25° Planta

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Camila

Abrí los ojos de golpe, y me inundaron las imágenes y los sonidos.
—¿Qué pasa?
—¿Camila? Oh, gracias a Dios. Me has asustado.
Moví la cabeza a un lado y me encontré a Dinah con los ojos como platos. Me pesaba todo el cuerpo.
—¿Qué ha pasado? —repetí. Estaba tan torpe que apenas podía moverme.
—Josh me ha dicho que te levantaste y te caíste redonda.
Llevaba toda la mañana respirando con dificultad, y comprobé que seguía siendo así.
—¿Te ha dicho algo?
Se encogió de hombros.
—No sé nada, pero te trajeron al instante.
Una cacofonía de voces me envolvió y se filtró a mi alrededor; solo un fino trozo de tela me separaba del mundo.
—¿Cuánto tiempo llevamos aquí?
—Como una hora. Y solo para que no te asustes después… —Suspiró y apretó los labios—. En la ambulancia descubrieron que estabas sangrando, pero nada sugiere que algo vaya mal.
¿Estaba sangrando?
—¿Cómo que estoy sangrando?
Levanté la sábana, lo que me costó más de lo que debía. Me había puesto unos pantalones grises para ir al trabajo y habían desaparecido. De hecho, me habían quitado la ropa, y solo llevaba una de esas batas de hospital de algodón que picaban. Al apartar la tela, vi que había manchas oscuras en mi piel.
—A veces se sigue sangrando en el embarazo —comentó Dinah mientras me tapaba de nuevo.
En ese momento se movió la cortina que me rodeaba. Esperaba que fuera una enfermera o un médico, pero se trataba de Lauren.
Tenía el ceño fruncido y unas profundas ojeras. Temblaba y su respiración era agitada.
Mi cuerpo revivió solo con ver sus ojos, y al momento me vi aplastada por la realidad. —¿Qué estás haciendo aquí? —escupí.
—¿Estás bien? —preguntó, acercándose—. ¿Y el bebé?
—¿Qué coño te importa? —El dolor punzante que no abandonaba mi pecho se avivó y ardió como un hierro candente.
—Tienes que estar de coña —dijo Dinah a mi lado—. ¿Lauren? ¿Ella es tu novia?
—¿Está bien nuestro bebé? —preguntó,  ignorando por completo a Dinah.
—¿Nuestro? ¿De repente ya nos quieres? —Mi tono era mordaz. Cómo se atrevía a irrumpir en el hospital y a aparecer de nuevo en mi vida después de ignorarme durante semanas.
Negó con la cabeza.
—No, no he dejado de quererte ni un instante.
—Eso es mentira. Me has dejado tirada. No me devolvías las llamadas ni respondías a los mensajes. Te fuiste de casa. ¿A qué otra conclusión debía llegar?
Abrió la boca para hablar, pero Dinah se le adelantó.
—Mira que esperaba que no fueras tú la maldita imbécil —arremetió Dinah desde mi lado.
Había tenido antes el presentimiento de que se lo olía. Lauren abrió los ojos de par en par.
—¿Lo sabías?
—Tenía mis sospechas, y tú me lo confirmaste cuando fuimos a comer.
—¿Te importaría dejarnos unos minutos a solas? —preguntó.
—No —dije. No quería que se fuera. Necesitaba su apoyo.
—Tengo que volver a la oficina. —Dinah se levantó y me apretó la mano—. Mantenme informada, por favor. Tómate mañana libre.
—No puedo…
—He dicho que te tomes mañana libre. —Me puso el bolso al lado—. Además, es probable que te tengan en observación toda la noche. Vuelve a trabajar la semana que viene, solo tienes que mandarme un mensaje para que sepa cuándo será; y pide un informe médico para los de Recursos Humanos.
—Volveré el lunes —insistí. No podía permitirme tomarme días libres.
—Camila, escúchame bien —dijo Dinah con un suspiro—. Sé que estás estresada por el tema económico, pero tu salud y la de tu bebé son más importantes. Escucha a tu cuerpo. Tómate un descanso.
—Gracias, Dinah…, por todo. Me apretó la mano y se volvió hacia Lauren.
—Será mejor que te pongas unas buenas rodilleras. —Le dio una palmadita en el hombro antes de desaparecer.
Estaba muy tensa, lo que me agotaba aún más. Intenté relajarme en la cama y traté de respirar con calma. Prefería mirar al techo antes que a la mujer que estaba a unos metros de mí.
Vi por el rabillo del ojo cómo se movía para coger la silla que Dinah había dejado libre y la acercaba.
—Camila.
—Vete a casa, Lauren.
—Eso quiero, pero todo depende de ti.
—No te entiendo.
Alargó la mano, me cogió la barbilla y me volvió la cara.
—Tú eres mi hogar, Camila. Yo pertenezco a dondequiera que estés tú.
Tuve que apretar los dientes para que no me temblaran los labios.
—Para. No sigas. Te has negado a hablar conmigo desde hace semanas, no has querido explicarte.
—Soy una idiota.
—¿Y esa va a ser esa tu excusa para todo? «Oh, mira, tu mamá lamenta no poder venir a tu recital, es un idiota». Bueno, eso será verdad si estás con nosotros —me burlé.
—Tienes todo el derecho del mundo a estar enfadada —dijo con calma. Me dieron ganas de pegarle, pero no tenía fuerzas—. No he sabido manejar la situación y te he fallado.
—Yo no soy una maldita situación, Lauren. Esto no es un asunto de negocios. Esto es amor, y te has aferrado a la primera excusa para pasar de todo.
—Eso no es cierto — argumentó.
—Está claro que lo has intentado con todas tus fuerzas. —Me cogió la mano entre las suyas, pero la aparté—. ¿Y por qué cuando te digo que me dejes en paz, das un paso adelante?
—Porque hay algo que debes saber. La he jodido, Camila. Soy una idiota y arremetí contra ti porque pensé que me estaban engañando de nuevo.
Negué con la cabeza.
—¿Que te estaban engañando? ¿Qué demonios significa eso, Lauren?
—Fue como un déjà vu. Mi exmujer me dijo casi las mismas palabras en el pasado.
—Vale, ¿y qué coño tiene que ver tu exmujer con todo esto?
—Todo —dijo, e hizo una breve pausa antes de continuar—. Después de tres años de matrimonio, lo nuestro había terminado y ya estaba hablando con mi abogado sobre los términos del divorcio. Una noche, llegué a casa y ella me anunció que estaba embarazada, y eso me hizo suspender la petición de divorcio. Era mi mujer; por supuesto, creí que el niño que llevaba era mío.
Creí que el niño que llevaba era mío.
De repente, todo empezó a encajar, todas las cosas extrañas que decía a veces… No mejoraba la situación, pero entenderla era un punto de partida.
—¿Cómo descubriste que no lo era? —pregunté con verdadero interés.
—El día que dio a luz. —Tensó la mandíbula y su rostro se desencajó—. Tenía la piel de color chocolate con leche. Fue obvio entonces que no solo me había estado engañando, sino que sabía que el niño no era mío. Mi reacción instintiva fue pensar lo mismo de ti.
—Gracias por el voto de confianza —dije con los dientes apretados.
Me cogió la mano entre las suyas y no la soltó cuando intenté quitarla.
—Te fallé, por completo. Y seguí haciéndolo durante semanas, pero nunca he dejado de quererte, Camila. Siento mucho lo que hice, lo que dije. Me siento fatal sin ti. ¿Considerarías darme una oportunidad para compensar mis errores?
Sus palabras me mataron, me retorcieron las entrañas. Una parte de mí quería decir que sí, pero otra quería que sufriera tanto como yo. Intentaba hacerme entender por qué había reaccionado así, pero le tocaba comprender también lo que me había hecho.
—Me dejaste devastada, Lauren. No estoy segura de poder olvidarlo y que todo vuelva a ser como antes.
Asintió.
—Déjame llevarte a casa y demostrarte que me lo tomo muy en serio.
La cortina se apartó y entró un médico.
—Hola, Camila, soy el doctor Michaels.
Esa interrupción no podía hacerme más feliz; me daba un momento antes de responder a Lauren.
—Hola.
—¿Qué le pasa? —intervino Lauren.
—Lo siento, pero ¿usted quién es?
—La esposa y la madre.
Lo miré con los ojos muy abiertos. ¿Qué acababa de decir?
—Ah, ya. Bueno, dados los datos que hay en el informe, quiero hacer algunas pruebas, pero la hemorragia…
—¿La hemorragia? —Lauren lo interrumpió de nuevo.
El médico me miró a mí y luego a Lauren.
—Sí, Camila presentaba sangrado vaginal.
—¿Está bien? ¿Está bien el bebé?
El médico levantó la mano.
—¿Podría dejarme hablar?
—Sí. Discúlpeme.
Volvió a mirarme, muy molesto con Lauren.
—El sangrado no es nada anormal, pero quiero hacer una ecografía y comprobar cómo está el bebé.
Asentí.
—¿Qué me pasa?
—No lo sé con seguridad, pero vamos a averiguarlo. Voy a hacer que venga el ginecólogo de turno para hacerle una revisión después de que la ingresen.
—¿Me van a ingresar?
Asintió.
—Vamos a dejarla aquí esta noche.
—¿Toda la noche? ¿Por qué? —Joder. Mi seguro no iba a cubrir una noche allí.
—Estará en observación. Ha sido una buena caída y quiero averiguar qué le pasa. No creo que haya sufrido un aborto, pero eso será lo primero que comprobarán arriba.
Se me heló la sangre en las venas.
—¿Un aborto? —preguntamos Lauren y yo al mismo tiempo.
Me invadió el miedo y el pánico amenazó con descontrolarse; los ojos se me llenaron de lágrimas
—¿Podría perder al bebé?
No había sido un embarazo planificado, pero ya me había encariñado con el pequeño cacahuete que llevaba dentro.
—Existe la posibilidad —dijo el médico con una expresión sombría—. Alguien vendrá en breve para subirla a planta.
Dicho eso, se fue y pasó al siguiente paciente.
—Todo irá bien —aseguró Lauren mi lado.
—¿Cómo lo sabes? —escupí.
—Porque es nuestro bebé.
Negué con la cabeza, burlona.
—¿Sabes cuántas mujeres abortan en el primer trimestre?
—No, pero eso no significa que no pueda ser optimista.
—Me sorprende que no quieras que aborte. —Era un golpe bajo, pero necesitaba que le doliera como me dolía a mí, aunque solo fuera un poco. —¿Estás de coña? —gruñó.
—Así no tendrías que pagar la manutención de tu hijo ni añadirme a la lista de mujeres que te engañaron.
—¡Maldita sea, Camila! —gritó—. Me sentiría fatal si nuestro bebé no lo lograra. Deja de luchar contra mí.
—Así lucharás por algo.
—¿Camila? —dijo una voz.
Las dos nos giramos y vimos a los pies de la cama a un joven con bata de sanitario que empujaba una silla de ruedas.
—Me llamo André, yo la llevaré arriba —dijo con una brillante sonrisa. Dio unos pasos hacia atrás para poder colocar la silla justo a mi lado antes de soltar las barandillas laterales de la cama—. ¿Necesita ayuda?
Asentí y aparté lentamente la sábana a un lado.
—¿Y mi ropa? —pregunté.
André se agachó y sacó una bolsa de debajo de la cama.
—Aquí.
—Dios… —oí murmurar a Lauren.
La bata se había subido y miraba el espacio entre mis piernas. Andre se apresuró a tirar de ella y me ayudó a sentarme con las piernas colgando por el borde la cama. Me puso en pie y, con sus manos bajo mis brazos, me acomodó en la silla. Tardó un minuto más en entregarle mis pertenencias a Lauren y sacar la sábana de la cama para colocarla sobre mi regazo, alrededor de mis piernas.
—Así va mucho mejor.
La bata lo cubría todo, pero, de alguna manera, la sábana me hacía sentir más cómoda y protegida, aunque fuera en el aspecto psicológico.
Le regalé una sonrisa.
—Gracias.
Cuando llegamos a la habitación, André me ayudó a subir a la cama y luego se acercó a un armario.
—Aquí está el precioso calzado del hospital a juego con la bata para mantener los dedos de los pies calentitos. —No pude evitar sonreír. Estaba haciendo el proceso mucho menos estresante—. Puede dejar la bolsa de ropa debajo de la cama. Alguien vendrá enseguida.
—Gracias —dije haciéndole caso.
Sonrió.
—Espero que se mejore.
Una vez que el camillero se fue, quise separar las piernas para ver lo mal que estaba, pero me di cuenta de que Lauren me miraba.
—Date la vuelta —dije.
—¿Por qué?
—He dicho que te des la vuelta, y vas a respetar esa petición o haré que te echen de aquí ahora mismo.
Se quedó pálido, e hizo lo que le pedí.
—¿Quién está siendo exigente hoy?
—Si estás aquí es porque yo lo permito, ¿sabes? Y es así porque tengo el derecho a hacerlo. Tú no tienes poder alguno.
Me agotaba solo con moverme y me resultó difícil respirar mientras me agachaba para mirar entre mis piernas. Había algo más que las manchas secas y, de repente, me sentí muy preocupada por mi pequeño cacahuete. Inspiré con fuerza, lo que llamó la atención de Lauren. Se dio la vuelta y volví a taparme antes de que me viera.
—¿Qué estás haciendo? Deja que te ayude —dijo Lauren; se sentó a los pies de la cama, cogió los calcetines chillones del hospital y me los puso.
—Gracias.
—Tienes razón —dijo bajito—. Tú mandas. Me he portado fatal, y siento mucho haber permitido que pensaras que no te quería.
—Me has hecho daño, Lauren. En lo más profundo. Pedir disculpas no va a hacer que todo desaparezca. —Intentaba hacerle entender que disculparse no lo arreglaba—. Tenía la esperanza de que volvieras y hablaras conmigo hasta que llegué a casa y vi que habías recogido todas tus pertenencias.
—Pensé que un par de días fuera me despejarían la cabeza, pero cada vez que pensaba en ello, se me aceleraba el corazón y el pánico se apoderaba de mí, así que lo dejé.
—Qué maduro… —me burlé. No pude evitarlo. Mientras ella estaba ocupada en no pensar en mí, yo no hacía otra cosa que pensar en cómo iba a ocuparme de un embarazo no planificado sola.
—Me sumergí en el trabajo y, antes de darme cuenta, habían pasado dos semanas y no sabía cómo retroceder. No sabía cómo compensar todo lo que habrías imaginado.
—¿Así que mientras yo me preocupaba por cómo mantenerme a mí y a un niño, incluso llegando a pensar en vender los regalos que me hiciste, trabajando horas extras, tú decidiste olvidarte sin más?
Se estremeció ante mis palabras.
—Sí. Soy egoísta hasta la médula.
—¡Eso no es cierto! —grité, sentándome—. Por eso no entiendo lo que pasó. Incluso teniendo en cuenta lo de tu ex, algo que entiendo, ¿por qué has esperado tanto tiempo? ¿Por qué me has hecho sufrir así?
Gritar requería mucha energía y aire, algo de lo que no disponía. Me estaba mareando.
—Por miedo. Te quiero más de lo que jamás creí posible. Estoy tan enamorada de ti que si todo lo que pensaba hubiera sido cierto se me habría roto el corazón para el resto de mi vida.
—¡Pero no es verdad! Ni siquiera querías hablar conmigo… —La habitación empezó a dar vueltas y yo volví a caer en la cama.
—¿Camila?
Todo estaba borroso, era incapaz de enfocar la vista. Parpadeé un par de veces, lentamente, y luego todo se oscureció.
—Ah, creo que se está despertando —dijo una voz desconocida.
—Si pudiera dejar de hacer eso, estaría bien —gemí.
—Buenas noticias, Camila. Ya sabemos qué le pasa.
—¿De verdad? —Miré los rasgos suaves y amables de la que supuse que era mi nueva doctora.
—Soy la doctora Andrews, y vamos hacer que se sienta mejor muy pronto.
—¿Qué le pasa? —preguntó Lauren desde el otro lado.
—Bueno, tiene anemia por deficiencia de hierro —dijo, aunque para mí no significaba gran cosa—. Es común en el embarazo, pero el suyo es un caso grave. Hoy vamos a administrarle hierro por vía intravenosa y a recetarle un suplemento todos los días. A pesar de eso, me gustaría hacer algunas pruebas más para descartar cualquier otro problema.
—¿Por eso estoy tan débil?
Asintió.
—Debilidad, palidez, dificultad para respirar, los síntomas son claros.
—¿Es la anemia la que los provoca? Pensaba que eran por el embarazo en sí.
—Bueno, me gustaría hacerle una ecografía para ver cómo está el bebé.
—Oh, mira a mi amiga otra vez —dije observando con respeto la varita que tenía en la mano.
Dejó escapar una carcajada.
—Veo que ya la conoces.
—¿Tu amiga? —preguntó Lauren.
Asentí.
—Tuve muy cerca a una hermana suya hace unos días. —He visto la imagen —dijo. Me acarició la muñeca con el pulgar.
La miré para calibrar su reacción.
—¿En serio?
Asintió con el ceño fruncido.
—Lamento no haber estado contigo, pero te prometo que no me perderé otra.
La forma en que lo dijo y la convicción en su voz hicieron que sintiera una opresión en el pecho. Le creí.
Noté de nuevo aquella incómoda invasión y me concentré en la pantalla para intentar olvidarla.
—¿Qué es ese sonido? —pregunté. Había un suave silbido que no había percibido días atrás.
—Es el latido del bebé —explicó—. Firme y fuerte. Todo va bien.
—¿Los latidos del corazón? —pregunté con asombro.
—Va muy rápido —se maravilló Lauren a mi lado. Me cogió la mano entre las suyas. Miré y descubrí que tenía la boca abierta y los ojos como platos mientras miraba la pantalla—. Nuestro bebé. —Se volvió hacia mí, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa.
Sin previo aviso, sus labios se apoderaron de los míos; chillé y me tensé alrededor de la vara.
Sus labios… Había olvidado lo maravillosos que eran. Lo suaves y sensuales que me parecían. Me invadió un calor que no había sentido desde que se había ido.
—Lo siento. Lo siento muchísimo. Puse en duda tu amor, tu lealtad porque no era capaz de manejar esa situación de nuevo. Te quiero mucho y quiero a nuestro bebé, te lo prometo.
Me impactaron sus ojos, la pura desesperación que había en ellos. Me llegaron muy adentro, me demostraron, me recordaron, la fuerza de nuestro amor. Lo que ardía en sus ojos era el fuego que me quemaba. Fue el primer golpe para derribar mi muro de dolor.
Yo amaba a Lauren, y me estaba recordando por qué habíamos acabado juntas.
—Todo parece estar bien —aseguró la doctora, reclamando de nuevo nuestra atención—. El corazón está sano y no veo nada de lo que preocuparse. Tiene mucha suerte, Camila. Me temo que si hubiera esperado más, habría perdido al bebé.
—¿De verdad?
Asintió. —El hierro es un nutriente vital. Es la base de nuestra propia sangre. Pero no se preocupe, vamos a conseguir que recupere los niveles óptimos.
Me pusieron una vía intravenosa y luego sacaron una bolsa con un líquido rojo muy oscuro que, en cierto modo, me devolvería a la vida.
—Esto va a llevar unas horas, así que póngase cómoda; volveremos dentro de un rato.
Con eso, se fueron, dejándonos a Lauren y a mí solas de nuevo.
—Quizá deberías irte —dije.
—Me quedo.
—¿Por qué?
Se llevó mi mano a los labios y me besó la palma.
—Porque sois mi familia. Os quiero.
No estaba preparada para dejarlo entrar de nuevo, pero había una cosa que, sin duda, tenía que saber.
—Fue en la ducha —le dije.
—¿Qué? —Frunció el ceño.
Solté un suspiro.
—Que fue cuando me metiste en la ducha el día que me despidieron. Ahí ocurrió.
—¿Qué ocurrió?
Sonreí. —Ahí hicimos a nuestro bebé.
—Ese fue un día bastante agitado, ¿no crees? —Soltó una carcajada.
—Nos alteró la vida en muchos sentidos.
Dicen que cuando una puerta se cierra otra se abre, y eso fue exactamente lo que ocurrió. Ese día lo cambió todo de una manera que nunca habría imaginado.

¿Negocios o Placer? {Camren Gp}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora