Diego Voohkert
Es mi sobrino, hijo de mi hermana que tanto adoro. Lo vi nacer. Me arrodillé ante él para darle la bienvenida al mundo en honor a la sangre zansvrika real que corre por sus venas. No puedo decir que no me duele. Elizabeth lo amó profundamente, y mi propio cariño por él nunca hubiera sido menor. No tengo derecho a criticar a sus padres, pero aunque sea tarde, yo sigo teniendo un rol que cumplir. Por eso juzgo el mal trabajo que Damara y su esposo han hecho, caso independiente de que el mío haya sido nulo.
Incluso antes de formarme en las filas vampíricas, ya yo había aprendido a oler y mirar la crueldad en otros. Trabajando para el Zethee descubrí infinitas variantes para los actos más sádicos. Yo mismo me convertí en un monstruo al cambiar mi naturaleza. Depender del consumo de sangre, encontrar placer en ello, no puede ser sino una maldición. Se diría entonces que entre los demonios no deberían haber excepciones sorprendentes, entendiendo hasta dónde puede llegar la perversión sin ápice de piedad. Aún así, Aris fue capaz de provocarme escalofríos cuando apenas aprendía del mundo. Su comportamiento parafílico y psicópata solo se podía comparar al de vampiros adultos con personalidad sanguinaria. Un rasgo completamente anormal para un adolescente humano.
Hoy, Aris sigue sin lamentar aquel crimen atroz en el que le robó la vida a quién tuviera una inocencia tal, que nunca hubiera dejado de ser niña ni aunque pasaran cien siglos. No hay arrepentimiento en esas líneas flexibles de su boca que luchan contra una sonrisa anhelante, cuando alguna de mis palabras engrandece su ego. Adrián es peligroso, y para llegar a esta conclusión ni siquiera tomo en cuenta el poder que tendrá si se atreve a reclamarle la corona a su padre. No. Es por el semblante apacible y aire carismático que demuestra de modo tan natural, un camuflaje que oculta muy bien a la bestia que acecha en la profundidad de sus ojos. Tiene atractivo, personalidad, y carácter, además de facilidad de palabra. Con características así, no necesita exigirle nada a Daniel. Puede hacer que otros simplemente le entreguen lo que sea que él considere suyo.
Ni las flagelaciones que recibió, ni las heridas emocionales mortales que causó en Elizabeth, ni el sufrimiento de Damara, nada lo ha hecho detener, ni ha provocado cambios en su narcicismo ambicioso. Tiene a Aevë en sus manos. Asfixiada en un puño del que me será muy difícil sacarla sin que se quiebre.
Sé que Aris debe estar reservando algo para mí. En algún lugar de esta montaña está el cuerpo de mi esposa, sin duda Adrián le pondrá un precio. Estoy dispuesto a pagar, sea lo que sea. Pero antes de que yo entre en desventaja y ya no pueda cobrar las deudas que tiene conmigo, debo hacer lo que quizá no me atreveré cuando nuestra pequeña reunión haya terminado.
—Debes estar pensando que soy un traidor, por usar venenos paralizantes creados por cazadores. Y para ti... ¿Será humillante, tal vez?
Paso mi pulgar y la uña de mi índice por la navaja que tengo en mi mano derecha, concentrado en su filo.
—Perdón por esa parte —añado volviendo a sus pupilas, tan dilatadas —Es que se me ocurrió que no te quedarías precisamente quieto mientras te doy la lección que mereces.
Alzo la navaja lo suficiente al apuntarlo con ella a la cara para asegurarme de que la mire.
—Pusiste tus asquerosas manos encima de Aevë, la manipulas, y quieres tenerla de amuleto. Ahora, Aris, es importante que sepas que no te pertenece. No es tuya. No es un objeto del que te puedas apoderar, pero no lo entiendes, decidiste que no tiene derecho a hacer su vida con otro que no sea contigo. No es un talismán, pero eso tampoco lo entiendes, la quieres como mujer por los supuestos beneficios místicos que te da fornicar con ella. No es una esclava sexual. Y eso, sin duda, es lo que está más lejos de tu comprensión, porque has debido respetarla como a una hermana, pero la secuestraste para traerla aquí y follártela, cagándote en todos nosotros.
Conteniendo mi rabia extraorinariamente bien, demuestro mucho menos de lo que debería al desnudarlo, rompiéndole los pantalones.
—¿Cuántas veces se te puso dura por ella, creciendo juntos bajo el mismo techo? —aprieto sus bolas —¿Te manoseaste mirándola?— lo que debe estar sintiendo tiene que ser insoportable —¿Cuántas veces pensaste en meterte a su habitación?, ¡¿La habrás tocado mientras dormía?!
Lo suelto para poder acercarme y hablarle mejor a la cara.
—Te pregunté si la desposarías, pero de tu boca no salió la confirmación. Dijiste que era tu mujer, que no era adecuado que se emparejara con nadie más, y que quieres ¿Qué?, ¿Que juntos formen un nuevo linaje? A ti no te interesa hacerla tu esposa, lo habrías hecho ya, nada te lo ha impedido. Lo que sea que planees con ella, no incluye matrimonio. Pero está bien. Porque honestamente, en este momento no sé qué sea peor. Que la dejes después de usarla, o que yo te obligue a casarte, condenándola a una vida infernal a tu lado. Pero te diré una sola cosa, porque esta conversación ya se está alargando mucho.
Lo siguiente lo hago rápido. El precio que quiero hacerle pagar no es en dolor, aunque este sea inevitable, sino con una mutilación que llevará para siempre. Le cruzo el escroto con el filo, un corte profundo que ni lo amputa por completo, ni le impedirá engendrar, pero le cambiará la vida de uno u otro modo. La sangre se escurre a borbotones, manchando el espacio que cubre la sombra de un ahora sudoroso Aris. Lágrimas se le deslizan hasta el mentón y de ahí salpican al suelo.
Lo he herido de la forma más limpia posible.
—Si haces sufrir a Aevë, te quitaré el otro —advierto, aferrándome a su cabellera —Y si te atreves a intentar repetir con ella lo que le hiciste a la nieta de Sergey, morirás por mis manos, pero con tu propia polla metida en la garganta.
Lo suelto. Limpio mi navaja en su camisa.
—No significa que quedo de acuerdo con la relación. Por desgracia, tendré que lidiar con el asunto por ahora.
Saco las dagas que le mantenían las manos suspendidas, Adrián acaba por caer. Me muevo hacia la ventana, esta mira hacia un espacio abierto, parece privado. Está despejado de vampiros, cubierto de nieve dura. Salto para allá. Busco un buen lugar donde hacer un hoyo. Cavo lo suficiente.
—Cuando te recuperes, hablaremos del segundo punto —digo regresando —Que espero que sea en pocas horas, porque quiero resolver también lo de Elizabeth. Aevë piensa que tienes algo importante que compartirme al respecto, supongo que sabes lo que me adelantó. Y si eso es verdad, Aris, si es así, estoy dispuesto a escuchar cualquier propuesta.
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Aris | Libro 11
VampireÉl es macabro, sádico, y perverso. Joven primogénito del rey de los vampiros, pero sin un trono al que ascender. Aún entre las cenizas, él encuentra corona. Con el desafío de definir su propia filosofía, la descubre entre los placeres de la más dura...