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Maratón 4/6

Camila

Lauren se quedó en mi casa el viernes por la noche y nos vimos después de mi turno. Era una excusa para no tener que madrugar el sábado. En realidad, era una excusa para tener sexo y hacernos mimos, y yo no me oponía a ninguna de las dos cosas.
—¿Por qué hemos quedado con tu agente inmobiliario tan temprano?
Se rio, y estiró la mano para apoyarla en mi muslo.
—Camila, son casi las diez.
—Sí, bueno, he hecho el segundo turno y luego alguien me mantuvo despierta durante otras dos horas. —Me giré y la miré con los ojos entrecerrados—. ¿Por qué estás tan contenta?
—Estoy acostumbrada a dormir cinco o seis horas. ¿Starbucks?
—Sí. Si quieres que no esté de mal humor, necesito un café con leche y vainilla enseguida.
—¿Quién está exigente hoy?
—Pues ya es hora de que pruebes tu propia medicina. Mira que despertar a una mujer cuando estaba en el mejor de los sueños…
Levantó la mano de mi muslo.
—No tienes que venir si no quieres.
Estiré la mano para coger la suya y la puse otra vez donde estaba.
—Sí, lo sé. Pero quiero.
—¿Por qué?
—Porque llevo semanas deseando pasar tiempo contigo fuera del hotel. Sin embargo, soy muy borde cuando no tengo mi dosis de cafeína.
—Te compraré un Starbucks entero si eso te hace feliz.
No pude evitar reírme.
—Eso me haría muy feliz.
—Bien, porque eso es todo lo que quiero.
—¿El qué?
—Hacerte feliz.
Me quedé mirando su perfil con asombro.
—¿En serio?
—Es que me haces feliz. ¿Por qué crees que he pospuesto esto durante tanto tiempo? Si encontraba una casa, no iba a verte todos los días.
—¿Te has quedado en el hotel por mí?
Asintió.
—Te lo he dicho ya. Desde el momento en que entré por esa puerta, has sido tú.
—Pero si siempre me gritabas. Y luego soy yo la que da señales contradictorias.
—Era la única forma que se me ocurría para verte y no parecer una sórdida huésped de hotel.
—¿Hacer de mi vida laboral un infierno?
Asintió.
—Hago lo que sea necesario para conseguir lo que quiero.
—Pero eso fue una falta de respeto y supuso un gran problema.
—Ha funcionado, porque ahora tengo lo que quiero.
Fuimos hacia el centro de la ciudad, lo que me sorprendió un poco. Aunque, una vez que se detuvo y me compró un café, ya no me importó a dónde íbamos.
Imaginé que estaba tomándome el pelo al ver el primer edificio al que llegamos. Tenía que ser una broma. Los áticos de aquel edificio eran famosos por los ceros que había en su precio.
—¿Cuál es tu presupuesto? —le pregunté a Lauren en un susurro cuando atravesábamos el aparcamiento para entrar en el edificio.
—¿En Boston? Cuatro millones.
Me tiró del brazo, pero mis pies se habían quedado clavados al suelo mientras lo miraba fijamente.
—¿Qué pasa? El Cameo me cuesta ochocientos por noche, Camila. En realidad, pagaría bastante menos por una hipoteca.
—Es que…, es decir, sabía que tenías dinero… —Bajé la vista y me detuve de nuevo—. ¿Llevas vaqueros?
Su media sonrisa se transformó en una risita mientras negaba con la cabeza.
—Sí que necesitas café por la mañana…
Me quedé mirándola. Nunca había visto a Lauren en vaqueros. Nunca. Y le quedaban incluso mejor que en mis fantasías, pero también estaba rara. Parecía relajada y recién salida de una revista de moda. Me había fijado en el jersey entallado y en la forma en que se ceñía perfectamente a su cuerpo, pero sumar a esa imagen los vaqueros tenía que ser ilegal.
—Maldita sea, me pones… —Me asomé para mirarle el culo y casi me muero—. Te mordería las nalgas ahora mismo.
Se rio y continuamos nuestro camino.
El único problema de salir con Lauren era la diminuta probabilidad de cruzarse con alguien del hotel. Y aunque el hombre que había detrás del mostrador de seguridad no conocía a Lauren, sí me conocía a mí.
Había visto al novio de Vero en múltiples ocasiones, incluso me lo había encontrado en el campus varias veces. Recé para que no me reconociera, pero no tuve tanta suerte.
Su cara se iluminó al verme y supe que no había forma de evitar el encuentro.
—¡Hola, Camila! ¿Qué estás haciendo aquí?
—Hola, Brandon. —Lo saludé con la mano—. Solo estoy ayudando a una amiga a buscar apartamento.
—Ah, hola —saludó Brandon, tendiéndole la mano a Lauren para que se la estrechara.
Lauren se limitó a mirar la mano extendida un momento antes de ignorar a Brandon por completo.
—Cariño, ¿a qué hora se hemos quedado con el agente inmobiliario? —preguntó , poniendo la mano en la parte baja de mi espalda para guiarme lejos del mostrador—. ¿Qué coño ha sido eso, Camila? —Me miraba con los ojos convertidos en rendijas.
—Es el novio de Vero —expliqué, pero no hubo ninguna reacción—. Es una de mis compañeras en recepción.
—¿Y?
—¿Qué? ¡Pues le dirá que me ha visto! Y necesito el trabajo, Lauren. —Tensó la mandíbula y murmuró algo en voz baja que no pude entender—. Además, ni siquiera sé a dónde va a llegar lo nuestro.
Giró la cabeza para mirarme, y pude percibir dolor en sus ojos, además de ira.
—No me mires así —susurré.
—¿Ser mi novia no es suficiente? ¿Qué más necesitas que te diga? ¿Mis actos no son suficientes para ti?
—Necesito algo más, Lauren. Porque la mayoría de los días me siento como si fuera una mujer cualquiera para ti —admití, con los ojos llenos de lágrimas que amenazaban con derramarse. No quería ser eso para ella. Quería ser mucho más. Incluso después de saber el significado del collar, seguía sin sentirme segura de que me quisiera.
—Oh, vamos a deshacernos de esa ridícula idea ahora mismo —gruñó, e inspiró hondo—. Me estoy enamorando de ti, Camila, y quiero que te vengas a vivir conmigo cuando por fin elijamos una casa.
Se me desencajó la mandíbula y la miré con intensidad, sin palabras. Acercó la mano a mi cara y me pasó el dorso de los dedos por la mejilla. Sus ojos se clavaron en los míos y supe que lo decía de verdad.
Mis brazos volaron alrededor de su cuello, y la obligué a agacharse. La besé, y ella emitió un sonido de sorpresa que se desvaneció con rapidez. Me rodeó el cuerpo con las manos para acercarme y besarme más profundamente.
—Pero ¿qué es lo que tengo yo? —pregunté, todavía sorprendida de que me quisiera tanto como para pedirme que viviera con él.
Negó con la cabeza.
—Tú eres lo mejor de ti. No quiero que seas distinta, Camila.
De repente, me vino a la cabeza una imagen en la que estaba haciendo la cena, pero, en lugar de estar sola, había una niña pequeña en el suelo jugando con ollas y sartenes. Lauren entraba y la cogía en brazos antes de besarme. Sin duda, me parecía un hermoso sueño que esperaba que algún día se convirtiera en una maravillosa realidad.
La agente inmobiliaria solo tardó unos minutos en llegar. La mujer que se acercó era tan elegante e iba tan arreglada que me pareció raro compartir el mismo espacio que ella. Con unos vaqueros desgastados, una camiseta, una chaqueta y unos zapatos planos, quedaba en evidencia la diferencia de edad y de estatus. Miré a Lauren, aunque ella, por supuesto, parecía estar a la altura de ella, al menos en el aura.
Eran élite. Incluso en vaqueros.
—Diane, esta es mi novia, Camila.
—Camila, es un placer conocerte. —Me tendió la mano y se la estreché.
—Encantada de conocerte.
Me dedicó una cálida sonrisa y luego volvió a centrar su atención en Lauren.
—Bueno, he elegido un montón de lugares para que los vea hoy.
—Espero que uno de ellos sea el adecuado, porque no quiero perder el tiempo más días —dijo Lauren con un gruñido.
—Le aseguro, señora Jauregui, que son de lo mejor. Tal vez no tengan todas las características y mejoras que usted está buscando, pero esas son fáciles de adaptar.
—Por favor, confírmeme que hay algunas casas unifamiliares en la lista.
Sonrió con pesar.
—Por desgracia, si quiere vivir en el centro, esa no es una opción. Pero he elegido algunas bastante cerca para que les echemos un vistazo.
—Entonces, ¿la mayoría son pisos?
Ella asintió.
—En su mayoría, sí.
Lauren apretó los labios.
—¿La vida en la ciudad no te gusta? —pregunté. Se había trasladado desde Nueva York, pero me había mencionado una vez que le resultaba demasiado congestionada. Que no había espacio para respirar.
—En la ciudad las calles están apelotonadas de gente —comentó cuando subimos en el ascensor—. Si tengo que elegir un apartamento, quiero que tenga bastantes metros cuadrados.
Me encogí de hombros.
—Un apartamento aquí es como vivir en un hotel, solo que más caro.
—Pero podemos modificarlo y hacerlo nuestro.
—Cierto. —Me encantaba la forma en que había dicho «nuestro».
—Este primero tiene ciento ochenta y cinco metros cuadrados con tres dormitorios y tres baños —explicó Diane al abrir la puerta.
Nada más entrar, me quedé deslumbrada por la luz. Había blanco por todas partes. Paredes blancas, suelo, muebles, armarios e incluso decoración blanca. —Es muy… blanco. ¿Crees que son alérgicos al color?
Lauren se rio.
—Es posible. ¿De qué color pintarías esto?
—De uno distinto al blanco. Tal vez gris o azul huevo de petirrojo.
Seguimos mirando, pero me di cuenta rápidamente de que a Lauren no le gustaba. Su expresión era enloquecedoramente neutra.
—Es demasiado pequeño —le dijo a Diane—. Sobre todo, si tenemos en cuenta que cuesta casi tres millones.
El siguiente no era más que una pared de ladrillos con ventanas en Charles Rivers. Y era difícil distinguir alguna de ellas. El suelo era de madera de pared a pared. Algunas habitaciones eran modernas, mientras que otras eran de estilo clásico con paredes de madera de diseño intrincado. Era grande. Más de doscientos cincuenta metros cuadrados. Había muchas habitaciones y mucho espacio.
Parecía un hogar, y aunque no tenía patio trasero privado, sí contaba con una gran zona común de césped con muchos árboles en la parte de atrás.
—¿Qué te parece? —preguntó Lauren.
—Me gusta mucho. Y tiene ese espacio para respirar.
Asintió, pero no pude leer sus pensamientos.
—Está bien.
La siguiente opción de la lista estaba a pocas manzanas, en otro rascacielos. Era agradable, pero tenía un problema.
—La cocina es una cueva —susurré.
Estaba muy bien distribuida, y era moderna y limpia, pero no había absolutamente ninguna luz natural ni daba a otro lugar del apartamento. La única abertura era una puerta tan pequeña que me pregunté cómo habían metido los electrodomésticos por allí. No solo eso, el techo era un poco más bajo que en el resto del apartamento, lo que acentuaba la sensación de estar en una cueva—. ¿Esta es la cocina de un apartamento de casi cuatro millones de dólares?
—Diane, este descartado.
Media docena de lugares después, llegamos al último del día. Era una casa adosada más antigua, a la que vi algunas posibilidades hasta que llegamos al «patio trasero», si se le podía dar ese nombre a tres muros de bloque de tres metros de altura alrededor de un patio con el suelo de ladrillo.
—Esto no es un patio. Esto es una caja con la parte superior abierta —comentó Lauren mientras se daba la vuelta para ir a la puerta principal. Diane y yo la seguimos hasta la parte delantera, donde se puso a mirar a un lado y otro de la calle.
—Todo resulta muy… histórico. ¿No hay nada más nuevo? —preguntó.
—Lauren, esto es Boston, no Ohio.
—Lo sé, pero ¿no hay al menos un patio lleno de hierba en alguno de estos lugares?
—Siempre podemos alejarnos más, señora Jauregui —sugirió Diane—. En Newton y Needham hay algunos patios de buen tamaño.
Lauren echó la cabeza hacia atrás y lanzó un suspiro antes de mirarme.
—¿Qué te parece?
—¿Qué es lo más importante para ti?
—Tú.
El corazón me dio un vuelco, sonreí y me acerqué a ella.
—Me refería a lo más importante en un hogar.
—¿Además de que estés allí? Espacio para respirar, algo de verde, pero no quiero tener que hacer un trayecto largo que me aleje aún más de ti.
—Entonces, ¿qué te parece lo que vimos en Charles River? Es mi favorito. Tiene un espacio verde común entre los edificios.
—No es el que más me ha gustado, pero me encanta ese espacio verde.
—Y era un lugar espacioso, y también tenía esa azotea enorme —le recordé.
—También era uno de los más caros, y no dispone de aparcamiento cubierto cuando nieva —argumentó.
—En realidad, ahora hay una aplicación para eso —comentó Diane, sacando el teléfono—. Yo misma la he utilizado algunas veces. Vienen y quitan la nieve de alrededor de tu coche y lo limpian por ti.
Vaya, llevaba doce años viviendo en Boston y nunca había oído hablar de eso. Volví a mirar a Lauren, que estaba sumida en sus pensamientos.
—Siempre está ese apartamento en una planta veinticinco con terraza.
—Que es el mismo precio que el otro y más de lo que en realidad quería gastar. —Gimió y se volvió hacia Diane—. ¿Y si subimos el presupuesto?
—Espera, ¿no acabas de decir que…?
—Estoy dispuesta a gastar más para conseguir lo que quiero, y no conformarme con algo que se aproxime… —dijo, cortante.
—Incluso así, por esta zona solo encontraremos áticos con terraza —dijo la mujer—. El loft de Charles River posee buena ubicación, gran tamaño y zonas verdes.
Asintió.
—Creo que voy a consultarlo con la almohada.
—Ya tiene mi número. Solo tiene que hacerme saber si se ha decidido por uno o si quiere buscar más.
—Gracias por su tiempo —dijo Lauren, estrechándole la mano.
Nos despedimos y nos dirigimos al coche.
—¿No te ha gustado ninguna propiedad? —pregunté cuando nos sentamos.
—No es eso. Había algunas que me gustaban, y el loft de Charles River era una de ellas.
—No estaba demasiado por encima de tu presupuesto —comenté.
—Doscientos mil. No es precisamente poco. —Su mandíbula empezó a palpitar y observé cómo cambiaba su estado de ánimo—. Tengo una cantidad de dinero limitada. No puedes gastarlo como si no tuviera fin.
Me eché hacia atrás y me apoyé contra la puerta. Se me erizaron todos los pelos del cuerpo. —¿Por qué quieres que nos peleemos? No he querido indicarte cómo debes gastar tu dinero. Solo que si estás hablando de millones, ¿qué suponen unos cientos de miles más? Aunque dudo que Diane tenga problemas para negociar un precio a la baja.
Se cubrió los ojos con la mano y se masajeó las sienes.
—Lo siento. A veces tengo que recordarme a mí mismo que…
—¿Que te quiero por ti misma? —Más incógnitas alrededor de Lauren Jauregui, Fuera lo que fuera, estaba claro que el dinero era un problema.
Asintió y se volvió hacia mí con un suspiro.
—Ese era tu favorito, ¿no?
Intenté que no se notara que quería sonreír, pero no pude evitarlo.
—Era muy bonito, y si mirabas por las ventanas de atrás, no parecía que estuviera en el centro urbano. Siempre se puede buscar por otras zonas, como ella sugirió. Hay muchas casas unifamiliares, pero supondría hacer un trayecto más largo hasta el trabajo.
Entrelazó sus dedos con los míos y se los llevó a los labios. Su comportamiento volvió a ser normal.
—Le diré a Diane que haga una oferta cuando volvamos a tu casa.
—¿En serio?
Asintió.
—Será nuestro.
Me arrastré por el asiento hasta su regazo y lo rodeé con mis brazos.
—Nuestro… —repetí, soñadora.
Cuando nos conocimos no se me había pasado por la mente que algún día iba a vivir con ella, pero allí estábamos, comprando un lugar para vivir. Estaba claro que solo llevábamos unos meses juntas, pero nunca había deseado nada más que estar con ella.

¿Negocios o Placer? {Camren Gp}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora