Prefacio

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Antoni Lombardi

Una noche, muchas copas, una declaración.

Siempre consideré que el amor romántico no era más que un termino sobrevalorado, las grandes masas lo persiguen como si el objetivo de la vida misma fuese eso, el ser feliz gracias alguien más.

La obsesión por encontrar a la persona que nos de la felicidad o que sea la causa de esta, es una maldita pérdida de tiempo. Un sufrimiento en el que nos colocamos de manera voluntaria sabiendo conscientes del dolor que sentiremos.

Nunca fui partidario de los compromisos, nunca pensé en casarme, tener una familia, hijos. Para mi buena suerte, cuento con una fortuna millonaria que me permitiría pagar las mejores instituciones para que cuiden de mi en mi vejez, una pareja no era necesaria, hasta que ella llegó.

Hasta que Sally Rizzo se plantó frente a mí, con su encanto, con su sencillez, con esa manera tan sutil de moverse, con su pasión por cuidar de esos pequeños seres del mal a los que les llaman niños.

Sally Rizzo, la niñera de mis sobrinos se me clavó en la mente como una maldita daga, se impregnó en mi piel como un tatuaje, como una marca imposible de borrar. Me envolvió de una manera en la que me fue imposible escapar, una de la que no quise hacerlo.

Me hice adicto a ella, a lo que significaba, a lo que ofrecía.

Me bastó una noche para probar su esencia, y volverme adicto a ella.

—Estoy harta de buscar a la pareja perfecta —confesó la primera noche en la que nos encontramos en aquel bar.

Fue una coincidencia no planeada, era su día libre y yo no tenía nada mejor que hacer, así que había optado por reunirme con un par de amigos que nunca llegaron.

—Yo no creo en el amor romántico —admití—. Creo que es una perdida de tiempo.

Sus ojos me miraron con curiosidad por primera vez, con una intriga que comenzaba a desbordarla. Ese par de ojos marrones me miraron por más tiempo del que alguna vez alguien lo había hecho.

—Así que Antoni Lombardi no cree en el amor —susurró.

Una sonrisa de lado fue lo que le ofrecí.

—Supongo que no soy el único, ¿o me equivoco?

—Yo tengo un motivo, mi historial romántico apesta —dijo formando una mueca en los labios que por alguna razón me resultó atractivo—. Estoy harta, así que me rindo.

Se apoderó de mi vaso de vodka y le dio un largo trago que me hizo arquear la ceja.

—Yo, Sally Rizzo, me doy por vencida en el amor —dice elevando el vaso, giró el rostro hacia mí y sonrío—. ¿Te unes a mi declaración, Antoni Lombardi?

—No puedo darme vencido con algo con algo en lo que no creo —musito.

—Oh, vamos —dijo golpeando mi hombro—. ¿Quién te hizo tanto daño?

Una carcajada brotó de mis labios.

—Nadie me rompió el corazón —le confesé—. Solo que depender de alguien para sentirte bien, sentirse completo, es una locura. No planeo someterme a ese sufrimiento voluntariamente.

—Sí, que te rompan el corazón apesta —le dio un nuevo trago al vaso y casi se acabó el contenido.

La miré a detalle, la joven mujer a mi costado parecía determinada a no volver a enamorarse jamás, tan decidida, tan firme.

—Creo que pediré otra ronda —señalé los vasos—. ¿Me dejas invitarte?

—Por favor —dijo con una sonrisa que, en ese momento, me resultó encantadora.

Cuando el barman nos entregó los nuevos tragos, tomé ambos entregándole uno y extendí mi vaso hacia el de ella.

—Por no enamorarnos nunca más —Sally sonrió, sus ojos cafés me miraron con más curiosidad que antes, con más intriga, de una forma que dejaba en evidencia sus ganas de conocer más.

—Por no enamorarnos nunca más —repetí, golpeó su vaso contra el mío, el sonido del cristal chocando se dejó oír, y luego nos acabamos el líquido de un solo trago.

Una carcajada común nos envolvió cuando nos recuperamos de lo intenso del alcohol, reímos con fuerza ante lo ridículo que era darnos por vencido en algo que no tenía la importancia suficiente.

Hicimos un brindis y luego nos emborrachamos tanto que mi hermano menor tuvo que enviar un auto por nosotros.

—Dime que no la sedujiste —reclama Ángelo ayudándome a quitarme los zapatos—. Es la niñera de tus sobrinos.

—No la seduje —afirmo.

Estoy prácticamente dormido por el alcohol así que no escucho lo que dice a continuación, pero a la mañana siguiente, cuando bajo por café para la resaca, la veo.

—Ahí está el que no cree en el amor —dice Sally luciendo tan fresca.

—Ahí está la que se da por vencida en el amor —su risa me envuelve—. Gran noche, eh.

—Gran noche —afirma con una sonrisa amable.

A partir de ese momento, Sally fue algo más que una invitación en un bar, fue la chica que se convirtió en mi amiga, en mi confidente. Y esa fue la cuestión, ninguno previno lo que pasaría entre nosotros.

Porque Sally fue la excepción a la regla, fue la excusa perfecta para hacer todo aquello que siempre deseé. Porque el haberme privado por tanto tiempo de sentir esto por alguien, hizo que todo se desbordara de una forma incontrolable.

Hacer excepciones tiene consecuencias, grandes consecuencias. Y las mías fueron casi irreparables.

Dicen que el amor no tiene que ser perfecto, solo debe de ser verdadero, real. Pero a veces, lo real no siempre es lo correcto, a veces lo real destruye, a veces lo real es un maldito desastre.

La conocí a la edad de treinta y seis años, cuando ella tenía veintiuno. No coincidíamos, no teníamos los mismos planes. Fue una atracción inevitable, un deseo incontrolable que ninguno quiso apagar.

Y eso significó un maldito desastre, un enorme, catastrófico, maravilloso e inevitable desastre.

Soy Antoni Lombardi, y esta es la historia del único y gran desastre que he experimentado en mi no muy ejemplar vida.

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AHHHHH estoy mega emocionada de empezar con este proyecto, espero que le den mucho amor. 

Los días de actualización se mantienen en lunes, miércoles, viernes y sábado así que...

¡Tendremos el primer capítulo mañana! ¡No se lo pierdan!

¡Tendremos el primer capítulo mañana! ¡No se lo pierdan!

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Un desastre inevitable (SL #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora