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Me dejo caer en el sillón cuando termino de limpiar la casa, hoy decidí limpiar todo a profundidad porque me estresaba ver suciedad por todos lados.

Suspiro mirando el techo, tengo que levantarme para ducharme porque tengo que encontrarme con mi madre en la cafetería a la que siempre voy a tomar café.

Me levanto del cómodo sillón lamentándome mi existencia y caminando a mi habitación para escoger la ropa con la que iré, tomo una camiseta y un pantalón simple antes de adentrarme en la ducha a toda velocidad porque ya voy tarde. Maquillo mis ojos levemente y me enfundo en la ropa tomando mi bolso y saliendo de casa a toda velocidad, tomo el primer taxi que veo indicando la dirección del lugar y mentalizándome para ver a mi madre.

Abro la puerta rápidamente y no tardo en visualizar la cabellera castaña de mi madre en una de las mesas del fondo del lugar, camino lentamente hacia ella apretando mi bolso con todas mis fuerzas.

—Hola —murmuro sentándome.

—Hola hija... ¿Cómo estás? —se aclara la garganta.

—Eh... bien ¿Tú?

—Igual, bien —sonríe levemente antes de extenderme la cartilla— ¿Quieres pedir algo?

—No, así está bien —niego mientras la quedo mirando, esperando que hable— Creo que bueno... es momento de comenzar a hablar.

—Sí, si... bueno.

Esto es muy incómodo.

—Bueno, creo que lo primero que deberías de saber es que me divorciaré de Abel.

Mis labios se separan con sorpresa.

—Oh...

—Y después de decirte eso, tienes que saber los motivos...

—Supongo que motivos sobran.

—Así es —no sé qué decir, no sé cómo actuar. Solo dejo que ella hable—, yo lo lamento, lamento no haber hecho esto antes, lamento haberte hecho pasar por toda lo que pasaste cuando vivías con nosotras. Yo tenía miedo, y sé que no es excusa, pero estaba amenazada, él me golpeaba, supongo que lo sabes —su voz se quiebra haciendo que mi pecho se oprima—, tu padre siempre me hizo daño, y nunca pude salir de ahí, no hasta ahora. Estoy harta, harta de estar lejos de ti, y quizás pienses que no porque nunca te busque fuera de las cenas que teníamos una vez por mes, pero Abel me prohibió hacerlo. Estoy harta de tener miedo, harta de todo...

No sé qué decir, me rompe verla llorando y sufriendo, claro que lo sabía, sabía que mi padre era un maltratador, pero jamás supe que lo era físicamente con mi madre, siempre pensé que solo eran palabras, nunca pensé que eran golpes.

—¿Te... golpeaba?

—Pensé que lo sabias.

—Yo... yo pensé que solo eran...

—Nunca me viste con moretones, raspones o daños físicos porque siempre que hacia algo así me mandaba de viaje a otra ciudad hasta que esté mejor para que me puedas ver y no preguntaras que pasó.

Mi cólera aumenta, es un maldito idiota.

—Yo lo siento, de verdad lo siento. Si tan solo hubiera salido de ahí tu no hubieras vivido todo eso y...

—No es tu culpa.

—¿Qué?

—No es tu culpa, claro que no lo es. La victima jamás tendrá la culpa.

Me mira con los ojos llorosos y me sorprendo cuando se levanta de la mesa, rodeándola y abrazándome fuertemente, al principio no sé qué hacer, pero lentamente acepto el contacto.

Quizás algún díaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora