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Narra Mia.

24 de diciembre 2021.

Nos encontramos en Navidad. Estas fechas son... no sé como decirlo, tal vez confusas. Hay personas que la adoran, y otras que por diversos motivos, la detestan.

En mi caso, p soy una de las que aman la Navidad. Me parecen días mágicos, ideales para disfrutar de los seres queridos, de los pequeños detalles, de las luces y los reencuentros.

Aunque, siendo sincera en Madrid, en casa con mis padres, nunca celebrábamos mucho la Navidad. Eran unos días más, sin pena ni gloria. Nochebuena y Nochevieja pasaban como cualquier otro día, salvo por las uvas, que si comíamos.

Cuando mis abuelos estaban con nosotros, era distinto. Las fiestas eran más cálidas, más reales. Todos nos reuníamos en su casa, compartíamos risas, comidas, regalos improvisados. Me quedo con esos momentos.

Después de que mis abuelos fallecieran, todo cambió. Mis padres comenzaron a comportarse de otra forma ... a volverse más fríos, más duros. Agresivos. Y todo ese caos empezó a formar parte de nuestras vidas.

- Mia - escucho la voz de Gavi a lo lejos.

Tengo tanto sueño, que ni me inmuto.

- Despierta, cielo - susurra, dejando pequeños besos sobre mi pelo.

- Mm - murmuro, en una mezcla de protesta y placer.

- Vamos, dormilona.

Abro los ojos con esfuerzo y me encuentro con su sonrisa. Esa que siempre logra que el mundo pese un poco menos.

- ¿Qué hora es? - susurro, aún entre las brumas del sueño.

- Hora de despertarse.

- Gavi... - me quejo, y él se ríe.

- Las diez y media.

- Bueno, está bien.

- Y tanto que está bien.

- ¿Qué vamos a hacer? - pregunto, notando como sus cejas se levantan pícaramente. - Eres un cerdo - digo entre risas y se ríe.

- ¡Yo no he dicho nada! - exclama levantando las manos.

- No lo has dicho, pero lo has pensado.

- Hombre... ¡y tanto! - dice, divertido. - ¿Uno rapidito?

Lo que sigue no necesita mucho detalle. Solo que, efectivamente echamos "uno rapidito", y luego nos damos una ducha ligera antes de cambiarnos y salir.

- ¿A dónde vamos? - le pregunto.

- Primero, a desayunar. Luego, a enseñarte un poco más de Sevilla - dice con una sonrisa.

- Tengo un guía turístico, que lujo.

Paramos en un Starbucks. Él pide un chocolate con caramelo, yo un frappuccino mocca. Caminamos un rato más y entonces me señala una estructura enorme, curiosa, que no parece gran cosa a simple vista.

- Estas son las Setas de Sevilla - me explica.

Observo la estructura gigante. No es bonita, no en el sentido clásico, pero tiene algo... intrigante.

- Aquí abajo hay un mercado tradicional, restaurantes, una plaza para espectáculos y el antiquarium. - me dice. Luego, me guiña el ojo. - Ahora vamos a subir.

- ¿Como qué subir? ¿Se puede?

- Claro que sí, por las escaleras.

Empezamos a subir. Son muchas, pero el esfuerzo vale la pena. Arriba, una terraza con un mirador nos regala una vista panorámica del casco antiguo de Sevilla. Todo se ve distinto desde aquí arriba, como sacado de una postal.

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