Camila
Después del encontronazo en la cafetería, las cosas cambiaron. Seguía quejándose de todo, e incluso escribió una carta desagradable sobre Ally, la camarera que Valeria le había asignado. Al parecer, no le gustaba la forma en la que doblaba las toallas.
Su estancia se prolongó de manera indefinida, lo que provocó cierto descontento entre el personal. Por mi parte, en cambio, empezaba por fin a comprenderlo después de su confesión.
—¿En serio? —pregunté frunciendo el ceño mientras señalaba su última queja. Mi comportamiento hacia ella se había vuelto un poco más relajado.
—Hay manchas. En el interior.
No se equivocaba, y a juzgar por la capa de polvo que rodeaba las ventanas, algunas de las manchas eran bastante antiguas. Las ventanas estaban manchadas por fuera debido a la lluvia, pero los limpiacristales venían con frecuencia. No sabía cuándo el personal de limpieza limpiaba las ventanas por el interior, y ni siquiera sabía si eso formaba parte de su trabajo.
—Haré que alguien venga a ocuparse mañana —dije.
—¿Mañana? —preguntó arqueando una ceja.
—¿Tan exigente es?
Curvó los labios hacia arriba.
—De acuerdo, mañana está bien.
La forma en que me sonrió hizo que mi corazón se acelerara.
—Por cierto. —Me metí la mano en el bolsillo, saqué un papel doblado y se lo entregué.
—¿Qué es esto? —me preguntó mientras le entregaba el recibo del libro nuevo. Había debatido conmigo misma si debía permitir o no que me lo pagara, pero el libro se había estropeado y con mi presupuesto no podía asumir ese gasto.
—La factura del libro.
—Ah, bien. —Sacó la cartera del bolsillo trasero, cogió unos billetes y me los tendió.
Tenía dos billetes de cien dólares apretados entre los dedos. —Solo cuesta ciento cincuenta —señalé.
—Quédese con el resto —dijo—. Además, no llevo ningún billete pequeño encima.
Eso no me convencía, y me mantuve firme.
—No puedo aceptarlo.
—¿Por qué?
Solté un suspiro.
—Porque ya me costó bastante decidir si le iba a pedir que me lo abonara.
—¿Por qué? Fue culpa mía que se le estropeara.
—Porque es una cliente, y fue un accidente —razoné, y le cogí los billetes. Me quedé con uno y le devolví el otro—. Tenga.
Le echó una mirada de desprecio al billete y luego negó con la cabeza.
—Quédeselo.
—Señora Jauregui, no puedo. Es como una propina o un soborno, y no puedo aceptarlo. —¿Por qué me estaba haciendo pasar tan mal rato?
—Si no se calla, la besaré para que deje de hablar.
Lo miré fijamente con la boca abierta.
—No será capaz…
Dio un paso adelante y me puso la mano en la cadera antes de rodearme la espalda. Con un rápido movimiento, me acercó a su pecho.
—Oh, Camila, no tienes idea de lo que sería capaz de hacerte. —La forma en que dijo mi nombre era diferente a la anterior. Casi tierna.
Apoyé las manos en su pecho sin acordarme ya de la factura y me estremecí al sentir su cuerpo contra el mío. Cada centímetro en el que nos tocábamos parecía más vivo y palpitaba presa de una necesidad que nunca había conocido. Mantuve la mirada clavada en el cuello de su camisa, pues sabía que no podría controlarme si levantaba la vista.
—¿Por qué respiras tan fuerte? —preguntó.
¿Lo hacía? Me eché hacia delante, apoyé la frente en su clavícula e hinqué los dedos en su pecho. El modo en que me hacía sentir con una sola mirada no era nada comparado con la emoción que me embargaba cuando me tocaba. Todo mi cuerpo respondía a ella con la reacción más violenta y llena de lujuria que jamás había tenido. La intensidad era vertiginosa.
—Deberías irte. —Su voz era ronca y áspera, y avivaba las llamas de mi interior. Apartó la mano de mí, y yo me retiré de mala gana. La despedida fue muy parecida a las anteriores, pero con la diferencia de que, cuando lo miré, me devolvió la mirada. Sus rasgos seguían siendo tan inexpresivos como siempre, pero sus ojos… Sus ojos me hicieron sentir un escalofrío.
—Buenas noches, señora Jauregui —susurré mientras me daba la vuelta para irme.
—Camila… —exclamó.
Me volví al instante.
—¿Sí? —Señaló al suelo y a los billetes que se habían caído—. Ah…
Cuando ya me agachaba, se adelantó, cogió los billetes del suelo y me los tendió.
—En serio, no puedo soportar que te agaches delante de mí ahora mismo.
El fuego que palpitaba en mi cuerpo al pensar en que ella se sentía tan atraída por mí me llenaba de energía. Esperaba que tal vez ella tuviera una reacción similar a la mía.
Veinticuatro horas de anhelo se cocinaban a fuego lento dentro de mí mientras permanecía de pie detrás de la recepción. Ese era el tiempo que llevaba sin ver a mi torturador, el señora Jauregui.
Justo después de las seis, sonó el teléfono y se encendió un fuego en mi interior. Supe inmediatamente quién era.
—Es la señora Jauregui —dijo Troye mirando el teléfono. Sin inmutarse, descolgó el auricular—. Recepción, buenas tardes, señora Jauregui. —Hubo una pausa, pero no oí ningún grito—. Lo remediaremos enseguida, señora. —Cuando colgó, se volvió hacia mí—. No han limpiado las ventanas o algo así. Quiere que suba alguien.
—Te refieres a mí, ¿verdad?
Asintió.
—Tú eres la jefa.
Suspiré.
—¡Yupi! Cuando vuelva, podrás tomarte un descanso —dije, y di la vuelta alrededor del mostrador para acercarme al ascensor.
Había hecho la solicitud para que se las limpiaran —me había asegurado de ello—, lo que me hizo preguntarme si tenía un motivo real o si solo era una excusa para verme. Me gustaba mucho la segunda posibilidad.
Había tardado casi media hora en calmarme después de salir de su habitación el día anterior. Todavía no podía creerme lo que estaba pasando entre nosotros. Pero deseaba que nos pudiéramos portar como personas normales y no andar a escondidas.
El camino hacia su habitación resultaba algo cotidiano: un rápido viaje en ascensor, girar a la derecha y avanzar cuatro puertas. Toqué con rapidez la puerta con los nudillos, y luego me preparé para soportar la fuerza abrumadora que era Lauren Jauregui.
—Hola —dijo al abrir la puerta. No tenía el ceño fruncido para recibirme y tampoco estaba enfadado. Noté un breve gesto en sus labios, que estaban un poco más subidos por un lado que por el otro.
Me recorrió un escalofrío y mi corazón redobló la velocidad de sus latidos.
—¿Qué le pasa esta noche? —pregunté al entrar en su habitación.
—Que no formas parte de ella —dijo.
Se me revolvió el estómago y sentí que el calor inundaba mis mejillas. ¿Cómo era posible que en unas pocas semanas se hubiera apoderado de mi corazón? Quería…, anhelaba sus elogios. Me moría por quedarme atrapada en sus ojos, adoraba la forma en que se suavizaban, cómo sus párpados se volvían pesados al mirarme.
Respiré de forma entrecortada cuando se adelantó y se cernió sobre mí. Con tacones, yo medía un decente metro setenta y cinco, pero Lauren debía de pasar bastante del metro ochenta, y tan cerca de mí se convertía en una presencia imponente.
—¿Camila? —Estaba tan cerca que podía sentir su aliento en mi piel.
—¿Mmm?
—Deseo que…
Los músculos de mis muslos se tensaron y me puse de puntillas, casi rogándole que me besara.
—Sí.
—… que dejes de mirarme así.
La niebla que me envolvía se despejó de repente cuando levanté la vista hacia ella. Me dio un vuelco el corazón e intenté comprender lo que había pasado.
—¿Qué?
Se alejó, dándome la espalda. Tenía todos los músculos tensos, los puños apretados a los costados.
—Si eso es lo que quieres… ¿Qué necesitas? —pregunté.
Echó la cabeza hacia atrás.
—Pensaba que lo había dejado claro.
—No estoy segura —respondí, sorprendida por mi tono de voz—. He recibido muchos mensajes contradictorios.
Volvió a acercarse a mí. —Es que me siento así.
—¿Y eso?
—Porque la última vez que deseé a una mujer, las cosas no terminaron demasiado bien… —comenzó—. Porque eres joven. Porque trabajas en el hotel y no para mí. —Extendió la mano, me acarició la clavícula con los dedos y los deslizó por mi cuello—. Porque nada me ha parecido tan prohibido como tus labios.
Cuando se acercó a mí, las rodillas me flaquearon y se me erizaron los pezones. No me resistí: esperé, conteniendo la respiración.
Sus labios fueron tiernos contra los míos, flexibles. Una cata, una muestra. Era perfecto, y entre nosotros saltaban chispas. Todo el deseo y las ganas parecían concentrarse en el pequeño espacio que quedaba entre nuestros labios.
Se me escapó un chillido cuando, de repente, se abalanzó hacia delante para besarme más profunda e intensamente. Me rodeó la cintura con el brazo libre y me acercó a ella mientras abría la boca. Yo hice lo mismo: la abracé por los hombros y la acerqué a mí. Fue un beso contundente y lleno de una pasión que jamás había experimentado, tanta que encendió un infierno en mi interior.
Lo único que quería era que siguiera tocándome, que no parara nunca.
—Deberías marcharte —me aconsejó con la voz ronca.
No quería dejarla. No, quería continuar. Aliviar por fin la picazón que me había molestado desde el día en que la conocí.
—No. —Jadeé y mi voz fue muy distinta a cualquier sonido que hubiera emitido. Le hice bajar la cara y me arqueé hacia ella. Entre nuestros labios solo quedaban unos centímetros cuando dejó escapar un gemido y me separó, agarrándome por la cintura.
—Ya —gruñó, alejándose.
Respiraba con dificultad, con las fosas nasales dilatadas y los párpados tan entornados que apreté los muslos al instante.
—Vete.
Me capturé el labio entre los dientes, me di la vuelta de mala gana y me marché.
Con cada paso que daba se me despejaba la cabeza y mi sonrisa se hacía más grande. Me recorrí con los dedos los labios, que aún hormigueaban. Era, con diferencia, el mejor beso que me habían dado nunca.
Solo había sido un beso y ya sabía que mi vida había cambiado. No era tan ingenua como para pensar que podíamos mantener algún tipo de relación, pero acababa de destruir cualquier pensamiento que albergara de tener algo con Shawn.
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¿Negocios o Placer? {Camren Gp}
FanfictionCamila Cabello ha luchado mucho toda su vida para lograr sus metas. Trabaja como supervisora en un hotel de lujo de Boston para poder pagar su máster en la universidad y no ha tenido mucho tiempo para el amor pero cuando una altísima directiva de un...