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M. Angelle Voohkert

—¿En dónde queda ese fuerte?

—No te lo puedo decir aquí. Otra cosa, la invitación es para ti solo.

—Tampoco pensaba llevar a los chicos. Mi intención es quitarte a Aris de encima, que lo sepas.

—Entonces estamos empezando mal.

—Acabas de decir que estás dispuesta a aceptar lo que yo considere que se debe hacer.

—Pero estás predispuesto.

—Y tú con demasiada esperanza.

—Tengo un líder que me motiva —digo segura —Sé que tú también le darás su apoyo.

—Los vampiros nos debemos a un único líder, Aevë, y es al Zethee actual. Hasta donde sé, su nombre es Daniel León. Pensar distinto es una traición que se paga caro.

—Es una de las cosas que a Adrián le gustaría que fueran diferentes...

Me mira con reproche, suspirando hondo por la nariz. Se mueve en silencio hacia la mesa en la que reposa un equipo telefónico. Reconozco los números que marca. Salto hacia él, creyendo que va a traicionarme, hasta que levanta su mano para hacerme detener y se lleva el índice contra la boca.

—Hola, Sestnev —habla cuando le contestan —Comunícame con mi hermana.

En los siguientes segundos de silencio, mi papá cambia su expresión.

—¿Pasó algo? —pregunta.

Me muerdo los labios cuando entrecierra los ojos sin dejar de verme.

—Cálmate — pide —Una cosa a la vez. ¿Sabes desde dónde te llamó Mary Ann?

Asiente con pequeños gemidos secos a boca cerrada que da de vez en cuando durante la explicación que le estará dando mi tía.

—Yo también he estado tratando de dar con el paradero de ambos. Ahora creo tener una pista más o menos sólida y... No —zanja—Voy a seguirla yo solo. Te llamo porque necesito que me hagas un favor.

La impaciencia de sus gestos es real.

—¿Cómo que por qué? Yo no hago esto por ti, ni estoy trabajando para Daniel. Voy tras tu hijo porque tengo mis propias razones, tú sabes muy bien eso.

Algo le alegan.

—Yo también tengo prioridades personales, Damara. Escucha, yo no puedo darte garantías de lo que voy a hacer o lo que no, pero en el inmediato creo que quizá yo sea el único que pueda hacerte saber del estado de Aris, si es que encuentro algo en concreto sobre él... —ladea el mentón unos segundos —Sí, pero no puedo arriesgar a los chicos. Lo que quiero pedirte es que los tengas en tu casa hasta que yo regrese.

La puerta de la habitación del fondo se abre, el bastardo mayor viene hacia nosotros con desespero.

—¿Volveré a Venezuela?

—¡Lo dije porque es la verdad! —sigue mi papá en la llamada— Aris está fuera de tu control, y si te pido esto es porque creo que tu casa es el lugar menos vulnerable.

—Pero no quiero estar encerrado —se queja el intruso, y me mira— ¿Tú vivist...

Me le voy encima, tapándole la boca. Su cabeza pega duro contra la pared, suena a que ha sido doloroso. Me sujeta la muñeca, con poca fuerza, el agarre se deshace de todos modos en cuánto se concentra en mí, que le tengo un gesto amenazante. Mueve lentamente sus ojos hacia mis colmillos. Detrás, mi padre parece llegar a un acuerdo.

Aris  | Libro 11Donde viven las historias. Descúbrelo ahora