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M. Angelle Voohkert

Los últimos meses me he estado dejando llevar por una sensación a la que me cuesta darle nombre... en el fondo creo que no quiero reconocer que soy infeliz.

Cuando Aris me propuso dejar la casa, pensé que las cosas serían distintas. Pensé que nuestras vidas serían como la que habíamos llevado con mis tíos, pero mejor porque no tendríamos quién nos dijera qué hacer. Pensé que tendría más libertad. En vez de eso, estoy más presa que nunca.

Me gusta mirarme al espejo mientras lloro. Vuelve más profundo este agujero negro que se traga mi corazón, y me reconforta que la tonta que se refleja tenga lo que se merece. La juzgo muy a menudo, opino que no debería ni existir, deseo que se muera. Quisiera ayudarla a hacerlo posible, si supiera que no me va a doler.

Con la cabeza tirada sobre mis brazos doblados, y medio cuerpo encima del tocador, dejo de ver mis propios ojos rojizos para mirar el uniforme que me viste. Estoy obstinada de esta camisa oscura. Extraño la variedad en mi ropa. También los accesorios de moda, prendas vistosas, de muchos colores, y joyería. Mis uñas son un asco. Lloro otra vez al acordarme del vestido que mi papá me regaló, aquel que desprecié rompiéndolo.

Mi atención vuelve a mi cara húmeda, el único en mi familia que me ha visto después de la conversión es Adrián. Desearía que Damara me dijera qué tal luzco. Que me mime en el centro comercial comprándome muchas cosas bellas. Me encantaría que mi papá me conociera otra vez así, tal vez ahora que soy un vampiro completo me quiera más que antes.

Salto, limpiándome las lágrimas rápidamente porque escucho venir a mi primo. Sus pasos siguen por el corredor, por las hendiduras de la mía se cuela un olor a sangre, huele a lo que sabe la de Aris. Al abrir la puerta lo descubro a él caminando raro.

—¿Qué te pasó?

Me deslizó hacia él, disfrutando del momento en que puedo sentirme poderosa dejando atrás las maneras humanas.

—Nada importante— dice, pero reprimiendo un quejido.

—¡Adrián!— lanzo mis manos hacia su cintura, él me bloquea con un brazo —¿Qué tienes?, ¿Quién te hizo esto?

La humedad oscurece su camisa negra, revelando la herida que tiene a un costado del estómago.

—Solo necesito descansar, ayúdame.

—¿Peleaste con alguien?— lo dejo recostarse en mí.

—Es una tontería— asegura con más tranquilidad en su voz —No pasa nada.

Avanzo hasta su dormitorio. Me inclino sobre la cama, él se tira de lado apretando un poco los dientes.

—Trae un cuenco con agua y un cambio de ropa.

Obedezco, mirándolo mientras él mismo se desviste. Tiene arañazos en la parte baja del cuello, así como moretones en las clavículas. Sus ojos me buscan, me hace señas con una mano para que me acerque más.

El sonido de sus dedos moviendo el agua cuando los sumerge es todo lo que llena la habitación. Me relaja. Lo veo limpiarse los bordes de la herida más profunda, pero me distraen las formas de sus músculos tan perfectos y la textura de su piel tan caliente. Aris Delyam es un hombre hermoso. Me gustaría encadenarlo para que nadie más lo vea, y al mismo tiempo presumirlo para que todas sepan que soy especial para él. Empiezo a sentirme necesitada. Me obligo a concentrarme.

—Ese corte es de cuchillo, ¿Qué pasó?

—¿Estuviste llorando otra vez?

Aparto la mirada porque siempre siento que me lee la mente. Mis respuestas suelen ser honestas pero quedo con la impresión de que averigua más de lo que quiero compartir.

Aris  | Libro 11Donde viven las historias. Descúbrelo ahora