20° Planta

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Camila

Habían pasado ya unos días y me sentía mejor. Seguía acurrucada viendo Netflix, pero con el portátil en el regazo mientras estudiaba diferentes tiendas de muebles. Estaba haciendo una lista de lugares que podíamos visitar, aunque descartaba algunos en función de las reseñas y la calidad. Lauren había dicho que el dinero no era algo de lo que preocuparse, así que traté de refrenar mi tendencia a ahorrar y busqué muebles de gama alta que se adaptaran a aquella carísima casa.
Justo cuando estaba tachando un nombre de la lista por su falta de calidad, me sonó el teléfono. Llevaba días en silencio y, al mirar la pantalla, vi que se trataba de un número desconocido.
Pulsé el botón verde para contestar.
—¿Hola?
—Hola, ¿podría hablar con Camila?
—Soy yo.
—Hola, Camila. Me llamo Amy, soy del departamento de Recursos Humanos de Cates Corporation, y la llamo porque hemos visto su currículum.
Me senté con la espalda recta y pulsé de forma frenética los botones del mando a distancia para poner en pausa el programa. Por dentro, empecé a asustarme porque sabía que me llamaban para una entrevista.
—Sí, hola, me alegro de saber de ustedes. —Traté de sonar relajada y ocultar mi emoción.
—Queríamos saber si podríamos fijar una cita para que viniera a una entrevista —dijo.
—Tengo plena disponibilidad.
Hubo una pausa.
—Mmm…, parece que la directora de contratación tiene un hueco mañana a la una.
No perdí el tiempo.
—Pues perfecto.
—Oh, espere, lo siento, pero es hoy.
—Aun así, estoy disponible. —Miré el reloj. Me quedaba poco más de una hora para prepararme.
—Espere un momento, déjame comprobarlo con ella. Mientras estaba en espera, me levanté y corrí a mi habitación para buscar en mi armario algo que ponerme. Por desgracia, la ropa que usaba para trabajar en el Cameo era lo mejor que tenía para una entrevista.
—¿Camila? —Oí la voz de Amy en la línea.
—¿Sí?
—Ha dicho que perfecto. ¿Sabe dónde estamos?
—Sí.
—De acuerdo. Cuando llegue, diríjase a la planta dieciocho. Estaré esperándola para llevarla junto a ella.
—Muchas gracias. Hasta luego.
—Hasta luego.
Colgué, y en menos de treinta segundos estaba desnuda y en la ducha. Ni siquiera dejé que el agua se calentara antes de empezar a lavarme. Aunque tenía el pelo limpio, me lo mojé para darle forma. Solo eso me llevaría treinta minutos.
—Mierda —siseé, lamentando no haberme dejado el pelo seco.
Ya era demasiado tarde para que me preocupara por ello.
Tras una hora de secado y acicalamiento, me quedé sin tiempo. Me eché un último vistazo y me fui. Cuando llegué al edificio, esperé ante los ascensores, que estaban abarrotados de gente que volvía de los descansos para almorzar. No quería encontrarme con Lauren, así que me mantuve alerta. Cuando llegué a la decimoctava planta, me estaba esperando una morena de baja estatura frente a un mostrador de recepción con el logotipo de Cates Corporation. Sonrió cuando me acerqué.
—¿Camila?
—¿Amy?
Asintió y señaló los ascensores.
—Tenemos que ir al piso veinte.
Tras otro viaje en ascensor nos encontramos ante una puerta de cristal donde había que identificarse para entrar y que daba acceso a lo que podría describirse como una caja de cubos. Una fila tras otra de cubículos llenaban el espacio, y la pared exterior estaba bordeada con despachos individuales. Nos detuvimos frente a uno, y Amy llamó a la puerta.
—La cita de la una —dijo.
—Gracias, Amy.
—Buena suerte —me deseó Amy antes de hacerse a un lado para dejarme entrar, y luego cerró la puerta a mi espalda.
Una rubia muy guapa rodeó el escritorio y me tendió la mano.
—Hola, soy Dinah Hansen.
Le estreché la mano y sonreí.
—Encantada de conocerla. Camila Cabello.
—¿Está nerviosa? —preguntó; tomó asiento y me señaló la silla que estaba frente a ella.
Se me escapó una risa.
—Mentiría si dijera que no.
Me sonrió.
—Buena respuesta. Bien, veamos. ¿Posee una licenciatura en Contabilidad y un máster en Administración y Dirección de Empresas, pero nunca ha trabajado en finanzas ni en contabilidad?
Asentí.
—Sí. Para poder pagarme la universidad y tener un lugar donde vivir, tuve que optar por un trabajo con el que ganara más. La mayoría de lo que encontraba en mi campo eran prácticas no remuneradas a tiempo completo. Soy consciente de que eso perjudica mi currículum.
—Hay cosas que la experiencia no te puede enseñar. Como la sensibilidad. Ha elegido la ruta más racional económicamente hablando. Me parece buena decisión. —Volvió a mirar los papeles que tenía delante—. Veo que trabaja en el Hotel Cameo. ¿Puede hablarme de ello? —me pidió Dinah.
Me rebullí en el asiento y apreté los labios.
—Bueno, desde hace unos días ya no trabajo allí.
Arqueó las cejas, sorprendida.
—Vale, ¿puede explicarme eso?
—Me… invitaron a irme.
—¿La han despedido? —concretó con un gesto de cabeza.
—Sí, me ha despedido —confirmé.
—De acuerdo —dijo con suspiro antes de echarse hacia delante, con los brazos cruzados sobre la mesa—. Por la expresión de su cara, tengo que conocer la historia.
—Mi novia era cliente del hotel.
Frunció el ceño.
—¿Y?
—Bueno, estuvo un tiempo hospedada en el hotel, y fue ahí donde la conocí —le expliqué—. Está prohibida la confraternización entre clientes y empleados.
—Confraternización, ¿eh? —Me sonrió—. Bueno, eso no será un problema aquí a menos que una de las partes sea un superior directo. Me reí con ella, en parte por el secreto que guardaba.
—Además de esa relación con un cliente, ¿por qué no me cuenta cuáles eran sus funciones?
Le hablé de mi trabajo en el hotel, de mis notas, de mi ética laboral y de muchas más cuestiones. Antes de darme cuenta, había pasado una hora.
—Oh, caramba, ya son las dos —dijo Dinah de repente—. Lo siento mucho. Voy a tener que interrumpir la entrevista, aunque la verdad es que ha sido bastante larga.
—No pasa nada. —Me quedé un poco sorprendida por su brusquedad.
—Lo siento mucho. —Se levantó, cogió un montón de archivos y me hizo un gesto para que la siguiera—. Tengo una reunión financiera con la vicepresidente dentro de dos minutos, y no le gusta que lleguemos tarde.
—Lo entiendo. —No tenía ni idea de lo mucho que entendía lo exigente que era Lauren.
Volvimos a caminar entre los cubículos hasta los ascensores.
—Muchas gracias por venir. Me ha gustado mucho hablar con usted, Camila. —Muchas gracias por recibirme hoy.
—Oh, una última cosa. A finales de semana habré terminado con todas las entrevistas.
—Espero tener noticias suyas.
Decidí que no iba a contarle a Lauren lo de la entrevista. Si conseguía el puesto, iba a ser porque me lo hubiera ganado.
Una hora después de volver a casa, oí la llave en la puerta y me llegaron unas voces desde las escaleras. La señora Carrow estaba quejándose una vez más. Me levanté de un salto y me encontré con Lauren en la puerta.
—¡No me importa lo que diga, mujer! Vuelva a su casa —refunfuñó Lauren al entrar.
Se me escapó una risita.
—Hola, semental del amor.
Lauren cambió su ceño fruncido por una sonrisa de medio lado.
—Estoy a punto de arrojarte a la cama y demostrarte lo semental que puedo ser.
—¿Solo para irritarla más? —pregunté; me puse de puntillas y le rodeé los hombros con los brazos para acercarla—. Hola…
—Hola. —Se echó hacia delante y me besó, encendiendo el fuego que ardía en mi interior cuando estaba cerca de mí.
—¿Cómo fue tu día? —pregunté, alejándome de mala gana.
—Productivo. ¿Y el tuyo? ¿Alguna entrevista más?
—No. He seguido enviando el currículum —mentí con un suspiro. Era una pequeña mentira, nada más—. Trabajaba en el hotel porque me permitía pagar las facturas, pero quizá me haya perjudicado a largo plazo.
—Camila, lo único que tienes que hacer es…
Le apreté los labios con los dedos.
—No termines esa frase. Te quiero, Lauren, pero necesito conseguirlo por mi cuenta.
Se echó hacia delante y me besó; mis dedos aún estaban en sus labios. Me hizo reír y luego me soltó.
—Me encanta que seas independiente, aunque a veces me vuelva loca.
—¿Por qué? ¿Quieres salir en mi defensa y salvarme? —pregunté.
—Sí. —Asintió—. ¿No es eso lo que hacen todos los caballeros? ¿Salvar a la damisela en apuros?
Negué con la cabeza.
—Te llevas puntos por el intento, pero ahora las damiselas nos salvamos solas. —Creo que puedo lidiar con eso, pero ¿puedo añadir algo más?
Ladeé la cabeza.
—¿Qué?
Clavó los ojos en los míos.
—Si no has encontrado nada para cuando nos vayamos de aquí, me dejarás ayudarte.
Todavía quedaba un mes y me preocupaba no poder conseguirlo por mi cuenta dado el requisito de experiencia previa que muchas empresas buscaban. Me resultaba difícil, pero acepté con un suspiro.
—De acuerdo.
—Solo quiero que seas feliz, cariño. —Me abrazó y me acarició la espalda—. Y cada día que estás atrapada en este pequeño apartamento te deprimes más y más.
—Lo sé. No me está ayudando nada estar un poco deprimida por el despido. Nunca me habían despedido y me duele más de lo que pensaba. —De hecho, me dolía mucho, aunque era consciente de que había incumplido las normas y que las consecuencias eran las esperadas.
—Les has dado muchos años buenos. Has toreado bien a gilipollas como yo. Luego vas y caes en mis nefandos planes.
Lo miré con el ceño fruncido. —¿Nefandos?
—Sí. ¿No sabías que todo era un malvado complot para conseguir un servicio extra especial y con final feliz? Después de eso me iba a marchar —bromeó.
Le di un golpecito en el pecho y la miré con intensidad.
—No tiene gracia.
—No, pero eso fue lo que pensaron los que te despidieron. Y en cambio, aquí estoy, compartiendo este diminuto y cochambroso apartamento contigo en lugar de vivir una vida de lujo, divirtiéndome mientras hago sus vidas desgraciadas.
—Eres terrible.
—Consigo lo que quiero —dijo. No hacía falta esforzarse para ver que esas palabras demostraban toda la confianza que tenía esa mujer.
La miré con la cabeza ladeada.
—¿Y si no me hubiera enamorado de ti? Fuiste muy mala conmigo.
—Estaba cantado. No habrías podido evitarlo.
—¿Por qué?
Me acarició ligeramente la mejilla con el dorso de los dedos.
—Porque las almas gemelas se atraen mutuamente. Podemos luchar contra ello, intentar no creerlo, pero no evitarlo.
—¿Almas gemelas? ¿Tú crees?
—Lo sé.
Sus boca era suave contra la mía, sensual. No había ninguna urgencia cuando me separó los labios y me lamió la lengua con la de ella. Gemidos roncos, lentos tanteos y su dura longitud presionada contra mí.
—¿Sabes? —dije al apartarme—. Me encanta tener tiempo para las relaciones sexuales, pero tengo que admitir que a veces echo de menos los «rapiditos».
—¿Los rapiditos?
Me mordí el labio y pasé los dedos por su corbata.
—Cuando entraba en tu habitación, me cogías por banda y follábamos como si nuestras vidas dependieran de ello.
—¿Sugieres que me he ablandado?
—¿Ablandado? En absoluto. —Negué con la cabeza y lo miré con los párpados entornados.
Sus ojos se oscurecieron y dirigió las manos a mi cintura.
—Pues, según tu vecina, hemos follado mucho.
