s e m a n a d o s
Habían pasado un par de días desde la última vez que había visto a Rebecca o tenido una interacción con ella.
Después de haber ido a la sesión de fotos de la revista, que varias personas me pidieran firmarles un libro y ella presentándome a sus amigos como su amigo, quienes no tardaron en invitarnos a salir un día o tomar, regresamos al edificio y como si nada hubiera pasado en estos últimos dos días, como si esta relación es normal y no hubo un lapso de 3 años en el que no nos hablamos. Nos despedimos en el elevador con un vago movimiento de manos y una media sonrisa sin decirnos nada más.
Cada uno hizo su vida por 3 días sin volver a encontrarnos en lo más mínimo, inclusive olvidaba que estábamos en el mismo edificio si no fuera por los mensajes de mí madre preguntándome acerca de Rebecca y cuándo podía volver a verla de nuevo o qué usaríamos en conjunto en la fiesta del lanzamiento del libro.
Recogí un par de paquetes del recibidor que el portero dejó en la mesa cuando vi a alguien recargada en el árbol de espaldas del edificio viendo la calle, reconocí el cabello, lo alborotado, libre y negro que era.
Rebecca estaba usando un gran abrigo negro digno del invierno que estábamos pasando con su cabello suelto y unos tenis blancos que se estaban ensuciando con la tierra que pisaba mientras un humo se asomaba por arriba de su cabeza. Caminé hacia ella lentamente.
—No sabía que fumabas.
Volteó asustada y sus ojos se fueron relajando al reconocerme, su sonrisa sin dientes estaba de oreja a oreja y podía jurar que su piel brillaba más hoy, ese color olivo que tenía era hermoso que hacía que el labial resalta. Nunca me había dado cuenta de sus puntiagudas uñas hasta ahora, no eran largas, pero sí terminaban en punta de un color rosa como el de la misma uña. Sus cejas apenas eran visibles por el gorro blanco que traía y sus ojos se escondieron en una línea al sonreírme. Vio lo que traía entre los brazos y lo señaló con el cigarro.
—No sabía que bajabas por tu propia correspondencia, pensé que Juan te la subía, ya sabes, con eso de que no sales de tu departamento.
Me extendió el cigarro después de haber soltado el humo, yo me negué.
—No fumo.
Ella alzó una ceja sorprendida.
—Un escritor que no fuma, quizá seas el primero de muchos que no lo hace. Todo escritor que conozco siempre tiene un cigarro en la mano o huele a cigarro, su ropa y su cabello. Inclusive por solo verlo podrías saber que ha estado fumando.
—Bueno, no quería que se me arruinaran tanto los dientes, ya de por sí es un problema con el café como para agregar el tabaco.
Me encogí de hombros y ella sonrió dándole otra bocanada.
—Es relajante si me lo preguntas, me ayuda a no estresarme tanto cuando tengo que editar o los clientes son exigentes.
—Para eso tienes el té ¿no?
Se encogió de hombros ahora ella volteando a ver a su alrededor y quitando su cabello de su cara.
—Sí, pero no es lo mismo en cuanto quiero algo inmediato. Digo, es más difícil correr porque me estoy arruinando los pulmones, mientras encuentro otro sustituto, estoy bien así.
—Podrías probar esos nuevos cigarros electrónicos que usan los jóvenes ahora. Ya sabes, los que tienen sabores y que inclusive hoy tienen una máquina expendedora solo para ellos en las plazas.
—Esas cosas son más basura que los cigarros normales, te lo aseguro. Los jóvenes que lo consumen tendrán más jodidos los pulmones que yo cuando tengan mí edad.
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Déjame cuidarte.
RomanceLa vida nunca es justa. Está llena de subidas y bajadas que normalmente son las que te forman como persona, pero nadie cuenta que el proceso puede ser doloroso. Rebecca y Dominic lo saben tan bien que además de aprender a sobrellevarlo también han c...