Riesgo Compartido

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Nina caminó por la nueva habitación por décima vez consecutiva. Aquella celda que la aprisionaba desde hace un tiempo parecía una habitación de un hotel de dos estrellas, nada mal considerando que era víctima de un secuestro. Era la segunda vez que cambiaban de lugar en... No sabía bien cuanto tiempo había estado ahí, ¿días? ¿Semanas? No tenía ni idea. Los días y las noches pasaron a ser una sola, su única distracción eran los libros y revistas que le pasaban por debajo de la puerta cada tanto.

Debía admitir que no la estaban tratando precisamente mal. Todos los días, un encapuchado le traía su comida, incluso a veces incluían algún snack o un chocolate. Con el pasar del tiempo, el pánico que había experimentado al recobrar sus sentidos fue disminuyendo notablemente. Se mantenía en calma, esperando el día que la sacaran de ese aburrido cuarto. Sabía que Kory y Kim lo resolverían eventualmente, lo que le daba gran tranquilidad. Su única preocupación eran sus padres, quienes ya tenían una edad avanzada y de los que ella se hacía cargo, seguro se estaban muriendo de angustia. Eso le dejaba un mal sabor de boca.

Por lo demás, era como tener unas vacaciones forzadas. Nunca pensó que extrañaría tanto su extenuante trabajo y a su malhumorada jefa. Le costaba más admitir que también extrañaba a la estupida de Geller. De vez en cuando, el recuerdo de esa noche le revolvía el estómago, su corazón estaba destrozado, y las novelas románticas que leía, lejos de distraerla, se lo recordaban todo el tiempo. Se sentía mal por Matt, era un buen chico, y aún así, ella estaba perdidamente enamorada de esa problemática mujer.

Se acercó a la puerta al escuchar a alguien acercarse. Ya había aprendido a identificar a quien pertenecía cada paso, hoy le tocaba al lagarto. Así es, había asignado nombres de animales a los cinco hombres que traían sus comidas, basados en su apariencia física, aunque no podía ver sus rostros. El lagarto era un hombre de mediana estatura, con la piel seca y dura, y la mandíbula ancha. Se alejo antes de que la puerta se abriera.

No mediaron palabras. Ninguno de ellos lo hacía, pero cada tanto podía escucharlos hablar afuera. Tampoco servía de nada, pues hablaban otro idioma, sonaba como portugués, pero no podía identificarlo estando tan lejos. Suspiró aburrida, tomando solo la taza de café. Sabía que debía desayunar, si no lo hacía, aquellos hombres insistirían en traerle múltiples aperitivos, como los primeros días. Casi parecía que se preocupaban por su bienestar, pero estaba segura que solo seguían órdenes. Quien sea que la retenía ahí, la quería en perfectas condiciones.

Corría con suerte, pudo ser mucho peor...

Kory caminó sin pestañar a su oficina, era la primera vez en una semana que sus empleados le veían la cara. Aunque su noche en casa de Dina había sido reparadora, y su mañana con Steve la había recargado, su cansancio aún era notable. Las miradas curiosas no faltaron, el silencio fue implacable cuando el ascensor se abrió dibujando su silueta. Kim no se había equivocado, los periódicos habían acabado con los rumores, dando paso a la certeza.

Geller se le había adelantado, saliendo temprano del apartamento y corriendo a la empresa antes de que los trabajadores atiborraran el lugar. La esperaba paciente, sentada en su escritorio, pero esta vez no estaba sola.

—Si es el mismísimo Tiburon — dijo la rubia al entrar — Harumi Tanaka — saludo.

— Kory Mann — respondió la asiática. El "hombre aterrador", con el que Kim había hablado el día en que Kory decidió darle una visita al pasado, no era más que una palida mujer con un decodificar de voz. Sus afilados dientes, por los cuales le habían dado ese curioso apodo, relucieron notablemente al sonreír.

Su larga y escueta figura le dió la bienvenida, y se envolvieron en un abrazo amistoso — Cuánto tiempo sin verte, hermana.

— Ustedes siempre están metiéndose en problemas, no me conviene estar cerca — había sido divertido, pero era cierto.

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