14

2.9K 91 6
                                    


Narra Mia.

Sábado 27 de noviembre.

Me levanto temprano, como ya es costumbre desde que empecé la universidad. El cuerpo, sin necesidad de alarmas, se ha habituado a este ritmo.

Desayuno una tostada de jamón y tomate mientras repaso distraídamente las redes sociales. La mañana transcurre bastante entretenida: entre trabajos de clases y apuntes, no he parado ni un segundo. Hoy tengo bastantes tareas pendientes, así que decido ponerme con ellas de una vez, sin excusas ni retrasos.

Alrededor de las una, me cambio de ropa. Opto por algo más formal: un pantalón vaquero, un jersey beige y mis inseparables Converse. Me rocío con un poco de colonia, me maquillo de forma sutil y aliso cuidadosamente mi pelo.

Salgo de casa y camino hasta la parada del autobús que está en la esquina. Me subo con destino a casa de Patricia, que vive al otro lado de Barcelona. Al llegar, ya están Marc, Alejandra y Bea.

- ¿Hacemos una barbacoa? - propone Patricia, y todos asentimos entusiasmados.

- Pero..., ¿y si quemamos algo? - pregunta Marc, alzando una ceja.

- Yo, de nosotros, no me fiaría mucho - digo, entre risas.

- Llamo a mis padres - resuelve Patricia, y finalmente son ellos quienes se encargan de la barbacoa, aunque nosotros echamos una mano.

- ¿Planes para esta noche? - pregunta Alejandra mientras nos acomodamos en la terraza.

- Primero deberíamos de ver el Barça, que si no Mia no ve a su Gavi - bromea Bea, y noto cómo me sonrojo al instante.

- Pero mira qué mona se ha puesto - añade Patricia, y estallamos todos en carcajadas.

- Bien, primero vemos el partido. ¿Y después? - pregunta Marc, intrigado.

- Después podemos ir a una discoteca - sugiere Alejandra.

- Estupendo - respondo, y chocamos las manos.

- ¿Y cómo va tu relación con Gavi? - pregunta Marc con una sonrisa traviesa.

- Va bastante bien. Al principio, cuando nos conocimos, no nos aguantábamos. Pero todo ha cambiado.

- Vaya si ha cambiado - añade Bea con tono cómplice.

- Mia, me tienes que presentar a alguno de esos chicos guapos - dice Marc. - Además, están buenísimos - añade, y volvemos a reír.

- ¿Ahora todos queréis un novio futbolista? - pregunta Alejandra divertida.

- Hombre, a ver... están para mojar pan - dice Bea, provocando otra ronda de carcajadas.

- A mí me da igual si quiere ser carpintero, pero que esté de buen ver - dice Patricia.

- Yo mientras me dé lo mío - remata Marc, haciendo que nos riamos aún más.

Marc, es sin duda, una de las personas más graciosas que he conocido. Su sentido del humor es único, y me rio muchísimo con él.

- Cambiando de tema, ¿cómo lleváis los exámenes? - pregunta Marc.

- Más o menos, todavía me queda, pero ahí voy - respondo.

- Yo, para ser sincera, ni he empezado - confiesa Bea.

- Si sirve de consuelo, yo empecé ayer - añade Alejandra.

- Yo hace un par de semanas - dice Patricia.

- Vamos, que todavía nos queda - resume Marc, y todos soltamos un suspiro al unísono.

Después de tomar un café todos juntos, me despido y vuelvo a casa en autobús. Ha sido una buena mañana, aunque lo de estudiar... si pudiera evitarse, no me quejaría. Pero así es la vida del estudiante, y no tengo derecho a protestar demasiado. Al fin y al cabo, es lo que yo he elegido.

El autobús me deja en la esquina de mi casa. Bajo y comienzo a andar, los cascos puestos, canturreando una canción de Aitana. Estoy tan metida en mi mundo que apenas reparo en lo que ocurre a mi alrededor.

Antes de volver a casa, paso por Correos a recoger unos paquetes y aprovecho para comprar algunas cosas en el supermercado. Al salir, me vuelvo a poner los cascos.

Estoy a punto de llegar a mi casa cuando escucho mi nombre a gritos. Me los quito, confundida, y miro a mi alrededor... pero no veo a nadie. Supongo que ha sido mi imaginación. Entro en casa, coloco la compra en su sitio y dejo los paquetes sobre la mesa para abrirlos luego.

Hace buen día, con algo de sol. Hace tiempo que no hago deporte, así que decido salir a correr por el parque que está justo enfrente. Me pongo unas mallas deportivas, camiseta, sudadera, y recojo mi pelo en una coleta alta.

Salgo a trotar suavemente y voy aumentado el ritmo poco a poco. De pronto, vuelvo a oír que alguien grita mi nombre. Me giro y veo a un hombre desconocido. No me da buena espina, así que reanudo la carrera.

Tras dar dos vueltas al parque, me siento en un banco de madera y bebo un poco agua, que acabo dejando solo un pequeño resto en la botella. Entonces, una mujer con sudadera y capucha se sienta a mi lado. Voy a levantarme, pero me agarra la mano con fuerza. Grito de dolor. Cuando se gira, la reconozco. Es mi madre. Intento soltarme, pero me sujeta con más fuerza.

- Déjame en paz - le grito.

- No te vas a mover de aquí, niñata maleducada.

- Para maleducada, tú - le respondo.

De pronto, siento un empujón por la espalda que me hace caer al suelo. Me duele, y mientras me retuerzo, mis padres se ríen. Se acercan y se agachan hasta quedar a mi altura.

- ¿Pensabas que no te íbamos a encontrar? - pregunta mi padre.

- Eres tan tonta - escupe mi madre. - No sirves para nada.

- Vosotros sí que no servís para nada. Sois malos. ¿Queréis que lo repita? Malos.

Un bofetón brutal de mi padre me cruza la cara. La piel arde. Mi madre me da una patada en el estómago, y me encojo, sin poder dejar de
llorar. No puedo moverme. Ni siquiera hablar.

A lo lejos, oigo una voz. Cada vez más cerca. Gabriela.

- ¡Dejadla ahora mismo o llamo a la policía! - grita, y escucho pasos apresurados. Mis padres se marchan corriendo, pero no sin que mi padre me golpee la cabeza antes de irse.

Gabriela se agacha y acaricia la zona del golpe.

- Voy a llamar a la ambulancia - dice. Yo, con un esfuerzo titánico, asiento débilmente.

La ambulancia llega. Me tumban en la camilla.

- Mia, no cierres los ojos, por favor.

Pero ya es tarde.

Mis párpados se cierran. No puedo evitarlo.

Lo último que escucho son las sirenas y el llanto de Gabriela.

CúrameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora