Epílogo

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DAMARA LEÓN

Llaman a la puerta en cuánto consigo que Lezanger concilie el sueño, me apoyo en mis habilidades para incorporarme con tal discreción que no lo despierten mis movimientos y con tal rapidez que el sonido no interrumpa su descanso.

Estamos solos él y yo desde hace varios días, desde que Diego pensó que lo mejor para que Arcángel superara la ruptura forzosa era sacándolo de aquí. Yo también hubiera dejado ya esta casa si no fuera porque espero a mi rey. Cuesta mucho mantener a Kham en esta ciudad cuando constantemente me pide que lo lleve a casa de Emily porque por ratos no puede aceptar que está muerta. De todos modos decidí no contarle toda la verdad. Hasta dónde él sabe, lo que pasó es lo que él mismo concluyó esa noche en que encontró la cadena en su comida: que Adrián la cazó para tomar su sangre.

Nada más.

Antes de abrir ya puedo sentir el efluvio de Daniel, cosquillas deliciosas se expanden por mi vientre, una reacción involuntaria de mi cuerpo. Pero cuando lo recibo quedo confundida.

Retrocedo, jadeando con el ceño fruncido. No sé si maravillada, pasmada, o las dos. Es él, pero luce tan diferente que me cuesta relacionarlo con el Zethee que conozco. Vestido de negro en su totalidad, tiene el cabello largo, sujeto a una coleta alta y mechones al costado de su rostro. Su barba también está distinta. En el lóbulo de la oreja derecha le brilla un punto de diamante.

—¿Quién eres?— me sonrío por los nervios —¿Dónde está mi esposo?

Suelta el par de bolsos de equipaje que trae consigo, generando un golpe sordo. Ahogo un grito para no despertar a Kham cuando Daniel me alza tomándome por la cintura. Mete su nariz entre mis pechos, oliéndome profundamente.

—Aquí— gruñe —Los cazadores tienen una idea de mi aspecto. Durante todo este tiempo mezclado entre humanos, quién sabe qué aliados suyos me podían denunciar.

—Te ves tan raro...

La sonrisa me queda atrapada en su boca. El olor natural de su sudor, la textura rasposa de su barba, y el hambre que demuestra con sus manos al recorrerme todo el cuerpo me derriten. Camina cargándome. Mientras yo enrosco sus caderas entre mis piernas, él patea los bolsos hacia la sala y cierra la puerta de la calle con el mismo pie. Chocamos contra las paredes del pasillo, aquí me besa el cuello, desabotonando los primeros broches del vestido veraniego que traigo. Se impacienta, así que me lo rompe. Meto mi mano entre las dos bocas, empujándole la cabeza un poco hacia atrás.

—Te necesito— se queja con una mueca que me rinde a sus besos otra vez.

En general adoro la imagen rutinaria de mi esposo, pero la apariencia que tiene en este momento me sumerge en una nueva fantasía. Jamás imaginé llegar a verlo así.

En cuánto cruzamos la puerta de la habitación en la que yo duermo, mi vestido termina de caer convertido en dos jirones. Mis pezones turgentes se anticipan a la lengua que pronto los recorren con voracidad. Yo también le hago trizas la ropa, meto mis dedos por su pelo, tirando de él y haciendo que me mire a los ojos. La lascivia ardiente en sus pupilas embellece aún más ese rostro que tanto adoro y que ahora me muestran otra faceta. Renueva completamente mi atracción por él, demostrándome que me prende de cualquier forma posible.

Me tira de espaldas contra la cama, arrodillándose en el suelo para meter su cara entre mis piernas al tiempo que revienta mi ropa interior. Sus dedos hábiles abren mis labios íntimos que reciben su lengua de inmediato, pero desliza el índice dentro de mi canal hasta donde le es posible. La humedad, mezcla de su saliva y mis jugos eróticos, me moja las nalgas. Daniel se separa un instante, mi vagina late insatisfecha, y la necesidad se acrecienta cuando me muerde el muslo enterrándome los colmillos. Los músculos de mi pierna derecha se contraen bajo un dolor agudo que se extiende hasta los dedos de mis pies, siento como mana mi sangre caliente.

Aris  | Libro 11Donde viven las historias. Descúbrelo ahora