Camila
La señora Jauregui adquirió rápidamente fama de problemática en el hotel. La primera noche se había enfadado tanto que cada día nos llamaba por un nuevo problema en su habitación. Se quejaba por todo, y siempre lo hacía cuando yo estaba de servicio. El conserje acababa el turno a las cinco, y, después de esa hora, el servicio de recepción respondía las llamadas; eso significaba que siempre me tocaba a mí lidiar con ella.
Menuda suerte la mía…
Por lo general, yo era casi invisible para los clientes, pero la señora Jauregui me la tenía jurada. Esos encuentros con ella habían logrado que por primera vez en mi vida quisiera pegarle a alguien. A mis veinticinco años no había conocido nunca a nadie tan exasperante como Lauren Jauregui. —La guía de turismo está hecha polvo. Quiero que me traigan una nueva que no tenga garabatos —ordenó el segundo día.
Tuve que parpadear y mirar el teléfono antes de responder.
—Enseguida, señora.
—No hay toallas —protestó el cuarto día.
—Me ocuparé de que el servicio de limpieza le facilite un juego limpio ahora mismo. —Aunque sonreí, sabía que ese estado de ánimo no se reflejaba en mi voz.
Unos días después ya no delegaba la responsabilidad de entregar lo que faltaba o lo que había que reponer, sino que era yo misma quien llamaba a su puerta con lo que pedía.
—Solo hay un azucarillo, Camila. Necesito dos más —se quejó el séptimo día.
—Enseguida, señora Jauregui. — Apreté los dientes. Más azúcar no iba a conseguir que fuera más dulce.
Cada vez que la veía me quedaba boquiabierta ante su aspecto físico, a pesar de que ella me observaba con intensidad. No me gustaban la forma en que aceleraba mi corazón ni las mariposas que revoloteaban en mi estómago por la anticipación cada vez que estaba a punto de verla.
Si me caía tan mal, ¿por qué reaccionaba así?
—Hablaré con ella —se ofreció Shawn un día, mientras estábamos sentados en el Starbucks del vestíbulo.
—En serio, no pasa nada —recalqué. Lo último que quería era que Shawn se enfrentara a ella. La señora Jauregui solo era una tipa exigente, y podía ocuparme de ella yo sola.
—Sí, claro que pasa. Su comportamiento es inaceptable —aseveró Shawn, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa. No era frecuente que dejara traslucir su humor—. Por el amor de Dios, no eres su asistente personal y no estás a su entera disposición.
—Puedo ocuparme de ella. —Me eché hacia delante para intentar llamar su atención. Funcionó, y pareció calmarse un poco—. Solo es una tipa puntillosa y maleducada. Además, se irá dentro de poco.
—Sigue sin gustarme —refunfuñó.
—Vale, vale…, pero pronto no será un problema. Dentro de nada nos acordaremos de ella y nos reiremos.
Hizo una mueca.
—No me estoy riendo. —Exhaló un suspiro y extendió su mano sobre la mía—. Sé que no tengo ningún derecho sobre ti, pero eso no significa que no quiera protegerte.
El calor de su mano era reconfortante, y me produjo unos cosquilleos que llegaron a mi pecho, pero algo no encajaba. Aquella sensación no era tan plena y satisfactoria como solía serlo cuando me tocaba.
—Lo sé —dije, dedicándole una sonrisa—. Vamos. Tu descanso ha terminado y necesito llegar a casa.
Nos levantamos y fuimos a recepción. Mientras atravesábamos el amplio vestíbulo, apareció una figura familiar. La señora Jauregui llegaba desde el aparcamiento. Se me aceleró el corazón al verla dirigirse directamente a los ascensores. Nos echó una rápida mirada, pero no pude dejar de observar cómo entraba en un ascensor. Nuestras miradas se cruzaron, y me recorrió una oleada de calor.
—¿De qué humor crees que está? —preguntó Shawn, apartándome de la intensidad de la señora Jauregui.
—No parece que sea bueno. Ánimo esta noche.
Dejó escapar un gemido.
—No la soporto.
—Inspira hondo y recuerda que serán solo unos días más. Luego no la volverás a ver.
Asintió.
—Tienes razón.
—Me pregunto para quién trabaja. —Era obvio que ocupaba un puesto de mando, dondequiera que fuera.
—¿No te has enterado?
—¿De qué?
—Es la vicepresidente de Cates Corporation. La candidato a ser directora general. He oído que era la jefa en Nueva York, pero, como quiere ascender, era el momento de recalar en la sede.
Cates era una importante consultoría tecnológica. El hotel había acogido algunos de sus congresos a lo largo de los años. La señora Jauregui parecía demasiado joven para hacerse cargo de un puesto así, pero con su actitud no podía decir que me sorprendiera.
Entramos en la zona de oficinas, y empezaba a recorrer el pasillo que llevaba a la sala de descanso cuando Shawn alargó la mano y tiró de mí para que mi espalda quedara pegada a su pecho. Aquel movimiento repentino me cogió desprevenida y me quedé paralizada.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Me has asustado. —Shawn no me había tocado así desde nuestra última cita, hacía ya tres años.
—Lo siento, es que… ¿No podemos empezar algo ahora, en secreto? ¿Ser pareja? —Sentí su aliento cálido en mi cuello, haciéndome sentir hormigueos por todo el cuerpo. Una vez más, noté que mi respuesta a él era menos potente. Todavía podía percibir el impulso de querer acercarlo a mí y besarlo, y las llamas prendían en mi interior, pero no era el fuego de siempre.
—No. —Suspiré.
Gimió contra mi piel.
—¿Por qué tienes que ser tan sensata cuando me estoy muriendo por ti?
No era el único.
—Porque tengo que terminar el máster, y si empezamos a salir ahora, mis notas se resentirán. He trabajado demasiado para permitir que algo me detenga.
Asintió, me soltó y dio un paso atrás.
—Tienes razón. Sin duda te distraería y trataría de monopolizar tu tiempo libre. Lo siento.
Me volví hacia él y me empezó a doler el pecho. Era demasiado difícil rechazarlo.
—Tampoco es fácil para mí.
—Lo sé. Estoy siendo muy egoísta. —¿Egoísta?
Me dedicó una tímida sonrisa.
—Han pasado tres años y sigues siendo la única mujer en la que pienso. No tuvimos nuestra oportunidad entonces, y llevo mucho tiempo esperando para volver a intentarlo.
—Aguanta unos meses más.
Asintió.
—Lo haré.
Mis labios se curvaron en una sonrisa, y los suyos los imitaron.
—Que tengas una buena noche.
—Igualmente —me deseó a modo de despedida.
Después de coger mis cosas de la taquilla, puse rumbo al aparcamiento. No quería mantener esas conversaciones con Shawn porque cada una me destrozaba un poco más. No iba a analizar la extraña falta de respuesta que sentía, y preferí atribuirla al síndrome premenstrual.
Pero también pensé que una sola mirada de la señora Jauregui contenía más fuego que cualquier contacto de Shawn.
No había nada malo en ello. La señora Jauregui solo era una mujer atractiva. ¿Por qué no se me iba a acelerar el pulso cuando ella estaba cerca? Era algo normal. Incluso saludable. Pero nada más. No, la señora Jauregui era solo una cliente, nada más.
Cuando llegué al coche, saqué el teléfono y me fijé en la fecha. Mierda. No había hablado con mis padres desde principios de febrero y estábamos casi en marzo.
Como no quería dejarlo para más tarde, busqué el número en la agenda y llamé. La señal sonó un par de veces antes de que alguien contestara.
—¿Sí?
—Hola, papá —dije al auricular.
—¡Mi pequeña Cami! ¿Cómo estás? —Su voz se volvió al instante más alegre de lo que había sido cuando respondió.
Solía llamar a mis padres un par de veces al mes, y escuchar la voz de mi padre siempre me tranquilizaba.
—Tan ocupada como siempre.
—¿Qué tal las clases? —preguntó.
—Casi he terminado. —Eso era un gran punto positivo. Años de duro trabajo y sacrificio estaban llegando a su fin.
—¿Y ya estará? ¿Tendrás el máster?
—Exacto.
—Estoy muy orgulloso de ti, cariño. Lamento mucho no haber podido ayudarte.
—Papá, no te preocupes. He trabajado mucho, como me enseñaste, lo he conseguido; y solo me he perdido un par de comidas —dije, tratando de animarlo. Era la verdad. Había sido duro, pero siempre había tenido un lugar donde dormir y una comida para llenarme la barriga. Había hecho otros sacrificios, como renunciar a mis amigos y tener relaciones. La mayoría de mis compañeros de la universidad se habían mudado después de la graduación, y los que seguían en Boston estaban tan ocupados como yo.
—Aun así, cuando nos mudamos aquí era mi intención ayudarte económicamente. Y apenas te he visto porque has tenido que trabajar como una burra.
Se habían trasladado a cientos de kilómetros de distancia para que mi padre consiguiera un trabajo mejor pagado, pero la empresa había quebrado un año después. La recesión había mejorado, pero él seguía teniendo problemas para encontrar trabajo, tanto allí como en otra zona. Llevaba sin ver a mis padres más de dos años, ya que había tenido que trabajar durante las vacaciones.
—Espero que eso cambie y podamos ir a visitarte pronto.
—Me encantaría. —Y estaba deseándolo de verdad; echaba mucho de menos a mis padres.
Añoraba sus abrazos. Aunque me habría conformado con un abrazo de cualquiera. Carecer de contacto físico de cualquier tipo me resultaba deprimente. Ansiaba desesperadamente sentir esa conexión. El abrazo de Shawn había sido el primero que había recibido en más de un año.
—¿Y qué tal todo lo demás? ¿Alguna perspectiva de trabajo después de la graduación? ¿Algún hombre en tu vida?
—Todavía no he mirado nada, pero algo surgirá. En cuanto a los hombres… —El tema de Shawn me oprimía el pecho. No estaba segura de si eran las sensaciones acumuladas durante años de pensar en él o algo real—. Hay alguien, pero ya veremos cómo avanza todo.
—Bueno, espero que la próxima vez puedas contarme algo más —dijo con una risa.
—¿Está mamá ahí? —pregunté.
—Está trabajando. ¿Puede llamarte cuando llegue a casa? ¿O vas a estar ocupada?
—Estaré en clase, pero hablaré con ella el fin de semana.
—Genial. Te quiero, mi pequeña Cami.
—Yo también te quiero, papá. —Pulsé el botón para finalizar la llamada y dejé escapar un suspiro al mismo tiempo. Otra noche por delante. Estaba deseando terminar el máster, porque estaba cansada hasta la médula.
¿Sabéis ese dicho que habla de quemar la vela por los dos extremos? Pues bien, la cera se había acabado y las llamas de mi vida estaban a punto de encontrarse.
Todas las noches recibíamos alguna queja de la señora Jauregui, pero la novena noche todo parecía tranquilo. Eran casi las once, y faltaba una hora para el final de mi turno, cuando tenía que cederle las riendas a Rob, el supervisor de noche. Estaba a punto de disfrutar de la primera noche sin recibir quejas de la señora Jauregui.
—¿Nada? —preguntó Vero, cruzando el vestíbulo con un café del Starbucks. Estaba cerrado, pero Vero era amiga de una de las chicas que trabajaban allí y podía conseguir siempre otra taza mientras limpiaban.
—Todavía no. —Estaba a punto de decir algo más cuando sonó el teléfono junto a mí. Miré hacia abajo y vi que el número familiar parpadeaba en la pantalla, así que clavé los ojos en Vero—. Esto es por tu culpa. Eres gafe.
Levantó las manos, con los ojos muy abiertos.
—¡Lo siento!
Solté un suspiro y descolgué el auricular.
—Buenas noches, señora Jauregui.
—Hay una fiesta en la habitación de al lado. ¡Quiero que se callen de una puta vez!
Tuve que separar el teléfono de mi oído mientras ella gritaba, mucho más agitada de lo normal.
—Enseguida lo solucionamos, señora Jauregui. —Colgué el teléfono y miré a Vero —. ¿También hace esto cuando no estoy aquí, o solo yo tengo suerte?
Asintió.
—He oído que ayer quebró la sonrisa perfecta de Shawn.
—Es insufrible —murmuré, rodeando el mostrador—. Vuelvo enseguida.
—¡Buena suerte! —me deseó antes de que se cerraran las puertas del ascensor.
Debido a la ira que había notado en su voz, había imaginado que la fiesta debía de ser muy ruidosa; el hotel se había construido con grandes barreras acústicas entre las habitaciones para que los clientes durmieran lo mejor posible.
La música estaba lo suficientemente alta como para escucharla casi desde los ascensores. Me sorprendía que la señora Jauregui fuera la única que se quejara. Me di cuenta de que no me había dicho de qué habitación se trataba, pero, por el volumen de la música, no era difícil averiguarlo.
Llamé rápidamente a la puerta con los nudillos y esperé. Hubo una cascada de risas al otro lado, pero no obtuve respuesta. La segunda vez llamé mucho más fuerte, asegurándome de que me oyeran. Cuando las risas se apagaron, supe que me habían escuchado.
La puerta se abrió y me encontré con un hombre de mi edad, o quizá un poco mayor. Llevaba una botella de cerveza en la mano y lucía una sonrisa enorme.
—Hola, cielo —me saludó, y se las apañó para sonar educado, aunque se notaba que estaba borracho.
—Buenas noches. Hemos recibido algunas quejas por ruido. Tienen que bajar el volumen de la música.
—Esto es una fiesta, nena. La música tiene que oírse bien —dijo; extendió los brazos y movió las caderas hacia mí.
—Me da igual que sea una fiesta, están haciendo demasiado ruido y el resto de los clientes se han quejado. —Hazle caso y cierra el pico —ordenó una ronca voz masculina desde el fondo del pasillo. El sonido encendió todas mis terminaciones nerviosas y descendió por mi columna vertebral.
A unos cinco metros de distancia, de pie frente delante de la puerta de su habitación, estaba la señora Jauregui, sin más ropa que unos pantalones cortos a cuadros para dormir y un top. Me quedé con la boca abierta mientras una sensación de calor desconocida se extendía por mi cuerpo al ver sus abdominales y lo en forma que estaba. No tenía el pelo tan impecable como era habitual: sobresalía disparado en todas las direcciones. El ceño fruncido que lucía me resultaba muy familiar, pero le confería un aire de ruda sensualidad.
—Apaga la puta música. Algunos estamos intentando dormir —gruñó la señora Jauregui, que parecía muy enfadada.
—Lo que tú digas, tía —repuso el borracho.
Volví la mirada hacia el joven y vi que sus cuatro amigos se reían.
—Baje el volumen y no vuelva a subirlo, o me veré obligada a echarlos.
—¡Puta de mierda, nosotros pagamos! ¡No puedes echarnos! —gritó uno de los ocupantes.
El que estaba en la puerta mostró una sonrisa de suficiencia.
—Tal vez puedas entrar y ayudarnos a tranquilizarnos.
Noté de reojo que la señora Jauregui daba un paso adelante.
—No le hables así.
—Tía, vuelve a la cama. Solo queremos divertirnos —dijo aquel ser asqueroso, rodeándome la cintura con el brazo.
Me sorprendió tanto que tardé un segundo en darme cuenta de lo que estaba pasando y, cuando lo hice, le di un empujón en el pecho. Se rio, pero no me dio tiempo a reaccionar de nuevo antes de que la señora Jauregui arrancara el brazo del borracho de encima de mí, se lo retorciera contra la espalda y lo empujara de cara a la pared. Al hombre se le cayó al suelo la botella de cerveza, y parte del contenido se vertió sobre la moqueta.
—No te atrevas a tocarla —escupió la señora Jauregui.
El corazón me retumbó en el pecho al ver cómo se ocupaba de aquel tipo. Tenía que admitir que eso me excitaba. En especial, porque sabía que era en mi defensa.
El borracho luchó por zafarse, pero la señora Jauregui lo apretó contra la pared con más fuerza.
—¡Suéltame, tía!
—Lo único que te ha pedido es que te calles para que el resto de las habitaciones no escuchemos esos ruidos. No ha sido una invitación para coquetear ni para que la toques de ninguna manera. ¿Entendido?
Todos sus amigos permanecieron quietos en la sala, observando el desarrollo de los acontecimientos.
—Suélteme, por favor. —Fue la única respuesta del tipo.
La señora Jauregui le movió el brazo hacia arriba y lo empujó con más fuerza contra la pared; el borracho compuso una mueca de dolor.
—Te he preguntado si lo has entendido.
—¡Sí…, sí…!
La señora Jauregui le soltó la mano y lo empujó al interior de la habitación. En el momento en que cerraron la puerta, la música se apagó. Ella se acercó y se detuvo delante de mí.
—¿Está bien? —preguntó mirándome de arriba abajo antes de que sus ojos se clavaran en los míos.
Era la primera vez que estaba lo suficientemente cerca como para fijarme en sus ojos. Aunque no era perceptible desde unos metros de distancia, a solo un palmo la diferencia de color entre sus ojos resultaba evidente. Tenía heterocromía: el ojo derecho era de un cristalino tono azul marino mientras que el izquierdo era verde.
—¿Qué? —preguntó al notar mi pausa.
—Sus ojos… —Pasé la mirada de uno a otro para comparar—. Tiene unos ojos preciosos. No me había fijado antes.
La tensión de sus facciones se disipó. Aunque solo durante un breve instante antes de que se endurecieran de nuevo y diera un paso atrás.
—Ya, el personal de este hotel parece no darse cuenta de muchas cosas. —Dicho eso, se dirigió hacia la puerta de su habitación.
—Muchas gracias por su ayuda, pero podría habérmelas arreglado sola —dije a su espalda.
Me miró por encima del hombro.
—Tal vez, pero en algunas ocasiones se necesita una mano fuerte para manejar a los que están fuera de control.
—¿Usa la fuerza a menudo?
Eso lo detuvo y se volvió hacia mí.
—¿La fuerza física? No. Hay otras formas de conseguir que la gente haga lo que quiero. —¿Como gritarles?
No respondió mientras se dirigía a su habitación.
—Buenas noches, Camila. —Cerró la puerta de golpe.
—Buenas noches, Señora Malhumorada —dije antes de recorrer el pasillo hacia el ascensor. Tenía que encontrar a Luis y presentarle un informe sobre la habitación que había provocado problemas.
Sin embargo, a pesar de la frialdad que mostraba de forma habitual, había habido algo en la forma en que había salido en mi defensa que me había hecho entrar en combustión. Al menos un poco. Al menos físicamente.~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Holis ✌🏼 si ya se andaba muy perdida pero en mi defensa mi wifi murió definitivamente y ahora mismo esto lo estoy subiendo con el saldo del teléfono pero aquí estoy ¡VOLVÍ!
Les agradezco la paciencia y el que le hayan dado una oportunidad a esta nueva historia, me gustaría recordarles dejar un voto y comentar pues es su apoyo el que me motiva para seguir adelante 💜💜💜💜
-Atentamente RiverMinoru24 💜✨
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¿Negocios o Placer? {Camren Gp}
FanfictionCamila Cabello ha luchado mucho toda su vida para lograr sus metas. Trabaja como supervisora en un hotel de lujo de Boston para poder pagar su máster en la universidad y no ha tenido mucho tiempo para el amor pero cuando una altísima directiva de un...