasiones» eran más bien la norma. No había nada mejor que estar enterrado dentro de ella, y siempre tenía que luchar para no correrme en su interior, en especial cuando mi cuerpo pedía a gritos mover mis caderas contra las suyas y marcar sus entrañas como mías. Lo sabía, y aun así la había tachado con la misma etiqueta que le había puesto a Alexa.
Camila nunca me había dado motivos para dudar de ella, y yo había saltado a la primera oportunidad.
No era que no quisiera tener hijos, pero nuestra relación era muy reciente. Solo llevábamos unos meses juntos. Pero sabía que estaba siendo hipócrita; el anillo que sostenía en la mano y las llaves del loft en el bolsillo lo decían todo.
¿Dónde estaba el problema? ¿Quería casarme con ella, pero no estaba preparada para tener hijos con ella?
Pensé por primera vez en el niño que crecía dentro de ella. La imaginé más avanzada, con el vientre sobresaliendo, redondo y lleno. Redonda y llena de mi hijo.
Me estremecí y me excité cuando la imagen se instaló en mi entrepierna. De hecho, era un puto afrodisíaco.
Me pregunté si iba a ser un niño o una niña. ¿A quién se parecería más? ¿Heredaría mi heterocromía? Me encantaría tener un hijo con los ojos de dos colores diferentes, como yo.
Mi mente se trasladó al futuro: ahí estaba Camila, riendo y jugando con nuestro bebé mientras lo bañaba en el baño principal, con una sonrisa iluminando su rostro.
Era la visión que había tenido cuando compré el anillo. Quería pasar mi vida con ella. No había otra mujer en el mundo como ella, nadie que me importara como ella. Ella era el sol.
Y ahora estaba enferma y, según Dinah, no era el malestar habitual en un embarazo.
Noté una opresión en el pecho y sentí el escozor de las lágrimas en los ojos. Mi Camila estaba embarazada de mí y algo iba mal.
De repente, me sentí fatal.
¿Estaba bien? ¿Y el bebé? ¿Estaban bien los dos? Todas esas preguntas, los miedos y las especulaciones amenazaron con volverme loca y me mesé el pelo.
—¿Por qué no vas con ella? —preguntó Alexander desde la puerta de mi despacho.
Levanté la cabeza y lo miré con intensidad, preguntándome cuándo había entrado y cuánto tiempo llevaba allí.
—No sé qué decirle —admití.
—Solo sé sincera, Lauren.
—¿Por qué lo sabes siempre todo, Alexander? Dejó escapar una carcajada.
—¡Ja! ¡Se llama experiencia! He estado una situación muy similar a la tuya.
Entró en mi despacho y se sentó en una de las sillas de cuero negro frente a mi escritorio.
—Mira, Lauren, Camila es una mujer maravillosa, y en la subasta benéfica pude ver lo mucho que la quieres. Era bastante obvio. He oído a mi hija hablar de su nueva empleada y de lo «jodidamente imbécil» que es su ex; esas han sido sus palabras exactas. ¿Es así como quieres que te recuerde? ¿Una imbécil donante de esperma? Porque es exactamente lo que serás si sigues por este camino.
Negué con la cabeza.
—Quiero… Es mi familia.
—Entonces, ve a buscarla. Puede que te encuentres con una familia antes de lo que habías planeado, y tengo claro que no lo habías pensado para ya, pero la vida no siempre discurre cómo queremos. El próximo año tendrás un bebé, así que ve a buscar a tu mujer. Dile por qué reaccionaste así, hazle saber lo mucho que la quieres. Conquístala de nuevo.
Salté del escritorio, cogí la caja y corrí hacia el pasillo. El ascensor tardaba demasiado, así que abrí de golpe la puerta de las escaleras y bajé volando los cuatro pisos que nos separaban.
Tenía que decírselo, tenía que recuperarla.
Irrumpí a través de la puerta, asustando a un par de personas de cubículos cercanos. Con rapidez, fui al despacho de Dinah, pero me lo encontré vacío. Di un puñetazo en el marco de la puerta y fui en busca de su escritorio.
Estaba causando un gran revuelo mientras corría arriba y abajo por el pasillo, buscando las placas con los nombres. Era mi única opción al ver que Dinah no estaba disponible, ya que no tenía ni idea de dónde estaba su puesto.
Había unas cuantas personas de pie hablando, y me detuve frente a ellas cuando vi su nombre.
Ella no estaba allí.
Mis ojos se abrieron de par en par cuando vi la foto que había colgada en la pared. La cogí para inspeccionarla. Me quedé con la boca abierta y se me formó un hueco en el estómago.
«Bebé Cabello», rezaba en la parte superior. No Jauregui. Me sentí como si me hubieran clavado un cuchillo en el pecho al mirar la pequeña primera foto de nuestro bebé.
Y no había estado allí con ella. Me lo había perdido.
El nombre en la parte superior también me dijo una cosa: Camila pensaba muy en serio que no los quería.
—¿Dónde está? —Tres personas me miraron, claramente aturdidas—. ¿Dónde está Camila?
—¿Y a ti qué te importa? —me preguntó una voz detrás de mí. Un vistazo a su placa de identificación me dijo que se llamaba Josh.
Me volví hacia él.
—Eso no es de tu incumbencia. Dime dónde está.
—No. No es de tu incumbencia. Ni siquiera has reconocido su existencia durante semanas. ¿Qué derecho tienes a venir aquí? ¿Por qué precisamente hoy?
Bajé la voz en un intento de mantener la conversación entre los dos.
—La he cagado. ¿Crees que no lo sé? Pero tú no conoces nuestra situación.
—Conozco muy bien la situación —me espetó—. Es mi mujer la que va a las citas médicas con Camila cuando deberías ser tú quien lo hiciera. —¡Está en el hospital General de Massachusetts! —gritó una mujer en el cubículo contiguo al de Camila, poniéndose de pie.
—¿Qué… ? ¿Qué? —Abrí los ojos de par en par y la sangre se me escapó de la cara.
—Se desmayó. No podíamos despertarla —dijo otra mujer—. Se la ha llevado la ambulancia hace veinte minutos.
Me fallaron las rodillas y tuve que apoyarme en su escritorio para sostenerme.
—Está enferma…
—Como si te importara… —escupió Josh.
Me eché hacia delante, para quedar casi cara a cara con él.
—Tú no tienes ni idea de lo que me importa o no me importa. No puedes ni imaginarlo.
Salí de allí furiosa, sin esperar respuesta. No había nada que explicar. Camila era la única a la que le debía una explicación.
El corazón me latía con fuerza en el pecho, a un ritmo aterrador. Mi pánico aumentaba con cada manzana que recorría. Intenté no dejarme llevar por los «y si» o imaginarme escenarios horribles, pero después de lo que Dinah había dicho, solo podía pensar en lo peor.
La sala de espera de urgencias estaba llena de gente, pero al escudriñar los rostros vi que ninguno de ellos era el de Camila.
Me acerqué a la ventanilla de recepción, donde estaban sentados algunos empleados del hospital.
—¿En qué puedo ayudarle?
—Estoy buscando a mi esposa —mentí—. La han traído en ambulancia.
—¿Cómo se llama?
—Camila Cabello. —No pude evitar tamborilear en el mostrador.
—Vale, está dentro. ¿Puede facilitarme la información de su seguro?
Negué con la cabeza. No debía de tener seguro; la cobertura del seguro del hotel había terminado cuando la despidieron.
—No tenemos.
—¿Tienen una forma de pagar los servicios? —preguntó.
Se me estaba agotando la paciencia. ¿Qué coño importaba el dinero? Nada.
Saqué la cartera.
—¿Aceptan Visa?
Asintió.
—Y Mastercard, Discover y American Express.
Entregué la tarjeta.
—Solo voy a hacer una retención por los servicios.
—De acuerdo —dije.
Me devolvió la tarjeta y me hizo firmar una hoja antes de tocar el timbre.
—Vaya por ahí, por el pasillo; su mujer está en la sala de la derecha.
No perdí tiempo y fui corriendo hacia ella, aunque me detuve en seco al llegar. Era una habitación enorme con varias camas de hospital a ambos lados.
—Mierda…
Me moví apresuradamente por la sala, separando algunas cortinas y asomando la cabeza por otras. ¿Por qué había tantos pacientes?
Unas voces me llamaron la atención y reconocí enseguida la de Dinah.
Aparté la cortina y vi a Camila por primera vez desde hacía semanas. Tenía un aspecto débil, frágil, su cuerpo parecía diminuto y pálido entre las sábanas.
Casi me derrumbé al verla así. Me horrorizaba que algo pudiera ir mal y que me la arrebataran. Me negaba a dejarla ir.
Iba a arreglarlo todo, aunque aún no sabía cómo. Camila era mía, siempre lo había sido y siempre iba a serlo.~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Bueno parece que el cerebro de Lauren por fin está sirviendo para algo no?.
Que hará para recuperar a Camila?
Notaron el momento Dinah/Normani?
Podré pagar la renta de mi teléfono este mes?No se pierdan las respuestas en el próximo capítulo 😉
Atentamente RiverMinoru24 💜✨
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¿Negocios o Placer? {Camren Gp}
FanfictionCamila Cabello ha luchado mucho toda su vida para lograr sus metas. Trabaja como supervisora en un hotel de lujo de Boston para poder pagar su máster en la universidad y no ha tenido mucho tiempo para el amor pero cuando una altísima directiva de un...