Adrián león
Es difícil que llegue a olvidar la intensidad del dolor que me procuró cada golpe del látigo de mi padre, cuando me castigó tan fieramente después de descubrir lo que yo había hecho con mi virgen y aquel asesinato público. Los músculos de mis brazos se contraían al recibir el impacto del cuero. La correa, rígida y gruesa, se abría paso entre mis carnes, salpicando sangre en la pared, en el suelo debajo de mí, sobre la ropa del Zethee. Afuera, los gritos de Damara y las súplicas de Elizabeth no podían suavizar la ira de mi torturador. Y yo, consciente de merecer cualquier condena que Daniel determinara, con valentía le hice frente a mi destino.
No le tengo miedo a las sentencias que tenga que cumplir. Esto que me ha hecho Diego no es más que eso. El costo que él ha considerado conveniente para limar asperezas entre los dos antes de mirar adelante hacia el futuro. El sufrimiento es infernal, pero las secuelas físicas no me importan, porque lo que estoy comprando con esto es más grande. Puedo vivir sin cualquier parte de mí entre tanto conserve todo lo que hay en mi cabeza. Mi mente es lo único que no puedo perder, sin ella no sería nada.
Tampoco me conviene convertir a mi tío en mi enemigo, perdería mucho más enfrentándome a él que mostrándome dócil. Acepté el castigo de mi padre. De la misma forma acepto el de Diego.
El frío empieza a amoratarme la piel, me intercambia un dolor por otro, pero mi propia respiración suave me relaja. Los vampiros regulamos nuestra actividad corporal entre tanto más baje la temperatura, por eso aquí sepultado en la nieve, incluso mis pulsaciones son más lentas.
La textura gélida que me aprisiona contribuye a que la inflamación cese. Mientras que las células de mi cuerpo se las arreglan para cerrar la herida tras la mutilación, y me toca soportar el picor punzante, escucho a mi tío lidiar con su hija. Por la ventana se cuela un fuerte hedor a vómito que llega hasta aquí.
—¿Sabes por qué estás alucinando? —le reclama furioso— ¡Estas porquerías te perforan el cerebro! Volverás en ti porque te regeneras, pero incluso el organismo zansvriko puede fallar, sobre todo cuando se intoxica.
—¡¿Qué hiciste con Aris?!
—No permitiré que sigas envenenándote, ¡No me obligues a ser perro contigo, Aevë Kishá!
La madera cruje con el golpe que recibe la ventana, escucho claramente como el aire se desvía hacia dentro de mi dormitorio, es el mismo viento que sacude el cabello de Mary An, ahora que me busca.
Se lleva una mano temblorosa a la boca y grita entre alaridos aterradores. Hace un segundo se había lanzado hacia el campo abierto en el que estoy, pero ahora retrocede arrastrándose. Quise tener privacidad con mi tío para protegerlo, evitando que cualquiera en el zahojhár lo atacara por lo que sea que me hiciera. Si mi prima sigue gritando como loca, los que me siguen podrían venir a averiguar el por qué.
—¡Aevë! —la llamo.
Luce espantada, sin embargo al oirme hablar se pone peor. Diego aparece detrás suyo, la abraza apretándole de espaldas contra su pecho para contenerla, forzándola a que se tranquilice. Llora desesperada, esta vez cerrando los ojos.
Trato de entender sus reacciones. Lo único que se ve sobre la superficie es mi cabeza, a mi alrededor hay grandes manchas de sangre, y ella no parece estar en sus cinco sentidos. Ya adivino lo que imagina. Muevo mis brazos en medio de los kilos de nieve que los sepultan, para empezar a mostrar otras partes de mí.
—Esto también es tu culpa —me acusa Diego, mirándome con odio sin soltar a Mary An, que se sacude frenéticamente.
—Respira —hablo con voz calmada, recostado al borde del agujero que voy ampliando para zafarme —Concéntrate en tu respiración, Aevë, estoy aquí contigo.
Sus hombros repiten los espasmos al menos otras tres veces antes de que tensé los músculos del cuello y alce el mentón. Durante unos segundos parece ahogarse, hasta que su pecho se expande en un intento honesto por oxigenar los pulmones.
—Estoy aquí ahora mismo —continúo.
Me acerco a ella, intento tocarla, Diego me golpea con el codo.
—¡Quítale tus sucias manos de encima!
No me aparto de ella, le acaricio los dedos, ya que tiene ambas manos sujetas por el brazo de mi tío.
—Quédate conmigo, Aevë, estamos bien.
Abre sus ojos. Cuando vuelve a buscarme con ellos, se remueve de un salto en el que logra su libertad. Se tira contra mí, con tanta fuerza que casi nos tumba a ambos. Se queda colgada a mi cuello, abrazándome duro, llorando de cara a mi mandíbula. Le acaricio la cabeza, enredando una mano entre las hebras de su cabello hediondo a vómito, se lo lleno de mi sangre porque tengo la palma muy lastimada. No pretendo desafiar a Diego, pero tampoco puedo evitar mirarlo en este instante, porque tengo curiosidad de saber si se da cuenta de a quién prefiere su hija entre nosotros dos. Sigo ganando. Me contengo para no sonreír, y las ganas de disfrutar mi permanencia en la predilección de Aevë me sorprenden, porque el respeto que tengo hacia mi tío siempre ha sido honesto, aún así, no me pesan ni el egoísmo ni la ambición.
Los dedos de mi prima se deslizan con miedo sobre mi piel helada, su barbilla tiembla al bajar para mirar mi desnudez. La detengo, haciendo que vuelva a alzar el rostro.
—Tu padre necesita ver a Elizabeth. Es justo que lo lleve ahora.
Sus pupilas se pierden en las mías fíjamente, gruesas lágrimas se deslizan por sus pómulos y no sé si es que se ha dado cuenta del área amputada en mis genitales. Antes de que diga nada, regreso a mi habitación, me esfuerzo por obligar a mis muslos a que recuperen su solidez al caminar, aguantando el dolor que empieza a despertar por alejarme del frío.
Pongo a prueba mi carácter cuando me hago de aguja e hilo quirúrgico. Me encierro en el baño, sabiendo que lo que haré podría acabar por desfigurar aún más lo que se supone debería ser una forma viril. No tengo experiencia cosiendo, un corte me cruza las dos manos por encima de los nudillos, así que entre eso y el dolor, mi pulso será una completa mierda.
—Puedo hacerlo.
Recojo un cinturón, meto una parte en mi boca para morderlo entre las muelas y así desahogarme. Sudo con cada punzada. Las paredes que me rodean dan varias vueltas mientras trabajo, por momentos pierdo el enfoque visual. Pero al terminar, me trago tres pildoras de medicina zansvrika, particularmente conocida entre los vampiros como "paraíso". Cuento en mi mente breves segundos, empiezan a hacer efecto en seguida. Disminuye la escala del dolor hasta desaparecer.
Ahora sin las ideas acorraladas hacia la resignación por la urgente necesidad de calmar el sufrimiento, la rabia y la amargura se hacen presentes. Pagué un precio alto. Eso hace que también suban las cuentas que debo cobrar, para que valgan mis sacrificios. No es una deuda del que Diego sea responsable, no se la atribuiré a él, pero conforme las circunstancias lo convirtieron en un canal para desquitarse contra mí, es mi turno de aprovecharlo como un aliado de quién obtener ciertos aprendizajes, favores, y cooperación.

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Aris | Libro 11
VampirÉl es macabro, sádico, y perverso. Joven primogénito del rey de los vampiros, pero sin un trono al que ascender. Aún entre las cenizas, él encuentra corona. Con el desafío de definir su propia filosofía, la descubre entre los placeres de la más dura...