Muerte al Mentiroso

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Había llegado el día. Los nervios estaban de punta, mientras empresarios de todo el país se acomodaban en los puestos del inmenso centro de convenciones del hotel Mann en Los Angeles.

Sus caras reflejaban la molestia e inconformidad con lo que estaba pasando, muchos de ellos eran accionistas de ambas empresas, que veían su dinero en peligro desde que la contienda entre las dos familias había empezado.

Se miraban curiosos, buscando alguna cara nueva entre ellos, pues el día anterior, la bolsa de valores había anunciado la estabilización, lo que para muchos significaba que alguien más había comprado los activos de los accionistas menores.

Thomas padre se encontraba en medio de un gran dilema. Sin quererlo, descubrió que Kassandra había encontrado la manera de llevar a Hannah hasta allí, y presentía que su mujer, Susan, no solo lo sabía, si no que las había ayudado.

Entró sigilosamente a su habitación, donde consiguió a su ex esposa, su novia y su hija sentadas en la sala de la cómoda suite.

— Bueno, ¿quién va a explicarme que hace Hannah aquí? — preguntó directamente a las dos mayores.

Susan se miró las uñas despreocupadamente — Relájate, Thomas, nadie lo notará.

— Te conozco a ti — dijo señalando a Richard — a ti — continuó con Kassandra — y sobre todo, a ti — terminó con la menor — Lo que sea que estén planeando, NO.

Kassandra le sacó el dedo del medio — no iba a dejar a mi hija sola en Miami, olvídalo — tomó uno de los chocolates de la mesa central, desenvolviéndolo sin apuro.

— No peleen, por favor... yo me quedaré aquí, papi — dijo dulcemente — nadie se dará cuenta.

— Si tu abuelo te ve, me cortará la cab...

— Hey, Thomas... — Robert pestañeó varias veces al ver la escena. Había entrado sin tocar, como era su costumbre, aprovechando que la puerta estaba medio abierta, haciendo que el corazón de su hermano de saltara un par de latidos — ¿Qué hace Hannah aquí? Papá te matará — le arrebató el chocolate de los dedos a su ex cuñada — uh, mi favorito, gracias...

— ¡Noo, mi chocolate! — se quejó, pateando su canilla — ¡Eres una patada en el culo, Robert! — hizo un puchero.

— ¡Ya basta ustedes dos! — su relación siempre había sido así, recordaba como lograban sacarlo de quicio en minutos — Papá no se va a enterar...

— Robert, Thomas... — Rosie y Marie entraron llamándolos al mismo tiempo, sabiendo que eso solía ponerlos nerviosos — Jeje, están jodidos — dijeron al unísono al ver a Hannah.

— ¡No hagan eso! — gritó su hermano mayor — Malditas locas...

Susan se reía de la absurda escena, hasta que Rosie le robó su galleta de avellana — ¡Rosiee! — se quejó, pero la menor ya se la había metido a la boca.

— Mmm, que rico — dijo sonriendo y tomando otra de la mesa.

Hannah no podía creer que estaba rodeada de los supuestos adultos de su familia. Eran un montón de niños con trajes y chequeras sin límites... pero le alegraba verlos felices después de una semana de infierno.

— Voy al cuarto... no saldré hasta que acabe la reunión, ustedes bajen antes de que se haga tarde y el abuelo empiece a sospechar... — se refugió en el cuarto de su padre, asegurando la puerta, justo antes de que su abuelo entrara a la suite.

— Niños... — todos contuvieron la respiración cuando Phillip irrumpió en la sala. El mayor recorrió toda la habitación con la mirada, notando como evitaban el contacto visual. Se le hizo extraño pero no dijo nada — ya es hora — su bastón resonó por el pasillo, mientras detrás de él, sus hijos lo seguían de cerca.

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