Capítulo 20

19 5 2
                                    

Son días grises en el campamento. El tiempo pasa y yo sigo abrazada a mi almohada. El frío comienza a envolver con sus helados brazos invisibles el campamento. Parece mentira que el verano ya esté llegando a su fin. Escucho las tormentas que llegan con su ocaso, desde aquí. El olor a lluvia que tanto me gusta, se me mete en la nariz, mientras mis músculos se congelan entumeciéndose. Aún no me siento fuerte. Con cada segundo que pasa siento que la vida se me escapa como un suspiro. Azul viene con frecuencia. Pero no porque le importe yo, o como me sienta. Porque me necesita para sus misiones. Qué ingenua he sido. Supongo que eso es lo que me duele, entre otras cosas. Se tumba a mi lado y me habla, aunque yo no lo escucho.

—No soporto verte así —creí oír un día en uno de sus suspiros.

Pero sé que no es real. Azul solo me miente. Como Ce. Ambos me hacen daño, me hieren, provocando que mi dolor se haga más grande, que tarde más en desaparecer. He perdido todo lo que había conseguido; vuelvo a ser débil. No creo que nunca salga de este trance. No quiero que eso sea así. No sé qué ocurre fuera de aquí: si Rojo pregunta por mí, si los ineluctables están tomando el mundo o si se está cayendo a pedazos en manos del gobierno. Tampoco me importa. Mis amigos no me dan por perdida. Todas las noches, se congregan a mi alrededor para contarme algo, me traen comida, tratan de hacerme comer y de sacarme una sonrisa. Pero nunca lo consiguen. Sé que todos están ahí, pero no los veo. No los oigo. Es como si estuviera envuelta en una burbuja traslúcida, donde solo hay lugar para mí y mi dolor. Pero algún día esto tiene que acabar. Ese día es hoy.

Me levanto lentamente de la cama en mitad de la noche. Mis músculos se quejan, siento que me voy a partir en dos. Llevo demasiado tiempo sin moverme. Me acerco a paso tranquilo a la puerta, escrutando con aire ausente lo que tengo enfrente. Nadie se percata de que después de tantos días he vuelto a la vida. Están demasiado cansados, supongo que ahora con eso del final del mundo y todo eso, los entrenamientos serán más duros; cosa que veo una tontería, si nos vamos a morir todos igualmente. Actuemos o no. Llego a la puerta, la abro con cuidado de que no chirríe. Salgo y permanezco un momento mirando la lluvia caer sobre la hierba. Aspiro el aroma cerrando los ojos. El olor mojado de mi entorno penetra en mi nariz, me hace sentir bien. Estoy un poco más cerca de la vida.

Finalmente me decido, me introduzco bajo las incesantes gotas de lluvia que me empapan. El agua atraviesa mi ropa mojándome la piel, hace que la ropa se adhiera a mi cuerpo, haciendo más evidentes mis exageradas curvas que tanto odio. Me hace tener frío.

Todo este tiempo he creído que era cobarde por quedarme, por no tener la valentía de acabar con mi vida. Pero estaba muy equivocada, en realidad siempre he sido valiente. He luchado por seguir viviendo. Porque eso es lo que nos hace fuertes; quedarnos cuando nos estamos asfixiando cuando la muerte nos mira de cerca y se esconde en nuestras entrañas. Irnos es escoger la vía fácil. Ahora sé que morirse hace desaparecer los problemas, pero no los soluciona. Morirse no es la solución. Huir no es la respuesta. Huir es de cobardes, y yo soy valiente por quedarme mientras me estoy pudriendo.

Con esta nueva determinación me dirijo hacia el aseo. Es el único lugar que he frecuentado en estos días. Pero ahora no voy ahí para darme una ducha, como los demás días, y volver a mi paralización. Tengo la intención de dar una vuelta por aquí, de ir a donde me lleven mis pies. Cuando llego a la puerta veo un movimiento en los árboles. Será el viento, la lluvia. Pero me equivoco. Una figura oscura avanza hacia mí. La reconocería en cualquier parte. Y la detesto.

—Dichosos los ojos —murmura cuando está a unos metros de mí—. Te vas a resfriar.

Desvío la mirada para seguir caminando hasta la cabaña donde se encuentran las duchas.

—Me alegro de que hayas vuelto, ¿quieres hablar conmigo? —pregunta reteniéndome por el brazo.

Estiro de mi extremidad, siguiendo mi trayectoria. No estoy de humor para lidiar con el suyo. Ni con sus mentiras y peticiones. Estornudo, me estoy congelando. Él se ríe. Siempre he tenido una forma de estornudar muy peculiar, yo siempre me he reído de mis estornudos, pero ahora no quiero reírme, me sonaría raro hacerlo. Algo cambia dentro de mí. Es como un chispazo, un rayo que de repente se abre paso en mi mente. Tengo que hacerle caso. Tengo que saber. Tengo que cambiar de nuevo, empezar otra vez de cero. Resoplo, me giro. No puedo creerme lo que estoy a punto de hacer. Pero supongo que algún día tendré que hacerlo. Ese día es hoy. Porque hoy es un día para el cambio, para enfrentarme a todo.

INTO THE ABYSSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora