Ultimo dia en el cielo

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Se retorció en la cama cuando sintió su teléfono sonar. Lo tomó con rapidez para no despertar a su rubia. Parecía media mañana pero no tenían ningún compromiso temprano, así que no quería perturbar su descanso.

— Disculpa Hannah, ¿te desperté? — ¿Cómo era que esas mujeres consiguieron su número de teléfono?

— Tranquila Kim, ¿está todo bien? — preguntó en un susurro y bostezando.

— Solo quería saber si Kory estaba contigo, la estuve llamando anoche pero su teléfono estaba apagado — Black miró hacia un lado, la mujer dormía plácidamente, su rostro permanecía inmutable. Parecía un ángel.

— Sí, pasó la noche aquí, ahora mismo está durmiendo — al otro lado del teléfono Kim y Alexandra se miraban anonadadas. Kory no dormía en la cama de ninguna mujer, a veces ni si quiera podía conciliar el sueño en su propia cama — ¿Quieres que la despierte? — le preguntó.

— ¡NO! No, no, no... déjala descansar un poco — la castaña estaba consciente lo difícil que era para su mejor amiga lidiar con el insomnio, y aunque le pareciese extraña toda la situación, no le iba a arrebatar un momento de paz — Dile que me llame cuando despierte — le pidió antes de despedirse.

Hannah volvió a echarse a su lado, mirando su rostro detenidamente. Recordó lo que había pasado la noche anterior. Su cuerpo estaba totalmente marcado por sus besos, sus dientes y sus dedos, pero la marca que más le impactaba la llevaba por dentro. Kory había decidido respetar su cuerpo luchando contra sus más bajos instintos, y lejos de enojarse, se quedó con ella toda la noche, abrazándola y llenándole un vacío que no sabía que tenía. Tal vez era el hecho de no sentirse presionada a hacerlo lo que realmente le impresionaba. Taylor estaba constantemente acechándola, aprovechando cualquier oportunidad para meter las manos bajo su falda, pero la mujer a su lado había tenido su piel desnuda a su merced y no se había aprovechado de eso, aún cuando su boca jadeante parecía suplicarle que se callase y continuara.

Kory comenzó a moverse a lentamente. La azabache pensó que estaba por despertar, pero la rubia empezó a quejarse sin abrir los ojos. Comprendió que estaba teniendo una pesadilla. Posó una mano en su inquieto pecho y acarició su piel, logrando que se calmara un poco y le diera espacio para apoyar su cabeza en su hombro.
El contacto pareció calmarla, y ella terminó contagiándose de la paz que se sentía en esa habitación. Sus ojos se fueron cerrando nuevamente.

Kory abrió los ojos unos minutos después, incrédula de haber dormido tanto tiempo. Hannah aún reposaba en su pecho semidesnudo, tranquila e imperturbable. No planeaba despertarla, por el contrarío se tomó varios minutos para observarla detenidamente. Le gustaban sus pestañas largas y oscuras como la noche, sus labios rosados y su cabello negro. Su cara era preciosa, parecía una muñeca de colección, de esas que da miedo sacar del empaque por temor a dañarlas. Sus piernas estaban entrelazadas, como si Hannah temiera no encontrarla en la mañana, y su mano se aferraba al cuello de su camiseta, como si estuviera preparada para no dejarla ir.

— No iré a ningún lado — dijo más para si misma que para ella. Por los rayos de luz podía intuir que era alrededor de media mañana. No quería levantarse de la cama, mucho menos despertar a la pequeña Black en el proceso. Se sentía como nueva, tenia tanto tiempo sin dormir profundamente que no recordaba lo bien que se sentía. No iba a negarse a sí misma que la mujer en su pecho tenía mucho que ver con eso, aunque era difícil de expresar, y mucho más de entender, había algo en su presencia que lograba calmarla.

Estuvo quizás más de media hora recostada sin mover un músculo, consumida por la ensoñación, en un mundo fugaz donde solo existía esa habitación, pero sabía que su idilio tenía un final. Hannah tenía que tomar un avión pronto y lo recordó justo cuando la puerta sonó estrepitosamente. La azabache se levantó alterada al escuchar la voz de su padre.

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