pasado

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s e m a n a  s e i s

—Dominic, Dominic, Dominic, Dominic.

Desperté de golpe escuchando cómo tocaban mí puerta agresivamente mientras me tallaba los ojos. Estaba en mí sala, había dormido en el sillón, y ahora estaba en el suelo usando el mismo pants gris de hace un día y la playera blanca de tirantes porque había hecho mucho calor. Ni siquiera recuerdo si me bañé o me quedé así todo el día.

Aunque fuera tonto, sí me la había pasado todo el domingo llorando, pensando en qué diablos había hecho y qué estaba pasando en mí cabeza, en todo lo que ha sucedido últimamente y que me había guardado porque era más fácil quedarme callado para no ocasionar más problemas. Porque hace poco descubrí que llorar era una de las mejores maneras en las que me podía desahogar cuando no sabía qué hacer y traía un gran peso encima. Volteé a ver al grande reloj de la sala que estaba sobre el mueble de platos. 10 de la mañana, ya era lunes. Al menos no tenía nada importante que hacer. Gruñí moviéndome por la alfombra hasta pegarme con la mesa de café.

—Dominic, tengo hambre y los tamales se van a enfriar si sigues haciendo lo que sea que estás haciendo. Espero que no tengas una chica ahí adentro porque no le traje tamales y no pienso compartir los míos.

La voz de Rebecca me tomó por sorpresa mientras seguía tocando con fuerza. Me paré como pude y me resbalé al tocar el piso de madera con mis calcetas hasta que llegué a la puerta.

—Ya voy, y dices que yo soy el desesperado, tú no puedes esperar a que te abra la puerta.

—Porque llevo 10 minutos tocando y esto se va a enfriar. Inclusive te traje atole.

Abrí la puerta encontrándome a Rebecca en un pants gris, una playera pegada y una sudadera con su cabello en un chongo con una sonrisa en el rostro. Una bolsa de plástico colgando de su brazo mientras sostenía dos vasos de unicel. Lo señalé.

—¿De nuez?

—Sí, el mío es de arroz, es mejor en mi opinión. Ahora apurémonos a poner la mesa porque tengo hambre, me está bajando y lo único que quiere mi cuerpo en este momento es comer y no puedo funcionar sin ello a menos que quieras ver a una gran Rebecca enojada.

La dejé pasar y ella hizo su típico baile de cuando llega comida mientras se acercaba a la barra de la cocina. Me pareció muy divertido que hablara acerca de su menstruación conmigo como si nada, nuevamente, siento que la confianza entre nosotros está pasando a más de lo que imaginé. Me alegraba que el domingo cuando le dije que no me sentía bien para salir no me insistió en nada, de hecho, solo me dijo que esperaba que estuviera bien y que si necesitaba algo sabía dónde encontrarla, que estaría en su departamento editando. Fue un día extraño en el que sabía que podía estar con ella, pero mis sentimientos solo se apoderaban de mí al punto que me daba miedo decirle algo que pudiera arruinar nuestra relación. Me sonrió mientras sacaba los tamales y los ponía en unos platos.

—¿Quieres tu atole en el vaso o en una taza?

—Ahí en el vaso, si no tendré que lavar todo y sinceramente tengo flojera de hacerlo.

—De acuerdo...

Susurró más para ella mientras llevaba su plato y taza a la mesa y yo la seguí con la mía dándole un beso en la coronilla antes de sentarme en la cabeza de la mesa y ella al lado de mí.

—Buenos días.

—Buenos días. Así que... gran fin de semana eh.

—Supongo que sí...

Nos quedamos en silencio incómodo mientras Rebecca se aferraba a su taza acariciándolo con el pulgar.

—¿Qué tal tu domingo?

Déjame cuidarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora