Epílogo.

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Antoni 

Gianna sostiene el estuche de pintura mientras observa con detenimiento los colores que hay dentro del plástico, luego gira la cabeza hacia mí posando su atención en mi rostro.

—¿Qué color te gusta más, papi? —pregunta.

—El que tú quieras, mía cara —respondo con una sonrisa.

Eso parece satisfacerla, toma la brocha y la coloca dentro de la pintura rosa antes de acercarla a mi rostro y tengo que apretar los labios para no quejarme cuando casi me la clava en el ojo.

Estamos sentados en la alfombra de su habitación, a sus cuatro años Gianna se ha convertido en una niña completamente independiente, tanto que se rehusaba a seguir compartiendo habitación con su hermano.

Nuestra casa era lo suficientemente grande como para permitirle a nuestros hijos tener sus propias habitaciones, así que ahora cada uno había creado su propio espacio. Sin embargo, pese a eso, los mellizos son tan unidos que es enternecedor mirarlos juntos.

Alessio cuida de su hermana con una ferocidad impresionante para un niño de cuatro años. Y Gianna parece encantada de haberse convertido en la protegida de su hermano, de todos sus primos en realidad.

—Estás listo —dice orgullosa mientras me entrega el espejo de juguete y sonrío ante mi imagen.

¿Quién diría que algún día tendría a una pequeña criatura para pintarme los párpados de colores?

—¡Cariño, es tarde! —Mi esposa ingresa a la habitación y se detiene tan pronto como nos mira —oh...

Soy consciente de la sonrisa que se filtra en sus labios, y como intenta retener la risa para que nuestra hija no crea que se está burlando de ella.

—Cielo, ¿has pintado a tu padre a veinte minutos de la fiesta de tu prima? —inquiere Sally mientras se acerca.

Le doy una rápida mirada, observando su figura resaltada por el ajustado vestido en color rojo que lleva puesto. Tiene el cabello recogido en un moño alto y sus risos caen estilizados por su espalda.

—Mami, ¿verdad que papá se ve bien? —Sally retiene la sonrisa.

—Vamos, dolcezza, admite que me veo impresionante —la molesto mientras me incorporo de la alfombra y me acomodo el traje.

—Estás impresionante, amore —concuerda —el color rosa te sienta de maravilla.

—¡Yo lo elegí! —dice Gianna elevando las manos y un tono de orgullo llenándole la voz —ahora si podemos ir a la fiesta de los trillizos.

—Claro, solo debemos esperar que tu padre se lave la cara...

—¡No! —chilla dando un pisotón —¿Vas a ir así, verdad papi?

Dios, podré adorar y amar mucho a mi criatura, pero no saldré con maquillaje y pintalabios rosa para una fiesta, tengo una imagen que cuidar.

—Mamá, ¿podemos irnos? —Alessio ingresa y cuando me mira, abre los ojos alarmado —papá ¿qué te pasó?

—Cariño, nos vamos en un segundo —dice Sally con una sonrisa hacia nuestro hijo.

—Mia cara, tengo que lavarme la cara —intervengo.

—Oh, tu padre llamará la atención de esas elegantes chicas —dice Sally inclinándose hacia nuestra hija —no queremos eso, ¿verdad?

—¡Ve a lavarte papi, ve a lavarte! —Gianna empuja mis piernas hasta que me saca de su habitación mientras mi esposa me sigue de cerca.

Un desastre inevitable (SL #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora