26° Planta

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Camila

No pude dormir demasiado a pesar de lo cansada que estaba. Todos los análisis y pruebas dieron bien, así que me firmaron el alta para que pudiera marcharme a media mañana. Cuando salimos, ya empezaba a sentirme un poco mejor. Más fuerte, al menos.
Lauren se agenció un uniforme de quirófano para que me lo pusiera por encima y compró un par de zapatillas de verdad en la tienda de regalos del hospital.
Cuando llegamos al apartamento, ni siquiera me dejó llevar el bolso o la ropa. Incluso me dijo que me agarrara a su brazo.
—Joder, qué calor hace aquí —dijo al entrar.
—Mierda —dije, y me acerqué al aire acondicionado de la ventana. No funcionaba. De hecho, había muerto. Llevaba tiempo fallando. Menos mal que tenía unos cuantos ventiladores.
Lauren dio la vuelta y comenzó a abrir las ventanas, y gracias a Dios que lo hizo, porque no estaba segura de tener fuerza para ocuparme yo. Siempre se quedaban atascadas debido al exceso de capas de pintura.
—Bueno, ya estoy en casa.
Frunció el ceño.
—Si me miras así porque esperas que me vaya, puedes esperar sentada. Me da igual dormir en el sofá, no te dejaré sola.
—¿Vas a dormir con el traje puesto otra vez?
Apretó los labios en una fina línea.
—Bueno, puede que vaya a buscar algunas cosas.
—Perfecto. Pues hazlo. Yo me voy a echar una siesta —dije, encaminándome al dormitorio.
—Camila, espera —dijo Lauren.
Me detuve y me giré hacia ella.
—¿Qué?
Levantó la mano y me acarició la cara, mirándome con ternura; después, se echó hacia delante para besarme en la frente.
—No voy a tardar más de dos horas. De paso, compraré el suplemento de hierro. Si necesitas algo, sea lo que sea, llámame. Tragué con fuerza y asentí. Se me derretía el corazón cada vez que sus labios me tocaban la piel.
—Ya sabes, sea lo que sea —repitió; salió por la puerta y cerró tras de sí.
Mientras miraba la puerta, me entró el pánico. ¿De verdad iba a volver? La última vez que se había ido, no lo había hecho.
—Contrólate, Camila —me dije, acercándome al cuarto baño. Quería darme una ducha rápida para refrescarme antes de ponerme algo y echarme a dormir.
Estaba sin fuerzas cuando terminé y, después de ponerme unas bragas y una camiseta, encendí el ventilador y me dejé caer en la cama. En cuestión de segundos, me quedé dormida, vencida por el agotamiento más absoluto.
Veinticuatro horas después, Lauren seguía a mi lado, cociéndose en un piso que era horno. Había cumplido la promesa de volver a las dos horas, y lo hizo con un montón ropa y un par de bolsas del supermercado. Sin embargo, yo seguí durmiendo gran parte del día. Entre el agotamiento y los síntomas de la anemia, solo me despertaba un rato cada pocas horas. —Ten, cariño —dijo Lauren, poniéndome la mano cerrada delante de la cara. La abrió y dejó que cayeran unas pastillas en la mía; luego me entregó un vaso de agua.
—Gracias —Las píldoras con vitaminas prenatales eran enormes, al menos para mí. Siempre me había costado tragar pastillas y me resultaba muy difícil tomarlas. Por suerte, las cápsulas de hierro no eran grandes.
Después de ver cómo las tomaba, Lauren se sentó de nuevo en el sofá y me subió las piernas a su regazo. No tardé en relajarme. Parecía que todo volvía a encajar en su sitio, pero aún no se había curado la cicatriz que me había dejado en el corazón.
—¿Qué quieres cenar? ¿Te apetece algo? ¿Algo con salsa Buffalo?
Solté una risa.
—Más despacio.
—¿Qué?
No pude evitar reírme al interpretar la expresión de confusión absoluta de su rostro.
—Sé que estás ansioso por complacerme, pero hazme las preguntas de una en una.
—¿Te parece bien que pida algo para cenar? Apenas has almorzado.
Mi estómago tampoco cooperaba mucho. El almuerzo había ido directo a la basura mientras yo vomitaba en el cuarto de baño.
Pero no me pasaba lo mismo con la salsa Buffalo.
—Empiezo a pensar que la salsa Buffalo va a ser mi antojo de embarazada.
—¿Antojo de embarazada?
Asentí.
—A mi prima Britney se le antojaron hamburguesas con queso y beicon de Wendy’s durante todo el embarazo. Le dio tan fuerte que no podía pasar un día sin tomar una. —Saqué el móvil y abrí una ventana del navegador para buscar recetas de salsa Buffalo—. Debe de ser muy fácil de preparar en casa.
—Bueno, mientras miras eso, voy a pedir una hamburguesa y un poco de salsa Buffalo. ¿Algo más?
Negué con la cabeza.
—Bueno, tal vez una ensalada con salsa barbacoa.
—Entendido.
Nos ventilamos toda la primera temporada de Stranger Things. Lauren se había quedado totalmente enganchado con ella, sobre todo porque había sido una niña de los 80. Yo también la disfruté, pero el cansancio había hecho que me quedara dormida en algún episodio. Lauren la vio de nuevo para que no me perdiera nada.
La hice dormir en el sofá el viernes por la noche, pero me sentí mal cuando salí el sábado por la mañana y vi que era tan alta que el sofá le quedaba corto.
La verdad era que no quería que me hiriera más. No quería estar enfadada con ella. Solo quería que me rodeara de nuevo con sus brazos y sentirme tan bien como unas semanas antes.
A medida que avanzaba el día, pasamos de sentarnos en los extremos opuestos del sofá a que yo pusiera las piernas sobre su regazo, y ella, la mano sobre mi estómago. Se me había subido la camiseta, dejando al descubierto un par de centímetros de mi vientre, y Lauren trazaba lentos círculos sobre mi piel.
Atendió todas mis necesidades y se aseguró de que me lo tomara con calma.
—No soy un inválida —le dije después de que me impidiera levantarme para ir a por una bebida.
—Lo sé, es que… —Soltó un suspiro—. Es que tengo… miedo.
—¿De qué?
—En el hospital, me pareció que estabas muy enferma. Solo quiero cuidarte y mantener a nuestro bebé a salvo. Tengo miedo de que podamos perderlo.
Una abrumadora necesidad de rodearla con mis brazos se apoderó de mí, pero la reprimí.
No estaba preparada para demostrar tanto afecto.
—Vale —dije; me senté de nuevo y me puse cómoda. Me había dejado sin palabras porque esa era otra cosa de él que me derretía. Después de la cantidad de veces que nos habían dicho lo afortunados que éramos, no iba a correr ningún riesgo. Al menos hasta que estuviera mejor.
Unas horas después, no podía dejar de bostezar, y sentía los ojos pesados por el sueño a pesar de las siestas que había echado y de lo poco que me había movido.
—¿Hora de dormir? —preguntó.
Asintió y retiró los brazos, que tenía puestos sobre mí, e inmediatamente eché de menos el calor de su contacto. Noté una opresión en el pecho. Lo único que quería era que me abrazara.
—¿Estás bien? —preguntó, examinándome con el ceño fruncido.
¿Lo estaba? No.
Me pasaban muchas cosas por la cabeza y las emociones me ahogaban. Tenía miedo de todo: de él, de mí, de nosotros. De lo que mi mente creía que debía hacer, aunque mi corazón luchara contra ello.
—Ven —dije; me puse de pie y le tendí la mano—. El sofá es demasiado pequeño para ti.
Lo miró con intensidad y levantó la vista buscando mis ojos.
—¿Estás segura? Estoy bien…
—Solo vamos a dormir. Nada más.
Asintió.
—Solo si me prometes que estás bien.
—Lo estoy. —Con mi confirmación, me cogió de la mano.
Encendí el ventilador antes de acostarme de lado, de cara a la pared. La cama se hundió y Lauren me rozó. A diferencia de la última vez que habíamos estado juntos, los dos estábamos rígidos, como extraños, intentando no tocarnos.
—Mira, tú…, tú… —Me aclaré la garganta, aferrándome a las sábanas—. Puedes acercarte más. No quiero que te caigas.
La cama era tan pequeña que teníamos que acurrucarnos, pero sin duda era mejor que el sofá. Por suerte, no hacía tanto calor, pero incluso una sábana seguía siendo demasiado, sobre todo si añadía su calor corporal. Se acomodó y su cuerpo quedó a unos centímetros del mío. Sentí el calor que desprendía, la electricidad. Todo ello me hizo querer arrimarme, sentir cada centímetro de su cuerpo contra el mío.
—¿Puedes apagar la luz?
—Claro —dijo. Su brazo pasó sobre mí y su pecho se apretó contra mi espalda. El dormitorio no quedó del todo a oscuras: la luz de una farola entraba por la ventana porque me había olvidado cerrar las cortinas.
Al volver a su sitio, se puso paralelo a mí. Luego me pasó un brazo por debajo de la cabeza y colocó el otro en mi cintura.
—¿Puedo abrazarte?
—Lauren…
—Por favor.
Esas palabras rompieron algo dentro de mí. Lo único que pude hacer fue asentir. Por mucho que siguiera dolida, necesitaba que me abrazara. Su consuelo derretía mi dolor.
Hubo una pausa, y luego cruzó los brazos sobre mí y tiró de mí con fuerza contra su pecho.
—Echaba esto de menos —dijo, y me besó en la sien.
Solté un suspiro tembloroso, y se me escaparon unas cuantas lágrimas que se deslizaron por mi mejilla hasta el brazo. Me acercó más, estrechándome como si temiera que pudiera desaparecer si me soltaba. No estaba segura de por qué no le había dicho que se marchara, pero la verdad era que sabía la respuesta. Me encantaba tenerlo allí, tan cerca.
Todo lo que hacía me recordaba por qué lo había amado tanto, y que todavía lo hacía. Solo era cuestión de tiempo que desapareciera el dolor y recuperáramos la confianza.
—Creo que nunca te he dicho lo que me hiciste —susurró, con voz suave.
—¿Qué te hice? —Estiré el cuello para acariciar la mano que apoyaba en mi hombro.
Su toque era tierno, como cada vez que me tocaba últimamente. Calmante, curativo.
—Alexa… Mi relación con ella nunca fue como la nuestra —comenzó. Me quedé helada cuando la mencionó de nuevo, pero ella tenía la culpa de que hubiera un muro entre nosotros—. Era la quinta esencia de la vida social. Solo le importaban el dinero y tratar de superar a sus amigas comprando artículos más caros. —Sus dedos me acariciaron distraídamente la piel—. Me cansé de eso, me cansé de ella. No quedaba afecto. Cuando tuvo el bebé y me di cuenta de que todo era mentira, cerré mi corazón, bloqueé mi capacidad de amar.
—Entonces, ¿por qué estás aquí? —Esa era la pregunta que me estaba haciendo desde que había irrumpido en el hospital.
Lauren se movió, me tendió de espaldas en la cama y se cernió sobre mí. Me miró con intensidad, con el ceño fruncido. Así que giré la cabeza y me concentré en la pared. No podía mirarlo, estaba a punto de sollozar, y no quería.
—¿No lo entiendes? —Ahuecó los dedos sobre mi mejilla para que volviera a mirarlo a los ojos—. Tú me has devuelto a la vida, Camila.
La presa se rompió y sollocé.
—Me dejaste. —Dudaste de mí.
Me enjugó las lágrimas con el pulgar.
—Y estoy dispuesta a pasarme el resto de mi vida compensándote. Quiero recuperar tu fe en mí, en nosotros. Nunca más me marcharé, Camila. Nunca.
—Pero ¿y si esto ha sido una señal de que no estábamos destinados a estar juntas? —Intenté calmarme, pero las lágrimas seguían ahogándome.
—Para mí, la señal fue entrar en el Cameo. —Se agachó y me acarició la nariz—. Desde el primer momento en que te vi. Al principio fui malo y desagradable contigo en un intento de alejarte, pero te defendiste. Nunca dejaste que te presionara sin ofrecer resistencia. Sin ponerme en mi lugar.
Bajó el cuerpo, apoyándose en los antebrazos, y acomodó las caderas entre mis muslos traidores, que se separaron como si tal cosa para él.
—Verte en esa cama me sacudió de pies a cabeza. La mera idea de perderte me mata. Te quiero. Todo lo que ansío es pasar el resto de mi vida contigo.
—Por favor… —No sabía qué estaba suplicando. ¿Que se acercara? ¿Que se alejara? ¿Que nunca dejara de decirme que me amaba?
Mis emociones surgieron en forma de lágrimas. De sollozos que sacudían mi cuerpo. El peso de sus palabras era aplastante.
—Cariño, por favor, no llores. Sé que yo he provocado esto. Lo siento mucho.
Lauren hizo que nos moviéramos de nuevo, cambiándonos de lugar para que ella estuviera de espaldas y yo quedara cubierta por su cuerpo. La brisa del ventilador y el suave contacto de Lauren acabaron por adormecerme. El llanto se convirtió en mocos, y puse el brazo alrededor de su pecho para acercarlo más a mí. Quería enterrarme dentro de ella y no salir nunca.
—Yo también te quiero —susurré una vez que me hube calmado. Soltó un suspiro y volvió a besarme en la sien, haciéndome saber que me había oído—. Pero todavía me duele.
—Lo sé. Pero voy a asegurarme de que no vuelvas a dudar de mí.
Me estiré un poco y lo besé en el pecho, justo encima de su corazón.
—Eso estaría bien.
—Buenas noches, mi amor —susurró.
—Buenas noches, Lauren.

¿Negocios o Placer? {Camren Gp}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora