Black de Mann

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Kory se miró al espejo. Cualquier persona que osará creer que la conocía, sabía a ciencia cierta que ella no era una mujer cobarde. Nunca se dejaría vencer por los nervios, por eso, al mirarse las manos, no pudo evitar preguntarse porque temblaba como gelatina.

Tenia unos quince minutos en el baño, viendo su reflejo y tratando de normalizar su respiración.

— Kory... ya sal de ahí, llegarás tarde — le pidió Nina desde el otro lado de la puerta.

Se echó una última mirada, acomodando sus ropas. Llevaba un traje negro con camisa blanca ajustado perfectamente a su talla. Su chaleco y corbata eran de un verde dusty precioso, combinada con su pañuelo. Su cabello rubio estaba peinado hacía atrás, pero uno de ellos insistía rebelde en caer por su frente. James había hecho un gran trabajo, se veía preciosa.

Tomó una gran bocanada de aire, saliendo del baño sin respirar. Eran mediados de noviembre, como dictaba la tradición de los Black. El tiempo había pasado muy rápido.

Las vistas desde el Palacio de Vaux-le-Vicomte eran asombrosas, desde su ventana podía ver a los invitados acomodarse en el jardín cerca al altar. Otra vez sentía sus manos temblar.

El majestuoso palacio situado en Maincy era un lugar de ensueño, con amplios jardines, fuentes majestuosas y una gran edificación al puro estilo barroco, encerrados entre la vegetación de la ciudad. Todo lo que Kory buscaba para complacer a su futura esposa.

Kim la tomó de la nuca, atrayéndola hacía ella — Tranquila, todo saldrá bien — susurró, dándole golpecitos en la espalda.

Nina se unió a su abrazo, y las tres sonrieron con los ojos empañados de la emoción. Abandonaron la habitación nupcial y bajaron las escaleras principales, viendo a Michael de pie en la planta baja.

Su abuelo sonrió al verla, sus ojos se tiñeron de rojo mientras la rubia bajaba las escaleras. Recordó la primera vez que la tuvo entre sus manos, tan pequeña e indefensa. Su corazón se aceleraba cuando rememoraba el momento en que corrió hacia él, dando sus primeros pasos. Ahora caminaba recto y con firmeza, pero nunca soltó su mano. Kory era su niña adorada, su más grande amor, y la había visto convertirse en una mujer digna de llevar su apellido, honesta y valiente.

— Hija... estás hermosa — se acercó para tomarla de las manos, secándose las lágrimas con un pañuelo.

Ella sonrió, pestañeando un par de veces para evitar que las suyas se derramaran — Gracias por acompañarme — susurró.

— Bueno... al parecer soy y seré el único hombre de tu vida — bromeó, ofreciéndole su brazo.

La música empezó a sonar de la mano de violinistas, anunciando su entrada. Era una ceremonia cerrada, solo habían sido invitados familiares y amigos cercanos, por lo que todas las caras eran conocidas.

Ninguno de los dos pudo evitar ver aquel asiento vacío que debía pertenecer a Victoria. Era doloroso y confuso extrañarla a pesar de lo que había hecho, pero debían aceptar la realidad, la mujer que amaron, como esposa y abuela, no existía.

Pusieron su mejor sonrisa mientras se acercaban al altar, saludando a los invitados. Kory sabía que no era a ella a quien esperaban, por lo que no tardó mucho en llegar a su lugar.

Antes de dejarla ir, su abuelo peinó aquel rebelde mechón, poniendo un pequeño pasador para sujetarlo en su lugar — Perfecta — murmuró besando sus nudillos.

Su pecho se llenó de orgullo, estaba lista para recibir al amor de su vida. La marcha nupcial comenzó y todos giraron su rostro para ver como la enorme puerta del palacio se abría.

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