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M. Angelle Voohkert

Igual que como mueren las estrellas, la tristeza en mi corazón se reduce, consumiéndose hasta hacerse muy chiquita. Así lo imagino. Extrañamente, vuelvo a brillar.

Afuera empieza a llover a cántaros, una tormenta que cae golpeando las rocas que nos ocultan del mundo en esta montaña. Todo se oscurece, baja aún más la temperatura, y sale humo frío de mi boca aunque mi piel ni siquiera se erice. Adoro ser lo que soy. Más cuando Aris menciona lo que le gusta de mí gracias a mi nueva naturaleza. Creo que lo único que no me gusta de la misión, es regresar a esa humanidad que tanto deseé perder.

Pienso en eso aquí, con medio cuerpo sobre Adrián. Ambos estamos desnudos, yo con mis pies metidos en las sábanas que se amontonaron en la orilla. Tengo rato con mi sien pegada a su torso, porque me encanta ver mis senos contra su pecho, y la hendidura que se forma entre las dos pieles húmedas.

—Si camuflas mi vampirismo, no volverás a ver lo que te gusta de mí...

—No es un cambio real, mucho menos permanente. Es imposible revertir la neoemia, lo que haremos será alterar el contenido de la sangre para que la comunidad cazadora no encuentre características zansvrikas, en caso de que apliquen análisis en la pre selección, yo asumo que deben cuidarse de algún modo.

Me trago el suspiro pero alzo mi cara hacia él.

—Estoy asustada.

—No nos vamos a morir.

—¿Cómo lo sabes? Aris, la sangre es la vida de los vampiros, mis tíos siempre nos lo dijeron. Daniel nos contó lo que le pasó a Ellie...

—Mi hermana no toleró la conversión —me interrumpe.— Sufrió una aberración natural.

—Mi mamá no.

—Elizabeth mezcló diferentes procedimientos incompatibles entre sí, y cada uno tenía propósitos de mutación auténtica.

Aparta la mano que jugaba con mi nuca, levantándose.

—Si no te sientes cómoda, lo mejor será buscar otra alternativa.

—¿Cómo?— cubro mis senos con un brazo.

—Necesito alguien que confíe en todo lo que se va a hacer.

—¡Me elegiste!— se me anuda la garganta —No puedes cambiar de opinión.

—¿Y por qué no? Sabes lo en serio que me tomo todo este asunto, no me arriesgaré a cometer errores, ni que en un par de años me salgas con que no estás dispuesta, después de lo que habremos invertido en ti. Aevë— jadea mi nombre, arrancándose la venda ensangrentada de su cintura —No tienes idea del potencial que tienes. Eres una depredadora extraordinaria, o podrías llegar a serlo, si no prefirieras seguir actuando como corderito.

—¡No soy un maldito cordero!

—Yo sé que no— me mira fijo a los ojos —¿Pero lo sabes tú?

Trago saliva, mordiéndome la comisura de un labio. Tengo rabia e incertidumbre porque no sé qué decir para que no me quite lo que me acaba de dar. Una vez más siento que me lee el alma. Aris tira la venda al suelo y se arrodilla a mi nivel.

—Kavcora era una asesina muy instintiva. Era certera, limpia, y rápida. Tú la mataste.

No es algo que me dé orgullo. Aprieto mis párpados, suspiro, aprovecho de respirar. Me equivoqué, reaccioné contra ella por miedo a lo que pudiera hacerme.

Adrián pasea la punta de su lengua por el borde completo de mi cara, un acto que despierta en mí lo que el frío no pudo. Ladeo mi rostro, disfruto de las corrientes nerviosas que me hacen sentir viva. Levantando su mano, me acaricia la boca, el filo de la uña de su pulgar recorre mi labio superior como si lo dibujara.

Aris  | Libro 11Donde viven las historias. Descúbrelo ahora