Lauren
Nunca me había imaginado viviendo en Boston. Me había formado en Ohio y siempre había querido salir de los suburbios. Me habían dicho toda la vida que uno va al trabajo y no espera que el trabajo llegue a él.
Así fue como acabé en Chicago, luego en Nueva York y, finalmente, en la sede de Cates Corporation en Boston. Durante doce años había trabajado hasta la extenuación para subir en la escala corporativa.
A lo largo de mis treinta y cinco años de vida había seguido unos planes cuidadosamente trazados. Hasta que llegué a Boston.
Hasta que la conocí a ella.
Llevaba una semana adaptándome a mi nuevo despacho, a mi nueva asistente y a una nueva ciudad. Durante ese tiempo había pasado las noches en el hotel Cameo. Debía haber buscado un nuevo hogar para vivir. Incluso había contactado con una agente inmobiliaria, pero había algo que me detenía, además de la aclimatación: Camila.
Desde el primer momento en que la vi sentí por ella una atracción que no podía comprender. No podía aceptar que me consumieran tales emociones por una mujer a la que ni siquiera conocía.
Casi todas las noches, cuando entraba, ella estaba allí. Sin pretensión alguna. Preciosa. Y jodidamente seductora.
No me hacían ninguna falta el conflicto de intereses y la distracción que suponía.
Mientras cruzaba el vestíbulo del hotel Cameo, con su suelo de mármol, mi cuerpo la buscaba, aunque mis ojos intentaban ignorar la llamada. Por fin, levanté la vista y, efectivamente, ella observaba con los labios un poco separados cómo cruzaba la estancia.
Joder, sus labios. En efecto, quería «joder sus labios».
Mi polla palpitó, suplicando por recuperar la imagen que mis pensamientos habían conjurado.
Solté un suspiro cuando entré en el ascensor y me alejé de ella. Cuando me había trasladado a Boston desde Nueva York había sido tanto para empezar de cero como para dar el primer paso en mi ascenso. Solo conocía a la gente con la que trabajaba, y eso me venía muy bien.
Pero, joder, quería conocerla a ella.
Tenía ganas de discutir con ella solo para ver cómo se encendía la ira en sus ojos, aunque la sonrisa no abandonara su rostro. Era profesional hasta la médula. Una virtud que quería corromper, abrir, para ver en su interior.
Ese pensamiento iba contra todo lo que yo era. Mi vida era el trabajo, que exigía todo mi tiempo y energía sin dejar hueco para las relaciones personales.
Nada más cruzar la puerta de mi habitación, me despojé del traje pieza a pieza, con una tienda de campaña muy notable en los pantalones.
-Tú no dictas mis acciones, joder -le espeté al bulto que palpitaba bajo la tela.
Era mentira. El deseo que sentía por ella me impulsaba a llamarla para las cosas más inocuas. Solo para poder verla, para tenerla cerca.
Respirar el mismo aire que ella me resultaba afrodisíaco. Odiaba sentirme así, porque me hacía desconfiar de ella. Mi exmujer había utilizado su atractivo sexual para llegar a mí, se había aprovechado de mi deseo para conseguir un anillo y había utilizado mi dinero para financiar a sus amantes. La cicatriz que me había dejado esa traición no había desaparecido, y tampoco se había curado.
Me enfurecía desear a Camila. Me enfurecía acariciarme cada noche pensando en ella.
Aunque sabía que era un acto mezquino, descargaba ese sentimiento en ella. Ese intento de alejarla se veía frustrado por mi incapacidad de mantenerla apartada.
La primera habitación que me asignó había estado hecha un desastre, pero la suite a la que me había trasladado resultó ser muy agradable. Se apreciaban en ella algunos pequeños desgastes propios de la edad y el uso, pero habían hecho un buen trabajo de mantenimiento.
Tendría que hacer saber a Richard Hayes, el dueño de Cameo International, lo bonito que era su hotel. Aunque presentara quejas todos los días.
Al cabo de una semana el personal de la casa había respondido cada vez mejor a mis exigencias, haciendo que cada día fuera más difícil encontrar un fallo, una razón para protestar.
-No voy a quejarme por nada -me dije, pero mientras miraba la cafetera, el surtido de bebidas y edulcorantes, vi que solo quedaba un azucarillo e ideé un nuevo plan.
Sin darme tiempo para pensarlo, cogí el teléfono y marqué el número de la recepción.
-Buenas noches, señora Jauregui. -Cuando su voz llegó a mis oídos me recorrió un escalofrío. La formalidad con la que se dirigía a mí siempre desencadenaba mis fantasías.
-Solo hay un azucarillo, Camila. Necesito dos más.
Hizo una pequeña pausa, que provocó mi sonrisa, pues sabía que era más que probable que me estuviera maldiciendo.
-Enseguida, señora Jauregui.
La ira reprimida que noté en su voz no hizo más que alimentar la mía. Quería bajarle los humos, hacer que se arrodillara ante mí.
Estaba tan excitada que con el menor roce me invadía una oleada de placer. ¿Cómo reaccionaría ella si le abriera la puerta mientras me acariciaba la polla?
La idea era poco grotesca, y me calmé lo suficiente como para ocultar toda mi longitud de manera que no fuera tan visible.
El control y la planificación eran mis puntos fuertes, pero ella seguía destrozándolos sin cesar, y yo se lo permitía. Se trataba de un juego peligroso, pero me derribaba con la respuesta que ella lanzaba cada una de mis pullas.
Mientras yo salía vencedora de todas las batallas, ella iba ganando poco a poco la guerra, y yo no podía soportarlo.
Un suave golpecito de nudillos en la puerta me arrancó de aquellos pensamientos sobre ella para enfrentarme a la versión física y real.
Mis fosas nasales se ensancharon cuando abrí y la miré con intensidad. Su respiración era entrecortada, lo que me hizo cerrar el puño con fuerza. La lujuria que corría por mis venas luchaba por hacerse con el control. Lo único que ansiaba era arrastrarla adentro, echarla sobre el sofá y descargar en ella toda mi frustración.
-Su azúcar. -Alargó la mano, con la palma hacia arriba. Había dispuestos cinco pequeños envases marrones sobre el blanco cremoso de su piel.
Los cogí, aunque tuve que obligarme a ignorar el fuego del breve contacto con su piel.
-He pedido dos, Camila. ¿No sabe contar?
-Es pura previsión, señora.
-¿Perdón? -Mi intento de no gemir ante sus palabras quedó enmascarado por el gruñido con el que solté mi pregunta.
-Que ahora necesite dos más significa que necesitará tres para la segunda taza.
¿De verdad se anticipaba a mis necesidades o lo hacía para que no le pidiera más azucarillos al día siguiente?
-Me alegra ver que conoce bien el procedimiento de sumar. ¿Necesita una calculadora?
Una sonrisa se dibujó forzada en su rostro, acompañada de un destello de odio.
-¿Puedo ayudarlo en algo más esta noche, señora Jauregui ?
Sí, ponte de rodillas y trágate mi polla hasta que me corra en tu garganta.
Casi no podía contenerme, solo quería devorar cada centímetro de ella.
-Puede retirarse.
Aquel fuego volvió a avivarse en sus ojos, y se vio acentuado por la breve dilatación de sus pupilas.
-Que pase una buena noche.
No dije nada más, no le devolví la cortesía, solo le cerré la puerta en las narices. Cualquier otra cosa podía haberme conducido al puro acoso sexual, y no me iba a permitir caer tan bajo.
-¿En serio, Lauren? -me dije, apoyándome en la puerta.
Me sentí invadida por la culpa y la ira. Era una gillipollas por naturaleza, pero no me gustaba serlo con ella, ni siquiera en mi estado. Sin embargo, Camila aceptaba con calma todo lo que le lanzaba. Nunca se echaba atrás ni se acobardaba ante mis exigencias.
Y eso era exactamente lo que quería: una mujer fuerte. Sin embargo, y con lo que estaba pasando, no era lo que necesitaba. No tenía tiempo para sutilezas, para desarrollar afecto hacia alguien. Y aunque solo tenía tiempo para el sexo, Camila me hacía sentir algo más que el deseo de probar su coño.
No quería un polvo rápido, pero seguía siendo un misterio lo que sí quería de ella. No podía dejarla en paz, lo que implicaba una certeza: ella volvería. Yo encontraría otra razón para tenerla delante de mí al día siguiente, y al siguiente y todas las demás jornadas hasta que me hartara.
Dejé caer los azucarillos en la basura.
Me tomé el café sin azúcar.
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¿Negocios o Placer? {Camren Gp}
Hayran KurguCamila Cabello ha luchado mucho toda su vida para lograr sus metas. Trabaja como supervisora en un hotel de lujo de Boston para poder pagar su máster en la universidad y no ha tenido mucho tiempo para el amor pero cuando una altísima directiva de un...