3.- Desastres futuros.

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Antoni

La noche de gala en los casinos siempre es un evento importante, clientes respetados dispuestos a gastar tanto dinero como les sea posible acuden en esas noches en donde todo grita "lujo".

Mujeres vestidas con vestidos de diseñador y los hombres con trajes tan elegantes de miles de dólares.

—Me alegra ver que vienes —Ángelo se acerca con un par de copas, me entrega una y mira alrededor—. ¿Qué te parece?

—Que estás haciendo un trabajo excelente —afirmo llevándome el borde de la copa a los labios. El sabor del champagne se instala en mi boca, tomo uno de los bocadillos que un mesero reparte y me lo llevo a la boca.

—Es extraño ver que no vienes con compañía —dice divertido—. ¿No encontraste a nadie que deseara venir?

—Más bien no quise que nadie viniera conmigo —corrijo—. Esta noche quiero disfrutar un poco.

—¿Jugarás? —inquiere.

Emito un sonido corto que se parece a una afirmación.

—Las cartas esperan por ti entonces —dice con una leve sonrisa.

Ángelo y yo somos buenos en los juegos de azar, sería realmente irónico que no lo fuésemos en realidad, teniendo en cuenta que nuestro padre y abuelo prácticamente vivían en los casinos.

Nuestro padre, Paolo Lombardi siempre quiso que estuviésemos presentes, solía traernos a Lucca y a mí en cada oportunidad, la primera vez que venimos, Lucca tenía quince años y yo acababa de cumplir once.

Lo primero que nos enseñó fue a jugar cartas, solía sentarnos en la mesa de juegos con sus amigos, y nos hacía aprender cada jugada y movimiento, luego poco a poco nos mostró cada juego que había, y se aseguraba que lo aprendiéramos de la mejor manera.

Ángelo fue quien más rápido aprendió todo, pero fue también al que nuestro padre menos involucraba en el negocio. Paolo siempre juró que sus dos hijos mayores se harían cargo, así que no consideró necesario enseñarle a Ángelo, el menor de sus hijos, todo lo que nos había enseñado a nosotros.

Y para su gran decepción, sus primogénitos no quisieron formar parte de los casinos.

Y ahora, ese hijo al que nunca quiso involucrar, ha creado un maldito imperio por él solo.

—Cuñado, es bueno ver que el golpe en tu rostro ha desaparecido —dice Daphne consiguiendo mi atención.

—Ya sabes, no podía darme el lujo de venir con el rostro arruinado —bromeo—. Luces bien, cuñada.

Daphne eleva uno de sus hombros y sonríe. Mi hermano se acerca a ella y sonrío un poco más al notar lo enamorado que luce de su esposa.

—Los dejo, par de tórtolos —elevo mi copa hacia ellos y luego camino en dirección contraria, hay una afluencia de gente considerable así que tengo que esquivar a las parejas que cruzan por la instancia.

Me encamino hacia la mesa donde un grupo de hombres se encuentran jugando cartas. Me saludan con entusiasmo y espero a que la partida acabe, para participar.

Me concentro en mirar las cartas, las fichas aumentan en el centro a cada minuto, los colores varían, pero hay altas filas con fichas de cien dólares. No me considero un hombre de apuestas, pero de vez en cuando me gusta tomar riesgos, así que coloco una fila de fichas negras.

Sonrío con satisfacción cuando miro la combinación de cartas entre mis manos, un par de rostros se contraen con molestia dando a entender que no tienen el resultado esperado, en cuanto bajan las cartas, mi sonrisa se hace un poco más grande.

Un desastre inevitable (SL #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora