4ta Planta

3.3K 161 2
                                    

Otro capítulo.....

Camila

Cuando sonó la alarma, me desperté de golpe, desorientada. ¿Qué día era? ¿Qué hora? El reloj marcaba las nueve, pero ¿de la mañana o de la noche?
Revisé mentalmente la lista de tareas pendientes.
¿Comida? Lista.
¿Tareas académicas? Terminadas.
¿Trabajo…?
Solté un suspiro y me tapé la cabeza con la manta. Ah…, por eso estaba sonando la alarma.
Un día. Solo quería un día. Un día libre sin máster ni trabajo. Un día en el que pudiera quedarme acurrucada en el sofá con comida a domicilio mientras me daba un atracón de Netflix.
Al menos, la reserva de la señora Jauregui estaba llegando a su fin y solo iba a tener que lidiar con ella unos días más. Me levanté de la cama con un gemido. No me gustaba nada el tercer turno. No había nada peor que ir a trabajar en mitad de la noche y volver a casa cuando el sol se ocultaba en el horizonte. Cada paso hacia la ducha me suponía una tortura. Había dormido una siesta de unas tres horas, pero, al parecer, eso solo había hecho que me sintiera más cansada.
En lugar de despejarme, me había convertido en una zombi. Una ducha rápida no me ayudó a desperezarme, y mi cuerpo seguía aletargado cuando me dirigí a la cocina en busca de algo que pudiera ayudarme. Dentro de la nevera encontré una bebida energética Rockstar y la apuré con avidez.
Unos sorbos después fui a arreglarme. Me llevó unos minutos, pero empezaba a sentirme más y más humana con cada sorbo. Una vez vestida, regresé a la cocina para coger otra lata que llevarme al trabajo.
—Mierda… —siseé al ver que no había más. Había ido al supermercado por la tarde, ¿cómo era posible que me hubiera olvidado de comprar más?
Encima, el Starbucks estaba cerrado y no abría hasta casi las seis. No estaba segura de poder aguantar tanto tiempo sin quedarme dormida sobre el escritorio. Pero no podía hacer nada al respecto, así que guardé la media lata que me quedaba. Con suerte, sería suficiente. Sí, había una cafetera en la sala de descanso, pero el café no me gustaba a no ser que estuviera acompañado de espuma y algo de vainilla.
Cuando entré en el aparcamiento, la lata estaba completamente vacía. Al menos me sentía espabilada y con algo de energía. Al ser casi las once, las calles estaban tranquilas mientras iba al hotel. Si hubiera sido viernes o sábado, la situación habría sido diferente, pero era miércoles. Debía de haber algunas personas rezagadas en el bar, pero el vestíbulo estaba vacío.
Cuando entré en el despacho, Shawn iba hacia la puerta por la que yo acababa de entrar, y sus ojos se abrieron con sorpresa.
—Buenas noches —dije, separando los brazos como si me estuviera ofreciendo.
Shawn se rio y negó con la cabeza.
—¿Es una invitación?
—¿Una invitación para qué?
Dio un paso adelante y se agachó hasta mi oreja, con la mano apoyada en mi cadera.
—Para que te rodee con mis brazos.
—Qué educado… —Me reí.
Me miró frunciendo el ceño. —¿Estás bien?
Asentí.
—Me he tomado una lata de Rockstar, pero estoy cansada y un poco zombi.
Se rio de mí y negó con la cabeza.
—De acuerdo.
—Dime, ¿qué toca esta noche?
—Informes.
—Vale —dije con poco entusiasmo, poniendo los ojos en blanco—. Eso hará que no tenga ganas de dormir ni nada.
Se encogió de hombros.
—Tengo una tarea para ti.
—Ah, ¿sí?
—Y es algo más que estar guapa.
No pude evitar el rubor que se extendió por mis mejillas.
—Shawn…
—Vale, vale…, en serio… —Se acercó para coger un montón de papeles—. Cuando llegue Valeria tienes que decirle que revise este inventario y la lista de productos lo antes posible. Luis va a hacer el pedido a las siete, en cuanto llegue.
—Entendido.
Troye llegó unos minutos antes de que Shawn saliera por la puerta. Una vez que este se fue, nos quedamos los dos solos. Las noches eran, por lo general, bastante tranquilas. Aprovechábamos el tiempo para ordenar la recepción, atender alguna petición ocasional o a algún borracho, y a ver cómo se arrastraban los trasnochadores por el vestíbulo.
El bar del hotel cerraba a la una y después de eso solo reinaba el silencio. Era un fastidio, y acabé durmiendo una siesta en el descanso y despertándome con la alarma.
—Dame una bofetada —dijo Troye alrededor de las cuatro.
—No puedo, soy tu jefa.
Dejó escapar un gemido y se pasó la mano por la cara, despeinándose el cabello castaño oscuro perfectamente ordenado. En ese momento, resonó un golpe en el silencioso vestíbulo.
—Ay, Dios… —se quejó.
Se le empezó a poner roja la mejilla, y no pude evitar reírme.
—¿Al menos te he ayudado?
Las comisuras de sus labios se curvaron hacia abajo y su labio inferior sobresalió al hacer un mohín.
—No.
Los pies me estaban matando, así que me quité los zapatos de tacón y dejé escapar un suspiro.
—Vaya, ¿desde cuándo eres tan bajita? — preguntó, con los ojos castaños muy abiertos.
Normalmente, los ojos de Troye y los míos estaban a la misma altura, pero sin zapatos no pasaba de mi habitual metro y medio.
—Ja, ja —ironicé, poniendo los ojos en blanco.
—Odio el tercer turno —comentó después de unos minutos de silencio.
—Lo mismo digo.
Las horas se prolongaron sin pausa, pero alrededor de las cinco y media empezó a aumentar la actividad en el vestíbulo.
Justo antes de las seis tomé rumbo al despacho de Valeria. Cuando pasaba por delante del gimnasio algo llamó mi atención y me hizo detenerme. Una mujer, que me resultaba muy familiar, estaba entrenándose y mostraba un aspecto muy diferente al que lucía normalmente.
Se trataba de la señora Jauregui. Los músculos de sus brazos se tensaban cuando tiraba de las asas de una estructura con cables cruzados, haciendo que las pesas subieran y bajaran con el movimiento. Resultaba hipnótico. No podía dejar de mirarlo, y los latidos de mi corazón se incrementaron mientras la sangre rugía en mis venas al ritmo de sus movimientos.
Al menos, al observarla entendí por qué había sido capaz de encargarse con tanta facilidad del borracho de hacía dos noches. Estaba muy en forma, pero también era muy fuerte. No era musculosa como algunos gorilas de gimnasio que había visto, sino delgada y con los hombros anchos.
Me sentía en trance cuando levantó la vista y nuestros ojos se encontraron a través del cristal. La fuerza de su mirada me hizo estremecer, y pegué un pequeño y embarazoso respingo antes de continuar mi ruta por el pasillo.
¿Qué me pasaba? Esa mujer era exasperante y me volvía loca, pero era mirarla unos segundos y me olvidaba de todo eso.
En un mundo racional, la apariencia no debería contar sobre la actitud, pero de alguna manera, la suya lo hacía, lo que me sumía en un extraño estado de confusión y excitación. De nuevo, pensé en ella l viniendo en mi ayuda medio desnuda y muy viril para alejar de mí a aquel borracho asqueroso.
Mis hormonas suponían un grave problema. Tal vez se me acercaba la regla o estaba ovulando. Tenía que existir algo que explicara esas respuestas irracionales hacia ella, porque nunca había tenido una reacción tan fuerte con ninguna persona, ni siquiera con Shawn.
No debía dejarme llevar por esas extrañas reacciones hormonales que surgían ante una cliente tan gilipollas y idiota que pronto se iría.
Fue entonces cuando empezaron a asaltarme las dudas. ¿Y si mi deseo de estar con Shawn fuera solo producto de los «Y si…»? Me gustaba, eso estaba claro, pero ¿había algo más que eso?
Valeria suspiró cuando entré en su despacho.
—¿Y ahora qué? ¿No hemos hecho lo suficiente por esa mujer?
Levanté las manos y apreté los labios.
—Es muy particular.
—Va de diva, Camila.
—Eso no te lo discuto. Soy la que se ocupa de la mayoría de sus quejas.
—¿Qué le pasa ahora? —refunfuñó.
Sabía que la señora Jauregui se había labrado una reputación, pero su alto nivel de exigencia parecía afectar más a Valeria.
—No estoy aquí por ella.
—¿No? Entonces, ¿por qué has venido? Levanté los papeles.
—Por el inventario y la lista del material con el logo del Cameo. Me ha pedido Shawn que vuelvas a comprobar las cifras.
Soltó un suspiro y me arrancó el documento de la mano.
—¿Por qué no podemos encargarnos nosotros mismos?
Me encogí de hombros.
—Es política de empresa.
Asintió.
—Lo sé. Y es un coñazo.
Comprobó la lista en su ordenador y realizó algunas correcciones y anotaciones.
Valeria llevaba el pelo negro y liso recogido en una coleta que le caía sobre un hombro, y las gafas se le resbalaban de la nariz. Normalmente iba muy arreglada, pero había oído que su hijo estaba enfermo, lo que explicaba su aspecto poco impecable. Como solo medía metro y medio, los nuevos empleados suponían que era inofensiva. Sin embargo, era pequeña pero matona, y podía hacerte sentir peor que ningún otro gerente, por lo que me había sorprendido un poco lo blanda que había sido con el responsable del caos de limpieza de hacía unas semanas.
Llevaba una década en el hotel, desde que hizo un curso para obtener el título en hostelería. Su objetivo final era ocupar el puesto de Phillip, el director, y yo estaba segura de que lo haría mejor que él.
—¿Cuándo lo enviará Luis? —preguntó al cabo de unos minutos.
—Tan pronto como llegue.
—Perfecto. Eso significa que tendremos todo para el fin de semana. —Me devolvió el formulario de pedidos—. Gracias, Camila.
—De nada. ¿Aceptas un consejo? No te acerques al gimnasio en un rato.
Eso despertó su interés.
—¿Por?
—Doña Exigente está ahí dentro.
—Bueno, ahora tengo que ir a verla. —Se quitó las gafas y se puso de pie mientras intentaba alisarse el pelo para estar presentable. Decidió fingir que necesitaba acompañarme a recepción—. Madre mía —susurró al pasar por delante por los grandes ventanales—. ¿Es ella?
Asentí, concentrada en observar el nuevo ángulo que estaba trabajando.
—Qué agradable es mirarla. Lástima de esa boca…
—¿No es para eso la cinta adhesiva? —bromeó en el pasillo, sin detenerse.
—Oh, Dios mío, ahora me la imagino frunciendo el ceño mientras… ¡Qué mala eres! —Me reí.
Entonces la miré, y una descarga eléctrica me recorrió al encontrarla con los ojos clavados en mí. Separé los labios, inspirando con fuerza, y noté las mejillas calientes.
—Oooh, el señor Santos va a tener un premio esta noche.
Entendí por qué lo decía. Ver a la señora Jauregui resultaba afrodisíaco, y se estaba excitando, como yo. Y la forma en que me miraba no ayudaba.
Tras inventarse una excusa, Valeria regresó a su despacho, abanicándose a cada paso.
Menos de dos horas después cerré la puerta del apartamento de una patada, me deshice de la ropa y me metí en la cama para dormir un poco antes de las clases de la tarde.
Al día siguiente me incorporé al segundo turno ya en perfecto estado, feliz de haber dormido una noche completa, aunque me hubiera acostado a las tres de la mañana. Tener el tercer turno siempre hacía difícil retomar la normalidad, pero al menos había conseguido llevar a cabo una buena parte de mi proyecto final.
Solo quedaban tres días de la reserva de la señora Jauregui, e iba a sentirme muy feliz cuando todo volviera a su cauce.
Por lo general, que sonara el timbre del teléfono en recepción no era nada fuera de lo normal, pero cuando Vero se echó hacia atrás y negó con la cabeza, supe de quién se trataba.
—No puedo hablar con gente como ella —se quejó Vero, con la espalda apoyada en la pared, mirando el aparato con horror. Los clientes enfadados le afectaban mucho, y, después de la primera noche, le asustaba incluso la posibilidad de tener un enfrentamiento con él.
—Vale, vale, ya me ocupo yo. —Cogí aire, esbocé una sonrisa y contesté—: Buenas tardes, señora Jauregui —dije al auricular.
—Quiero una hamburguesa con queso. —Sin rodeos, directo al grano.
¡Oh, genial! No tenía que encargarme yo.
—La pondré en contacto con el servicio de habitaciones.
—No. Quiero que se encargue usted.
Una vena empezó a palpitarme en la frente.
—¿Perdón?
—Los del servicio de habitaciones la jodieron anoche —refunfuñó—. La quiero en su punto, y para ello es preciso que usted se asegure de que la hacen correctamente y me la entregue en cuanto esté lista.
Sus exigencias iban más allá de mis obligaciones, pero estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de que estuviera contenta y no gritara.
Tapé el micrófono del teléfono con la mano e inspiré hondo mientras cerraba los ojos.
—Por supuesto. ¿Cómo la quiere?
Después de anotar el pedido, dejé a Shannon al frente de la recepción mientras yo me dirigía a la cocina.
—Hola, Camila —me saludó Louis, el jefe de cocina, cuando entré.
—Hola, Louis —dije con una sonrisa.
Estaba cortando verduras a una velocidad de vértigo, algo que yo nunca intentaría a menos que deseara hacer un viaje a urgencias.
—¿Qué te trae por aquí?
—Tengo un pedido especial de un cliente, y necesito que se haga exactamente como él quiere.
Con un rápido movimiento, la verdura se unió a un gran cuenco de acero inoxidable con otros ingredientes que ya esperaban ahí.
—¿Es de la cliente de la que he oído hablar?
—¿Sus caprichos han llegado incluso hasta aquí?
Sonrió mientras se limpiaba las manos.
—Este no es el primer pedido que hace al servicio de habitaciones.
—Ah, sí, mencionó algo al respecto. —Estaba acostumbrada a pensar que yo era la que se llevaba la peor parte de sus exigencias, pero estaba claro que no era la única, sino la única que lo hacía cara a cara.
—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó.
—Necesito una hamburguesa con queso y patatas fritas —resumí antes de sumergirme en la lista de condiciones—. La carne tiene que estar al punto, ni muy hecha ni cruda. Con una loncha de queso cheddar muy fina, tres tiras de beicon, mayonesa, ketchup, pepinillos, cebolla blanca, no roja, y tomate. El pan debe ser de maíz y estar bien tostado.
—Pues sí que es específica… —comentó; sacudió la cabeza y se dirigió a la despensa para sacar los ingredientes.
—Dímelo a mí. Hay más. —Miré el papel otra vez—. Las patatas fritas tienen que estar calientes y crujientes cuando las suba. Nada de florituras, por favor. Para que yo no pierda la cordura, hazlo todo exactamente como pide.
—Eso está hecho. Te avisaré cuando se la suban.
—Oh, no, no, no… —dije; lo detuve, negando con la cabeza—. Tengo que esperar y subirla yo misma.
—¿En serio?
—Sí, porque si no está bien, tendré que volver a bajar. —Forcé una sonrisa mientras Louis movía la cabeza.
Louis no pasó el pedido; se encargó de todo él mismo.
—Espero que así quede satisfecho el señor —dijo, dejando el plato en el carro.
—Gracias, Louis.
—No dejes que te pase por encima.
Curvé los labios.
—¿Ella? Nunca.
—Muy bien. Vete antes de que se enfríen las patatas.
Con un último gesto, puse rumbo al ascensor de servicio y subí a su planta. El trayecto fue corto, ya que no había actividades nocturnas que me hicieran detenerme. Mientras empujaba el carrito por el pasillo, recé para que estuviera exactamente como ella quería. Lo último que necesitaba eran más quejas.
Después de un rápido golpecito, se abrió la puerta, y, como siempre, me quedé atónita por lo abrumadora que me resultaba su presencia. Todavía llevaba puesto el pantalón, el chaleco y la camisa, que se había remangado a la altura de los codos, y se había deshecho de la corbata y de la chaqueta. Su imagen consiguió que las mariposas de mi estómago se pusieran a aletear sin control. Todo era superlativo cuando estaba cerca de ella.
¿Por qué la primera mujer que me había hecho sentir así tenía que tener la peor personalidad del mundo?
—Camila… —Se hizo a un lado mientras sostenía la puerta abierta, lo que me pareció un poco extraño.
Cogí la bandeja con cierta dificultad para no derramar la bebida, y accedí al interior.
—¿Dónde lo pongo?
—En el escritorio.
Me agaché para dejar la bandeja y luego me enderecé con ganas de irme.
—¿Puedo ayudarlo en algo más esta noche?
—Espera —ordenó, impidiendo que lo empujara y me alejara. Enlacé las manos frente a mí y me quedé observando cómo levantaba la tapadera. Emitió un ronroneo de satisfacción al examinar las viandas. Primero probó una patata frita, y al parecer se quedó satisfecha con su estado; luego cogió la hamburguesa. En cuanto mordió, empezó a gemir. El sonido rozaba el erotismo, y me produjo un cosquilleo en la columna vertebral y una oleada de calor entre las piernas.
¿Qué coño…?
—Está perfecta —dijo en voz baja y, por primera vez, agradecida—. Esto sí que es una buena hamburguesa. —Otro mordisco, y otro gemido que me debilitó las rodillas—. Buen trabajo, Camila. Sabía que lo haría bien.
¿Eso era un cumplido? Después de tanto tiempo, no estaba segura de que fuera capaz de algo así.
Tuve que concentrarme, porque no estaba segura de por qué estaba teniendo una reacción tan extrema hacia ella. Ese gemido…, ese gemido me iba a hacer polvo si continuaba.
—Gracias, señora. ¿Eso es todo? —Necesitaba alejarme de allí y del magnetismo que la rodeaba. Movió la cabeza mientras daba otro mordisco.
—¿Quién es el responsable? Porque necesito que me haga una cada noche.
—¿Cada noche?
Sus ojos se abrieron de par en par durante una fracción de segundo antes de que se aclarara la garganta.
—Puede que desarrolle una obsesión por las hamburguesas de queso con beicon.
—Si esta es su reacción a una hamburguesa con queso, por favor, hágame saber qué otra cosa le da placer y haré todo lo posible para conseguirla.
Me miró con intensidad, con los ojos algo más oscuros, más profundos, mientras se chupaba un poco de salsa de la yema del pulgar. Me quedé paralizada, casi como si estuviera atrapada en las embriagadoras vibraciones que desprendía.
—Hay muchas cosas que me dan placer, Camila. —El tono ronco de sus palabras hizo que mi cerebro sufriera un cortocircuito, sobre todo porque nuestros ojos estaban encadenados.
No podía apartar la mirada, no podía pensar en ninguna respuesta, así que me quedé clavada en el sitio, hipnotizada, sintiendo un ardiente calor en la cara. —¿Como por ejemplo, señtor? —pregunté; mi voz apenas fue un susurro.
Otro gemido ronco, pero esta vez no fue provocado por la hamburguesa de queso.
—Salga de aquí.
Parpadeé, confusa, mientras ella se sentaba tras el escritorio, con la atención centrada en el contenido de la bandeja. Obviamente, me había despedido, pero yo seguía aturdida por el repentino cambio en su estado de ánimo. Tardé un segundo en reaccionar antes de que mis pies se movieran y me alejaran de ella.
Cuando estuve de regreso en el vestíbulo, corrí al baño para intentar refrescarme. Al mirarme al espejo, vi que tenía la cara roja. Ella ni siquiera me había tocado, pero yo ardía en deseos de que lo hiciera. Aquella mirada y la forma en que se había lamido la salsa del pulgar eran lo más sexy que había visto nunca.
Estaba horrorizada, porque nunca había experimentado eso en tal grado con Shawn ni con ninguna otra persona.
Empecé a preguntarme qué iba a hacer, pero me interrumpí. La señora Jauregui se iba a ir pronto y todo iba a volver a la normalidad. Podía olvidarme de esa sensación y achacarla a su buen aspecto y a que, probablemente, me estaba tomando el pelo solo porque podía hacerlo.
—Me han dicho que anoche lo pusiste muy contento —dijo Shawn a mi espalda, acercando los labios a mi oreja.
Me giré y miré a mi alrededor para asegurarme de que no nos había visto nadie. No estábamos haciendo nada malo y todos estaban acostumbrados a vernos interactuar, pero, aun así, solo nos separaban unos centímetros.
Resultaba extraño: Shawn estaba muy cerca, pero las reacciones que tenía normalmente hacia él habían desaparecido. O tal vez solo se habían apagado. Notaba cierto calor o anhelo, pero las mariposas apenas agitaban sus alas. Había llegado a creer que lo de la otra noche había sido una casualidad. Que no me encontraba bien o algo así, pero otra vez estaba allí esa extraña falta de reacción, en especial, teniendo en cuenta cómo me sentía a tres metros de la señora Jauregui.
La línea de meta estaba a la vista, y, una vez que encontrara otro trabajo, Shawn y yo no íbamos a tener que ceñirnos a las reglas del hotel. Él lo sabía y yo también, pero por alguna razón la idea de estar con él no me emocionaba tanto como antes.
No, y sabía, aunque fuera muy difícil de admitir, que la aún más inapropiada Lauren Jauregui había ocupado de alguna manera el lugar de Shawn.
A pesar de todo, sonreí.
—Ya era hora de que hiciera algo bien.
Dejó escapar una risa.
—Es gilipollas no sabe de lo que habla. Molesta por gusto. Siento que te lleves la peor parte.
—Parece que le ha cogido el gusto a ir a por mí. Me pregunto si estará apostando consigo mismo hasta cuándo resistiré.
—No te vencerá. Camila Cabello es inquebrantable.
—Gracias por el voto de confianza.
—De nada. —Se acercó más a mí, y sentí su aliento cálido en el cuello—. Ven a cenar conmigo mañana.
—Shawn…
—Solo como amigos.
Negué con la cabeza.
—No te mientas a ti mismo.
Dejó escapar un suspiro y dio un paso atrás.
—Ya. Aunque supongo que un hombre puede hacerse ilusiones. Es que… Creo que de alguna manera te estás alejando de mí y no sé cómo actuar.
No estaba segura de qué decir, de cómo reaccionar. Llevaba dos semanas sintiéndome igual; era algo que estaba ocurriendo lentamente, desde que Lauren Jauregui había pisado el hotel.
—Estoy sometida a mucha presión en este momento —dije finalmente, sin estar segura de creerlo.
Asintió.
—Es posible. Sé que tienes mucho estrés con el máster, y luego está el capullo de tu casero, que te ha subido el alquiler.
—Sí, como si no tuviera suficiente ya, ahora me veo obligada a conseguir doscientos dólares más al mes. Y no tengo tiempo para nada más. —El asunto del alquiler resultaba frustrante y exasperante—. Tampoco es que haya mejorado ningún aspecto de mi vida.
Negó con la cabeza.
—Ese alquiler es ridículo.
—Toda la beca se va en el alquiler —refunfuñé—. Si no tuviera este trabajo, no sé qué haría.
—Vente a vivir conmigo.
Puse los ojos en blanco.
—No puedes evitarlo, ¿verdad?
Hizo una mueca que se acabó convirtiéndose en una sonrisa de satisfacción.
—¿Contigo? No. Además, si no tuvieras este trabajo, a nadie le importaría que vivieras conmigo.
No sabía cómo responder a eso, así que continué caminando hacia la salida.
—Buenas noches.
—Igualmente.
Sacudí la cabeza y salí al vestíbulo para ir hacia el lugar donde estaban Troye y Lucy; quería dejar atrás la incomodidad que sentía después de lo que había dicho Shawn.
—¿Qué tal hoy? —pregunté.
Lucy sonrió y se encogió de hombros.
—Bien. Ha habido un gran almuerzo en el salón Midas. Estaba lleno de macizos. ¡Mmm!
Aunque no había agobio en recepción, cada pocos minutos entraba alguien para registrarse, y, de vez en cuando, se formaba una pequeña cola de clientes.
Una hora después, le di permiso a Lucy para que hiciera un descanso.
—Dime, ¿qué hay entre Shawn y tú? —preguntó Troye cuando nos quedamos solos. Parpadeé.
—¿Perdón?
—Está superamigable contigo. Te toca cada dos por tres, se muestra cariñoso. Te lanza mensajes con esos ojitos azules.
—Vale. Le gusto. —Eso no era difícil de admitir. Pero si me pedía más… Mi corazón parecía estar volviéndose contra mí, y eso me asustaba.
—¿Estáis saliendo? —preguntó.
Lo miré boquiabierta.
—¡Troye!
Levantó las manos.
—Solo estoy preguntando…
—No —dije tajante—. Va en contra de la política de la empresa.
—Pero quieres salir con él.
Apreté los labios en una fina línea.
—Tal vez algún día. Por ahora, solo coqueteamos.
Confié en que eso hiciera que Troye cambiara de tema, sobre todo porque tenía dudas. ¿Por qué estaban cambiando tanto las cosas?

¿Negocios o Placer? {Camren Gp}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora