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DANIEL LEÓN

Quizá ella piense que está siendo clara, pero las palabras se le atropellan porque suelta demasiado a la vez.

—Cuando dejaste de considerar a Aris como tu sucesor, me preocupó que le quitaras todo lo demás a lo que tiene derecho. Quise asegurar su futuro, que pudiera tener una herencia que administrar. Mi dote me pertenecía solo a mí— redunda —Y sabía que tú te opondrías si te decía lo que planeaba hacer.

—Es una broma— rechazo con formalidad cortante.

—Quise darle protección en caso de que tú lo sacaras de la herencia. Lezanger no existía, no sabía que tendríamos más hijos, y estando a tu lado yo no creí necesitar alguna vez más de lo que me das.

Trato de tomar aire, sujetándome un lado del cuello con la mano izquierda. Justo aquí me nace un dolor que se extiende hacia la mitad derecha del cráneo y sigue, haciéndome presión en el ojo. Los teléfonos siguen timbrando. Las voces inquietas de los chicos empiezan a generar más bulla, Sestnev los está azuzando para que empaquen como indiqué.

—Dime algo— pide.

Estoy acostumbrado a tomar decisiones rápidas en momentos de tensión, pero en este instante me siento contra la pared. Esta noticia acaba de derrumbarme cualquier posible solución en la que haya pensado, y agrava otros problemas que pensaba canalizar con el mismo recurso.

—Montemagno no está recibiendo ingresos. Cuando Diego se adueñó de mi capital, comencé otra vez de la nada para reunir fondos propios, fondos por cierto insuficientes que tuve que inyectar en el único personal que podía hacer el trabajo que dejé de recibir de los uncrolar. Nuevos equipos que desperdicié, Damara, ¡Todos! Porque los perros se están encargando de asesinar a los hombres que mandé a convertir... Perros que siguen órdenes de Aris —casi me da risa— El gran señor de los cadáveres está asfixiando nuestra economía de todos los modos posibles. Ahora tú me dices que las reservas que tenías, y por cuyo valor yo pensaba, de la forma más ingenua, pedirte apoyo, se las cediste a él.

—Daniel...— trata de tocarme.

—¡Y eso ni siquiera es lo más grave! —la risa chueca se me frustra —Necesito esconder a mi familia para resguardarlos y no tengo ningún sitio en donde meterlos.

—¡Daniel— me atrapa la cara, veo en sus pupilas mi rostro con una expresión esquizofrénica.

Le sujeto las muñecas, apartando sus manos de mí.

—No puedo llevarlos a las residencias de los falsos Zethees, ni a Montemagno, ni a ningún sitio asociado a mi administración porque cualquiera de esas opciones podría ser un lugar vulnerable.

—¡PAPÁ!— Lezanger se me cuelga a la espalda de un solo salto —¿Acabas de llegar?

—Sí, campeón— lo suspendo y lo bajo, prohibiéndome mirar a Damara a los ojos —Necesito que hagas tu maleta.

—¡¿A dónde vamos?!— pregunta con felicidad inocente.

Quisiera saberlo yo también.

—Solo empaca la ropa que más te guste, pero apúrate.

—¡No!— se atraviesa mi esposa —Daniel, no iremos a ningún lado.

—¿Podemos llevar a Wezkag?

—Nada más lo que entre en una sola maleta, ningún ser vivo incluido.

Damara exhala irritada, acercándose al teléfono de la cocina. Se atreve a desobedecer levantando el auricular, me muevo más rápido, alcanzando a reventar el cable.

Aris  | Libro 11Donde viven las historias. Descúbrelo ahora