Narra Gavi.
Han pasado dos semanas desde que Mía está postrada en una cama. Dos semanas que, sin duda, han sido de las más duras de mi vida.
Lo he pasado realmente mal. Sentía que mi estado de ánimo dependía de ella... una especie de dependencia emocional que no sabía que tenía hasta que su silencio se volvió insoportable.
Pero tampoco he sido el único. También han sufrido Nico, Pedri, Eric, Gabriela, mis padres, mi hermana Aurora, Dama y sus amigos: Patricia, Beatriz, Marc, Alejandra... incluso sus mejores amigas, Paula y Laura, que vinieron de Madrid sin pensarlo dos veces.
Entre todos hemos intentando darnos ánimos, pero la verdad es que ninguno tenía muchos. Hacíamos lo que podíamos para sobrellevarlo, aunque era difícil encontrar un respiro.
Los entrenamientos se me hacían cuesta arriba, y en los partidos... bueno, puede que se notara que no estaba del todo. La cabeza la tenía en otro lado.
Algunas noches me quedaba en el hospital. Otras se quedaba mi hermana, mis padres, sus amigas o Dama.
El doctor nos dijo hace unos días que Mía saldrá del coma esta semana. Y desde entonces, no he podido pensar en otra cosa. Anhelo volver a ver su sonrisa, perderme en sus ojos, escuchar su risa que hace que yo siempre consigue que yo también sonría.
Miro hacia atrás y recuerdo cómo empezó todo. Nada fácil. Desde aquel encontronazo con el coche de Eric, ella captó toda mi atención. Quise negar lo que sentía, apagarlo... pero ahora mírame: loco, enamorado, rendido ante el caos más bonito que he conocido.
Porque Mía... Mía es como Roma: por dentro, ruinas; por fuera, monumento. Un monumento como París.
- Hijo, ve a desayunar - me dice mi madre, interrumpiendo mis pensamientos.
- ¿Y si despierta, mamá? - pregunto, desesperado.
- Seré la primera en llamarte, Gavi. Y entrarás el primero - me asegura Dama, me acerco a darle un abrazo.
Dama lo ha pasado mal estos días. Mía es como esa hija que nunca tuvo. El vínculo entre ellas siempre ha sido más que especial: madre e hija, sin compartir sangre.
Con resignación, bajo a desayunar junto a mi hermana Aurora. Nos sentamos en una mesa del comedor del hospital con nuestras bandejas.
- Pablo - pronuncia, y la miro. - Nunca te había visto así por alguien. Estás hasta las trancas.
Suelto un suspiro y asiento.
- Si tú supieras...
Ella ríe con suavidad.
- Mia es un amor de persona. No merece todo lo que ha pasado - dice, seria.
- Ojalá nunca hubiera tenido que pasar por esto. No se lo merece — respondo, con un nudo en la garganta.
- Pero es un mujerón, Pablo. Sobrevivió, aunque estaba rota por dentro.Y no puedo evitar pensar en lo cierto que es eso.
Terminamos de desayunar y subimos de nuevo a una de las plantas más alta. La habitación de Mía está cerrada. Nadie dentro. Todos esperando sentados.
- ¿Pasa algo? - pregunta Aurora, preocupada.
- Han entrado los médicos - responde mi padre.
Asiento, sin decir nada. El tiempo pasa lento. Después de casi media hora, los médicos salen. Nos miramos unos a otros, sin saber si ha pasado algo importante.
- Puede entrar una persona - dice una enfermera, y todas las miradas se clavan en mí.
Me levanto y entro. Camino hacia la habitación. Miro por la ventana y se ven las vistas de la ciudad, amplias, silenciosas... como si todo estuviera en pausa.
- ¿Ya estás con cara Gavi? - escucho su voz.
Me froto los ojos, incrédulo. ¿Es real?
Ella se ríe
- Gavi - repite, riendo.
Me acerco a ella y no puedo evitar romper a llorar. Me acaricia el pelo mientras sus ojos también se llenan de lágrimas.
- Pensaba que te perdía - confieso, con la voz rota.
- ¡Ay, Gavi, por el amor de Dios! - me riñe con dulzura.
Cuánto había echado de menos esa risa.
- Te he echado tanto de menos - susurro.
- Yo también, Gavi. Y que sepas que he escuchado absolutamente todo. Estaba en coma, pero no sorda - dice, riéndose de nuevo. Yo también rio, aunque me sonrojo.
Es cierto que en estos días he hablado algo más de la cuenta. Entre otras cosas, he dicho que es la mujer de mi vida, la madre de mis hijos.
- ¿Todo ha estado bien? - pregunta.
Hago una mueca.
- Para qué mentir... Nadie ha estado bien, Mía. Estas dos semanas han sido una completa mierda.
Ella me abraza, y yo lleno su mejilla de besos. Entonces, ella da el primer paso y nuestros labios se encuentran por fin en un beso que parecía tener siglos de espera. Nuestros labios se habían echado mucho de menos.
- ¿Hay gente fuera? - pregunta.
- Y mucha, ¿quieres que entren?
- La verdad es que sí, tengo ganas de verlos.
Abro la puerta y hago un gesto para que pasen. Justo acaban de llegar Nico, Pedri, Gabriela y Eric.
- ¡Gabriela, eres mi salvadora! - dice Mía al verla. - Te quiero mucho.
- Lo habría hecho mil veces, Mía - responde Gabriela, abrazándola.
Dama es la primera en correr hacia ella, seguida de mis padres y Aurora.
- ¿Cuándo puedo salir de aquí? - pregunta con cara de súplica.
- Mañana, mi niña - le responde mi madre, acariciándole el rostro.
Llaman a la puerta. Son Laura y Paula, sus amigas de Madrid.
- No... no... no - dice Mía emocionada.
Ellas se acercan y la abrazan fuertemente. Estamos todos aquí, con ella, contándole como han ido los partidos, los días en clase, cómo he estado yo; sin dormir ni comer, los entrenamientos, cómo está todo en Madrid, y cómo Dama tuvo que pedir una baja.
- Alguien debe quedarse a dormir esta noche - dice un médico al entrar.
- Me quedo to y no quiero oír ni un no - digo firme. Todos ríen.
- Está bien, tranquilo, fiera - dice Gabriela y reímos.
Uno a uno se despiden de Mía. Al final, quedamos solos.
- Gavi ¿por qué no has comido ni dormido?
- No podía - respondo. Ella niega, con preocupación.
- ¿Y si te hubiese pasado algo a ti? - dice bajando la mirada.
Levanto los brazos, rendido. Ella hace un hueco justo a ella en la cama.
- Anda, ponte aquí - dice.
Me tumbo a su lado y la rodeo con el brazo.
- Te quiero, Mía, te quiero con mi vida - susurro.
- Yo también te quiero, Gavi, te quiero tanto que duele.

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Cúrame
Fanficʟᴀ ᴠɪᴅᴀ ꜱᴏɴ ᴄᴀꜱᴜᴀʟɪᴅᴀᴅᴇꜱ ʏ ᴛú ᴇʀᴇꜱ ᴍɪ ᴍᴀʏᴏʀ ᴄᴀꜱᴜᴀʟɪᴅᴀᴅ. - " Qᴜɪᴇʀᴏ ᴛᴏᴅᴏ ᴅᴇ ᴛɪ" - " ꜱé qᴜᴇ ᴛᴜ ᴄᴏʀᴀᴢoɴ ᴠᴀ ᴀ ʟᴀᴛɪʀ ᴘᴏʀ ᴍɪ"