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Camila
Cuando llegué al trabajo al día siguiente, Shawn estaba en su escritorio, concentrado en algo.
—¿Qué tal las clases? —preguntó.
—Bien. —Suspiré—. Solo quedan unas semanas.
—Vas a dejarnos, ¿verdad? —preguntó Shawn.
Abrí la boca, pero luego la cerré. Era una pregunta extraña, porque ya habíamos hablado de ello antes.
—Sabes que sí.
—No me gusta que te vayas.
—Os visitaré.
Puso los ojos en blanco.
—No, no lo harás.
—Es cierto, no lo haré.
—Menos mal que tengo tu número —bromeó con una sonrisa y un guiño.
Lo que tenía con el señora Jauregui era tan nuevo, extraño y abrumador que me había olvidado de lo que en algún momento había sentido por Shawn. Había desaparecido, estaba superado por completo. La cuestión era que no sabía cómo decírselo.
Fuimos a recepción para que Troye descansara un poco y para ponernos al día en el trabajo, y en ese momento la señora Jauregui entró por la puerta que daba al aparcamiento. Nos miró y, por un breve instante, nuestros ojos se cruzaron antes de que apartara la vista. Incluso esa pequeña mirada robada resultaba tan prometedora que alteraba las mariposas de mi estómago.
—Qué raro…
Me volví hacia Shawn.
—¿El qué?
—Llega temprano.
—¿Sabes a qué hora llega?
Asintió.
—Oh, claro que sí. A los clientes como él los tengo fichadísimos, conozco su horario. Así sé que serás tú quien soporte la peor parte.
—Vaya, gracias.
Se giró para apoyarse en el mostrador y mirarme.
—Es que tienes una relación con ella.
Eso hizo que mi corazón se acelerara. —¿Perdón? ¿A qué te refieres?
—A que has establecido una relación con ella. —aclaró. Y suspiré para mis adentros—. Solo quiere tenerte a ti como interlocutora.
—¿Te has preguntado alguna vez si solo sigue siendo una imbécil porque ha empezado así y no sabe cómo parar? —medité.
Shawn se rio.
—No. Todo lo que sé es que le gusta meterse contigo. Tal vez le gustes.
Puse los ojos en blanco y traté de no sonrojarme mientras disimulaba.
—Es una persona hecha y derecha.
—Yo también.
Lo miré con el ceño fruncido.
—¿Y?
—Y me gustas. —Nuestros ojos se enredaron y supe lo que quería decir, lo profundos que eran sus sentimientos.
Aparté la vista hacia el vestíbulo.
—Pero eres mi jefe, ¿recuerdas?
Se encogió de hombros y se acercó.
—Solo es un pequeño detalle. Por ahora.
Unos meses antes, habría agradecido sus insinuaciones, que nos diera la oportunidad de volver a intentarlo, pero la única persona en la que podía pensar en ese momento era en la enigmática señora Jauregui. Shawn era un gran tipo, pero la señora Jauregui me hacía sentir mucho más.
Volvimos a centrarnos en nuestro trabajo, y me puso al día de todo antes de que se marchara a pasar la noche, dejándome en compañía de Troye y Lucy, que eran los que se encargaban de registrar a los clientes. No pasó mucho tiempo antes de que la ya mencionada señora Jauregui me llamara a su habitación.
Se estaba quitando el reloj; la chaqueta había desaparecido ya, pero aún tenía el chaleco puesto. Rara vez se veía un traje de tres piezas, pero ella lo llevaba todos los días, y yo disfrutaba al verla. Sus trajes eran mis favoritos. Sexis y poderosos, como ella
Observarla era como ver un striptease privado. Y empecé a preguntarme qué aspecto tendría con vaqueros, cuando no llevaba traje. Tenía un torso bien formado, y podía imaginármela perfectamente con unos vaqueros caídos a la altura de las caderas.
Estaba perdida en mis apreciaciones, con los ojos clavados en su cuerpo y en la forma en que se movía.
—Camila, ¿me estás escuchando? —preguntó, arqueando una ceja. Estaba reprimiendo una sonrisa, y supe que me había sorprendido estudiándola. De cualquier manera, eso no era bueno.
Nerviosa, hablé sin pensar. Después de todo, esa es la respuesta para casi todo.
—Sí, claro, se estaba quejando una vez más del personal y de que todos somos unos imbéciles incompetentes.
Me miró fijamente, con los ojos muy abiertos, antes de echar la cabeza hacia atrás y soltar una sonora carcajada que me hizo dar un respingo.
Se reía con tanta fuerza que tuvo que apoyar las manos en el borde de la cómoda. Le temblaban los hombros.
—Esto es nuevo —observé, recreándome en ese comportamiento tan inusual.
—Bueno, es que tu respuesta no se parece en nada a lo que te estaba diciendo. Aunque es cierto en todos los aspectos con excepción de ti —dijo.
Se acercó a mí, con una sonrisa iluminando su rostro, y me quedé hipnotizada. Se acercó a mi oreja, posó la mano en mi cadera y su aliento me cosquilleó el cuello. Mi deseo por ella estalló en cuanto me tocó.
—Lo que te estaba diciendo es lo deliciosa que estarías desnuda y tendida en la cama. Con los muslos abiertos, exponiendo tu dulce coño, que me gustaría saborear a placer. —El calor me inundó la cara y tragué con fuerza—. Eso te gustaría, ¿verdad, Camila?
Moví la cadera de forma inconsciente hacia su mano, mientras sentía que me mojaba. Sí, me gustaría mucho. Las rodillas me flaquearon, el cuerpo me temblaba; lo deseaba con desesperación.
Se apartó, me sonrió y retrocedió, desabrochándose la camisa.
Estaba bastante lejos de mí antes de volver a hablar.
—En realidad, te estaba preguntando cuál es tu café favorito de Starbucks.
Mis piernas perdieron toda la fuerza, se me debilitaron y casi me desplomé; tuve que apoyarme en la pared y me deslicé hacia abajo. La habitación se desenfocó mientras mi corazón latía con un ritmo acelerado y mi sangre alcanzaba casi el punto de ebullición. Con solo tres frases había conseguido dejarme reducida a un charco en el suelo de su habitación. Por otra parte, llevaba dos semanas dándome la lata.
Oí sus pasos cuando se precipitó hacia mí.
—¿Estás bien? Alcé la cabeza, y hasta yo me di cuenta de que tenía los párpados casi cerrados y los ojos llenos de lujuria. Saqué la lengua para humedecerme los labios y se me escapó un pequeño gemido.
Sus ojos se oscurecieron al mirarme, lo que me encendió aún más. Se incorporó y se acomodó el pelo.
—Joder —gruñó; apoyó las manos en la pared, delante de mí, moviendo el torso y las caderas como si estuviera reprimiéndose.
—Por favor —susurré, y al instante me tapé la boca con la mano.
—No sabes lo mucho que te deseo —exclamó, cerrando los puños contra la pared.
Tras mirarla con intensidad durante un momento, decidí tomar la iniciativa, ser audaz. Si no, ¿cómo íbamos a superar el constante juego que nos dejaba a los dos hechos un lío de deseo?
Me eché hacia delante y le acaricié el bulto, la evidencia de su excitación, por encima de los pantalones.
—No, pero tu amiguito quiere decírmelo. —Soltó un gemido cuando pasé la nariz y los labios desde la base hasta la punta de la enorme dureza que ocultaba la tela. Le sostuve la mirada mientras cerraba la boca en torno al glande, y soltó un fuerte suspiro.
Posé las manos en sus muslos y las subí hasta a la hebilla del cinturón.
—Camila…
—¿Sí, señora Jauregui? —respondí en un tono ronco mientras tiraba con los dedos del cinturón para pasarlo por la hebilla.
Se le agitó el pecho, y en su expresión pude leer el deseo carnal que lo invadía.
—Chúpamela —ordenó.
—Como quiera, señora Jauregui —respondí, obediente, relamiéndome.
Le desabroché los pantalones y deslicé los dedos por la cintura de los calzoncillos, tirando de la tela por encima del bulto que había debajo. Hacía demasiado tiempo que no tenía sexo y me sentía muy ansiosa por la bestia que se desperezaba ante mí.
En cuanto apareció la punta, posé los labios y la lengua sobre ella. Habían pasado años desde la última vez que había hecho una mamada y sentía cierta aprensión, pero las obscenidades que me decía mientras lamía su longitud me impulsaron a seguir. Lo chupé a placer, y sus caderas se movieron de forma involuntaria.
Hice girar la lengua alrededor de cada centímetro que me introducía en la boca, saboreándolo todo lo que podía.
—Joder. Eso es, nena…, eso es jodidamente bueno —murmuró.
Empezó a mover las caderas, introduciendo la polla en mi boca con más ímpetu, hasta que me dieron arcadas. Estaba apoyada en la pared y yo tenía las manos en sus muslos mientras me follaba la boca. Solo alcanzó a dar unos embates antes de tirarme del brazo.
—Sube.
En cuanto me puse en pie, me bajó la americana del uniforme por los hombros y se apresuró a desabrocharme los botones de la blusa. Al instante, su boca cayó sobre mi pezón cubierto de encaje y luego cerró los dientes sobre él. Solté un grito, mis pezones se endurecieron y enviaron chispas directamente a mi clítoris.
La sensación hizo que mi espalda se arqueara. Hundí los dedos en su pelo y tiré con fuerza
Debió de gustarle, porque se despegó de inmediato. Su boca parecía eléctrica mientras lamía, chupaba y mordía al trazar un camino hacia mi cuello; me empujó hacia atrás. En cuanto noté la pared en la espalda, sus labios buscaron de nuevo los míos. Tiernos, duros, ansiosos, deliciosos…, y mi coño explotó.
Perdí el hilo de mis pensamientos cuando sus labios se encontraron con los míos. Lo único que quedaba era la necesidad. Lo necesitaba más cerca. Lo necesitaba más.
La necesitaba dentro de mí. Joder, ¡la necesitaba dentro de mí!
—Por Dios, ¿llevas medias y liguero? —preguntó, jadeando contra mi cuello. Ni me había dado cuenta de que me había subido la falda. Sus manos se habían detenido en la parte de atrás de mis muslos, justo en la carne, por encima de las medias de seda.
—Sí. —Apenas pude responder antes de que me besara de nuevo.
Se acachó para agarrarme por detrás de la rodilla y tiró de mi pierna hacia su cadera. Le rodeé el cuello con los brazos y repitió el movimiento con la otra pierna.
No pude reprimir un gemido cuando le rodeé la cintura con las piernas y sentí el calor de su polla contra mi clítoris. Solo nos separaba un pequeño trozo de algodón y encaje.
—Te necesito —susurró contra mis labios.
—Entonces, poséeme —respondí, y capturé su labio inferior entre los dientes.
—Espero que no sean tus favoritas. — Hubo un tirón entre mis piernas, y luego el sonido de la tela cuando rasgó mis bragas.
Le clavé las uñas en los hombros y apoyé la cabeza en la pared, con la boca abierta y los ojos como platos, mientras ella se colocaba y se echaba hacia delante. Contuve la respiración y lancé un gemido al dejarme llevar. Mis terminaciones nerviosas se erizaron por la sensación de estar completamente llena.
No podía pensar en otra cosa que no fuera la forma en que su cuerpo tonificado me empujaba contra la pared, en cómo sus caderas chocaban con las mías.
La tensión sexual que había surgido entre nosotros en las últimas semanas nos daba alas. Clavó los dedos en mis nalgas al acercarme con más fuerza hacia su polla, hundiéndola más profundamente en mi interior.
—¡Señora Jauregui! —grité.
Se rio en mi oreja.
—Lauren.
Sus labios volvieron a buscar los míos y mi lengua se enredó con la de ella mientras aceleraba el movimiento de sus caderas. Más rápido. Más profundo. Llevándome directa a la locura.
Me tensé y, de repente, todo estalló. Grité su nombre, palpitando en torno a ella; sus embates no cesaban, implacables y salvajes.
—Joder, nena, aggg…, me corro…
Recobré la cordura después de un breve segundo.
—¡Espera! ¡No estoy tomando la píldora! —grité, llena de pánico.
—¡Mierda! —maldijo.
Hundió la mano a la desesperada entre nosotros y retiró su polla. Sus gemidos resonaron en la habitación mientras seguía moviendo agitadamente las caderas y su semen salpicaba la pared justo debajo de mi culo. Sentí algunas gotas en mi piel.
—Joder… —gruñó.
Estuve a punto de correrme de nuevo al ver la expresión de su cara, tan contraída que parecía dolor, pero en sus ojos no había más que puro placer.
Se echó hacia delante y apoyó la frente en la mía un momento antes de apartarse de la pared y dejarse caer. Me hundí sobre su pecho cuando su espalda tocó el suelo. Las dos respirábamos con dificultad, y temía que se produjera un silencio incómodo, pero Lauren me hizo reír con la primera frase.
—Este hotel me va gustando más —dijo entre jadeos, enredando sus dedos en mi pelo.
Sacudí la cabeza, sonriente.
—Qué capulla eres…
Se rio.
—Sí, pero me he metido dentro de ti.
—Has tenido suerte —me burlé.
—Creo que cada uno labra su propia suerte, y por lo tanto soy una mujer muy afortunada.
—Menos mal que te has retirado a tiempo —dije. Lo último que necesitaba era un embarazo no planificado.
—Me ha resultado difícil, créeme —confesó con un gemido—. No correrme dentro de ti ha supuesto una tragedia. Compraré condones para la próxima vez.
—¿La próxima vez? —pregunté.
—Una caja con muchos condones.
Negué con la cabeza y miré el reloj. Entré en pánico al darme cuenta de que llevaba casi una hora alejada del vestíbulo. Me separé del calor de sus brazos, cogí la blusa y corrí al baño para arreglarme.
—Mierda, mierda, mierda —gemí una y otra vez mientras me recomponía de forma apresurada. Oí que Lauren se levantaba en la otra habitación y pegué un brinco cuando apareció en la puerta. —No debería haberlo hecho —dije de forma distraída.
—¿Camila?
—No puedo permitirme perder mi trabajo por sexo. Ni siquiera por un sexo así. —Me miré en el espejo y me recogí el pelo en una coleta.
—¿Un sexo así? —Curvó los labios en una sonrisa de satisfacción.
Puse los ojos en blanco.
—Ya sabes que has estado genial.
—Y tú. —Se acercó a acariciarme la mejilla.
—¿Qué te ha pasado hoy? —pregunté.
Se le dibujó una expresión de confusión en el rostro antes de que se diera cuenta de lo que le estaba preguntando.
—No tengo café.
—¿Café? ¿En serio? —Lo miré con el ceño fruncido mientras me abrochaba la blusa.
Se encogió de hombros y me entregó la americana.
—Las camareras están superándose a sí mismas, así que tengo que agarrarme a un clavo ardiendo para que subas. Solo he visto que faltaba café.
—Eso es porque has amenazado con hacer que nos despidan a todos —le recordé con un suspiro—. Tu excentricidad no tiene límites.
Se agachó y me besó una última vez.
—Buenas noches, Camila.
Eso fue suficiente para disolver un poco mi pánico.
—Buenas noches, Lauren.
Con una coartada para mi ausencia —café, entre otras cosas— me dirigí de nuevo al vestíbulo. Vero me miró fijamente mientras recorría el suelo de mármol, buscando en mí las cicatrices de la batalla. Miré a ver si había clientes a la vista y comprobé que el vestíbulo estaba vacío antes de empezar a despotricar sobre aquel capullo y su maldito café.
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¿Negocios o Placer? {Camren Gp}
FanfictionCamila Cabello ha luchado mucho toda su vida para lograr sus metas. Trabaja como supervisora en un hotel de lujo de Boston para poder pagar su máster en la universidad y no ha tenido mucho tiempo para el amor pero cuando una altísima directiva de un...