21° Planta

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¡HE VUELTO!

Disculpen la tardanza 😅 es que recién empecé las clases y voy a empezar a trabajar así que eso sumado a mis asuntos personales he estado bastante corta de tiempo.
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Camila

El sábado por la mañana me senté ante la mesa con un cuaderno, un café y un plato de huevos con lonchas de pavo. Ya había comprobado mi cuenta bancaria y había llegado mi último cheque. Era por un período de pago completo, pero, aun así, era todo el dinero del que iba a disponer probablemente durante otro mes, y tenía que estirarlo.

-¿Qué estás haciendo? -preguntó Lauren cuando me vio. Fue directa a la cafetera y a coger el plato que le había preparado.

¿Cómo era posible que estuviera tan increíblemente guapa en pijama y camiseta? Incluso su pelo era un desastre, pero yo seguía teniendo ganas de saltar sobre ella.
Me aclaré la garganta y tomé otro sorbo de la taza.
-El lunes es mi primer día y tengo que estar segura de que estoy preparada.
-¿Preparada para qué?
Di unos golpecitos en el papel con el bolígrafo.
-Para eso es la lista. Necesito ropa, tal vez zapatos. -Me devané los sesos tratando de pensar qué más iba a necesitar.
La lista incluía cinco tipos de prendas: pantalones, jerséis ligeros, camisas de vestir, rebecas, zapatos de tacón...
Los tacones los descarté al momento. Tenía unos cuantos pares, aunque había hecho bastantes kilómetros con ellos gracias al hotel. No se encontraban en mal estado, pero estaban empezando a mostrar su edad.
Unas horas más tarde nos encontrábamos en el departamento para mujeres de Macy's. Mientras yo miraba tan feliz prendas en los estantes, Lauren estaba refunfuñando.
-¿Por qué estamos en la planta de oportunidades? -preguntó.
-Porque se pueden encontrar cosas estupendas a muy buen precio -repuse; cogí dos camisas y me las colgué del brazo.
-No te preocupes por el precio.
-Claro que sí. Puede que hayas pagado el alquiler, pero el viernes recibí la última paga y ese es todo el dinero que tengo para las próximas cuatro semanas, más o menos.
El código de vestimenta para mi puesto era informal y no exigía los trajes que llevaba en el hotel. Por lo tanto, mi primera emergencia era el vestuario.
-Oh, una chaqueta de punto. -Estaba segura de que haría frío a veces, y por siete dólares era perfecta.
-Te voy a pagar la ropa -intervino Lauren n-. No quiero que te resignes a contar cada centavo.
Negué con la cabeza y me dirigí a una cubeta llena de pantalones.
-No me resigno a nada. No hay nada malo en ninguna de estas cosas. Solo están de oferta. Y no, no vas a pagar nada.
-Claro que sí.
-No. -Clavé los ojos en ella.Tenía la mandíbula tensa.
-La mitad.
Si seguíamos adelante, íbamos a acabar teniendo una discusión en toda regla por una estupidez. Que pagara la mitad era un compromiso que ambos podíamos aceptar.
-La mitad -concedí.
-No me rindo nunca.
-Acabas de hacerlo. Aunque haya sido compromiso.
-¿Voy a obtener recompensa?
-Tal vez, si te portas bien, podamos llegar a un acuerdo con el vestuario -dije con un guiño.
Arqueó una ceja y asintió.
Inspiré hondo mientras me miraba en el espejo. Se me acababa el tiempo y me estaba poniendo nerviosa.
-¿Qué tal me ves? -pregunté al salir del baño. Lauren todavía estaba poniéndose los gemelos cuando levantó la vista.
Sonrió.
-Preciosa, como siempre, y perfecta para el primer día.
-Gracias. -Me acerqué y le di un beso en los labios, con cuidado para no borrar el pintalabios-. Y gracias por tu ayuda con las compras.
-De nada, aunque me habría gustado que me dejaras comprarte más ropa.
-Te he permitido pagar la mitad. -Sabía que no estaba contenta con eso.
-Ya, bueno, la necesitas por mi culpa.
-Iba a necesitarla de todas formas -señalé.
Se puso la chaqueta y se enderezó el cuello.
-No me vas a dejar ganar esta vez, ¿verdad?
-Nop, señorita Jauregui. Se llama compromiso. Acostúmbrate a ello porque no siempre te vas a salir con la tuya.
Dio un paso adelante, me dio una palmada en el culo y me agarró las nalgas con ambas manos.
-Ya me desquitaré de mi frustración más tarde.
El calor se extendió por mis mejillas y me mordí el labio.
-Eso habrá que verlo. Ahora vamos, no quiero llegar tarde.

Nuestros coches estaban aparcados a unas cuantas plazas de distancia el uno del otro y pude oírla refunfuñar con los músculos de la mandíbula tensos. También había perdido la pelea sobre ir juntas.
Era un viaje luchando contra el tráfico, pero tampoco estaba imposible transitar. Cuando entramos en el aparcamiento, Lauren me siguió hasta donde aparqué en lugar de ocupar la plaza que tenía reservada cerca de la puerta.
Se acercó a mi coche y tiró de mí para rodearme con los brazos.
-No me gusta no ir contigo. Y venimos los dos al mismo sitio. Esto es ridículo.
Lo era, pero era necesario. Entendía que estuviera en contra de ocultar nuestra relación, y estaba de acuerdo, pero no quería empezar provocando cotilleos de que había conseguido el trabajo porque follaba con la jefa. Sobre todo, después de que me despidieran en el hotel por esa misma razón.
-Lo es, pero espera unas semanas y podremos venir juntas.
-Vale, pero sigue sin gustarme -refunfuñó.
La miré con los ojos abiertos de par en par. El labio inferior le sobresalía hacia delante, y tenía las comisuras hacia abajo.
-¿Estás..., estás haciendo pucheros?
Apretó los labios, lo que hizo desaparecer el mohín.
-No.
-¡Oh, Dios mío, sí!
Negó con la cabeza.
-Buena suerte. -Y me dio un último beso antes de separarnos.
Me costó alejarme de ella, pero lo hice. Salí de entre los coches y Lauren me siguió a unos diez pasos. Quería volverme y sonreírle para demostrarle lo emocionada que estaba, pero no podía. El viaje en el ascensor hasta el vestíbulo resultó insoportable porque la cabina iba atestada de gente. Sus dedos rozaron los míos y entrelacé mi meñique con el suyo.
Al entrar en el vestíbulo, vi a Dinah a cierta distancia, cerca de los ascensores. A medida que me acercaba, Lauren se hacía a un lado lentamente.
-Camila, bienvenida -saludó Dinah con una sonrisa.
-Buenos días. -No podía reprimir la sonrisa aunque lo intentara.
-Buenos días, Lauren-dijo.
-Buenos días, Dinah -repuso ella; me echó una ojeada y continuó su camino.
-¿Cómo estás esta mañana? -preguntó ella-. ¿Preparada para el primer día?
Dejé escapar un suspiro.
-Nerviosa y emocionada es una mejor descripción, probablemente.
-Bueno, pongámonos en marcha. Tengo mucho que enseñarte.
Nos dirigimos a la zona de ascensores, donde Lauren estaba esperando. Cuando se abrieron las puertas, entraron las diez personas que aguardaban. Yo acabé justo delante de Lauren en la cabina abarrotada. Fue una oportunidad que aprovechó para tocarme; apoyó la mano en mi cadera y me acarició con el pulgar.
-¿Cómo van las cifras mensuales? -preguntó.
Su voz cerca de mi oreja me sorprendió y me hizo pegar un respingo.
-Las tendré listas esta tarde -respondió Dinah señalándome con un gesto-. En cuanto le enseñe todo a Camila, terminaré de hacerlas.
-De acuerdo. Tengo una reunión a las tres con Tom.
-Las tendrás a las dos. -Las puertas del ascensor se abrieron, y Dinah hizo un gesto hacia el exterior-. Aquí es donde salimos nosotras.
Lauren me dio un rápido apretón en la cadera antes de que me alejara. No pude evitar devolverle la mirada al salir, y nuestros ojos se cruzaron.
-Esa era nuestra vicepresidenta, Lauren Jauregui -comentó Dinah mientras íbamos por el pasillo-. No te ofendas porque no se haya presentado. Ella es así.
-¿Grosera? -pregunté, tratando de disimular. No me sorprendía nada, conociéndola.
Eso la hizo soltar una carcajada.
-Esa es una forma de describirlo. Es una persona de negocios brillante, genial con los clientes, pero le falta algo de delicadeza con...
-¿Las abejas obreras?
-Ah, la has calado.
Después de ir a Recursos Humanos para obtener mi identificación y rellenar el papeleo, nos dirigimos a la vigésima planta. Durante la primera hora, repasé el manual de formación y una descripción general de lo que iba a hacer antes de que me condujeran a la persona a la que iba a ayudar.
-Te presento a Josh. Él será quien te enseñe todo hoy.
-Hola -dije, tendiéndole la mano.
-Hola. -Josh tenía una sonrisa suave y unos ojos azules muy brillantes enmarcados por un par de gruesas gafas negras.
-Volveremos a hablar más tarde -se despidió Dinah al alejarse-. Tengo a los informáticos preparándolo todo. Andan un poco atrasados por culpa de la poca antelación, pero Josh puede empezar a enseñarte cómo funciona todo.
-Gracias.
Me sonrió y me indicó que lo siguiera a su despacho.
-¿Lista para aprender? Asentí .
-Oh, sí.
Al cabo de unas horas me costaba meter en mi cerebro toda la información nueva. Estaba agotada, asustada, medio enloquecida y me preguntaba en qué me había metido. Todo me parecía muy extraño, pero tenía que recordarme a mí misma que era solo porque era nuevo.
-¿Quieres ir a comer? -preguntó Josh justo antes del mediodía.
Asentí, agradeciendo mucho el descanso.
-Claro. No estoy muy familiarizada con lo que hay por aquí. -Aunque estábamos en el centro, el Cameo estaba a más de dos kilómetros y todo era diferente.
-Hay un montón de sitios estupendos, muchísimos. Sandwicherías, italianos, americanos, bares, chinos, tailandeses... En realidad, casi de todo.
-¿Y para tomar una buena ensalada? Creo que últimamente he estado comiendo demasiado por motivos emocionales.
Se rio.
-Hay un sitio en el edificio de enfrente que te hace la ensalada al momento. Puedes elegir entre un montón de ingredientes.
-Perfecto. Había tantos ingredientes que me costó elegir, así que hice que le echaran casi todas las verduras y hortalizas que había y la aliñé con una vinagreta de frambuesa.
-¿Qué tal ves el primer día? -preguntó Josh al sentarnos.
-Me está resultando abrumador. No estoy segura de que tener los títulos signifique que estoy preparada para la práctica.
Dejó escapar una risa.
-Lo verás más adelante, una vez que le cojas el tranquillo a todo.
-Muchas gracias por ayudarme hoy.
-De nada. Soy el gurú para entrenar a los nuevos empleados. Dinah siempre me encarga que me ocupe de ellos.
-Eso demuestra lo bueno que eres en tu trabajo. -No solo era amable, sino que, mientras me enseñaba, pude comprobar lo bueno que era en todo lo relativo a la formación. No se irritaba porque yo interrumpiera su carga de trabajo y respondía con gusto a todas mis preguntas.
-Gracias -dijo con una sonrisa.
Picoteé la ensalada, deleitándome con los ingredientes que había elegido, en especial con los arándanos secos, que le daban un toque de dulzura. -¿Cuánto tiempo llevas trabajando para Cates?
Terminó de masticar antes de responder.
-Seis años.
-Debes de estar a gusto.
Asintió.
-La empresa es estupenda. Una de las pocas que sabe que sus empleados trabajan mejor y con más ganas si se sienten valorados y recompensados.
-Es muy bueno saberlo.
-¿Dónde trabajabas antes? -preguntó.
-En el hotel Cameo. Era supervisora de recepción -expliqué esperando que no preguntara por qué me había ido.
-Oh, guau, es un lugar muy elegante. Mi esposa y yo consideramos casarnos allí, pero era demasiado caro.
Tenía la sensación de que había comido una tonelada, pero solo había tomado la mitad de la ensalada.
-¿Cuánto tiempo llevas casado?
-Tres años. Acabamos de tener una niña, April; tiene tres meses -dijo, sacando el teléfono del bolsillo.
En la pantalla aparecía una niña regordeta, sonriente y toda de rosa.
-¡Oh, es adorable!
Mi corazón se derritió ante la tierna visión. Tal vez un día Lauren y yo tendríamos una hija.
Volvimos al trabajo poco después. Durante el resto de la jornada seguí intentando meter más conocimientos en mi cabeza. Había escrito páginas y páginas de notas y solo esperaba poder descifrarlas. Sabía que estaba ralentizando mucho el trabajo de Josh, pero no parecía importarle eso ni mis millones de preguntas.
-¿Cómo te ha ido el primer día? -preguntó Lauren cuando llegamos a casa.
-Genial. Aunque estoy agotada. -Me quité los zapatos de una patada y me deshice de la blusa. Estaba más que lista para ponerme ropa de vegetar y convertirme en un bulto en el sofá con un plato de comida en el regazo-. Dinah ha sido genial. Y Josh ha estado increíble.
-¿Quién es Josh? -preguntó con el ceño fruncido.
-¿No conoces al personal?
-Allí trabaja mucha gente. Háblame de él.
-Fuimos a comer y no paraba de hablar de su mujer y su bebé. Tiene una niña adorable.
-Mmm... -murmuró con los labios apretados. -No estás celosa, ¿verdad? -pregunté, luchando contra una sonrisa.
-Acabamos de salir de un lugar donde había un hombre que creía que eras suya, y ahora estás metida en un cubículo con otro hombre.
Puse los ojos en blanco.
-Un hombre casado. Y tú eres la que me ha conquistado, ¿recuerdas?
-Sí, y hay algo que todos deben saber -aseguró, acercándome hacia sí para rodearme con sus brazos.
-¿El qué?
-Que eres mía.
Le sonreí y la abracé con fuerza.
-Toda tuya.
Los días fueron mejorando, y mis miedos e inseguridades empezaron a desaparecer. Al final de la semana, mi ordenador estaba a pleno rendimiento y me encargaba de algunas cuentas. Seguía teniendo miles de dudas, pero al menos sentía que estaba trabajando de verdad.
-¿Cuáles son tus planes para el fin de semana? -preguntó Josh mientras me ayudaba a resolver una discrepancia entre un extracto bancario y el correspondiente libro mayor. -Voy a comprar muebles con mi novia. ¿Y tú?
Estaba deseando pasar el fin de semana con Lauren, relajándome. Habíamos planeado comprar algunos muebles en las tiendas que había seleccionado.
-Suena divertido. Yo llevaré a mis encantadoras damas a la playa.
-Va a hacer buen tiempo.
-Deberías animarte. ¿A tu novia le gusta ir a la playa?
Negué con la cabeza.
-A las que tienen el agua tan fría no.
Aunque sonaba divertido, no podía aceptar la invitación. Al menos hasta que hiciéramos pública nuestra relación en la empresa. Para eso solo faltaban unas semanas. Para entonces ya iba a estar cerrada la compra de la casa, lo que significaba que iba a tener que actualizar mi dirección en mi ficha de personal.
-Voy a buscar más café -dije con un bostezo-. ¿Quieres uno?
-No, gracias. Ya tengo bebida. -Señaló la lata gigante de Monster que tenía en el escritorio.
Apenas había cruzado la puerta de la sala de descanso cuando se me revolvió el estómago. Fue una arcada tan intensa que me llevé el brazo a la cintura y noté la boca húmeda: la señal de advertencia de que necesitaba encontrar una papelera lo antes posible.
Inspiré por la nariz y luego expulsé el aire al instante. Fuera lo que fuera, olía fatal.
-¿Qué es eso? -le pregunté a Jan, mirando el recipiente que tenía en las manos.
-Chili -dijo ella-. ¿Estás bien?
Asentí y me retiré inmediatamente sin el café.
-Cambio de planes -comuniqué a Josh cuando volví a mi puesto-. Voy a tomarme un breve descanso para ir a por un té. -Me encantaba que hubiera una acogedora cafetería en el edificio. Quizá no fuera Starbucks, pero era mejor que nada.
-¿Todo bien?
-Sí -asentí-, tengo el estómago un poco revuelto.
El té me ayudó, y las náuseas se calmaron; aunque no estaba bien del todo, pude terminar el trabajo y salir a mi hora habitual.
El viaje a casa fue brutal, pero llegué antes que Lauren. Mientras subía las escaleras, me sonó el móvil en el bolso.
Tengo una reunión tardía, pero llegaré pronto a casa.
Sus palabras me hicieron flotar. Me encantaba cómo decía «a casa». Era muy tierno, porque, con lo que odiaba mi apartamento, solo podía querer decir que, para él, yo era su hogar.
Después de cambiarme, miré en la nevera y no encontré nada apetecible. Pensé que quizá cuando Lauren llegara a casa se me antojara algo.
Netflix era mi medio de relajación preferido, y puse una película que había visto cientos de veces, ¡Sing!, y me tumbé.
Antes de darme cuenta, me despertaron el ruido de la puerta y la voz de Lauren llamándome.
-Hola, cariño.
Me estiré y solté un bostezo.
-Hola.
-¿Estás bien?
-Sí -dije, incorporándome-. Hoy me he sentido un poco mal. Supongo que también estaba cansada, porque ni siquiera recuerdo haberme dormido. -Por la hora del reloj, me había echado una siesta de una hora.
-¿Qué te pasa? -preguntó ella, con el ceño fruncido.
Negué con la cabeza y me acaricié el estómago.
-No sé. Tengo el estómago revuelto.
-Eso no es bueno.
Me encogí de hombros.
-Tampoco es malo, solo son náuseas.
Se agachó y me dio un beso en la frente.
-Deja que me cambie y pedimos algo que le guste.
-¿Qué tal la reunión? -pregunté mientras se dirigía al dormitorio.
-Ha durado más de lo que había previsto -dijo desde la otra habitación. Mi apartamento era tan pequeño que apenas tuvo que levantar la voz-. Tuvo su parte buena: el tráfico estaba menos congestionado.
-Te has librado, porque cuando vine yo era infernal.
-Estoy deseando que vivamos más cerca.
-Y yo.
Volvió a entrar con pantalones cortos de entrenamiento y una camiseta, y se sentó a mi lado; sonreí cuando me puso las piernas sobre su regazo.
-Vale -dijo; se acomodó y sacó el móvil--. ¿Te voy leyendo opciones para ver si algo te llama la atención?
-Perfecto.
Su mano libre subía y bajaba de forma distraída por mi pantorrilla.
-A ver... ¿Comida tailandesa?
Apreté los labios.
-No.
-¿Mexicana?
-Ni hablar.
-¿China?
Eso hizo que se me revolviera más el estómago.
-No.
Detuvo la mano y continuó acariciándome la piel suavemente con el pulgar.
-Acabamos antes si me dices qué te apetece.
Una hamburguesa de pollo con queso y salsa Buffalo de Frank's Red Hot apareció en mi cabeza y, en lugar de náuseas, mi estómago gruñó de hambre.
-Vas a odiarme...
-Quieres algo con salsa Buffalo, ¿no?
Asentí con energía y puso los ojos en blanco.
Suspiró y sacó el menú del Ninety Nine.
-¿Algo más?
Negué con la cabeza.
-Puedo picar de lo que tú pidas.
Me miró con el ceño fruncido y giró la cabeza.
-¿De mi hamburguesa completa con queso y beicon?
Solté una risita.
-De eso no, pero quizá robe patatas fritas. -Negué con la cabeza. Era muy posesiva con sus hamburguesas, e iba a tener que hacerse socia del gimnasio hasta que nos dieran la casa. El sexo no quemaba suficientes calorías, en especial cuando se comía mucho fuera.
Los días siguientes seguí sin sentirme bien. No era demasiado malestar, pero sí un estado constante de náuseas. De hecho, fue suficiente para que no fuéramos a comprar los muebles, así que seguimos confeccionando la lista desde el sofá.
Atribuí aquel malestar a mi nuevo trabajo, ya que la semana anterior me había resultado muy estresante tener que aprender tantas cosas nuevas. Eso, y que habría jurado que el edificio se movía. Poco después, me enteré de que el edificio no se movía, pero sí el suelo. Al parecer, Sean, en la fila contigua a la mía, hacía bailar la pierna sin parar y, debido al lugar en el que se encontraba, el movimiento se transmitía a mi puesto. Eso no ayudaba. Toda la información nueva que me daban, así como los programas que utilizaban, me hicieron desear haber aceptado un trabajo de mi campo mientras estaba en la universidad, pero esos puestos no me ofrecían la flexibilidad que necesitaba ni la paga que el hotel me proporcionaba.
Gracias al trabajo en el hotel había podido pagar todo lo que necesitaba mientras estudiaba a tiempo completo. Tenía algunos ahorros, que se habrían esfumado por completo si Lauren no hubiera pagado las facturas con dos meses de antelación cuando dejamos el Cameo. No era mucho para ella; mis facturas de dos meses equivalían a tres o cuatro de sus noches de hotel.
Estaba sentada delante del ordenador después de la comida cuando me invadió otra oleada de náuseas. Fue tan fuerte que tuve que salir disparada al cuarto de baño, donde vomité todo el contenido de mi estómago. Mientras me enjuagaba la boca, me miré al espejo. Un pensamiento escalofriante me pasó brevemente por la mente antes de asentarse. Tenía cierto sentido.
Saqué el teléfono y abrí el calendario. Recorrí las semanas y conté los días. Cuarenta y dos.
Me quedé helada, allí de pie, frente al espejo. Acostumbraba a ser regular, veintiocho días, sin retrasos. Intenté convencerme de que era debido al estrés de haber perdido el trabajo y de conseguir uno nuevo, pero en el fondo lo sabía.
Inspiré un par de veces para tranquilizarme, convenciéndome de que no era bueno que me asustara cuando solo era una conjetura. Volví al escritorio, me senté y reanudé mi trabajo, mientras todas las posibilidades me daban vueltas en la cabeza.
En cuanto dieron las cinco, salí disparada hacia la puerta y pasé por una farmacia de camino a casa; las manos me temblaron todo el tiempo.
Entré en el edificio y corrí a mi apartamento. No disponía de mucho tiempo. Lauren llegaría pronto a casa. Llevé la bolsa de la farmacia al cuarto de baño y abrí la caja que contenía dos pruebas de embarazo. Las saqué del envoltorio, las puse sobre la encimera y di un paso atrás. Las miré fijamente, crucé los brazos sobre el pecho y me dediqué a pasear un momento. Era consciente de que disponía de un tiempo limitado, así que me bajé los pantalones y me puse a la tarea. Cuando acabé, dejé las pruebas en la encimera y me lavé las manos. Mientras esperaba los resultados volví al dormitorio y me quité la ropa de trabajo.
Después de ponerme unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes, volví a entrar en el baño con precaución. Mis ojos evitaron las pruebas y fueron directamente a la caja mientras leía y releía los signos de los resultados y sus significados. No era ciencia para superdotados; solo un símbolo «más» o un símbolo «menos». Era consciente de que estaba perdiendo el tiempo y no podía permitírmelo. Se me hizo un nudo en el estómago y volvieron a temblarme las manos.
Inspiré hondo, dejé la caja en la encimera y miré las pruebas; las dos tenían un signo positivo de color rosa.
Mis ojos iban y venían entre las pruebas y la caja, esperando que de alguna manera estuviera interpretando algo mal y el signo significara que no estaba embarazada.
Aturdida, volví a entrar en el dormitorio y me senté en el borde de la cama antes de deslizarme hasta el suelo, con la mirada perdida en la distancia. Se me llenaron los ojos de lágrimas. ¿Cómo iba a reaccionar? ¿Alegrándose? ¿Enfadándose? Dios, esperaba que la hiciera feliz.
No sabía ni cómo me sentía; estaba insensible. Incrédula y llena de ansiedad. Quería tener hijos, pero también quería casarme y que fuera algo que decidiéramos hacer como pareja. Eso no estaba planeado.
Estaba tan atrapada en mi propia cabeza que ni siquiera la oí entrar.
-Nena, ¿qué te pasa? -preguntó; entró en el dormitorio y se arrodilló frente a mí.
Señalé la encimera del cuarto de baño donde se encontraba la prueba que iba a decidir nuestro destino. Se acercó y vi que su espalda se tensaba y se quedaba inmóvil.
-¿Cómo ha sucedido esto? -preguntó, su voz era plana, vacía de emoción-. ¿Cómo ha ocurrido esto, Camila?
-No lo sé -respondí, con un tono muy parecido al suyo; sin vida.
Negó con la cabeza.
-¿Me estás tomando el pelo? -gruñó-. Otra vez no.
-¿De qué estás hablando? -pregunté. No tenía sentido-. ¿Otra vez qué?
Se volvió hacia mí. -Estamos a punto de mudarnos, tú acabas de empezar un nuevo trabajo, yo estoy a punto de asumir el cargo de directora general. Lo último que necesitamos ahora es una complicación como esta.
No era la reacción que esperaba.
-Bueno, la necesitemos o no, ha sucedido. -Se me inflamó el pecho y se me llenaron los ojos de lágrimas.
Sus ojos se convirtieron en rendijas y me quedé helada. Me recordó sus primeros días en el Cameo. La señora Jauregui había vuelto, y en sus rasgos no podía reconocer a mi querida Lauren.
-¿Esto es lo que habías planeado? ¿Lo que querías desde el principio? -No había vida en su voz. Era una ira fría y apenas velada.
Inspiré con fuerza y lo miré con intensidad.
-¿Qué coño estás insinuando? -¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaba tan enfadada,?
-¿Todo ha sido por dinero?
El shock y la confusión se apoderaron de mí. ¿Dinero? ¿Creía que yo era una cazafortunas?
-¿Por qué, Camila?
-Los condones no son infalibles, Jauregui -escupí-. Y tampoco la marcha atrás.
-¿Por eso has cedido tan fácilmente a mis avances?
-¿De qué coño estás hablando?
-¡Contesta!
La ira me inundó. No iba a seguir escuchando la mierda que estaba vomitando.
-Vete ya de mi apartamento.
-Lo-has-planeado-todo.
Se quedó allí, mirándome.
-Solo te quería a ti. Te quería a ti. Pero ahora, después de lo que acabas de decir, no quiero tener nada que ver contigo. No te necesito, ni a ti ni tu dinero. Lárgate. -Sorbí mientras las lágrimas comenzaban a brotar sin que yo pudiera evitarlo mientras le empujaba el pecho.
Mis sueños de una vida con Lauren se estaban desmoronando.

¿Negocios o Placer? {Camren Gp}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora