Maratón 3/6
Camila
Hacía tres días que no veía ni sabía nada de Lauren. Nuestra única interacción habían sido unos breves mensajes de texto, aunque yo seguía con subidón de Lauren después de la cita, incluso aunque me engulleran los exámenes finales. De hecho, ni siquiera había ido a trabajar. Estaba encerrada en el apartamento con una cafetera a pleno rendimiento, cajas de comida china a domicilio y pizzas congeladas.
Durante tres días había pulido mis proyectos y había trabajado las exposiciones con las que los acompañaría. Había repasado una y otra vez la información para asegurarme de que la tenía toda memorizada. En realidad, eso no me preocupaba tanto, lo que me preocupaban eran los proyectos en sí.
Mientras, había echado tanto de menos a Lauren que me dolía físicamente. Se había mantenido alejada y, además, me había tocado ir a trabajar justo después de la última presentación, así que no lo habíamos celebrado.
—Hola —me saludó Shawn cuando entré en el despacho.
—Hola.
—¿Qué tal los exámenes?
—Bien. Ya he terminado. —No podía borrar la sonrisa de mi cara. Había terminado. Después de años de sacrificio y largas noches iba a empezar el siguiente capítulo de mi vida.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro.
—¿Qué te ha pasado? —me lanzó James.
Me giré para mirarlo.
—¿Perdón?
—¿Qué nos ha pasado, Camila? ¿Qué ha cambiado?
Me dio un vuelco el corazón.
—Shawn…
—No me vengas con tonterías, Mila. Estás distante. Es como si fueras otra persona.
Se me revolvió el estómago. Tenía razón. Lo había evitado desde que pasé la primera noche con Lauren. No estaba saliendo con Shawn, no éramos pareja, pero por alguna razón, me sentía como si lo estuviera engañando. Al mismo tiempo, me contradecía a mí misma pensando que no había más nadie si no Lauren. Que ella me había poseído por completo.
Cualquier posibilidad de tener algo con Shawn había muerto. Me parecía algo que había pasado en otra vida y, en cierto modo, lo era. Mi existencia antes de Lauren era otra, y en cuanto saliera del hotel, le iba a cerrar la puerta.
—No sé qué decirte. Lo único que tengo claro es que no va a haber nada entre nosotros —dije. El aire que nos rodeaba era pesado, opresivo.
—¿Qué ha cambiado? —preguntó, cruzando los brazos con la mandíbula tensa.
—Yo. —Era la verdad. Yo había cambiado—. No has sido tú, he sido yo.
Negó con la cabeza, incrédulo.
—Todo iba bien, y, de repente, te volviste distante.
El peso de mi pecho se hizo más agobiante.
—Mi situación ha cambiado, y me gustaría poder decirte algo para que te sientas mejor, pero no creo que nada de lo que diga sirva para ello.
Movió la cabeza, con el ceño fruncido. —Podrías decirme que te quedan aquí quince días, o que has conseguido otro trabajo y que nos veremos el sábado por la noche para cenar.
—No puedo decirte nada de eso.
Sus ojos se clavaron en los míos, buscando una respuesta.
—Después de tres años de coqueteos, de contárnoslo todo, de esperar… Todo para nada.
—No era mi intención que sucediera esto —balbucí, tratando de ofrecer algún tipo de explicación—. Hasta hace dos meses, me entusiasmaba la idea de que saliéramos juntos.
—Dos meses… —Me miró y nuestros ojos se cruzaron—. ¿Has conocido a alguien?
¿Por qué era tan difícil? Porque no quería hacerle daño.
—¿Hay alguien más? —preguntó con más intensidad, haciéndome retroceder de un salto.
—Sí —susurré.
Su cara se contrajo mientras se mesaba el pelo.
—Así que ¿me jodo porque no hemos podido ser pareja antes? ¿Porque soy tu jefe?
Asentí. —Lo siento. Sé que eso no sirve para nada, pero no quería hacerte daño.
—Pero lo has hecho, Camila. Lo que siento por ti… Me has roto el corazón.
Sabía que le gustaba a Shawn, pero ¿tanto?
Lo seguí con la mirada mientras salía furioso del despacho y se marchaba por ese día. Una mano se posó en mi hombro mientras el eco del portazo seguía resonando en mis oídos.
—No seas dura contigo misma, Camila. Se hará a la idea —dijo Troye, que acababa de entrar desde el vestíbulo.
—Gracias, Troye —dije—. Es que nunca había roto un corazón.
—¿Te sentirás mejor si te digo que creo que la otra es la más adecuada?
Le regalé una sonrisa.
—Ya me lo imaginaba.
—¿Por qué?
—Porque ha sido capaz de conquistarme con rapidez. Shawn ha llegado a importarme, pero no estoy segura de que hubiera sido amor.
—Aun así, es una decisión difícil.
Asentí.
—Sí, lo es.
—No te preocupes por eso. Tienes un bombón esperando para colmarte de amor. No pude evitar reírme de eso.
—Que tengas una buena noche.
—Hasta mañana.
—¿Preparada para una noche de diversión? —pregunté a Lucy en cuanto llegué a recepción.
—Siempre y cuando pueda mirar al botones nuevo toda la noche —respondió con un murmullo de aprobación.
Las dos miramos cómo el chico recogía el equipaje de un huésped que llegaba. Debió de notarlo, porque levantó la vista y lanzó una sonrisa radiante a Lucy.
—Creo que ya se ha fijado en ti.
—Oh, sí…
Me reí y negué con la cabeza mientras me dirigía a atender a un cliente.
Seguí el consejo de Troye. Aunque no me gustaba haberle hecho daño a Shawn, no lo había hecho de forma intencionada. Sencillamente, no podía negar lo que tenía con Lauren ni que me había enamorado de ella con mucha rapidez.
Lucy y yo estuvimos bastante ocupadas hasta que hicimos una pausa alrededor de las siete. Su nuevo amor salía a las seis, así que no iba a haber más distracciones.
Estábamos contemplando la posibilidad de tomar un café cuando sonó el teléfono y apareció en pantalla el número que tenía grabado a fuego en mi cerebro y en mi corazón, que se había acelerado.
—Recepción —respondí. Como el identificador de llamadas lo había delatado, Lucy se escabulló hacia atrás, sin querer oír su voz.
—Necesito verte —soltó. Un escalofrío me recorrió las venas y se acumuló entre mis muslos ante la urgencia de su voz.
—¿La camarera no le ha dejado toallas limpias? Lo siento mucho, señora Jauregui. Le llevaré unas ahora mismo —mentí al teléfono.
Se lo hice saber a Lucy y me dispuse a coger un juego de toallas del armario de la limpieza. La oí murmurar algo cuando me iba. Me reí para mis adentros al darme cuenta de que estaba rezando para que regresara sana y salva, y posiblemente añadiendo una plegaria para que a Lauren se la tragaran las fosas del infierno.
El ascensor llegó a la decimocuarta planta, y ya tenía las bragas mojadas en previsión de lo que iba a ocurrir. Al acercarme, inspiré hondo, sujeté el montón de toallas con una mano y extendí la otra para llamar. La puerta se abrió de golpe un momento después; Lauren estaba ante mí con el pelo mojado y sin otra cosa que una toalla envuelta alrededor de la cintura.
Atravesé la puerta y, en cuanto estuve dentro, me giró para aplastar mi pecho contra la pared. Las toallas cayeron al suelo mientras sus manos me subían el borde de la falda hasta la cintura. Clavó los dedos en mis caderas, tirando de mi culo hacia ella, antes de bajarme las bragas hasta las rodillas.
Con un movimiento suave, me penetró hasta el fondo.
Grité cuando comenzó a moverse con un ritmo implacable. Era delicioso y salvaje al mismo tiempo; la fuerza de sus embates me clavaba contra la pared.
Era obvio que había tenido un mal día en el trabajo, o quizás se sentía igual que yo y me había echado de menos tanto como yo a ella.
—Nena…, ¡oh, joder, nena! —gruñó.
Me temblaban las piernas y se me tensaban las entrañas mientras me llevaba al límite. Su necesidad era una fuerza incontenible y me excitaba tanto como sus embestidas.
Lo ansiaba tanto como ella. Era una forma de eliminar la tensión, y me empujó directamente al precipicio con cada impulso de sus caderas, que me hacía subir más y más. Me ardía todo el cuerpo, y no tardé en vibrar alrededor de su eje.
—¡Lauren!
—Eso es, nena. ¡Joder! —gritó, clavando los dedos en mis caderas.
Casi me corrí de nuevo por sus gruñidos y gemidos; notar que alcanzaba el clímax hizo que todo mi cuerpo se estremeciera.
Nos tomamos una pausa de un minuto, y se sosegó antes de retirarse de mi interior. Se apartó y, de reojo, la vi quitarse un condón y tirarlo a la basura.
—Maldita sea, nena, lo siento —se disculpó. Se agachó para levantarme y se acercó conmigo en brazos al sofá—. No me gusta haber estado tanto tiempo sin verte.
Nos quedamos sentados durante un rato, empapándonos el uno del otro. Piel con piel, respiración con respiración, una conexión que había echado mucho de menos. No me había dado cuenta de lo mal que me sentía hasta que su frente tocó la mía y me rodeó la cintura con los brazos.
En ese momento sonó su teléfono y, de inmediato, su mirada se volvió dura y tensó la mandíbula. Se echó hacia delante y lo cogió de la mesilla de noche, pero lo volvió a soltar al ver la pantalla.
—Putos idiotas incompetentes —refunfuñó. Era la primera vez que le oía usar palabras así para referirse a alguien que no fuera el personal del hotel.
—¿Un mal día? —pregunté mientras le pasaba los dedos por el pelo. Había descubierto que eso la tranquilizaba y podía calmarla.
—Joder —gruñó—. Es uno de esos que me hacen cuestionar mis decisiones. En especial, el haberme hecho cargo de Cates y trasladarme a Boston.
Sus palabras me hicieron perder el ánimo y traté de que no se notara mi decepción. Me recorrió la mejilla con los dedos antes de pasármelos por debajo de la barbilla, haciéndome levantar la vista para que se encontrara con la suya.
—Pero luego recuerdo que si no hubiera tomado esa decisión, no te habría conocido a ti, y veo que toda la incompetencia que tengo que aguantar vale por completo la pena.
Se me aceleró el corazón y los ojos se me llenaron de lágrimas. Cada vez que salía de clase me daba cuenta de lo mucho que lo deseaba. Cada fibra de mi ser clamaba por ella. El deseo de cogerla de la mano y no soltarla nunca resultaba abrumador.
—¿De verdad?
—De verdad.
—Te he echado de menos —dije. Se me cayó una lágrima.
Me la secó con el pulgar.
—Yo tuve una cita fantástica con una mujer y, de repente, no recibí ninguna llamada suya, solo mensajes monosilábicos. Empezaba a pensar que había metido la pata, pero luego recordé que no era el centro de su mundo, aunque quisiera.
—¿Es tu forma de decir que también me has echado de menos?
Me acarició la nariz.
—Te he echado muchísimo de menos.
—¿Muchísimo? Parece que ha sido todo un sufrimiento.
—Lo ha sido.
Y a pesar de que no quería, me alejé de él.
—No te vayas —me rogó.
—Tengo que hacerlo —dije con un gemido.
—Déjalo todo y quédate conmigo.
Negué con la cabeza.
—Eres una mala influencia.
—Pero te sientes tentada, ¿no?
Asentí con cierta reticencia.
—Un poquito. —Me coloqué el tanga y la falda, y repasé el resto de mi atuendo.
—Antes de que te vayas, feliz graduación. —Y cogió de una mesa auxiliar una pequeña bolsa del mismo tono azul que los huevos de petirrojo.
Era uno de los colores más icónicos y reconocibles.
Tiffany and Co. Había ido a Tiffany’s.
Me quedé mirando la bolsa con la boca abierta.
—Lauren… —Dentro no había una caja, sino dos. Saqué la primera y la abrí. Dentro de la primera cajita azul había un precioso brazalete de plata. Estaba formado por cinco bandas entrelazadas que se deslizaban una alrededor de la otra, y una de ellas era una cadena de lo que parecían diamantes. Me lo pasé por la mano y me encantó la forma en que cambiaba al deslizarse por mi muñeca.
—Es precioso —susurré.
—Hay algo más.
El corazón me dio un vuelco en el pecho cuando cogí la otra caja. La experiencia era surrealista. Una vez, un novio me había regalado un sencillo collar de plata, pero había sido en el instituto. Los regalos de Lauren eran mucho más de lo que nunca habría soñado recibir. En especial por algo como una graduación.
La segunda caja era plana y rectangular; la bisagra opuso resistencia cuando la abrí. Inspiré hondo al ver el delicado colgante, una llave adornada de diamantes en una cadena de plata.
—Lauren, es precioso —susurré en tono reverencial—. No sé que… Gracias. Muchas gracias. No tenías que regalarme nada.
—Pues yo creo que sí. —Cogió la caja con el collar y lo sacó—. Levántate el pelo. —Me recogí la melena en una coleta con la mano, y él desabrochó el collar y me lo puso al cuello—. Ya está —dijo cuando terminó—. Esa es la llave de mi corazón, Camila. Mantenla a salvo.
La miré con la boca abierta.
La llave de su corazón.
Me estaba demostrando que era mía.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Sentía el corazón a punto de explotar. La ola que se formaba en mi pecho era abrumadora. Me levanté de un salto, le rodeé los hombros con los brazos y la besé. Quizá Lauren me hubiera apartado de mi camino, pero parecía estar forjando uno nuevo con ella a mi lado. —Gracias. No es suficiente con decirlo, esto significa mucho para mí, ni te lo imaginas.
Se echó hacia delante y apoyó la frente en la mía mientras posaba las manos en la parte baja de mi espalda para abrazarme.
—Dime que eres mía.
—Soy tuya. ¿Por qué no vienes a mi casa esta noche?
Hizo una mueca.
—¿Lauren?
—Tengo que levantarme muy temprano.
—¿Y? ¿En qué se diferencia de cualquier otro día?
—Tu vecina del piso de abajo me grita por hacer «ruido». Es como si durmiera al lado de la puerta, lista para atacar.
Dejé escapar una carcajada.
—Creo que por «ruido» se refiere a que la cama golpea la pared. Ya sabes, cuando follamos con tantas ganas que apenas puedo caminar al día siguiente.
Me sonrió.
—Esas son mis noches favoritas.
—¿Cómo va la búsqueda de casa? —pregunté mientras, recorriéndole distraídamente el pecho y los brazos con las manos—. Aún nada, ¿eh?
Se quedó paralizada, y estaba a punto de preguntarle si le pasaba algo cuando me habló.
—¿Trabajas este sábado?
—La noche anterior.
—¿Podrías acompañarme? —preguntó, ladeando la cabeza para que su mirada se encontrara con la mía—. Quería ver algunas casas.
¿Cómo podía decir que no? Había llegado el momento de estar con ella fuera del hotel, fuera de mi apartamento.
—Por supuesto.
Le di un último beso y volví a mi puesto, emocionada por la cita del sábado.
Lucy abrió los ojos de par en par al verme, seguramente esperando escuchar las historias de mi aventura. Negué con la cabeza, puse los ojos en blanco y traté de mostrar una expresión de furia mientras me acercaba.
—¡Maldita capulla exigente! —siseé en voz baja cuando llegué al mostrador.
—Es horrible que siempre se meta contigo —comentó Lucy haciendo un movimiento con la cabeza.
—Por desgracia, parece que hay algo en mí. ¿Tú ves una señal en mi frente que diga «Gríteme, que así me ocuparé mejor de todo»?
—Debo decir que debe de ser una gran amante para alguna mujer afortunada, de lo contrario no habrá absolutamente nada que redima a esa capullo.
Sentí que se me calentaba la cara al recordar lo buen amante que era. Ojalá Lucy supiera que esa era solo una de sus muchas cualidades. Por otra parte, Lauren no se abría a mucha gente. Yo era una de las pocas excepciones que sabía lo extraordinaria que era debajo de su brusquedad.
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¿Negocios o Placer? {Camren Gp}
FanfictionCamila Cabello ha luchado mucho toda su vida para lograr sus metas. Trabaja como supervisora en un hotel de lujo de Boston para poder pagar su máster en la universidad y no ha tenido mucho tiempo para el amor pero cuando una altísima directiva de un...