—Y es cierto. Pero existe una diferencia entre tomarnos nuestro tiempo y la desesperación que tenías antes para poseerme.
—Señorita Cabello, ¿no se siente deseada? ¿Es eso lo que está diciendo?
Negué con la cabeza.
—Lo que estoy diciendo, señora Jauregui, es que quiero que me eche sobre el sofá, me baje los pantalones, saque su polla y me penetre.
Emitió un gruñido mientras y me hizo girar. Me empujó la espalda con una mano mientras con la otra me agarraba la mi cintura. Era exactamente lo que quería, lo que necesitaba. Esa energía primaria.
Apenas oí su cremallera antes de que se abalanzara sobre mí y me llenara.
Grité y puse los ojos en blanco, con el cuerpo en llamas. Se retiró y me volvió a penetrar hasta el fondo. No pude reprimir otro gemido. Solo dos embates y ya estaba al límite.
Me agarró el pelo con una mano y luego se retiró.
—¿Es esto lo que querías, Camila? —susurró, haciéndome sentir su aliento cálido en la oreja.
—¡Sí! —grité mientras ella volvía a penetrarme y comenzaba a moverse con un ritmo duro y constante.
Dejé de pensar, consumida por el placer de cada embestida. Estaba perdida, completamente borracha de ella.
—Joder, nena —gimió—. Estás tan apretada, tan jodidamente húmeda…
Tensaba todos los músculos con cada embate, y un sonido quejumbroso llenó mis oídos hasta convertirse en un grito agudo. Estaba temblando, los espasmos sacudían mi cuerpo y apenas era capaz de mantenerme en pie mientras el orgasmo me inundaba.
—Nena…, joder, nena. —Continuó mientras yo iba a su encuentro, con mis músculos internos palpitando a su alrededor—. Mierda —siseó. Me soltó el pelo y se retiró.
Los gruñidos y los gemidos llenaron el aire, provocándome escalofríos, y unas gotas cálidas cayeron sobre mi piel y mi pelo.
A mis espaldas se oían fuertes jadeos, pero no tenía fuerzas para mirarla. Respingué cuando una repentina palmada me escoció en el culo.
—¿Te sientes mejor?
Asentí, sonriente.
—Sí, señora. Mucho.
El fin de semana pasó en un visto y no visto, y yo proseguí con la búsqueda de muebles. El miércoles ya había perdido la esperanza de que volvieran a llamarme de Cates Corporation, pero justo a las cinco me sonó el teléfono.
—¿Hola?
—¿Camila?
—¿Sí?
—Hola, soy Amy, de Cates.
El corazón me retumbó en el pecho y abrí mucho los ojos.
—¡Hola, Amy! —dije con demasiada alegría.
—Te llamo porque le has causado muy buena impresión a Dinah y le gustaría que te unieras a su equipo.
Me sentí como en una nube. Estaba tan emocionada que se me llenaron los ojos de lágrimas.
—Oh, Dios mío, eso es genial.
—El sueldo es de sesenta y cinco mil dólares al año; dispondrás de todos los beneficios, como el seguro médico, cuando pasen treinta días, y dos semanas de vacaciones.
Casi me atraganté, paralizada, al asimilar la cantidad. En el hotel tenía un buen sueldo, pero podía hacer muchas cosas con los quince mil dólares más que ganaría en Cates.
—¿Camila?
—Sí. Estoy aquí. Lo siento. ¿Dónde firmo?
Se oyó una risa al otro lado de la línea.
—¿Puedes venir el viernes por la tarde a rellenar los papeles? Le gustaría que empezaras el lunes si es posible.
—Por supuesto. Me encantaría empezar el lunes. Muchas gracias, Amy.
—Bienvenida a Cates Corporation. Hasta pronto.
—¡Gracias! —Me temblaban las manos cuando pulsé el botón para terminar la llamada.
Tenía trabajo. Tenía trabajo en la empresa de Lauren, y lo había conseguido sin su ayuda.
Me puse a dar saltos por la habitación, incapaz de contener mi júbilo. El pomo de la puerta se movió en ese momento y entró Lauren.
—¡Nena, ya estoy en casa! —gritó. Abrió los ojos como platos al verme—. Hola, loca, ¿has visto a mi novia por aquí? Se parece un poco a ti, solo que últimamente está un poco enfurruñada.
—¡Tengo trabajo! —grité.
Se le dibujó una sonrisa en la cara, se echó hacia delante, me cogió en brazos y me besó.
—Me alegro mucho por ti, cariño. ¿Dónde?
Me mordí el labio y estudié su expresión, un poco insegura de su reacción.
—En Cates Corporation.
Parpadeó.
—¿Has enviado el currículum a Cates? —preguntó. Asentí. Su expresión se volvió algo dolida—. ¿Has optado a un puesto en Cates y no me lo has dicho? ¿Por qué?
Suspiré.
—Porque sé cómo eres, Lauren. Te gusta usar tus influencias, y yo quería conseguir el trabajo porque lo merezco, no porque sea la novia de la vicepresidente.
Lo meditó un momento y asintió.
—Un gran punto a tu favor. Lo entiendo y lo valoro.
Fruncí el ceño.
—¿De verdad?
—Has trabajado mucho para conseguirlo. Te lo mereces. —Se agachó para besarme en los labios—. Y tienes razón al pensar que habría actuado así si me lo hubieras dicho.
—Estoy empezando a entenderle muy bien, señora Jauregui.
—¿Y dónde sugieres que debemos celebrar esta ocasión trascendental?
—¿Ninety Nine?
Asintió.
—Me encanta ese lugar.
—Y tienen salsa Buffalo.
—Genial.
—Llevo una semana deseando ir.
Fuimos al dormitorio para cambiarnos de ropa. Otra razón para ir a Ninety Nine era ver a Lauren en vaqueros. Era un lugar donde podíamos relajarnos.
—¿Podemos mantener en secreto nuestra relación durante unas semanas? —pregunté mientras me quitaba los pantalones cortos y la camiseta.
Arqueó una ceja.
—¿A escondidas, Camila? ¿Por qué quieres seguir así?
—Quiero que piensen que han hecho una buena elección.
Después de colgar el traje, se dedicó a desabotonarse la camisa. Me hizo desear haberle pedido un striptease.
—Pero yo no te he ayudado en nada —argumentó.
—Yo lo sé, tú lo sabes, pero ellos no.
—Entonces, díselo.
Negué con la cabeza.
—No me creerán.
—Estoy cansado de esconderme, de ocultar mi amor por ti —dijo con un suspiro.
Después de ponerme unos vaqueros, me acerqué a ella y le rodeé la cintura con los brazos.
—Solo dame unas semanas para ponerme a prueba a mí misma. ¿Por favor, Lauren? —supliqué, acercándome para besarla en la mandíbula.
Soltó un siseo a modo de respuesta.
—Vale, unas semanas. Luego haré un anuncio en la empresa.
Me senté con los ojos muy abiertos.
No, no lo haría.
Tenía la cara completamente seria antes de que se le escapara una sonrisa, que acabó convirtiéndose en una carcajada. Le di un golpecito en el brazo.
—¡No tiene gracia!
—Es muy divertido.
Negué con la cabeza.
—No.
—Sí.
—¡No!
—¡Sí!
—¡No, no, no! —grité.
De repente, me agarró por la cintura y me hizo retroceder hasta que caí sobre la cama, con ella sobre mí, luego me inmovilizó los brazos por encima de la cabeza.
Jadeé ante la mirada que vi en sus ojos y me encendí de repente como si me inundaran las llamas.
—Hola, señora Jauregui.
—Camila, estás siendo traviesa.
Sonreí.
—Sí, señora.
Se agachó y capturó mi pezón expuesto con la boca. Jadeé y arqueé la espalda.
—A las chicas traviesas se las castiga.
Gemí.
—Sí, señora.
Mi estómago eligió ese momento para gruñir y echar a perder ese momento cargado de sensualidad.
—Pero antes de nada, vamos a comer —suspiró.
Con reticencia, se apartó y continuamos vistiéndonos. Adoraba la rutina en la que habíamos caído como pareja.
Aunque el espacio era reducido, me encantaba vivir con ella.

¿Negocios o Placer? {Camren Gp}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora