8° Planta

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Camila

Al día siguiente me desperté con un suave dolor entre los muslos y una sonrisa. Estar con Lauren había sido mejor que cualquiera de las fantasías que había tenido. En esas fantasías no había anticipado su fuerza e intensidad.
También estaba esa sensación de inquietud en mi estómago. Había intentado disimular mi ausencia, pero me daba la impresión de que todos sabían que acababa de tener el orgasmo más potente de mi vida. No era que me arrepintiera de estar con ella, ni mucho menos, pero necesitaba el trabajo.
No acostarse con los clientes era la regla número uno del hotel, y yo la había roto.
De alguna manera, ni siquiera podía lamentarlo. Las caricias de Lauren eran más excitantes que las de cualquier otra persona —Lauren —dije en voz alta, y luego solté una risita. Me gustaba llamarla por su nombre de pila y no por aquel estirado «Señora Jauregui». Era casi como si fueran dos personas diferentes.
Mientras me enganchaba el liguero a las medias, recordé su reacción al verlo. Eran un artículo de lujo, aunque los comprara baratos, pero prefería usar liguero que pantis. No me molestaba si iba al baño, y me hacía sentir más confianza, aunque notar el aire en el clítoris la noche anterior había sido interesante y me había hecho preguntarme qué había hecho Lauren con mis bragas después de que me fuera. Quizá la próxima vez no me destrozara la ropa interior.
Si había una próxima vez, claro. ¿Y si eso fuera todo? ¿Una vez, y luego pasaba de mí mientras yo cambiaba para siempre?
Intenté alejar esos pensamientos de mi mente cuando salí del apartamento para ir al trabajo.
Nada más fichar, vi que había una nota para que fuera a hablar con Valeria.
—Hola —me saludó Shawn cuando entré en el despacho.
Casi me tropecé cuando lo vi. La culpa me cubrió como una capa. Llevaba años suspirando por él, y todo se había esfumado.
—Hola.
—¿Estás bien?
Asentí, quizá con demasiada energía.
—Sí, acabo de recibir esta nota para ver a Valeria y quería comprobar algo antes de bajar.
—De acuerdo, te veré cuando vuelvas.
Nada más entrar en el despacho de Valeria supe de qué se trataba. O mejor dicho, de quién.
—¿Qué problema hay? —preguntó.
—Valeria, no te tomes en serio sus quejas.
—¿No? Camila, está haciendo que el personal a mi cargo parezca idiota e incompetente. Cada llamada y cada razón son registradas, y luego nos las envían a mí y a dirección.
Odiaba que tuviera razón en eso. No era justo que se le echara algo en cara cada vez que Lauren formulaba una queja para poder verme, sobre todo cuando se fijaba en las cosas más insignificantes.
—Es evidente al ver la lista que se trata de trivialidades.
—¿Faltan toallas? ¿No hay jabón? ¿Café sin rellenar? —Levantó las manos en el aire—. Suma y sigue, y hace que Phillip se pregunte dónde más están metiendo la pata, y que asuma que los demás clientes no se han quejado aún.
Phillip era el director del hotel, y a nadie le gustaba interactuar con él debido a su poca paciencia. Me parecía tan imbécil, pomposo y santurrón que Lauren a su lado era una santa.
—No estoy del todo segura de que todas esas cosas sean ciertas —dije.
—¿Perdón?
—Creo que solo le gusta quejarse.
—¿Así que es uno de esos capullos a los que les gusta destrozarles la vida a los demás por diversión? —dedujo.
Apreté los labios hasta que formaron una línea.
—Es posible, no estoy segura.
—Parece que eres quien mejor lo conoce.
Me reí de su afirmación.
—Que se meta conmigo no significa que lo conozca. —Porque aunque sí tenía un conocimiento íntimo de ella, nadie más lo sabía.
—No, pero tal vez, si dices que te está acosando, lo echarán.
Negué con la cabeza.
—Sabes que me dirían que me aguantara porque gasta mucho dinero aquí. —Hay cosas que valen más que el dinero.
—Como la cordura —apunté.
—Exacto.
La verdad era que algunas de las cosas de las que se quejaba Gavin las podía haber notado cualquiera de los auditores del hotel. Sin embargo, también sabía que estaba exagerando las quejas solo para acudiera a su habitación.
Pero en ese momento, ni siquiera estaba segura de que eso me importara.
Si me deseaba, me tenía.
El día había sido largo y duro. Había llegado a casa después de medianoche y me había levantado a las seis para ir a clase a las ocho. A las cuatro de la tarde ya me costaba mantener los ojos abiertos mientras subía las escaleras a mi apartamento. Estaba deseando llegar a la cama para echar una larga siesta antes de incorporarme al tercer turno.
Estaba metiendo la llave en la cerradura cuando bajé la vista. Allí, en el suelo, junto a la puerta, había un enorme ramo de flores. No eran flores sin más, sino alrededor de cuatro docenas de grandes rosas rojas. De la parte superior sobresalía un sobre con mi nombre escrito en él. Abrí la puerta y entré con las flores. Después de dejarlas en la encimera de la cocina, abrí el sobre. Estaba escrito a mano, y no mecanografiado por alguien de la floristería.
«Camila:
No tenía a mano un diccionario para buscar qué es “cortejar”, pero tengo iPhone, y Wikipedia es un gran recurso. En el artículo mencionaba los intercambios tradicionales; cartas (leer esta), regalos (ya veremos), flores (fijarse en el ramo adjunto) y canciones (no soy musical bajo ningún concepto, así que eso no lo esperes, y no, no sostendré un altavoz en la calle delante de tu ventana). He visto muchas películas y a menudo me he preguntado a qué venía tanta tontería. Gracias por abrirme los ojos. Ah, también me ha dicho mi asistente que los bombones son un regalo aceptable. ¿Te gusta el chocolate?
Tuya.
Lauren».
Sonreí al leer la nota, mareada. Si seguía así, me iba a enamorar de ella enseguida…, si no lo había hecho ya. Mis dedos recorrieron su elegante letra, y se demoraron en la palabra «Tuya». No iba a hacerme ilusiones, pero soñar no hacía daño a nadie.
—Me pregunto cómo habrá conseguido mi dirección… —comenté a las flores, acercando la nariz al ramo. El olor era fuerte y embriagador.
Por otra parte, estaba hablando de Lauren Jauregui. Tenía sus trucos.
Después de dormir un par de horas, me levanté y me preparé. Me dio un vuelco el corazón cuando volví a ver las rosas. Las olí una última vez antes de salir.
Lo triste era que Lauren ya estaría dormida y no sabía cuándo iba a poder darle las gracias. Aunque las flores eran una prueba, al menos para mí, de que quizá quería algo más de mí.
—¿Por qué tienes esa sonrisa? —preguntó Shawn cuando entré en el despacho.
Mi sonrisa se borró lentamente y una pesadez se instaló en mi pecho. Lauren se había apoderado de todos los aspectos de mi vida en poco tiempo. Me daba vergüenza admitir que me había olvidado de Shawn por completo.
—Por ahora estoy sonriente. Veremos cuánto me dura hasta que la somnolencia se apodere de mí.
—No hay nada malo en ello. Me gusta verte sonreír. —Se acercó a mí y yo retrocedí de forma inconsciente. Frunció el ceño ante mi movimiento—. ¿Camila?
Hice un gesto por encima del hombro mientras iba hacia la puerta del vestíbulo.
—Necesito salir de aquí.
Asintió y se aclaró la garganta, pero pude notar su decepción.
—Bien.
—Buenas noches.
—Buenas noches.
La incomodidad era palpable, pero seguramente fuera lo mejor. Una forma de distanciarme.
El plan que habíamos trazado no iba a poder ser.
—Hola, Troye. Aquí los dos otra vez.
Bostezó y asintió.
—Las únicas razones por las que me apunto al tercer turno son tu cara sonriente y el dinero extra.
—Sé sincero: es por el dinero.
Se rio con fuerza.
—Sí, es el dinero, pero tú eres la persona con la que prefiero compartir la noche.
—Que Dante no te oiga decir eso.
—Ah, eso es cierto. Bueno, tampoco es que esté por aquí ahora mismo.
La pareja de Troye era jefe de camareros de un exclusivo restaurante del centro, y por eso le gustaba tanto tener el segundo turno. Así, sus horarios eran más compatibles. Horas más tarde, las sonrisas se habían esfumado y Troye volvía a darse una palmada en la cara.
—¿A qué hora vuelve a abrir Starbucks? —pregunté, mirando con anhelo el vestíbulo, hacia la tienda cerrada y a oscuras.
—No lo bastante pronto.
Con un suspiro, me aparté del mostrador.
—Voy a ponerme con el informe.
—Intentaré no dormirme, pero no garantizo nada.
—Siempre nos queda el café de la sala de descanso —señalé.
Se volvió hacia mí, con los ojos entrecerrados.
—Eso no es néctar de los dioses. No pronuncies esas palabras blasfemas.
Los dos nos echamos a reír. Ninguno de los dos era fanático de café, y la cafetera del fondo se había convertido en una broma recurrente esas madrugadas que coincidíamos. En realidad, resultaba tentadora y podíamos hacer café, pero un poco de leche y azúcar no lo convertían en un café de Starbucks.
Casi una hora después, cuando estaba a punto de terminar con los informes, Caleb abrió la puerta.
—¿Camila? —¿Sí? —respondí, sin levantar la vista.
—Tengo un problema. La señora Jauregui pidió que la llamáramos para despertarla, pero creo que se ha dejado el teléfono descolgado. Llevo media hora intentándolo.
Lo había conseguido, ¿verdad? Era una capulla muy lista.
—Quieres que vaya a despertarla, ¿no? —pregunté con un gemido.
—¿Por favor? —me rogó, poniendo su mejor expresión de cachorro desvalido.
Puse los ojos en blanco y suspiré, asegurándome de guardar el informe antes de levantarme.
—De acuerdo, pero ¡me debes una!
—De acuerdo —prometió; salí al vestíbulo y me dirigí al ascensor.
Era un truco, lo sabía. Lauren era muy lista.
Cuando llegué a la habitación, apenas tuve que llamar para que ella abriera la puerta de un tirón, sin más ropa que una toalla alrededor de la cintura y una sonrisa de oreja a oreja. Todavía le caían las gotas de agua de la ducha.
—No puedo quedarme —solté de inmediato; crucé el umbral y cerré la puerta. No la oí dar un paso detrás de mí, pero pude sentirlo. Las chispas que crecían entre nosotros, incluso a unos metros de distancia, producían una energía palpable. También lo era la sensación de cosquilleo que recorría mi cuerpo y la humedad que me mojaba las bragas.
—Sí, puedes. Solo serán unos minutos. Te necesito, cariño —me susurró al oído. Ya había metido la mano por debajo de mi falda, hasta llegar a las bragas, y me acariciaba el clítoris y la entrada empapada.
—Luis llegará en breve, tengo que informarlo… ¡Oh, Dios! —Mis protestas se vieron ahogadas por el grito que salió de mis labios cuando me deslizó dos dedos dentro.
—Quítate la falda —ordenó; el tono ronco de su voz provocó escalofríos en mi cuerpo que se concentraron entre mis muslos.
Me agarró del brazo por encima del codo para llevarme a la cama. Me quité la falda, después la americana y la blusa, y solo me quedaron puestas las medias, el liguero, las bragas, el sujetador y los tacones.
—Qué jodidamente preciosa eres… Creo que eres lo más sexy que he visto nunca —dijo; me tumbó en la cama y me quitó las bragas. Al menos, esa vez no me las había roto. Se agachó hasta que pude sentir su aliento en mis pliegues. Posó la lengua sobre mí, y casi salté de la cama cuando empezó a lamerme y chuparme con avidez.
—¡Lauren! —grité. Tenía los ojos muy abiertos y no podía cerrar la boca por la abrumadora electricidad que recorría mis terminaciones nerviosas.
Su gemido vibró contra mi clítoris antes de que se enderezara de nuevo y se lamiera los labios. Solo estaba jugando. Se acercó a la mesilla de noche, cogió un preservativo y se lo puso. Mis caderas se arquearon hacia ella, llamándola. Había algo fascinante en observarla, en ver cómo deslizaba los dedos por su duro pene.
Volvió a subirse a la cama, me puso las manos en las rodillas y me abrió las piernas. Balanceó las caderas y deslizó su dura longitud contra mi anegada entrada y mi clítoris antes de colocarse y hundirse hasta el fondo. Se me cerraron los ojos; dejé caer la cabeza en la cama mientras ella se perdía en mí. No me iba a acostumbrar nunca a lo bueno que era sentirlo.
—Joder, nena, eres jodidamente estrecha —gimió, y se cernió sobre mí.
Subió las manos por mis brazos y me los inmovilizó encima de la cabeza. Me sonrió un momento antes de ajustar la posición. —Espera —susurró.
Hizo retroceder las caderas antes de volver a impulsarse contra las mías. Arqueé la espalda sobre la cama, y se me escapó de los labios un grito estrangulado cuando sus implacables embates se apoderaron de mi cuerpo. No podía moverme, no podía respirar. Solo podía sentir.
Sus labios buscaron los míos y un gemido se deslizó de su boca a la mía. Intenté tomar las riendas del beso, tener el control de algo, pero ella no iba a permitírmelo. Quería el control total, y lo iba a tener.
Me estremecía de pies a cabeza, me temblaban las piernas. Ella aceleró el ritmo, penetrándome más fuerte y más rápido. No podía aguantar más.
—¡Lauren! —grité, vibrando alrededor de ella, y arqueé la espalda, levantándola de la cama.
Unos segundos después me siguió al éxtasis, con mi nombre en sus labios.
Luego se desplomó sobre mí.
—Mmm, justo lo que necesitaba para despejarme por la mañana.
—¿Ya está despierta, señora Jauregui?
—Definitivamente. ¿Y tú?
—Para mi sorpresa, sí. Eres tan buena como una taza de café. Se rio y me besó con fuerza.
—Gracias por las flores —dije.
Sus labios se curvaron en una sonrisa.
—De nada.
Nos levantamos un momento después, me vestí rápidamente y salí corriendo.
—¡Espera! Que tengas un buen día, Camila —dijo, y me besó en la frente antes de recrearse en mis labios. Me quedé atónita por el gesto, pero lo acepté con avidez.
—Igualmente.
Cuando salí de su habitación miré el reloj y vi que solo habían pasado quince minutos, aunque me habían parecido mucho más.
—¿Has hablado con ella? —preguntó Troye cuando volví al vestíbulo.
—Sí. Ya está despierta.
—¿Se ha quejado de lo del teléfono?
¿Qué teléfono? Me costó un momento entenderlo, pero luego me di cuenta.
—No estaba bien colocado en el receptor.
Luiy llegó unos minutos más tarde, y yo repasé los informes de la noche con él y lo puse al corriente de las novedades antes de volver a mi apartamento para dormir seis horas, hasta las clases de la tarde.
Después de una semana, era oficial: me había vuelto adicta al sexo con Lauren Jauregui.
Los novios que había tenido en la universidad no podían competir con sus habilidades como amante ni con la cruda pasión que me provocaba. Solo se habían preocupado por ellos mismos, pero Lauren quería que me corriera antes que ella. Cuantas más veces, mejor.
Estaba intentando recuperar el aliento, tumbada de espaldas en la cama de Lauren, después de que hubiéramos follado bien a fondo.
—Vas a hacer que me despidan —dije, notando cómo su semen se enfriaba sobre mi piel. Había perdido el control y me había penetrado antes de ponerse el condón, pero al ver la expresión que tenía al mirar cómo las gotas perladas aterrizaban en mi piel, no le había importado.
—Pero vaya manera de conseguirlo…
Lo miré con el ceño fruncido.
—¿Crees que quiero cambiar mi trabajo por tu polla?
Se tumbó a mi lado en la cama, con la respiración agitada.
—Tal vez no por mi polla, pero sí por mí.
—El jurado aún no ha votado —bromeé, sin estar del todo convencida de que estuviera equivocado. Sin embargo, por mucho que me gustara, apenas nos conocíamos, y no estaba segura de hacia dónde nos dirigíamos, si es que íbamos a alguna parte.
—No es necesario que vote ningún jurado, señorita Cabello, ya ha botado usted.
Solté una carcajada, negando con la cabeza.
—Qué chiste tan malo…
—No es lo mío. —Se encogió de hombros—. Pero te aseguro algo… —Hizo danzar los dedos por mi piel, esparciendo su semen por todas partes, asegurándose de que se secara y permaneciera en mi piel.
—¿El qué? —pregunté.
—No vas a salir de esta habitación hasta que tenga tu número.
—¿Me estás pidiendo mi teléfono?
—Llevo semanas intentando pedírtelo, pero no haces más que distraerme.
Me giré para mirarlo con incredulidad.
—¿Yo te estoy distrayendo? Sabes que eres la definición andante de distracción, ¿verdad?
—¿De qué te distraigo? —preguntó.
—Del trabajo, sobre todo —respondí—. De la universidad. De dormir. De vivir… —¿De vivir? ¿En serio?
—Sí. Eres muy exigente, y haces que te preste atención aunque estés a kilómetros de distancia.
Me recorrió el vientre con los dedos, entre los pechos, hasta llegar a mis labios. La intensa mirada que me lanzó mientras le lamía los dedos, gimiendo por su sabor, resultaba embriagadora.
—Tú haces lo mismo —admitió—. Has invadido mi vida laboral. Me resulta muy difícil concentrarme cuando solo puedo pensar en estar entre tus piernas, escuchándote gemir.
Mi corazón se desinfló un poco.
—Entonces, ¿solo es algo físico?
—Intentas decirme que es diferente para ti.
Sí, pensaba que era algo físico. Muy intenso. Pero su habitación no era el único lugar donde invadía mi mente.
—Lo es. Sabes que te precede una reputación, una que te has esforzado mucho en ganar. Me cuesta más lidiar con esa versión de tu persona que con esto.
—Quizá debería resolver la cuestión.
—¿Con más sexo?
Me acarició la mejilla con el pulgar mientras sus ojos se clavaban en los míos. —Con más de mí.
Curvé los labios en una sonrisa.
—Eso me gusta.

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Muchísimas gracias por sus votos y comentarios no saben la emoción que me dió hoy cuando abri Wattpad y vi todos los votos y unos cuantos comentarios y yo 'Waoo si apenas lo subí ayer 👁️👄👁️"

¿Negocios o Placer? {Camren Gp}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora